Cuando regresó, Brian estaba tumbado boca arriba a través de la cama, inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho, el bañador por única prenda… Mucho antes de que Theresa se acercara a él, extendió la mano en ademán invitador.
– Ven aquí, bonita.
Theresa apoyó una rodilla sobre el borde de la cama y le dio la mano, dejándose arrastrar hasta que cayó en el hueco formado por el brazo y el costado de Brian, sobre su pecho. El agua se agitó bajo ellos y luego se aquietó. Brian tenía la cabeza apoyada sobre el brazo derecho, pero con el otro abrazó a Theresa hasta que quedó extendida sobre su cuerpo musculoso y viril. Theresa bajó la cabeza para rozar sus labios, y el beso comenzó con un encuentro tan ligero como las nubes. Las puntas de las lenguas se tocaron breves, tentativa… prometedoramente. Casi sin darse cuenta, ambos fueron atreviéndose más y más… Las lenguas se buscaron, se acariciaron, se persiguieron, recorrieron los rincones más profundos, devoraron… Los sentidos de Theresa jamás habían estado tan despiertos. Percibía cada caricia, sonido, imagen, olor o sabor; nada le pasaba desapercibido. La postura relajada de Brian daba a su pecho musculoso, el cual se elevaba y descendía, un aspecto que invitaba a acariciarlo.
Theresa primero deslizó una mano sobre su cuello, recordando que dicho gesto le produjo una excitación sorprendente en otra ocasión. Bajo sus dedos, el martilleo de las aceleradas palpitaciones no podía pasar desapercibido. Había vuelto a suceder. Theresa se maravilló de lo fácil que podía estimular a aquel hombre. Bajó la mano hacia la firme elevación del pecho, enredando los dedos entre el áspero y rizado vello, acariciando un pezón diminuto… Luego bajó la cabeza para saborear su cálida piel. El sabor era sensual, masculino… Theresa deslizó la lengua lentamente sobre el delicioso pecho.
Levantó la cabeza. Se sentía como drogada por las sensaciones que brotaban con el ímpetu de la primera vez. De repente quiso conocerlo todo, descubrir todas las texturas, tonalidades y aromas que poseía el cuerpo de Brian.
– Brian -dijo con voz sofocada, mirándole a los ojos-, me siento como un niño saboreando su primer caramelo. Nunca había tenido estas sensaciones. ¡Tengo mucho que aprender!
– No tengas tanta prisa; tenemos setenta años por lo menos.
Una sonrisa cruzó el rostro de Theresa, pero se desvaneció rápidamente, barrida por aquel nuevo y apasionado interés en el cuerpo de Brian, el cual había cerrado los ojos.
Como una niña impaciente, Theresa se incorporó, apoyándose sobre la palma de una mano para disfrutar de una mejor perspectiva de aquel cuerpo que tanto amaba.
– ¡Eres… exquisito! -exclamó maravillada-. Nunca pensé que un hombre pudiera ser exquisito, pero tú lo eres.
Theresa deslizó la mirada hacia su vientre, liso y duro, descendiendo hasta el lugar cubierto por el bañador, donde su excitación se hacía más que evidente. Se preguntó si le molestarían aquellas apreturas.
Levantó la vista hacia sus ojos, descubriendo que él había estado observándola.
– Mi niña amada -dijo esbozando una sonrisa encantadora.
Lentamente deslizó un dedo a lo largo de una de las cintas del bikini hasta llegar al valle formado por sus senos. Theresa se estremeció de placer.
– No creo que yo sea el exquisito.
Recorrió suavemente la piel desnuda de sus senos, y Theresa pensó que iba a explotar de gusto. Las leves caricias le pusieron la carne de gallina. Cerró los ojos cuando volvió a deslizar el dedo a lo largo de la cinta, pero esta vez pasando también sobre el bikini para pellizcar delicadamente el pezón oculto. Esto le produjo una sensación ardiente que se extendió hasta su punto más íntimo y femenino.
Theresa abrió los ojos de golpe.
– ¡Brian!
Él malinterpretó su exclamación y la miró con expresión preocupada.
