Jack estiró las piernas todo lo que pudo pero se cercioró de no tocar a Mallory
– Eso hemos venido a averiguar. Entonces decidiremos cómo exponer las faltas de ella a favor de nuestro cliente.
– Ha empleado un giro interesante… las faltas de ella.
– ¿Y eso?
– Da por hecho que la desintegración del matrimonio ha sido culpa de la señora Lederman. Siempre existe la posibilidad de que nuestro cliente tenga igual parte de culpa. Y si ese es el caso, necesitaremos darle un giro positivo a los actos negativos de él.
Él apoyó la cabeza en el respaldo y la miró.
– Eso es lo que he dicho. Necesitamos darle un giro positivo a las cosas.
– Dijo que necesitamos plasmar las faltas de ella… -calló y movió la cabeza. -Olvídelo.
– No estoy seguro de captar la distinción que intenta establecer.
– Estoy segura de que no -suspiró. Se ocupó en guardar las cosas y cerrar el maletín.
– Buenas tardes, señores pasajeros -sonó una voz por los altavoces del avión pequeño. -Estamos a punto de iniciar el descenso, así que por favor, abróchense los cinturones de seguridad…
La voz del capitán impidió que continuaran. Mallory comprobó su cinturón de seguridad y miró por la ventanilla. Era evidente que no deseaba proseguir la conversación. Sin embargo, le había provocado una sensación extraña en el estómago. Como si en los breves minutos de la discusión, lo hubiera juzgado y declarado insatisfactorio.
No le gustaba la sensación de no estar a la altura de sus expectativas y no supo muy bien por qué. Una vez más lo había dejado desequilibrado, solo que en esa ocasión con el deseo ardiente de modificar tanto la opinión negativa que tenía de él como su falta de interés.
A Jack le encantaban los desafíos, pero solo cuando tenían lógica, Y el interés que despertaba en él Mallory Sinclair no lo tenía.
Una brisa cálida soplaba desde el océano. El cabello de Mallory se rizó con la humedad. Eran las ocho de la mañana y su anfitrión aún no había aparecido.
– Vendrá -indicó Jack en respuesta a su irritación no expuesta. -Dijo que desayunáramos y que cuando hubiéramos terminado se reuniría con nosotros.
Alzó la vista de la tostada que tenía en el plato y lo miró… algo que había evitado toda la mañana. Si lo había considerado devastador con traje, resultaba abrumadoramente atractivo con unas bermudas de color caqui y una camisa de manga corta. En los brazos se flexionaban unos músculos poderosos y la piel bronceada se asomaba entre los botones abiertos en el pecho. Llevaba el pelo negro azabache peinado hacia atrás y unas gafas de sol cubrían sus penetrantes ojos grises. Era la perfección en un envoltorio masculino mientras ella era un caos de conservadurismo en un soso vestido azul marino.
Tampoco estaba allí para impresionar a Jack con su aspecto, sino para deslumbrar con su cerebro tanto a él como al cliente. Lo único que necesitaba era desviar los pensamientos de la fachada sexy que le ofrecía.
– Me alegro de que hayan podido venir. ¿Qué les parece mi centro?
Una voz atronadora interrumpió sus pensamientos inapropiados.
– Es increíble, pero usted ya lo sabe -Jack se puso de pie y Mallory lo imitó. -Hace que me dé cuenta de que me he equivocado de profesión -comentó con una risa.
– Siempre será bienvenido aquí -dijo un hombre robusto. -Ahora ayúdenme a deshacerme del albatros con el que me casé y le daré a una suite su nombre y el de la colega que lo acompaña.
Mallory se esforzó en no realizar una mueca ante la cruel palabra empleada para describir a su mujer. La misma con la que se había casado, para bien o para mal. La mujer que daba por hecho que en una ocasión había amado.
– Paul Lederman, le presento a Mallory Sinclair, una de nuestras mejores asociadas, Mallory, Paul Lederman.
Ella extendió la mano.
– Encantada de conocerlo al fin, señor Lederman.
– Llámeme Paul -le estrechó la mano con entusiasmo. -No se puede ser tan formal sentados en la playa y con esta vista.
