Menos de un minuto después, oyó la voz de su madre al otro lado de la línea.
– ¡Emma! Cuánto me alegro de oírte. ¿Dónde estás, cariño? George, es Emma. Toma el otro teléfono.
– Hola, gatita -se oyó la voz de su padre a los pocos segundos.
Al oír el familiar saludo de su padre, Emma pudo respirar de alivio por fin. Por primera vez en tres días, la tensión abandonó su cuerpo.
– ¿Estás disfrutando de tus vacaciones? -Le preguntó su madre-. He oído que la primavera en San Francisco es preciosa. ¿Hay mucha niebla?
Emma puso una mueca de desagrado al recordar la mentira que les había contado a sus padres. Alex se lo había sugerido y ella había aceptado, pero ahora se preguntaba si la idea original no habría sido de Reyhan.
– No estoy en San Francisco -les dijo.
– ¿Qué? -preguntó su padre, preocupado-. ¿Hubo algún problema con el avión? ¿Necesitas que vayamos a por ti?
– No. Estoy bien. Estoy en Bahania.
– ¿En las Bahamas? -preguntó su madre.
– No. En Bahania. Está junto a El Bahar. En Oriente Medio. Estoy aquí por Reyhan.
Su madre ahogó un grito.
– Sabía que ese hombre tan horrible no se quedaría sin hacer nada. Oh, George, la ha secuestrado. Tenemos que llamar a la policía. Ellos sabrán qué hacer.
– Espera, Janice. No saques conclusiones precipitadas. ¿Estás bien, gatita? ¿Te ha hecho daño?
– No, papá. Reyhan ha sido muy amable -no tenía intención de mencionar el beso que acababan de compartir-. ¿Por qué dices que sabías que no se quedaría sin hacer nada, mamá? Me dijiste que nunca se molestó en venir a verme.
Hubo un largo silencio. Finalmente, fue su padre quien habló.
– Es posible que se pasara un par de veces por aquí.
En lo más profundo de su corazón Emma no se sorprendió. Sus padres la querían e intentaban protegerla de todo. Eso incluía lo que ellos veían como a un hombre peligroso que intentaba aprovecharse de su hija. El problema era que ahora tenía que dudar de todo lo que le habían dicho, incluyendo la farsa de su matrimonio y todo lo que siguió.
– Vuelve a casa, Emma -le suplicó su madre-. No perteneces a ese sitio. Nosotros iremos a por ti, si quieres. ¿No te gustaría? Y luego podríamos ir todos a Galveston. Falta poco para el verano. Podría llamar para hacer una reserva y…
– No, mama. No voy a volver a casa todavía, y no quiero que vengáis a por mí. Estoy bien. Sólo… -se detuvo, sin saber cómo explicar lo que estaba haciendo.
– Ese hombre va a hechizarte -dijo su madre-. Igual que hizo antes. No está bien. Debería estar en la cárcel.
– ¿Por qué? -Preguntó Emma-. Se casó conmigo y se preocupó en mantenerme -la tristeza la invadió. Tristeza por lo que había pasado y por lo que ella había creído. Y tristeza porque sus padres no hubieran confiado en ella para decirle la verdad.
– El te abandonó -señaló su padre-. ¿Qué clase de hombre haría eso? Intentó lavarte el cerebro, como está haciendo ahora.
– Emma, nunca has sido lo bastante fuerte para cuidar de ti misma -dijo su madre en tono suplicante -. Eso lo sabes, ¿verdad? Oh, cariño, vuelve a casa. Aquí es donde tienes que estar, con nosotros.
Emma ignoró las súplicas. Ella sabía que era lo bastante fuerte. Su independencia se la había ganado a pulso.
– Él no me abandonó, papá -dijo-. Y fue a verme cada día. Llamó cuando estaba en Bahania por el funeral de su tía, y en cuanto volvió a Texas prácticamente montó guardia delante de la casa, ¿no es cierto?
– ¿Eso es lo que te ha dicho?
– Sí. ¿Está mintiendo?
Su padre volvió a guardar un largo silencio.
– Vino unas cuantas veces.
Emma aferró el auricular con fuerza. Reyhan le había dicho la verdad sobre todo.
