Carly Phillips - Hasta el final

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La recatada belleza sureña Regan Davis era la perfecta novia inocente y ruborizada, no la novia abandonada. Pero después de encontrar aquel libro, decidió que ya estaba bien. Iba a demostrar que era lo bastante mujer para seducir al sexy Sam Daniels… y nada de ruborizarse.

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Porque a Sam verdaderamente le gustaba. La piel de la mujer era tan suave como su voz y tan cálida como el deseo que lo obligaba a permanecer junto a ella.

– ¿Fue idea tuya o de él? De anular la boda, me refiero.

– Suya -respondió ella encogiéndose de hombros. Incluso aquel gesto cotidiano estaba impregnado de una delicadeza exquisita-. Pero nos ha hecho un favor a los dos. Aunque sea un mentiroso hijo de perra -masculló en voz baja.

– A mí me parece que estás mejor sin él.

– Dime algo que no sepa -replicó ella irónicamente, volviéndose hacia él-. ¿Y qué hace un hombre como tú en un sitio como éste? -una extraña sonrisa curvó sus labios-. ¿Eres el novio, el padrino o el ujier?

– El padrino.

Ella lo recorrió descaradamente con la mirada, desde la punta de los zapatos hasta lo alto de la cabeza.

– Eso sí que me lo creo.

– Creo que me lo tomaré como un cumplido.

Ella se echó a reír.

– Lo es. Y creo que deberías decirme lo que estás buscando -le dijo, bajando la mirada a sus manos entrelazadas.

Una vez más lo dejaba perplejo. Acostumbrado a llevar la iniciativa, Sam no supo cómo responder. Se sentía atraído por ella. La deseaba sexualmente. Ése había sido el comienzo. Pero ahora se daba cuenta de que esa mujer estaba herida y, aunque su reacción lo desconcertara, quería aliviarle su dolor y oír otra vez su risa. Quería volver a casa el domingo sabiendo que la había dejado con un recuerdo feliz.

Pero la única manera de describir su deseo era una aventura sin compromiso. Su cuerpo estaba dispuesto y preparado desde que la vio. El único problema radicaba en que el estado de esa mujer era muy vulnerable y él no quería causarle más dolor. La decisión tenía que ser de ella.

Regan clavó la mirada en los ojos de aquel guapo desconocido de pelo negro y sintió que se derretía como el chocolate al sol. Su cara necesitaba un afeitado y sus ojos verdes ardían de deseo. Era exactamente el tipo de hombre con el que ella fantaseaba para ejercer su independencia.

Sin embargo, por muy interesado que se hubiera mostrado al principio, y por muy descarado que hubiera sido al tomarla de la mano, ahora parecía dudoso.

– Deja que te lo ponga fácil -dijo ella, acercándose. Tomó aire en una profunda y temblorosa inspiración. Después de todo, nunca le había hecho una proposición a un hombre y todo aquello era muy repentino. Por mucho que quisiera olvidarse de su refinamiento sureño, no le vendría mal un poco de ese decoro tan anticuado.

– Acabo de salir de una mala experiencia y de momento no busco nada duradero. Pero sí quiero hacerme cargo de mi vida y quiero empezar ahora -se detuvo y lo miró fijamente a los ojos. El corazón le latía desbocado sólo de mirarlo, y la respiración se le cortó cuando vio las llamas de deseo en las profundidades de sus penetrantes ojos-. Y quiero empezar contigo.

Él se llevó su mano a la boca y presionó los labios contra los nudillos. Una ola de calor líquido le lamió la piel a Regan.

– Te escucho -murmuró él, obviamente interesado.

Si con un simple beso en la mano podía provocarle ese calor, Regan se preguntó qué podría hacer con los labios y la lengua en otras partes de su cuerpo.

No podía creer que estuviera teniendo esos pensamientos con un hombre al que acababa de conocer, ni que estuvieran teniendo una conversación semejante. Pero ella había querido empezar su nueva vida justo en ese momento y el destino le había enviado a aquel hombre. No estaba dispuesta a rechazarlo.

– Sólo tengo este fin de semana, antes de volver a Georgia y darle la noticia de la ruptura a mi familia.

Él asintió con un brillo malicioso en los ojos.

