– No quiero que esperes -sonrió ella.
Tiró del pantalón de chándal hasta liberar su miembro, duro y viril. Anhelaba tocarlo. Empezó a acariciarlo de nuevo y Eric se rindió. Rodeó su espalda con un brazo y ello lo besó mientras seguía tocándolo.
Acompasó el ritmo del movimiento al de su respiración. Cuando notó que él se tensaba, aceleró el ritmo. Alzó la cabeza para observar su rostro en el momento en que llegaba al clímax. En el punto máximo de placer, él abrió los ojos y la miró.
Ella creyó ver el fondo de su alma. En ese momento conectaron por completo. Si había tenido alguna duda, dejó de tenerla. Estaba enamorada de él.
EL lunes, Jeanne volvió a llevarle el almuerzo. Después de una hora de risas y bromas, regresó al trabajo. Hannah había elegido un libro para leer, hasta que Eric volviera del trabajo, cuando llamaron a la puerta.
– ¿Hannah? Soy tu abuela. ¿Puedo entrar?
Hannah se quedó boquiabierta. Miró a su alrededor buscando un sitio donde esconderse.
– ¿Hannah? -volvió a llamar Myrtle.
– Aquí -contestó Hannah, preguntándose qué hacía su abuela allí y cómo iba a justificar estar en la cama a media tarde.
– ¿Cómo estás, querida? -preguntó su abuela, entrando en el dormitorio.
Como era habitual, Myrtle Bingham estaba perfectamente vestida para la ocasión. Llevaba un traje pantalón que dejaba entrever su esbelta silueta, discretas joyas de oro y un bolso a juego con los zapatos color crema.
Hannah se sintió como una vagabunda con sus pantalones cortos y camiseta. Tenía los pies descalzos y necesitaba urgentemente una pedicura. Al menos se había duchado esa mañana y tenía el pelo pasable.
– Estoy, eh, bien -contestó Hannah. Se mordió el labio inferior-. Es una sorpresa que hayas venido. No es que no seas bienvenida. Es sólo…
Myrtle señaló la silla que había junto a la cama y cuando Hannah asintió con la cabeza, se sentó.
– Esta mañana tuve una reunión con mi comité. Uno de nuestros objetivos es reunir fondos para la clínica y suelen asistir miembros del personal para hacernos llegar sus necesidades.
Hannah escuchó atentamente, pero adivinaba lo que iba a decir: alguien le había comentado que estaba embarazada. Lo comprobó unos segundos después.
– Una de las enfermeras vino a hablarme en privado -siguió Myrtle-. Dijo que me suponía muy preocupada por ti y por el bebé, pero que no debía estarlo. Que el reposo te estaba yendo bien y que mañana esperaban decirte que podías volver a la vida normal -Myrtle hizo una pausa expectante-. Estoy segura de que hay una explicación lógica.
– Así es -Hannah asintió lentamente-. Es lo que piensas. Estoy embarazada.
– Entiendo -su abuela no dejó de mirarla a los ojos-. Tengo tantas preguntas que no sé por dónde empezar.
– Quieres saber de cuántos meses estoy, quién es el padre y todas esas cosas -apuntó Hannah.
– Sí, supongo que eso también es importante -su abuela arrugó la frente-. Pero lo que más me preocupa es por qué no viniste a decírmelo -apretó los labios-. Creía que nos considerabas familia, Hannah. Soy tu abuela. Si tienes problemas…
– No los tengo -atajó Hannah rápidamente, después se rió-. Bueno, excepto lo obvio. Estar embarazada, quiero decir -miró a la mujer que estaba a su lado-. Pensé que te decepcionaría -musitó, luchando contra las lágrimas-. No te gustó que dejase Derecho y pensé que lo del embarazo sería demasiado para ti. Sabía que te enterarías antes o después, no es algo que pueda ocultar.
– Lamenté que dejaras Yale -admitió su abuela-, pero sólo porque no entendí el porqué. Enterarme del embarazo aclaró muchas cosas. Por qué lo dejaste, por qué regresaste, por qué compraste la casa. En cuanto a sentir decepción, nunca se me ha pasado por la cabeza.
