LaVyrle Spencer - Dulces Recuerdos

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La escultural Theresa Brubaker no está nada contenta con su cuerpo, los hombres se acercan a ella, pero ninguno de ellos quiere realmente conocerla. Su hermano Jeff lleva a su amigo, Brian Scanlon, a pasar unas vacaciones a su casa y por primera vez en su vida Theresa prueba el placer del amor. Pero sus pasadas experiencias crean muros en su relación y Brian debe ir con sumo cuidado sino quiere romper su relación antes de que ella tome la decisión más adecuada.

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– Pero tú… tienes dos años menos que yo.

Nada más hablar, Theresa deseó tragarse las palabras. Pero Brian preguntó impertérrito:

– ¿Eso te molesta?

– Sí. Yo… -hizo una pausa para lanzar un profundo suspiro-. Yo no puedo creer que esta conversación esté teniendo lugar.

– Pues a mí no me molesta lo más mínimo -prosiguió él inalterable-. Y no te quepa la menor duda de que no quiero ir solo a esa fiesta. Todo el mundo estará emparejado y no tendré a nadie con quien bailar.

– Yo no bailo.

Ese era el fondo de la cuestión. Bailar era un placer al que había renunciado.

– ¿Una mujer tan aficionada a la música como tú?

– La música y el baile son dos cosas diferentes. Nunca me he preocupado de…

– Aún faltan varios días para Noche Vieja. Hay tiempo de sobra para practicar. Tal vez consiga hacerte cambiar de opinión.

– Déjame pensarlo, ¿de acuerdo?

– Claro.

Brian se levantó y llevó los dos platos al fregadero. Por su parte, Theresa abrió la puerta del sótano y encendió la luz de la escalera.

– Bueno, no estoy segura de que mi madre haya hecho tu cama.

Theresa oyó los pasos que la seguían por la escalera enmoquetada y pidió al cielo que la cama estuviese hecha para poder darle las buenas noches y escapar rápidamente a su propia habitación.

Desgraciadamente, el sofá-cama ni siquiera estaba abierto, así que a Theresa no le quedó más remedio que cruzar el cuarto para comenzar con la tarea. Dejó a un lado los cojines, consciente de que Brian había encendido la lámpara y la habitación se había iluminado con una luz suave que la hizo perfectamente visible mientras sacaba el colchón plegado.

– Voy a buscar sábanas y mantas -explicó.

Luego se escabulló rápidamente al cuarto de la lavadora y bajó de un estante sábanas y mantas limpias. Brian había encendido la televisión en su ausencia, y en la pantalla podía verse una vieja película en blanco y negro. El volumen era sólo un murmullo cuando Theresa comenzó a hacer la cama y Brian se colocó en el lado opuesto del sofá para ayudarla.

Sus largos dedos manejaban la sábana con la destreza de un soldado acostumbrado a tener su camastro en estado de revista. Una sábana voló en el espacio que los separaba, y sus miradas se encontraron sobre la misma, pero se desviaron a continuación. Las imágenes de la escena erótica de la película surgieron en la mente de Theresa cuando estaban remetiendo las sábanas. Las manos de Brian se movían con mucha más habilidad que las de ella, que no podía evitar que le temblaran.

– Está tan bien estirada que una moneda rebotaría sobre ella -afirmó Brian con tono aprobador.

Theresa levantó la vista y descubrió que Brian no estaba mirando la cama, sino a ella, y se preguntó qué estaría haciéndole aquel hombre. En la vida había sido tan sexualmente consciente de un hombre como entonces. Los hombres no le habían procurado nada excepto vergüenza e intimidación, y los había evitado. Pero así estaban las cosas, y no podía apartar la vista de los ojos verdes de Brian Scanlon, con la cama a medio hacer, preguntándose lo que sería hacer con él las cosas que había visto en la película.

«Las pelirrojas se ponen feas cuando se ruborizan», pensó Theresa.

– La otra sábana -le recordó Brian, y Theresa se volvió, confundida, para cogerla.

Cuando la cama estuvo hecha por fin, el corazón de Theresa daba saltos de campeonato. Pero todavía le quedaba una obligación como anfitriona.

– Si quieres, sube arriba y te daré un juego de toallas limpias y una esponja, y te enseñaré dónde está el cuarto de baño.

– Jeff me lo enseñó después de la cena.

– Oh. Oh… bien. Bueno, siéntete libre de ducharte o… o lo que sea cuando quieras. Puedes colgar las toallas mojadas en el cuarto de la lavadora.

