– Era…
De camino hacia allí, Julie había intentado encontrar la manera de describir la situación de manera graciosa para no convertirlo en otra experiencia patética más con los hombres. Pero no recordaba una sola cosa de lo que había planeado decir, y se sorprendió a sí misma y, sobre todo, a sus hermanas cuando comenzó a llorar.
– ¿Julie?
Marina la abrazó desde su lado y Willow se arrodilló frente a ella. Alguien le quitó el café de la mano. Se secó las lágrimas y dijo:
– No era un jorobado de un solo brazo. Era agradable. Encantador y sexy, y bailamos, y me hizo reír.
Ya había decidido no mencionar que se había acostado con él. Lo confesaría más tarde, pero, de momento, no podía admitir que hubiese sido tan tonta.
También había sido tan cuidadosa. Desde Garrett, había evitado a los hombres, y el sexo y los compromisos. Viendo lo que Ryan había resultado ser, le habría ido mejor seguir estando sola.
– ¿Qué salió mal? -preguntó Willow-. ¿Era una mujer en el fondo?
Eso hizo que Julie se riera.
– No, pero eso habría sido interesante. Me mintió… en todo.
Les contó cómo él había fingido ser Todd para darle una lección.
– Dio por hecho que yo estaba allí por el dinero, así que su plan era hacer que me lo pasara bien, conseguir que me sintiera atraída por él y luego decirme la verdad.
– ¿Qué? -Marina se puso en pie y se colocó las manos en las caderas- Eso es horrible. No lo hiciste por el dinero. Lo hiciste por la abuela. Perdiste. ¿Le dijiste que perdiste porque siempre juegas con las tijeras?
– Lo mencioné.
– Supongo que esto te mantendrá alejada de los hombres durante mucho tiempo, ¿verdad? -dijo Marina, sentándose a su lado.
Julie asintió, y dijo:
– Creo que tendré una larga recuperación.
– ¿Quieres que me encargue de él? -preguntó Willow.
Julie volvió a reírse. Willow medía metro sesenta. Era peleona por dentro, pero por fuera se parecía más a una niña que a una culturista.
– No pasa nada -dijo Julie- Gracias por la oferta, pero él es grande y fuerte.
– Pero yo tengo velocidad y el elemento sorpresa de mi parte.
– Os quiero, chicas -dijo Julie.
– Nosotras también te queremos -dijo Marina-. Pero estoy tan enfadada. Tal vez Willow y yo podamos con él.
– No lo creo.
– También odio a Todd -dijo Willow-. El es parte de esto. ¿Cómo puede querer la abuela que nos casemos con alguien tan horrible?
– Tal vez ella no lo sepa -murmuró Marina.
– Tal vez sea la razón por la que nos ofreció el dinero -dijo Julie-, No importa. Se acabó. No voy a volver a ver a Ryan jamás.
Ni a pensar en él. Sólo que tenía la sensación de que olvidarse de él le iba a resultar más difícil de lo que pretendía.
– ¿Quieres que no se lo digamos a mamá? -pre¬guntó Willow-. Ya sabes cómo se preocupa.
– Eso sería genial -dijo Julie-. Probablemente tendré que mencionarlo en algún momento, pero, si pudiera esperar un poco, sería más fácil.
– Claro -dijo Marina-. Lo que tú quieras.
– Así que sentís tanta pena por mí, que podría conseguir que hicieseis cualquier cosa, ¿no? -preguntó Julie con una sonrisa.
Sus hermanas asintieron.
Si se hubiera sentido mejor, tal vez hubiera bromeado con ellas pidiéndoles que llevaran a cabo una tarea descabellada. En vez de eso, dejó que la reconfortaran y se dijo a sí misma que, con el tiempo, olvidaría que había conocido a Ryan Bennett.
Julie miró por la ventana de su despacho y trató por todos los medios de entusiasmarse con la vista. Podía ver principalmente el edificio de al lado, pero a su derecha también podía ver claramente Long Beach.
Había sido ascendida la semana anterior y trasladada a unas oficinas mayores. Ahora tenía una secretaria compartida y un aumento importante. También tenía grandes planes para celebrar ese fin de semana con una escapada de compras. Willow y Marina habían prometido ir con ella.
