– Estoy de acuerdo contigo. Es fantástico. Quizá vaya este fin de semana a ver tapicerías y modelos -se sentó en la silla y miró a Hannah-. ¿Cómo estás?
– Aburrida y muy agradecida por tu compañía. Gracias por traerme el almuerzo.
– Es un gusto escapar de la oficina. Debería darte las gracias yo a ti.
Sacó sándwiches, varios recipientes de ensalada, tenedores de plástico y servilletas de papel de la bolsa.
– ¿Qué tal te encuentras? -insistió.
– Muy bien -Hannah señaló con la cabeza el tensiómetro que había junto a la cama-. A las once de la mañana tenía la tensión normal y no tengo fiebre. Estoy bebiendo suficiente líquido para hundir un barco, lo que implica muchos viajes al cuarto de baño, pero como es mi única excusa para moverme, no me molesta.
– La verdad es que suena bastante patético -confesó Jeanne, pasándole un sándwich de pavo.
– No me gusta ver la televisión durante el día y eso limita mis posibilidades de entretenimiento -dijo Hannah, desenvolviendo el sándwich.
– A mí me encantan las telenovelas -confesó Jeanne-. La sobredosis de angustia y luchas intestinas hace que mi vida me parezca muy normal.
– Nunca lo había pensado así.
– Es baja en sal -dijo Jeanne, pasándole un envase de ensalada de patatas-. No sabía que hacían cosas así.
– Gracias -Hannah abrió el envase y probó un poco-. No está mal.
– Mientes fatal.
– Bueno, necesita sal -rió Hannah-, pero debo evitarla hasta que lleve varios días con la tensión normal.
– Por lo menos no se te hincharán los tobillos -Jeanne dio un mordisco a su sándwich, mascó y tragó-. Eric me pidió que te saludara. Me pedirá un informe completo cuando regrese.
– Se está portando muy bien -dijo Hannah, intentando controlar su expresión. Pensar en Eric le daba ganas de sonreír o ponerse a cantar.
Los últimos dos días habían sido asombrosos. La había acompañado, preocupándose por ella, cocinando, limpiando y durmiendo a su lado. Había descubierto que le gustaba despertarse y sentir su cuerpo junto a ella, escuchando su respiración. Estaba enamorada.
Esa mañana había insistido en que fuese a trabajar, por lo menos para ponerse al día.
– Encuentro la situación muy interesante -admitió Jeanne-. Es un hombre al que siempre han buscado las mujeres; nunca ha tenido que preocuparse más que de él mismo. Ahora te tiene a ti y al bebé. Un gran cambio, pero muy bueno.
– Sólo somos amigos -dijo Hannah, que no quería hacerse ilusiones. Jeanne la miró poco convencida.
– Yo creo que le ha dado muy fuerte -apuntó.
Hannah pensó que ojalá fuese verdad, sin decirlo.
– ¿Qué telenovelas me recomiendas? No sé nada de ninguna. ¿Cuáles tienen los argumentos más normales?
– Cariño, olvídate de las normales. Quieres las extravagantes. El objetivo es dejarse llevar. ¿Qué hora es? ¡Ah! Mi favorita empieza ahora. ¿Dónde está el mando?
– Hay demasiadas posibilidades -comentó Eric, el sábado por la tarde, tumbado en la cama con Hannah. Pasó la hoja del libro que tenía en la mano-. No sabía que hubiese tantos nombre en mundo.
– Ya lo sé -Hannah estaba tumbada a su lado, con una mano sobre la tripa y la cabeza apoyada en su hombro-. Creo que voy a preguntar si es niño o niña. Eso simplificaría las cosas.
– No hace falta -rechazó él-. Sabes que será un niño.
– Deja de decir eso -empujó su brazo-. Vas a quedar fatal si te equivocas.
– Siempre tengo razón -afirmó él, pasando otra hoja.
– Ignoraré eso -Hannah giró y miró por la ventana-. Hace un día precioso fuera -dijo con añoranza.
– Vamos a salir. Esperaremos media hora, hasta que el sol dé al otro lado de la casa y puedas estar a la sombra. Hace mucho calor.