– Gracias.

Estaban de pie a ambos lados del sofá, y Theresa se dio cuenta repentinamente de que por primera vez permanecía frente a él sin ocultar sus senos. Desde que se habían conocido no le había visto mirándolos ni una sola vez. Sus ojos contemplaban las pecosas mejillas, luego ascendieron hasta su pelo, y Theresa cayó en la cuenta de que llevaba un buen rato sin mover un solo dedo.

– Bueno… buenas noches entonces -dijo con voz suave y temblorosa.

– Buenas noches, Theresa -respondió él con voz profunda y tranquila.

Theresa salió precipitadamente de allí, subiendo las escaleras como si la estuviera persiguiendo Brian con malas intenciones. Cuando ya estaba instalada en la cama con las luces apagadas, le oyó subir al baño.

«¡Theresa Brubaker, tápate la cabeza con la almohada!» exclamó para sí, pero escuchó todos los sonidos procedentes del baño, y se estuvo imaginando a Brian Scanlon ejecutando los rituales de la hora de acostarse preguntándose, por primera vez en su vida cómo se las arreglarían un hombre y una mujer en los momentos iniciales de su relación.

Capítulo 3

A la mañana siguiente, Theresa se despertó con el estruendo del tocadiscos de Amy. Echó una mirada al despertador y saltó de la cama como si ésta estuviese ardiendo. ¡Las diez! ¡Debería haberse levantado dos horas antes para preparar el desayuno de Brian y Jeff!

En pocos minutos estuvo lavada, peinada y vestida con unos vaqueros y una blusa holgada, blanca, además de una rebeca negra echada sobre los hombros.

Sus padres habían ido a trabajar muchas horas antes. La puerta del cuarto de Jeff estaba cerrada, y se podían oír sus ronquidos. Al parecer, Amy estaba aún en su cuarto, destrozándose el pelo con unas tenacillas eléctricas, mientras Theresa intentaba peinar sus indomables cabellos pasándose la mano por el infame amasijo de rizos que caían hasta sus hombros.

Se dirigió silenciosamente hasta la cocina, pero la encontró vacía. La puerta del sótano estaba abierta… Brian debía haberse levantado ya. Estaba llenando de agua la cafetera cuando él entró sin hacer ruido por la puerta que conducía directamente a la sala.

– Buenos días.

Theresa se dio la vuelta bruscamente, haciendo que el agua volara en todas direcciones, y se llevó la mano al corazón.

– ¡Oh! ¡No sabía que estabas aquí! Creía que todavía estabas abajo.

– Llevo mucho tiempo levantado. Es difícil romper la rutina.

– ¿Has estado todo el tiempo ahí solo?

Brian esbozó una simpática sonrisa.

– No. Con Stella.

– ¿Y qué tal te fue con ella? -preguntó Theresa devolviéndole la sonrisa mientras llenaba de café el filtro y ponía la cafetera al fuego.

– Es una chica vieja y descarada, pero le hablé con dulzura y respondió como una dama.

No era lo que decía, sino cómo lo decía, lo que hizo ruborizarse a Theresa. Había un leve indicio de burla en sus palabras, a pesar de ser absolutamente educadas. Theresa no estaba acostumbrada a oír ese tono de voz cuando hablaba con hombres, y ese tono, combinado con su vaga sonrisa, le daba escalofríos.

– No te oí tocar.

– Nos hablábamos en susurros.

Una vez más, Theresa no pudo evitar ruborizarse.

– Yo… yo siento que no estuviera nadie levantado para prepararte el desayuno. Es mi primer día de vacaciones, y creo que mi cuerpo decidió aprovecharse de ello. Jeff todavía está durmiendo, debió volver tarde.

– Alrededor de las tres.

Así que Brian no había dormido bien. Ella tampoco.

Brian se apoyó contra la puerta. Llevaba unos vaqueros desgastados y ajustados y una camiseta de rugby blanca que delineaba su cuerpo lo justo como para darle un aspecto tentador.

Theresa recordó lo mucho que le había costado dormirse después del extraño modo en que Brian había conseguido agitar sus sentidos, y se preguntó qué le habría quitado el sueño a él. ¿El recuerdo de las escenas más fuertes de la película? ¿Pensar lo que estarían haciendo Jeff y Patricia? ¿O tal vez recordar los momentos en que estuvieron en la cocina, en la penumbra?

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