– Me sorprendes, ¿siempre te lo tomas todo a bien?
«Cielos», pensó Theresa, «¿hacen dos parejas cosas así en el mismo coche con tan pocos escrúpulos como mi hermano y se quedan tan tranquilos? Theresa se dio cuenta de lo ingenua que debía parecerle a Brian Scanlon.
– Es mi amigo. Yo no juzgo a mis amigos.
– Bueno, es mi hermano, y me temo que yo sí le juzgo.
– ¿Por qué? Tiene veintiún años.
– Lo sé, lo sé.
Theresa se sentía irritada consigo misma y violenta con el tema de conversación.
– ¿Cuántos años tienes, Theresa? Veinticinco, ¿no es así?
– Sí.
– Y deduzco que no has hecho con demasiada frecuencia este tipo de cosas…
– No.
«Porque cada vez que me metía en un coche con un chico, él iba sólo a por lo que iba, sin importarle la persona lo más mínimo».
– Estaba ocupada estudiando cuando iba al instituto y a la universidad, y desde entonces… bueno, no salgo demasiado.
Iban deambulando por una calle nevada, Theresa con su abrigo gris abrochado hasta arriba y las manos apretadas en los bolsillos. La nieve resplandecía bajo la luz de los faroles, y sus alientos formaban nubes vaporosas mientras el hielo quebradizo crujía bajo sus pies a cada paso.
– Entonces, ¿qué te ha parecido la película? -preguntó Brian.
– Me avergonzó.
– Lo siento.
– No es culpa tuya, sino de Jeff. La escogió él.
– La próxima vez nos aseguraremos antes de seguirle ciegamente, ¿de acuerdo?
¿La próxima vez? Theresa alzó la vista. Brian estaba sonriéndole con una relajada naturalidad que tenía por objeto tranquilizarla, pero que sólo imprimió a su corazón una extraña ligereza. Debería haber respondido «No habrá próxima vez», pero en cambio sonrió a su vez y aceptó.
– De acuerdo.
Volvieron sobre sus pasos y, estaban dirigiéndose hacia la calzada de los Gluek, cuando Jeff apareció con el coche y se detuvo junto a ellos.
– ¿Os importaría que os llevásemos a casa? -preguntó Jeff cuando los dos se instalaron de nuevo en el asiento trasero.
– En absoluto -respondió Brian por ambos.
– Gracias por comprender, Bry. Y tú, cara guapa, ¿te ocuparás bien de él, verdad?
Theresa sintió ganas de darle una bofetada a su hermano. ¡Desde luego, Jeffrey Brubaker daba por hecho bastante más de lo que había!
– Claro.
¿Qué otra cosa podía responder?
Cuando llegaron, Brian abrió la puerta y se encendió la luz. Patricia Gluek se volvió y apoyó el brazo en el respaldo del asiento.
– Oye, en Noche Vieja vamos a juntarnos un grupo de amigos en Rusty Scupper, y estáis invitados los dos. Cenaremos allí y luego nos quedaremos al baile. Habrá muchos amigos de la vieja pandilla… tú ya los conoces a todos, Theresa. ¿Qué decís?
«¡Demonios! ¿Tenía que preocuparse todo el mundo de arreglar citas para la pobrecita Theresa, que nunca salía con nadie?» Pero en el fondo sabía que Patricia sólo estaba procurando ser amable y también pensando en Brian, que era el invitado de Jeff y no podía ser excluido en modo razonable alguno. En esta ocasión Brian no la puso en un compromiso.
– Lo discutiremos y te contestaremos la próxima vez, ¿de acuerdo?
– Una gente del colegio hace una fiesta en su casa, y les dije que iría -mintió Theresa.
– Oh -Patricia parecía sinceramente decepcionada-. Bueno, en ese caso, vendrás tú, ¿no, Brian?
– Lo pensaré.
– Muy bien.
Brian hizo ademán de salir, pero Jeff le cogió del brazo.
– Oye, Scan, gracias. Supongo que debería estar contigo para hacer de anfitrión, pero nos veremos por la mañana a la hora del desayuno.
– Venga, venga. Diviértete y no te preocupes por mí.
