Se habían dicho barbaridades. Él no había pretendido insinuar que era superficial, no lo pensaba en absoluto. Pero tenía tanto talento… debía hacer algo con su vida, no quedarse en casa con un bebé.
Recordó las palabras de ella, acusándolo de no preocuparse más que de su carrera. No era verdad, también le importaban otras cosas. Pero últimamente… Últimamente no había tenido razones para concentrarse en nada que no fuera su trabajo. Se preguntó si Hannah tenía razón, su hermana se quejaba de lo mismo.
Él no quería renunciar a sus objetivos, a sus sueños, pero tampoco quería perder a Hannah. La verdad lo golpeó como un mazazo.
Ésa era la razón por la que había seguido con ella, incluso después de darse cuenta de que no era una mujer que fuera a conformarse con una relación sin compromisos. Aún sabiendo que ella creía en los finales felices, había seguido involucrándose. ¿Por qué?
Porque había visto en ella algo que nunca había visto en nadie. Había percibido que era la única persona que podía convencerle de que el amor duraba y el matrimonio tenía sentido.
La quería.
Era un mal momento para darse cuenta. Justo después de gritarle y salir de su vida. No sabía qué iba a hacer para arreglarlo.
HANNAH pasó la noche desvelada. Intentó dormir por el bien del bebé pero se pasó la mayor parte del tiempo mirando al techo. Reconstruyó su conversación con Eric una y otra vez, preguntándose qué podrían haber hecho de otra manera. Intentó asignar culpas, pero se rindió al decidir que era un juego sin sentido.
Finalmente, a las seis se levantó y se duchó. Se sentó en la cocina a tomar una taza de infusión e intentó planificar su día, su semana e incluso su vida. Tenía la horrible sensación de que todo ello estaría dolorosamente libre de Eric. Que no era lo que deseaba.
Hannah se recostó en la silla y cerró los ojos. Cuando imaginó su futuro vio a un niño riendo y corriendo por la hierba; se vio embarazada de nuevo, pero esa vez de Eric. Se los imaginó juntos, sonrientes, felices y enamorados. Se preguntó si sus sueños eran posibles.
Eric tenía programado su propio futuro y dudaba que en él hubiera sitio para un niño y un segundo hijo. Quería ser vicepresidente de una empresa antes de los treinta y presidente poco después. Quería trabajar muchas horas. Frunció el ceño al comprender que no sabía qué deseaba él de una relación; posiblemente que no interfiriera con sus sueños profesionales.
Ella se había prometido que no se conformaría con menos que un hombre que la amara con todo su corazón y la convirtiera en lo primero de su vida. Igual que haría ella por él. No sabía si ese hombre podía ser Eric.
Si no podía serlo tenía problemas graves, porque se había enamorado de él. Iba a costarle tiempo superarlo. Siguió pensativa hasta las siete y media, cuando oyó el motor de un coche muy familiar.
– ¿Qué diablos? -murmuró Hannah yendo hacia la puerta delantera y abriéndola. Eric ya salía del coche, con una bolsa en cada mano.
– Bien -dijo al verla-. Estás levantada. No quería despertarte, pero no sabía cuánto tiempo aguantaría la leche fría.
Automáticamente, ella dio un paso atrás para dejarlo entrar. Sus emociones vapuleadas le dificultaban el pensamiento. Deseó tirarse sobre él, o gritarle. No entendía por qué estaba allí.
– ¿Has ido a hacer la compra? -le preguntó, admirando sus rasgos. Estaba muy guapo con traje, pero también con ropa deportiva y sin ropa.
– Sabía que te faltaban muchas cosas -dijo él, dejando las bolsas en la encimera-. Llevas una semana en la cama y vas a tardar algo de tiempo en recuperar la energía. Cerca de mi casa hay una tienda que abre temprano. Decidí pasar por allí antes de ir al trabajo.
Se miraron en silencio. Hannah no sabía qué decir.
Tenía tantas ganas de abrazarlo como de llorar. Su consideración le inspiraba esperanza, pero su forma de mirar el reloj mientras retrocedía hacia la puerta le decía que nunca funcionaría.