– Le dijiste que yo no quería verlo. Decidiste por mí.
– Gatita, no estabas en un estado para hablar con él. ¿Has olvidado lo que tuviste que pasar?
No, no lo había olvidado. El dolor siempre la acompañaría.
– Mamá, ¿tú le escribirte la carta diciéndole que no quería volver a verlo?
– Yo… Oh, Emma. Era lo mejor.
Emma cerró los ojos y se preguntó cómo habría sido su vida de haberlo sabido. Había amado a Reyhan todo lo que le permitía su corazón infantil, y se habría ido con él sin dudarlo.
¿Acaso era eso lo que sus padres habían temido? ¿Que su única hija viviera a medio mundo de distancia, en una tierra extraña?
Si lo hubiera sabido…
– ¿Y qué me decís del dinero? -preguntó, más resignada que furiosa-. ¿Por qué tampoco me dijisteis nada de eso?
– Pensamos que lo mejor para ti era no preocuparte por eso -dijo su madre en tono remilgado.
– Tengo que pagar los préstamos para mis estudios y un coche de diez años -replicó ella-. No teníais derecho a ocultarme esa información. Que gastara o devolviera ese dinero era asunto mío.
– Eras muy joven, gatita -dijo su padre.
– Demasiado joven -añadió su madre.
– Reyhan dice que me envió una carta diciéndome que no fuera orgullosa y que aceptara el dinero. A partir de entonces, alguien empezó a sacar dinero de la cuenta regularmente. ¿Qué hicisteis con ese dinero?
– No lo gastamos -se apresuró a decir su madre, aparentemente indignada-. Únicamente lo transferimos a otra cuenta. Sigue todo ahí, cariño. Te enseñaré los extractos bancarios cuando vuelvas a casa.
Emma se sentía agotada. Había sido una tarde con demasiadas emociones.
– ¿Pensabais decirme la verdad alguna vez?
– Por supuesto -dijo su madre.
– Te queremos -añadió su padre.
– ¿Cuándo? Oh, dejad que lo adivine… Cuando pensarais que fuese lo bastante mayor.
– Exacto.
Tenía veinticuatro años y era independiente. Tenía un trabajo, un apartamento y algo parecido a una vida propia. ¿A qué estaban esperando sus padres?
Estaba segura de que en el fondo habían pensado decirle lo que había ocurrido, pero lo habían pospuesto lo más posible. En parte porque no querían que se enfadara con ellos, y en parte porque no querían que volviera con Reyhan. Empezaba a sospechar que habrían hecho cualquier cosa con tal de mantenerla con ellos. Incluso mentir sobre su matrimonio.
– ¿Por qué me dijisteis que mi matrimonio era una farsa? -les preguntó.
– No estábamos seguros -dijo su madre-. El abogado que contratamos no pudo verificarlo. Nos pareció que era lo mejor.
– ¿El qué? ¿Decirme que no estaba casada cuando sí lo estaba? ¿Y si me hubiera enamor ado de otra persona y me hubiese vuelto a casar? Habría sido una bígama.
– Si te hubieras comprometido en serio con alguien, te lo habríamos dicho -le aseguró su padre-. Emma, tienes que entendernos. Sólo queríamos lo mejor para ti.
Eran las palabras que llevaba oyendo toda la vida. Durante mucho tiempo las había creído, pero ahora no estaba tan segura. ¿Sus padres querían lo mejor para ella o para ellos mismos?
– Tengo que irme -dijo-. Os llamaré cuando vuelva a casa.
– ¡Emma, no! -exclamó su madre, frenética-. No puedes quedarte ahí. Estás muy lejos.
– Volveré dentro de dos semanas. No os preocupéis. Todo va bien.
– Pero, Emma…
– Os quiero -dijo ella, y colgó.
Sola, confusa y exhausta, se acurrucó en el extremo del sofá y se preguntó cuándo su vida se había vuelto del revés y qué iba a hacer para volver a encauzarla.
A la mañana siguiente, Emma se despertó con la cabeza llena de preguntas y un dolor agudo en el estómago. Sabía que lo último era el resultado de los sueños eróticos que había tenido con Reyhan. En ellos, él la poseía una y otra vez y ella sucumbía dichosamente y participaba de la pasión.
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