– Kardal, ¿cómo sé que no se trata de una estrategia para conseguir lo que quieres? -le preguntó.
– No lo puedes saber -contestó él – Así que te pido que me rechaces. Luego me desterrarán.
– ¿Qué?, ¿Abandonarías la ciudad?, ¿El desierto?
– Sí. Y una vez desterrado, volvería a ti y me pasaría el resto de mi vida convenciéndote de que te amo -Kardal sonrió. Una sonrisa cálida y luminosa que empezó a sanar las heridas del corazón de Sabrina-. Puedo vivir sin la ciudad, pero no podría sobrevivir sin ti.
Sabrina dio un paso adelante, se paró. ¿Qué debía hacer? Quería creerlo, pero no sabía si debía.
– Obedece tu corazón -le dijo Cala mientras se abrazaba a Givon-. Sabrina, confía en lo que te diga el corazón.
– No te cases conmigo -repitió Kardal-. Por favor. Haz que me destierren. Te juro que volveré a tí. Te lo demostraré. Te adoraré como el sol adora la Ciudad de los Ladrones.
– Kardal…
– Sabrina, tenías razón. No quería reírme de ti, pero me porté mal. Te mereces estar segura de que te quiero. Destiérrame. Destiérrame y te amaré toda la vida -insistió él-. Sabes que estamos hechos el uno para el otro. Somos demasiado parecidos para ser felices con otra persona. Deja que te demuestre mi amor.
– ¡No!
Sabrina negó con la cabeza, se dio la vuelta y salió corriendo. Demasiada información. Demasiadas preguntas. ¿Desterrar a Kardal?, ¿obligarlo a perder todo para demostrarle su amor?
Alcanzó su habitación y se encerró dentro. Oyó pisadas afuera. Luego, su padre entró en el dormitorio.
– No es ningún farol -dijo Hassan-. Givon y yo lo desterraremos.
– Yo no quiero eso -contestó Sabrina-. Solo quiero estar segura.
– ¿Qué te convencería?, ¿Que renunciase a lo que más quiere?
Era lo que Kardal había hecho. Sabrina pensó en la bella Ciudad de los Ladrones y en lo feliz que Kardal era allí. Pensó en todas las veces que había ido a hablar con ella, a pedirle consejo, a compartir sus miedos. Un hombre que no la quisiera no haría algo así. Había sido arrogante y estúpido. Era un príncipe, un hombre. ¿Por qué se sorprendía tanto?
– Lo quiero -dijo de pronto y se abrazó a su padre. Por primera vez en su vida, este le devolvió el abrazo.
– Me alegro. Después de todo, podrías estar embarazada de su hijo.
– No se me había ocurrido -susurró Sabrina. ¿Embarazada?, ¿De Kardal?
Su corazón se colmó de alegría. De alegría y de una certeza que alivió todo el dolor que había sufrido. Lo quería. Cala tenía razón. Debía obedecer a su corazón.
Sabrina se acercó a los baúles que se había llevado del palacio. Abrió uno de ellos. Dentro había decenas de tesoros.
– Están por aquí -dijo mientras buceaba entre diamantes y otras piedras preciosas
Abrió un segundo baúl, luego otro. Por fin sacó dos brazaletes de esclavo. Eran de oro macizo, grandes, diseñados para las muñecas y los antebrazos de un hombre.
– Me asombra tu creatividad -dijo Hassan.
– Gracias.
Sin dejar de sonreír, regresó a la entrada de la villa. Todos seguían allí, incluido Kardal, todavía de rodillas. Se puso frente a él y ordenó a los guardias que lo dejaran libre.
– He tomado una decisión -anunció. Kardal esperó a que lo soltaran. Luego se puso de pie. Sabrina sacó los brazaletes. Kardal la miró. Sin decir una palabra, le ofreció las muñecas. Sabrina le colocó los brazaletes-. Que sirva como recordatorio de que podía haberte desterrado… aunque he decidido casarme contigo.
Los ojos de Kardal se iluminaron de amor. Le acarició una mejilla.
– La mayoría de las parejas prefieren intercambiarse anillos.
– No somos como la mayoría de las parejas -dijo ella.
– Me pasaré el resto de la vida demostrándote que te quiero -Kardal la abrazó y la besó-. Siento mucho haberte hecho daño. No pretendía hacerte sentir que no te quería.
– Lo sé.
– Entonces ¿me perdonas?
– Te quiero. No tengo otra opción.
– La has tenido -Kardal la miró a los ojos-. Habría vuelto por ti aunque me hubiesen desterrado.
– Lo sé, pero así puedes tenerme a mí y conservar la ciudad.
– He querido esa ciudad toda mi vida -reconoció Kardal-, pero tú serás siempre la dueña de mi corazón.
Volvió a besarla y se oyó a Cala suspirar detrás de ellos.
– Me alegra que esto acabe bien -dijo Hassan-. Por un momento llegué a pensar que lo desterrarías. Ahora… debo volver a casa y ocuparme del resto de la familia -añadió tras aclararse la garganta.
Sabrina levantó la cabeza y miró a su padre.
– ¿Están bien mis hermanos?, ¿Pasa algo?
– Nada malo -Hassan sonrió – Tengo cuatro hijos y ya es hora de que se casen.
– ¿Esta para volver a casa, pajarillo? -le susurró Kardal al oído-. Tenemos que organizar une boda.
– Tenemos que hacer un par de cosas más también -Sabrina sonrió-. Una de ellas es encontrar las llaves de estos brazaletes -añadió y Kardal rió.
– Siempre te querré, Sabrina. Seré fiel como el desierto, toda la vida y la vida siguiente.
– Me conformo con eso -contestó ella. Luego se abrazaron y echaron a andar, listos para empezar la aventura de una nueva vida.
***