– Eric -empezó-. La verdad es que no sé qué decir. No soy responsabilidad tuya. Después de anoche, no esperaba…
– Eh, seguimos siendo amigos, ¿no? -cortó él con una leve sonrisa. Volvió a mirar el reloj-. Sé que tenemos que hablar, pero ahora no puedo. Tengo una reunión a las ocho y no puedo faltar.
Ella deseó protestar, pero se tragó sus palabras. Asintió y lo acompañó hacia la puerta.
– Te llamaré -prometió él.
– De acuerdo. Que tengas un buen día.
Eric se despidió con la mano y se marchó.
Hannah regresó a la cocina y empezó a vaciar las bolsas de la compra. Estaba atónita por el gesto de Eric. Se preocupaba por ella y eso debía tener algún significado. No conocía a ningún hombre que fuera a hacer la compra voluntariamente.
Se preguntó si era posible armonizar lo que ella necesitaba y lo que él quería; si podía llegar a funcionar.
La respuesta residía en saber cuánto le importaba ella. Si la amaba, estaría más dispuesto a comprometerse. Si no era así, no tenía sentido seguir con la relación.
La idea de estar sin él le provocaba un intenso dolor. Era un hombre bueno, afectuoso, considerado y sexy. Él sabía lo que era crecer sin un padre y estaba convencida de que haría cuanto pudiera por sus hijos. Además, no le importaba no ser el padre biológico de su bebé.
Eric era capaz de muchas cosas, pero tenía que convencerlo de que no todas tenían que ser en el mundo empresarial. Estaba dispuesta a intentarlo, lo quería demasiado para rendirse sin luchar. Empezaría invitándolo a comer y hablarían de cómo podía ser su futuro.
Hannah se vistió con cuidado, dedicando atención especial al maquillaje y al pelo. Llegó al hospital poco después del mediodía y fue hacia el despacho de Eric.
Jeanne estaba en su asiento habitual, detrás del escritorio y sonrió al ver a Hannah.
– Vuelves a ser móvil -dijo con alegría.
– Sí. Me dieron el alta ayer. Es una maravilla estar de vuelta en el mundo de los que andan -señaló la puerta abierta del despacho de Eric-. ¿Va a volver pronto? Se me ocurrió invitarlo a almorzar.
– Lo siento, Hannah -Jeanne negó con la cabeza-. Estará fuera un par de horas. Tuvo un imprevisto y me pidió que reorganizase su horario -miró a su alrededor y bajó la voz-. Se supone que no lo sé, pero está en Empresas Bingham -encogió los hombros-. Conozco a un par de mujeres del departamento de Recursos Humanos y reconocí la voz de Carol cuando llamó para hablar con Eric. Imagino que ha ido a una entrevista.
A Hannah se le encogió el corazón.
– No te preocupes -añadió Jeanne apresuradamente-. No le diré nada a nadie. Eric es un buen jefe y soy completamente leal.
– Sé que no le causarías problemas -Hannah se obligó a sonreír-. Gracias por decírmelo. Supongo que veré a Eric esta noche -era una mentira, pero piadosa.
– ¿Quieres que le diga que has venido?
– No. No hace falta. No quiero que se lamente por no haberme visto.
No estaba segura de que él fuera a lamentarse. Quizá si empezaba a construirse una vida nueva, ella dejaría de importarle. Sabía que era un hombre al que le gustaba viajar ligero de equipaje.
Sentía un dolor agudo y frío en el pecho. Para evitar que Jeanne sospechase que las cosas no iban bien, dijo que tenía que hacer algunos recados y se marchó.
No sabía por qué se había permitido enamorarse de él, por qué no había visto la verdad. Hizo un esfuerzo para evitar las lágrimas. Eric era bueno, cariñoso, tierno y había pensado que eso sería suficiente, pero no era así. Mientras se enamoraba de él no se había parado a pensar que no podía darle lo que ella necesitaba: un compromiso al cien por cien.
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