Cuando se alejó el coche, Theresa buscó las llaves dentro del bolso. Las encontró y abrió la puerta, entrando a una cocina sombría, iluminada tan sólo por una bombilla que había sobre la cocina blanca. Reinaba el silencio… ni tocadiscos, ni guitarras, ni voces.
Ambos sabían a ciencia cierta lo que estarían haciendo Jeff y Patricia, y esto creó una inevitable tensión sexual entre ellos.
– Has dicho que te apetecía comer pastel. Queda muchísimo -murmuró Theresa para aliviar la tensión.
En realidad Brian no tenía hambre, pero no le desagradaba en absoluto la idea de pasar un rato más con Theresa, y el pastel parecía una buena excusa.
– Jeff me ha hablado mucho de ti, Theresa. Mucho.
«¡Cielos!», pensó. «¿Cuánto? ¿Cuánto? Jeff, que conoces mis miedos más íntimos. Jeff, que me comprende. Jeff, que no puede mantener la boca cerrada.»
– ¿Qué te ha contado?
Theresa procuró dominar el pánico, pero se filtró en su voz, dándole un matiz que no podía disimularse.
Brian se puso más cómodo, recostándose y estirando sus largas piernas para apoyar los pies sobre el asiento de la silla opuesta. Le brillaban los ojos mientras observaba especulativamente el rostro en sombras de Theresa.
– Cómo le cuidabas cuando era un crío. Me ha hablado de tu música. El violín y el piano. De los dúos que hacíais en las reuniones familiares para conseguir algunos centavos pasando la gorra.
Brian esbozó una leve sonrisa y movió en círculos el vaso de leche sobre la mesa.
– Oh, ¿eso es todo?
Theresa dejó caer los hombros aliviada, pero mantenía los brazos cruzados en la mesa, ocultándose tras ellos como mejor podía.
– Por las cosas que me contó, me imaginé que podría llevarme bien contigo. Tal vez me gustaras incluso antes de conocerte, porque a él le gustas mucho, y eres su hermana, y a mí él también me cae muy bien.
Theresa estaba poco acostumbrada a oír que le gustaba a alguien, a lo largo de su vida, unos cuantos habían intentado demostrar abiertamente lo que les «gustaba» de ella, pero de la forma descarada y grosera que tanto despreciaba. Al parecer, Brian admiraba algo más profundo, su forma de ser, su amor por la música, sus relaciones familiares. Todo esto, incluso antes de verla.
Pero ahora tenía la mirada fija en ella, y Theresa percibió el brillo de la misma en la semioscuridad.
– Me encantaría ir contigo a esa fiesta de Noche Vieja -prosiguió Brian.
Sus ojos se encontraron, los de Theresa muy abiertos por la sorpresa, los de Brian con expresión cautelosamente grave.
– Comeré un poco si tú comes también.
– Me parece bien.
Theresa se dirigió al vestíbulo, en el que reinaba la oscuridad total, y se desabrochó el abrigo sin encender ninguna luz. Una vez más, Brian estaba detrás de ella para ayudar a quitárselo. Ella le dejó murmurando las gracias y regresó a la cocina para poner dos vasos de leche y sacar tenedores y platos.
Brian se sentó con Theresa, escogiendo una silla que había junto a la de ella, y se quedaron comiendo en silencio durante un buen rato. En el ambiente débilmente iluminado, Theresa podía percibir que Brian estaba observándola.
– Entonces, ¿en Noche Vieja irás a una fiesta con tus compañeros?
– No, eso me lo inventé.
Brian levantó la barbilla sorprendido.
– ¿Sí?
– Sí. No me gusta que nadie tome decisiones por mí y, sobre todo, no hay necesidad de que cargues conmigo en Noche Vieja. Puedes ir con Jeff y sus amigos. Conoce algunas chicas muy…
– ¿Cargar contigo? -la interrumpió Brian con esa voz suave y profunda que provocaba escalofríos en su interior.
– Sí.
– ¿Esta noche te di la impresión de estar de mala gana contigo?
– Sabes lo que quiero decir. No has venido con Jeff para tener que llevarme a todos los sitios que vayas.
– ¿Cómo lo sabes?
Theresa estaba perpleja.
– Tú… yo… -balbució.
– ¿Te sorprendería si te dijese que en gran parte deseaba conocer a la familia de Jeff por ti?
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