– Qué casualidad… Yo también tengo este fin de semana antes de volver a California. Salvo un par de compromisos formales que debo atender, puedo ser todo tuyo. ¿Qué tienes pensado?

Regan aferró el tirante del bolso con su mano libre. Dentro estaba la página doblada de su «sexcapada». ¿Estaría dispuesto aquel hombre a juegos de sumisión?

¿Lo estaría ella?

– Estoy cansada de ser una buena chica y de hacer siempre lo correcto.

– Quieres ser mala.

Ella asintió.

– Muy mala -respondió. Con manos temblorosas, abrió el bolso y sacó la hoja para ofrecérsela a… Parpadeó sorprendida-. Me acabo de dar cuenta de que ni siquiera sé tu nombre.

Él miró la hoja y luego a ella, con sus verdes ojos llenos de intriga y deseo.

– Bueno, si vas a atarme, creo que antes deberíamos presentarnos.

Capítulo 2

– Regan Davis -dijo ella, ofreciéndole la mano para que se la estrechara. Era un gesto ridículo, teniendo en cuenta que él ya le había besado la piel y que sus pezones se marcaban a través del sujetador y la blusa.

– Sam Daniels -dijo él con una sonrisa torcida-. Me parece absurdo que nos estrechemos las manos en una situación como ésta, ¿no crees?

Le había leído el pensamiento. Y sí, a ella también le parecía absurdo. Pero las presentaciones formales exigían un apretón de manos formal, y Regan Davis había sido educada como una mujer decente.

– Demonios… -masculló, obligándose a expulsar la blasfemia desde el fondo de su garganta.

Él arqueó interrogativamente una ceja y Regan suspiró.

– Verás, soy una dama sureña en todos sus aspectos y quiero desprenderme de esa educación refinada, pero si sigo cayendo en ese comportamiento tan correcto, nunca tendré la aventura que quiero -explicó. Su pundonor le impediría salir de Divine Events con aquel hombre, ¡y lo que más deseaba era acabar en una cama con él!

– Sí, Regan, la tendrás -dijo él, tirando de ella para ponerla en pie.

Regan se estremeció por el modo tan seductor con que pronunciaba su nombre.

– Sólo tienes que recordar que hemos dejado muy atrás la fase de las presentaciones formales y no tendrás ningún problema -siguió él. Agitó la hoja de la «sexcapada» frente a los ojos de Regan antes de doblarla y metérsela en el bolsillo trasero de los vaqueros, que se ceñían tentadoramente a un perfecto trasero masculino-. Si quieres recuperarla, tendrás que venir a por ella -añadió con una sugerente sonrisa.

Aquélla sí que era una idea emocionante, pero antes de que Regan pudiera responder, una voz los interrumpió.

– Hola -los saludó Cecily Divine, propietaria de Divine Events, entrando en el vestíbulo-. ¿Puedo ayudaros?

– No, gracias, ya nos íbamos -dijo Regan, tomando la decisión por ambos.

Cecily asintió.

– Muy bien. Ha empezado a llover. ¿Queréis que os pida un taxi?

Si Cecily pensaba que había algo extraño en ellos, no lo demostró.

– ¿Regan? -preguntó Sam, dejándole a ella la elección del transporte.

– Podemos tomar el tren. Mi apartamento está en Lincoln Park, junto a la estación DePaul -dijo. Y una de sus decisiones era ser más mundana y dejar de moverse en taxi cuando podía desplazarse en tren o autobús.

Cecily se encogió de hombros.

– Como queráis. Iré a atender a otros clientes -se acercó a Regan y le dio un rápido abrazo-. Cuídate, ¿de acuerdo? -se apartó y le estrechó la mano a Sam-. Te veré esta noche para la cena de ensayo.

Como el torbellino que era, Cecily desapareció tan rápidamente como había aparecido.

– ¿Listo? -preguntó Regan.

– Siempre. He venido directamente desde el aeropuerto, así que tengo la bolsa en el guardarropa.

Fue a por sus cosas, sin mostrar la menor vacilación ante la perspectiva de irse con ella. Regan tampoco lo dudaba, pero aun así tragó saliva.

Sam volvió con una bolsa de viaje en la mano y juntos se encaminaron hacia la salida. Él abrió la puerta y la sostuvo para que ella saliese.

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