– ¡Brian, no he perdido la sensibilidad!
– ¿Qué?
– ¡Tengo sensibilidad ahí! Cuando me tocaste, sucedió de repente. Sentí un estremecimiento que se extendió por todo mi cuerpo hasta… ¡oh, Brian!, ¿no te das cuenta? El médico me dijo que a veces se perdía la sensibilidad de los senos, y me daba pánico pensar que pudiera ocurrirme a mí.
– No me lo habías dicho…
– Ahora lo he hecho pero, oh, Brian, eso ya no importa. ¡Por favor, hazlo otra vez! -le pidió excitadamente-. Quiero asegurarme de que no han sido imaginaciones mías.
– No te haré daño, ¿verdad? -preguntó él con el ceño fruncido.
– No -susurró Theresa.
Brian movió a la vez una mano y la boca. La primera acarició; la segunda besó. La presión con que acariciaba fue aumentando poco a poco, y finalmente buscó el pezón, el cual exploró suavemente a través del bikini.
Theresa entreabrió los labios y relajó los hombros sobre la cama cuando las sensaciones comenzaron una vez más, aunque con menos intensidad que la primera vez. Pero a ella le daba igual. Se concentró profundamente para revivir aquella intensidad, guiando la mano de Brian al lugar exacto que pensó que detonaría su excitación.
Encima de ella, Brian observó la variedad de expresiones que cruzaron su rostro y finalmente buscó el cierre del bikini. Theresa abrió los ojos al darse cuenta de que tenía suelto el bikini y detuvo la mano de Brian antes de que pudiera bajarlo.
– Brian, tengo cicatrices, pero por favor, no dejes que te detengan. Las tendré varios meses más, pero luego desaparecerán. Y no me duelen; sólo me pican algunas veces.
La mirada de Brian le contestó que lo comprendía y aceptaba. Entonces apartó el primero de los triángulos hacia abajo, mientras Theresa observaba su mirada, la cual descendió sobre la cicatriz vertical para volver rápidamente a los ojos castaños de Theresa. Sin decir una palabra, Brian hizo lo mismo con el otro triángulo.
¿Qué había sido de su terrible vergüenza? Se había desvanecido ante el impacto producido por la adorable preocupación que emanaba del rostro de Brian.
Él deslizó las manos bajo la espalda de Theresa y las sacó con la pieza del bikini, que arrojó sobre las almohadas.
– ¿Cómo es posible que no te duela?
Suavemente envolvió con una mano su seno derecho, deslizando el pulgar sobre la cicatriz, y delicada, muy delicadamente, alrededor del pezón.
– ¿Te hicieron una incisión aquí?
– Sí, pero ya está completamente cicatrizada.
– Oh, Theresa, me duele pensar lo que te hicieron.
Brian bajó la cabeza para recorrer con los labios la cicatriz que circundaba el seno.
– Brian, ya ha pasado todo, y no fue tan terrible como piensas. Además, si no me hubiera operado, quizás no habría superado todos mis complejos y no estaría aquí contigo. Me siento tan diferente, tan…
Él alzó la cabeza y la miró con expresión atormentada.
– ¿Cómo te sientes? Tan… ¿qué?
– Hermosa -reconoció con voz algo tímida, recuperando de inmediato la confianza-. ¿Te lo imaginas? Theresa Brubaker, la pelirroja pecosa, sintiéndose hermosa. Pero esto se debe a ti en parte. Por tu forma de tratarme en Navidades. Me convenciste de que tenía derecho a sentirme así. Me diste todo lo que había soñado encontrar en un hombre.
– Te quiero -dijo con una voz extraña, ronca y profunda.
Hundió la cabeza y rozó con los labios las pecas que había entre sus senos.
– Adoro tus pecas, tu pelo rojo -prosiguió, deslizando los labios sobre uno de los senos-. Cada uno de los poros de tu piel…
Finalmente sus labios envolvieron el oscuro pezón. Deslizó la lengua con infinita delicadeza sobre él, provocando una oleada de emociones en el interior de Theresa.
– ¿Qué te pasa? -preguntó Brian al ver su expresión absorta.
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