Susan Mallery - Arenas de pasión

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¿Cómo se atrevía aquel hombre a hacer algo así? ¿Y cómo se atrevía su cuerpo a traicionarla de aquella manera? ¿Cómo era posible que sintiera lo que sentía con sólo notar el roce del príncipe Kardal Khan? Lo único que había deseado en toda su vida era tener alguien a quien amar… pero jamás habría pensado que se enamoraría del hombre que la había secuestrado y la había convertido en su esclava.
Quizá fuera el príncipe de la Ciudad de los Ladrones, pero en lo que se refería a la princesa Sabra, él no había robado nada; al rescatarla en medio del desierto lo que había hecho era recuperar lo que era suyo. Porque, aunque ella no lo supiera, aquella bella y testaruda mujer estaba destinada a convertirse en su esposa.

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– Kardal, ¿cómo sé que no se trata de una estrategia para conseguir lo que quieres? -le preguntó.

– No lo puedes saber -contestó él – Así que te pido que me rechaces. Luego me desterrarán.

– ¿Qué?, ¿Abandonarías la ciudad?, ¿El desierto?

– Sí. Y una vez desterrado, volvería a ti y me pasaría el resto de mi vida convenciéndote de que te amo -Kardal sonrió. Una sonrisa cálida y luminosa que empezó a sanar las heridas del corazón de Sabrina-. Puedo vivir sin la ciudad, pero no podría sobrevivir sin ti.

Sabrina dio un paso adelante, se paró. ¿Qué debía hacer? Quería creerlo, pero no sabía si debía.

– Obedece tu corazón -le dijo Cala mientras se abrazaba a Givon-. Sabrina, confía en lo que te diga el corazón.

– No te cases conmigo -repitió Kardal-. Por favor. Haz que me destierren. Te juro que volveré a tí. Te lo demostraré. Te adoraré como el sol adora la Ciudad de los Ladrones.

– Kardal…

– Sabrina, tenías razón. No quería reírme de ti, pero me porté mal. Te mereces estar segura de que te quiero. Destiérrame. Destiérrame y te amaré toda la vida -insistió él-. Sabes que estamos hechos el uno para el otro. Somos demasiado parecidos para ser felices con otra persona. Deja que te demuestre mi amor.

– ¡No!

Sabrina negó con la cabeza, se dio la vuelta y salió corriendo. Demasiada información. Demasiadas preguntas. ¿Desterrar a Kardal?, ¿obligarlo a perder todo para demostrarle su amor?

Alcanzó su habitación y se encerró dentro. Oyó pisadas afuera. Luego, su padre entró en el dormitorio.

– No es ningún farol -dijo Hassan-. Givon y yo lo desterraremos.

– Yo no quiero eso -contestó Sabrina-. Solo quiero estar segura.

– ¿Qué te convencería?, ¿Que renunciase a lo que más quiere?

Era lo que Kardal había hecho. Sabrina pensó en la bella Ciudad de los Ladrones y en lo feliz que Kardal era allí. Pensó en todas las veces que había ido a hablar con ella, a pedirle consejo, a compartir sus miedos. Un hombre que no la quisiera no haría algo así. Había sido arrogante y estúpido. Era un príncipe, un hombre. ¿Por qué se sorprendía tanto?

– Lo quiero -dijo de pronto y se abrazó a su padre. Por primera vez en su vida, este le devolvió el abrazo.

– Me alegro. Después de todo, podrías estar embarazada de su hijo.

– No se me había ocurrido -susurró Sabrina. ¿Embarazada?, ¿De Kardal?

Su corazón se colmó de alegría. De alegría y de una certeza que alivió todo el dolor que había sufrido. Lo quería. Cala tenía razón. Debía obedecer a su corazón.

Sabrina se acercó a los baúles que se había llevado del palacio. Abrió uno de ellos. Dentro había decenas de tesoros.

– Están por aquí -dijo mientras buceaba entre diamantes y otras piedras preciosas

Abrió un segundo baúl, luego otro. Por fin sacó dos brazaletes de esclavo. Eran de oro macizo, grandes, diseñados para las muñecas y los antebrazos de un hombre.

– Me asombra tu creatividad -dijo Hassan.

– Gracias.

Sin dejar de sonreír, regresó a la entrada de la villa. Todos seguían allí, incluido Kardal, todavía de rodillas. Se puso frente a él y ordenó a los guardias que lo dejaran libre.

– He tomado una decisión -anunció. Kardal esperó a que lo soltaran. Luego se puso de pie. Sabrina sacó los brazaletes. Kardal la miró. Sin decir una palabra, le ofreció las muñecas. Sabrina le colocó los brazaletes-. Que sirva como recordatorio de que podía haberte desterrado… aunque he decidido casarme contigo.

Los ojos de Kardal se iluminaron de amor. Le acarició una mejilla.

– La mayoría de las parejas prefieren intercambiarse anillos.

– No somos como la mayoría de las parejas -dijo ella.

– Me pasaré el resto de la vida demostrándote que te quiero -Kardal la abrazó y la besó-. Siento mucho haberte hecho daño. No pretendía hacerte sentir que no te quería.

– Lo sé.

– Entonces ¿me perdonas?

– Te quiero. No tengo otra opción.

– La has tenido -Kardal la miró a los ojos-. Habría vuelto por ti aunque me hubiesen desterrado.

– Lo sé, pero así puedes tenerme a mí y conservar la ciudad.

– He querido esa ciudad toda mi vida -reconoció Kardal-, pero tú serás siempre la dueña de mi corazón.

Volvió a besarla y se oyó a Cala suspirar detrás de ellos.

– Me alegra que esto acabe bien -dijo Hassan-. Por un momento llegué a pensar que lo desterrarías. Ahora… debo volver a casa y ocuparme del resto de la familia -añadió tras aclararse la garganta.

Sabrina levantó la cabeza y miró a su padre.

– ¿Están bien mis hermanos?, ¿Pasa algo?

– Nada malo -Hassan sonrió – Tengo cuatro hijos y ya es hora de que se casen.

– ¿Esta para volver a casa, pajarillo? -le susurró Kardal al oído-. Tenemos que organizar une boda.

– Tenemos que hacer un par de cosas más también -Sabrina sonrió-. Una de ellas es encontrar las llaves de estos brazaletes -añadió y Kardal rió.

– Siempre te querré, Sabrina. Seré fiel como el desierto, toda la vida y la vida siguiente.

– Me conformo con eso -contestó ella. Luego se abrazaron y echaron a andar, listos para empezar la aventura de una nueva vida.

SUSAN MALLERY

Arenas de pasión - фото 2
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