– Eres un tontito -dijo ella con una sonrisa-. No me hará ningún daño sentarme al sol.
– No voy a correr ningún riesgo.
– Eres algo rarito, pero muy dulce -puso la mano sobre su pecho y suspiró.
– Vaya, gracias -dejó el libro en la cama y se recostó en las almohadas. No recordaba el último sábado que había pasado en la cama. Normalmente estaba haciendo cosas, con frecuencia en la oficina. Pero iba a pasar todo el sábado con Hannah.
Entrelazó los dedos con los de ella. Su cercanía, por no hablar de cómo le acariciaba la pierna con el pie desnudo, le provocaba la reacción predecible, pero intentaba hacer caso omiso. Hacer el amor era imposible y aunque estar cerca de ella era una tortura erótica, tenía que soportarlo como un hombre.
– Apuesto a que mi jardín ha cambiado. En primavera todo crece muy rápido.
– Lo verás enseguida y estoy seguro de que me dirás todo lo que está diferente.
– Es muy posible -aceptó ella con júbilo-. Espero que las malas hierbas no hayan invadido todo. Seguramente saben que no puedo ir a arrancarlas.
– ¿Crees que las malas hierbas se reúnen y hacen planes de batalla?
– No me extrañaría. Por eso son malas.
Eric miró sus ojos. Eran de un verde vívido, como ojos de gato. Tenía la piel muy clara, con un ligero rubor en las mejillas. Era una mujer guapa, femenina y con un gran atractivo sexual.
Su cuerpo reaccionó concentrando toda la sangre al sur de su cintura. Maldijo su decisión de haberse puesto un pantalón de deporte. Con vaqueros habría tenido más posibilidades de ocultar su estado. Iba a tener que concentrarse en ideas virtuosas y rezar para que Hannah no se diera cuenta.
– Arrancaré las malas hierbas -ofreció-. Puedes sentarte a la sombra y darme instrucciones. ¿De acuerdo?
– ¿En serio? -entreabrió la boca-. ¿Harías eso por mí? Tú odias mi jardín.
– No lo odio, simplemente no me interesa tanto como a ti. Te importa mucho y me gusta ayudarte.
– ¡Oh, Eric! -lo rodeó con los brazos y se acercó-. Eres demasiado bueno conmigo. De veras -lo besó.
Él hizo lo posible por no perderse en el breve beso, pero no pudo evitar un gruñido al sentir su piel.
– No te pongas sentimental -dijo, esperando que su voz no expresase su hambre y deseo de ella.
– Creía que te gustaba que nos besáramos.
– Me gusta, es que… -no sabía cómo explicarse sin quedar como un perro.
Ella deslizó una mano por su vientre y la colocó sobre su erección.
– Tenía la esperanza de que no te dieras cuenta.
– ¿Por qué? Me gusta que me desees.
– No es importante -señaló su entrepierna-. Desaparecerá naturalmente. Sólo necesito una distracción.
Hannah comprendió que era una forma poco sutil de decirle que retirase la mano, pero no quería hacerlo. Le gustaba sentir su dureza.
– Echo de menos hacer el amor -confesó ella.
– Yo también. Pasar la noche contigo es fantástico, pero una tortura.
Ella empezó a mover la mano y a él se le dilataron las pupilas y su respiración se aceleró.
– Hannah.
– Shh. Deja que te toque -introdujo la mano dentro del pantalón. Era agradable sentir la sedosa suavidad sobre la tensa dureza. Deslizó el dedo por la punta y después empezó a mover la mano de arriba abajo.
– ¿Qué estás haciendo? -preguntó con voz ahogada.
– A mí me parece bastante obvio.
– Pero no hace falta que lo hagas.
Ella retiró la mano, agarró la de él y la guió dentro de sus braguitas.
– Tócame -susurró, poniendo su mano sobre la carne suave, húmeda e hinchada. Hannah odió tener que rechazar la deliciosa sensación, pero retiró su mano-. A mí también me gusta tocarte -le explicó a Eric-. Me excita.
– Pero tú no puedes… no deberíamos.
– Tienes razón. Quiero hablar con la doctora antes de hacer nada, pero eso no implica que tú debas sufrir.
– Yo también esperaré.
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