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Susan Mallery: Siempre te Esperaré

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Susan Mallery Siempre te Esperaré

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Ella había encontrado el trabajo perfecto para él… convertirse en el papá de su futuro hijo… Después de una desastrosa relación que la había dejado embarazada y sola, Hannah Bingham supo que debía regresar a Merlyn County; aunque eso significara tener que enfrentarse a su familia y explicar los errores que había cometido. Con lo que no había contado era con la presencia de Eric Mendoza, su amor de juventud, que se había convertido en un hombre peligrosamente guapo… y entregado a su carrera. Por mucho que dijera que su profesión lo era todo para él, Hannah sabía que deseaba tener un hogar y una familia…

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– Estás guapísima -rozó sus labios con la boca-. ¿De verdad te has esforzado mucho por mí?

– No lo dudes.

– Estoy deseando comprobarlo -tocó su mejilla-. Y tienes razón. No he podido dejar de pensar en ti y en lo de anoche, incluso después de la llamada de Lisa.

– Me alegro.

Eric se sentó en el sofá, e hizo que ella apoyara la cabeza en su hombro.

– Háblame de tu día -pidió Eric.

– Nada comparable a tu llamada telefónica -admitió Hannah, tras contarle lo que había hecho. Pensó en la oportunidad que suponía para él el nuevo trabajo-. El puesto te exigirá mucha más responsabilidad.

– Lo sé, pero me gusta el reto. No creí que pudiera llegar a vicepresidente antes de cumplir los treinta. Esto es todo un acelerón.

– ¿Te habrías ido a otra ciudad por un cargo así? -inquirió ella, agradeciendo que no fuese necesario.

– Un ejecutivo debe tener movilidad -le acarició el pelo-. Me gusta esto, pero aparte del hospital y Empresas Bingham, no hay oportunidades en la zona.

Eso quería decir que si la empresa hubiera estado en Texas o en California, se habría trasladado. Hannah se sintió perdida y confusa. Por un lado, sabía que su relación era demasiado nueva para esperar nada de Eric, pero por otro deseaba decir «¿ Cómo podrías dejarme ?» Porque la dejaría, eso había quedado muy claro.

– Supongo que cuando te dan un puesto como ése, esperan mucho a cambio -musitó.

– Claro. Y muchas horas. Para ser vicepresidente júnior… -levantó la mano y la dejó caer en el sofá- Tendré que demostrar mi valía -su voz sonó encantada ante la perspectiva.

– Ya trabajas de cincuenta a sesenta horas a la semana. ¿Tendrías que trabajar más aún?

– Probablemente -afirmó él tras reflexionar.

– No tendrías mucho tiempo para la vida social -dijo ella con el corazón en un puño.

– Hablas igual que mi hermana. La preocupa que trabaje demasiado.

– Con razón -se volvió hacia él y decidió aprovechar la mención de su hermana, para no comprometerse ella-. ¿Qué le dices cuando te regaña?

– Que necesita centrarse en su propia vida -se inclinó hacia delante y apoyó los antebrazos en los muslos-. Sé que tiene parte de razón. No puedo pasarme toda la vida trabajando. En algún momento tendré que pensar en una familia. Pero no sé, yo no soy así.

No la habría sorprendido más si la hubiese abofeteado. Si no pensaba en una familia, ¿qué hacía con ella? Era una mujer embarazada, iba a tener un hijo. Deseó saltar sobre él, protestar a gritos y decirle que había hecho mal dejándola creer que podían llegar a algo. Porque ella sí era mujer de familia. Quería amar a alguien que la amase a su vez; ser lo primero en la vida de otra persona.

Había pensado que esa persona podría ser Eric. Equivocarse nunca le había dolido tanto. Le ardían los ojos y sentía pesadez en los brazos y las piernas. Pero no se rindió a las lágrimas. Eric y ella no habían hablado del futuro; nunca habían expresado sus deseos. Había creído que deseaba lo mismo que ella. Sobre todo cuando no le importó saber que estaba embarazada. Pero claro, no le importaba porque no pretendía llegar a nada serio. Tenía que echarlo de allí antes de derrumbarse.

– Mira -dijo, obligándose a sonreír-. Tienes miles de cosas en la cabeza y un currículum que actualizar. Podemos cenar otro día.

– ¿Seguro que no te importa? -su expresión de alivio fue como un puñalada para Hannah-. Sé que has dedicado tiempo a preparar la cena.

– La congelaré. No importa. De verdad -estaba deseando que se marchara para lamerse las heridas. Quería meterse en la cama y no volver a salir.