– Es como la repetición de una historia -dijo Hannah, deseando poder creer a su abuela-. Primero mi madre, ahora yo.
– No culpo a tu madre de lo ocurrido -Myrtle negó con la cabeza-, sino a mi hijo. Billy era un alocado y un don Juan. Enamoraba a jovencitas inocentes y se aprovechaba de ellas.
– Entonces, sí es una historia que se repite -dijo Hannah, avergonzándose al comprender.
– No, querida. Acabo de explicar que no fue culpa de ella.
– Quizá tampoco la tuve yo -Hannah cruzó las piernas-. Pero tengo la sensación de que cometí el mismo error que ella -le explicó brevemente lo ocurrido con Matt.
– Entiendo -dijo su abuela cuando terminó-. ¿Estás segura de que quieres olvidar a ese joven? ¿No deberías obligarlo a asumir sus responsabilidades?
– Sé lo que quieres decir -admitió Hannah, intentando no sonreír al ver que Myrtle hablaba igual que Eric-, pero prefiero que desaparezca de mi vida. Creo que mi hijo será mucho más feliz con una vida estable, en vez de pasarla esperando que su padre aparezca y sufriendo constantes decepciones.
– Comprendo tu punto de vista. Cuando Billy descubrió que existías, había madurado lo suficiente para considerar la posibilidad de actuar como padre. Pero cuando naciste, hubiera sido un auténtico desastre -la anciana se inclinó hacia ella-. Hannah, desearía que te sintieras parte de la familia. Todos te queremos.
– Gracias -Hannah recordó el encuentro con su tío Ron, sabía que él estaba de su parte-. No te culpo a ti ni a la familia. Creo que me he resistido a involucrarme demasiado. No sé por qué. Quizá por miedo al rechazo.
– No temas eso, querida -Myrtle acercó la silla y agarró la mano de Hannah-. Quiero que estemos más unidas. Puede que sea difícil al principio, mientras llegamos a conocernos, pero creo que podremos capear el temporal. Además, vas a darme mi primer bisnieto.
– Eso es verdad.
Hannah no había pensado en la conexión de su bebé con los Bingham. De pronto, deseó que formase parte de esa familia, que conociera los orígenes de ambos.
– Perdona -se disculpó-. Lamento mi actitud distante y solitaria. También quiero que estemos más unidas.
– Me alegro -su abuela le apretó los dedos y la soltó-. ¿Cuánto tiempo más debes pasar en reposo?
– Mañana voy a la clínica. Creo que el virus ha desaparecido y hace varios días que mi tensión es normal, así que supongo que me darán el alta.
– ¡Buenas noticias! ¿Te gustaría trasladarte a mi casa?
– Si no te molesta, prefiero quedarme aquí -Hannah había esperado una invitación a comer, no una llave de la puerta-. Tengo que arreglar el jardín y preparar la habitación del bebé -alzó la mano antes de que su abuela pudiera decir nada-. Te prometo que antes de hacer nada hablaré con la doctora.
– Como quieras, pero serías bienvenida, Hannah. La casa es suficientemente grande para que tengas tu propio espacio, como decís los jóvenes.
Hannah estaba segura de que hacía por lo menos veinte años que los jóvenes no hablaban de «su propio espacio», pero entendió a su abuela. Aunque apreciaba la invitación, quería mantener su independencia. Además, tenía que pensar en Eric; su relación podría no florecer bajo la mirada escrutadora del clan Bingham.
– Si cambio de opinión, te lo haré saber. Entretanto, quiero que sepas que puedes venir aquí cuando quieras.
– Quiero que me prometas que vas a cuidarte -pidió su abuela-. Tienes que pensar en la generación futura. Además, tenemos que empezar a pensar en casarte.
– Tiempo al tiempo -rió Hannah-. De momento, me conformo con que me den permiso para levantarme y andar -pensó para sí que además, era posible que lo del matrimonio ya estuviera en vías de solución.
Hannah casi salió botando de la consulta.
– ¿No es una noticia fantástica? -le dijo a Eric mientras iban hacia el coche-. Puedo levantarme y andar. Incluso puedo trabajar en el jardín.
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