Todo eso era bueno. Ella era lista, tenía éxito, iba ascendiendo en la carrera deseada. ¿Entonces por qué no podía dejar de pensar en Ryan?
Habían pasado tres semanas desde aquella noche desastrosa en que él había aparecido en su vida haciéndole pensar que las cosas podrían ser diferentes. Tres semanas recordando, soñando con él, deseándolo.
Eso era lo que más le molestaba; que su propio cuerpo la traicionara. Podía mantenerse cuerda durante el día, pero, cuando finalmente se quedaba dormida, él aparecía en sus sueños. Se despertaba varias veces durante la noche, excitada, ansiosa por sentir su tacto. Esos no eran los síntomas de una mujer que estaba olvidando a un hombre.
– Quiero que desaparezca -susurró.
¿Pero cómo hacer que eso ocurriera? Hasta que no había descubierto la verdad, él había sido la mejor noche de su vida.
Y también había sido persistente. La había llamado tres veces y le había enviado una cesta con bombones, vino y la primera temporada de La isla de Gilligan en DVD.
Colocó una mano sobre el cristal. Las cosas tenían que mejorar. No podía recordar a Ryan para siempre. Era una cuestión de disciplina y, tal vez, de un poco menos de café.
Se dio la vuelta para regresar al escritorio, pero no lo consiguió exactamente. Al dar un paso, toda la habitación comenzó a dar vueltas.
Lo primero que pensó fue que se trataba de un terremoto, pero no hubo ningún ruido. Lo segundo que pensó fue que jamás se había sentido tan mareada en su vida. Agudizó la visión y se dio cuenta de que era probable que fuese a desmayarse.
Consiguió llegar hasta su silla y allí se derrumbó. Tras respirar profundamente, la cabeza se le despejó, pero entonces fue el estómago el que empezó a rebelarse.
Pensó en lo que había comido y se preguntó si habría tomado comida en mal estado. Al descartar esa posibilidad, consideró una posible gripe. Aún no era la época, pero podía pasar.
¿No habría algún medicamento que pudiera tomar para disminuir los síntomas? Miró la pila de trabajo que le esperaba, descolgó el teléfono y marcó un número muy familiar.
– Hola, mamá, soy yo. Estoy bien. Más o menos. ¿Hay alguna oleada de gripe por aquí?
– ¿Cómo te sientes? -le preguntó su madre dos horas después mientras Julie se sentaba en una de las consultas del doctor Greenberg. Una de las ventajas de que Naomi fuera la gerente de la oficina era que Julie y sus hermanas nunca tenían que esperar para conseguir una cita.
La habían pesado, le habían sacado sangre y hecho un análisis de orina.
– Me siento extraña -dijo Julie-. Mareada, pero bien. Sigo teniendo ganas de vomitar, pero no lo consigo.
– Pobrecita -dijo Naomi mientras le ponía la mano en la frente a su hija.
– Tengo veintiséis años, mamá. No soy una niña.
– Para mí siempre serás mi pequeña. Deja que te traiga algo con gas. Eso te asentará el estómago.
Julie vio cómo su madre desaparecía. Las tres hermanas habían heredado el pelo rubio y los ojos azules. Julie y Marina habían heredado la altura de su padre, mientras que Willow era pequeña.
En su clase de ciencias del instituto, Julie se había sentido fascinada por cómo dos personas podían haber engendrado a tres hijas tan parecidas en algunos aspectos y tan distintas en otros.
– Aquí tienes -dijo su madre al regresar, entregándole un vaso de cartón-. El doctor Greenberg estará aquí enseguida.
En ese momento, el hombre entró en la sala.
– Julie, ya no vienes a verme -dijo-. ¿Qué pasa? ¿Ahora que eres una importante abogada no tienes tiempo para un simple médico?
– Me muevo en círculos muy selectos -dijo ella con una sonrisa.
Su madre salió de la habitación y el doctor Greenberg le estrechó la mano a Julie y le dio un beso en la mejilla.
Читать дальше