– Eres la mejor -Eric la besó en la mejilla y se puso en pie-. Te llamaré mañana.

– Perfecto. Eso estará bien.

Su voz sonó tranquila y Hannah se preguntó cuándo había aprendido a mentir tan bien. No creía que Eric fuese a llamarla y si lo hacía procuraría no alegrarse. Eric no era el hombre para ella. Tenía que convencerse y adaptar sus sueños en consecuencia.

Lisa Paulson era una mujer alta de unos cuarenta años. El director de Recursos Humanos de Empresas Bingham asistía a la entrevista, pero era obvio que Lisa estaba al mando y deseaba dejarlo claro. Eric estaba acostumbrado a las mujeres mandonas, gracias a su hermana y a su asistente y esa actitud no lo incomodó. Probablemente intentar irritarlo era parte de la prueba.

– Dime uno de tus defectos -exigió Lisa-. Y por favor, no digas que trabajas demasiado. Ésa es una respuesta muy aburrida.

– Sí que trabajo demasiado, pero no lo considero un defecto -Eric sonrió y consideró la pregunta-. Tengo expectativas elevadas de la gente que trabaja para mí. A veces me han dicho que soy demasiado exigente. Para mitigar eso, trabajo con mi equipo para definir los objetivos y crear un plan que permita alcanzarlos.

– De acuerdo, Eric -Lisa lo miró e hizo una anotación en su cuaderno-. Dame un minuto -se puso en pie y salió de la habitación.

– ¿Tiene usted alguna pregunta? -inquirió Eric, volviéndose hacia el director de Recursos Humanos.

– Sólo estoy aquí para escuchar -admitió el hombre-. Lisa es muy dura, pero tiene la habilidad de llegar al fondo de las cuestiones. Hemos conseguido muy buenos candidatos gracias a ella. Si te sirve de algo, lo hiciste muy bien.

– Gracias -Eric intentó ocultar su sorpresa. Normalmente los entrevistadores no daban datos.

La puerta de la sala de reuniones se abrió y Lisa volvió, seguida por Geoff Bingham. Era el primogénito y principal heredero de la empresa.

– Hola, Eric-saludó.

– Geoff -Eric se puso en pie y le dio la mano-. Me alegro de verte.

– Quería presentarte a Geoff -dijo Lisa-. No sabía que os conocíais.

– Es una ciudad pequeña -aclaró Eric-. Todos nos conocemos.

– Entonces no necesito darte datos sobre Eric.

Lisa enarcó las cejas.

– Probablemente no -admitió Geoff alegremente-. Pero lo harás.

– Tienes razón. Recibirás mi informe antes de que me marche -se volvió hacia Eric-. Encantada de haberte conocido -abandonó la sala con el hombre de Recursos Humanos.

– Lisa está impresionada -dijo Geoff sentando e indicando a Eric que lo imitara-. Eso no es frecuente.

– Gracias. Es una entrevistadora muy dura.

– Lo sé. Por eso la contratamos -se recostó en la silla-. Te encontró ella, pero cuando me presentó la lista de candidatos, iba a añadir tu nombre yo mismo.

Eso fue otra sorpresa para Eric. Aunque se conocían desde hacía años, nunca habían trabajado juntos.

– ¿Puedo preguntar por qué?

– Claro -asintió Geoff-. Mari te mencionó hace un par de días. Entre nosotros… Te puso por las nubes. Lo que más la impresionó fue que te esforzaras por ayudarla cuando no ganabas nada con ello.

– Creo que su centro de investigación será ventajoso para el hospital y para la comunidad. Por eso lo apoyé.

– Te sorprendería saber cuántas personas no están dispuestas a hacer lo correcto sin la motivación de un beneficio personal. Cuando me contó lo ocurrido supe que te quería en la lista de candidatos. Eres el tipo de persona que queremos aquí, en Empresas Bingham.

– Gracias.

– Alguien se pondrá en contacto contigo pronto, Eric -Geoff se levantó y le ofreció la mano-. Has pasado a la siguiente ronda de entrevistas.

– Fantástico.

Volvieron a darse la mano y Eric fue hacia la puerta de salida. Hizo lo que pudo para no sonreír como un tonto, pero deseaba gritar de alegría. Se había librado del tiempo de espera habitual tras una entrevista.

Tendría competencia en la siguiente ronda, pero no lo preocupaba. Si hacía falta, trabajaría toda la noche para preparar su presentación. Mientras se dirigía al coche, hizo una lista mental. Tenía que llamar a Mari para darle las gracias. Y a Hannah, que había sido muy comprensiva la otra noche; enviarle flores y quizá pasar a visitarla.

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