Ella miró por encima del hombro para abarcar el claro cielo azul y el agua centelleante de fondo. Tenía razón. Pero había estado tan concentrada en no mirar a Jack, que había obviado la belleza que la rodeaba.
– Es un hombre afortunado, señor Lederman -él la corrigió con un movimiento de cabeza. -Quiero decir, Paul. Jack tiene razón. Este lugar es increíble.
– Entonces después de que hablemos, cerciórese de que se relaja y lo disfruta un poco. Me gusta que mis abogados estén en la misma frecuencia de onda que yo -apartó una silla y se unió a ellos a la mesa bajo el gran parasol. -El matrimonio -movió la cabeza. -Un negocio arriesgado.
Mallory tomó el bloc y el bolígrafo, mientras Jack se reclinaba en su silla.
– Lo hizo funcionar veinticinco años. Algo debió de mantenerlos juntos -comentó.
A Mallory le gustó el hecho de que Jack no se adaptara de forma automática al punto de vista de Lederman, aunque por dentro estuviera de acuerdo con él.
– Mi dinero -repuso Lederman.
– Y los hijos -añadió Jack.
– Los chicos ahora son independientes.
– Entonces, ¿qué busca? -preguntó Mallory. -Un juicio rápido o…
– No me importa que sea rápido -cortó-. Solo busco que no se lleve todo lo que tengo. Por aquello por lo que he trabajado toda la vida.
– ¿Su esposa trabaja? -quiso saber ella.
– Diablos, no. A menos que considere trabajar gastarse mi dinero.
– ¿Y qué me dices de criar a tus hijos, Paul? ¿Cuándo dejó de contar eso? -preguntó una voz de mujer.
Mallory alzó la vista.
Una morena mayor pero aún hermosa se hallaba detrás de Paul Lederman.
– ¿Y qué me dices de organizar tus fiestas? ¿De agasajar a tus invitados importantes? ¿De tus caprichos? ¿Tus necesidades? ¿Tu salud? -la mujer miró a Mallory en un búsqueda obvia de comprensión femenina.
En las profundidades castañas, Mallory vislumbró una tristeza y un cansancio que le desgarraron el corazón. Sin conocer todos los hechos, imaginó a la señora Lederman como a una mujer muy parecida a su madre, que sacrificó todo con el fin de favorecer los deseos de su marido.
Pero no podía permitirse el lujo de compadecerse de la esposa de su cliente. No si quería convencer al hombre de que podía representarlo al máximo de su capacidad.
Se concentró en él. No pudo leer al hombre ni los sentimientos que le inspiraba la que iba a ser su ex mujer. Pero vio a un hombre que envejecía, con una ligera barriga y escaso pelo, casado con una mujer elegante y atractiva que todavía deseaba ser su esposa.
– Sugiero que a partir de ahora se comuniquen a través de sus abogados -indicó Jack con voz amable pero firme.
– No sabía que ya habías contratado a los tuyos -comentó la señora Lederman con semblante triste.
– Aún no he tomado una decisión -Paul Lederman tosió una vez.
– Pero eso no significa que no deba protegerse -aconsejó Mallory.
– La dama tiene razón -asintió-, porque pienso contratar a los mejores.
Mallory reconoció la sutil implicación de que todavía no había decidido si Waldorf, Haynes merecían el trabajo, pero en ese momento su enfoque estaba en la señora Lederman y su dolor.
– No me asustas, Paul. Veo en ti a un hombre incapaz de reconocer lo mejor cuando lo tiene en su vida -con las emociones contenidas, se alejó con la cabeza alta.
– No sabía que todavía vivían juntos -Jack rompió el silencio incómodo que reinó.
– Juntos, no -bufó Lederman. -En extremos opuestos del centro. No quiere marcharse. Dice que me ama pero lo que de verdad quiere dar a entender es que no permitirá que la acusen de abandono. Desde su punto de vista, lo mío es suyo y lo suyo es suyo. El maldito lugar se está convirtiendo en La guerra de los Rose -se levantó con rapidez. -Y quiero a alguien que me saque de esto sin una mella considerable en mi cartera -musitando para sí mismo, se marchó y los dejó solos.
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