Después del ataque, la doctora Carriol sacó un pañuelo, se secó los ojos y se sonó la nariz.
– Yo no soñaría en insistir -dijo, reprimiendo otro espasmo de risa-. ¡Oh, Dios mío, no! Nuestro interés en esa zona es preservar la vida silvestre y los pájaros. En realidad, creo que es una bendición. Puedo asegurar que el Presidente no tiene ninguna intención de adquirir la propiedad. No es la parte de esta nación que más le gusta. Por otra parte, si una organización religiosa quiere la isla, no creo que sea una buena política el evitarlo. Dígale a su amigo que siga adelante con la venta. Apostaría mi vida a que esa venta no fracasará en el último momento.
Y comenzó otra vez a reír a gritos.
– Lo que no puedo entender, Judith -dijo el doctor Chasen a su nuevo ministro, varios días después del banquete de recepción-, es por qué aceptaste ese nombramiento. No puedes servir a dos amos. Ahora estás atada para siempre a la política de Tibor Reece. Cuando él deje la Casa Blanca, cosa que tarde o temprano sucederá, es muy probable que te pidan tu cargo y no podrás pedir que te devuelvan tu posición anterior. Es un cargo político y ya no podrás regresar al equipo permanente. Mi opinión es que los servicios públicos no deben tener afiliación política. -Se encogió de hombros-. Los jefes elegidos van y vienen y están preparados para tirar su carga ante los que ocupan el poder.
– No sabía que pensaras así -dijo la doctora Carriol con una mirada secreta de diversión.
El doctor Chasen no pudo contestar porque llamó la señora Taverner.
– ¿Doctora Carriol?
– Sí, Helena.
– El Presidente la llama.
– ¡Oh! ¿Puede decirle que estoy en una conferencia y que le llamaré más tarde?
Las cejas del doctor Chasen se alzaron.
– ¡No puedo creerlo, Judith! ¡No puedes contestar de ese modo a un mensaje del Presidente! ¡Es increíble!
– Tonterías -dijo con seriedad-. No me telefonea por asuntos oficiales. Tengo que cenar esta noche con él.
– ¡No me lo creo!
– ¿Por qué no? Ahora él es un hombre libre y yo estoy libre como siempre. Acabas de decirme que mi carrera como servidora pública está terminada, que soy un nudo en la soga de la Casa Blanca. ¿Quién puede objetar que cenemos juntos?
El doctor Chasen decidió que lo mejor era la discreción y cambió de tema.
– Judith, quiero preguntarte algo, porque creo que necesito un sí o un no tuyo. Me gustaría mucho ir a Holloman a visitar a los Christian. Pero si crees que no es una buena idea, no iré.
Frunció el entrecejo.
– Bueno, no puedo decir que la idea me fascine, pero no tengo motivos para objetarla. ¿Es algo personal?
– Sí. Nunca conocí a nadie de la familia de Joshua hasta el día del funeral y no me pareció una buena oportunidad para acercarme a ellos. Pero realmente me gustó la madre de Joshua. ¡Qué persona tan encantadora! Y me gustaría volver a verla para saber si está bien.
– ¿Te molesta la conciencia, Moshe?
– Sí y no.
– No te culpes nunca. Fue él, siempre fue él. Algunas personas no pueden ser moderadas. Tú le conociste. Era el hombre menos moderado del mundo. Tenía una mente brillante, pero siempre acababa pensando con sus entrañas. Nunca entendí eso. Era un desperdicio, Moshe.
– Fuera lo que fuese, sirvió bien a tus propósitos, Judith. ¿No te das cuenta? ¿No te da pena?
La doctora Carriol sacudió la cabeza sin maldad.
– Es imposible que sienta pena por Joshua Christian. Nunca morirá, lo sabes. Seguirá hasta la más remota posteridad. -Sonrió de forma misteriosa-. Yo me he asegurado de ello.
– ¡Ah! A veces pienso que el mundo es demasiado complicado para mí. -Se puso de pie mirando el reloj-. Vuelvo a la Cuarta Sección. Tengo dos conferencias esta tarde. ¡Pero casi preferiría hacer el amor con mi computadora!
– ¡Vamos, Moshe, sé justo! Yo no te obligo.
– Lo sé, lo sé, soy un judío. Tú, maneja la Cuarta Sección con tu genio habitual, Judith. Yo me encargaré del pensamiento y John Wayne de la parte administrativa. Y ya verás cómo funcionará todo.
– Moshe, ¿estás bien? ¿Te pasa algo?
– Con mi mujer no me pasa nada.
– ¿Todo está bien?
– Todo está bien -respondió, saliendo del despacho.
La doctora Carriol esperó un momento y tomó el teléfono. En el fondo, la llamada de Tibor Reece había sido muy oportuna porque le había evitado dar una explicación de por qué había abandonado su carrera en el servicio público. Tenía la respuesta en la punta de la lengua. Y hubiera sido un error. Moshe había cambiado desde la muerte de Joshua. ¡Y eso que no sabía cómo había muerto!
¡Sería maravilloso ser la Primera Dama!
¡Cómete el corazón, Joshua Christian, donde quiera que estés! No te odio, aunque admito que fue así durante algún tiempo. Pero si hubieras crecido en Pittsburg como yo, nada te hubiera detenido tampoco. Si no fuera todo lo que soy, todavía estaría allí sentada en Pittsburg, bebiendo hasta morirme. Tibor Reece es un hombre maravilloso y seré exactamente la clase de esposa que él necesita. Lo haré feliz, le amaré. Cuidaré de sus hijos, le estimularé para que vuelva a presentarse como candidato para otro período. Me aseguraré de que sea más grande como Presidente que el emperador Augusto. Después de todo, no me puedo dormir en los laureles. ¿Qué otra cosa puedo hacer, después de la Operación Mesías, sino la Operación Emperador?
El doctor terminó pasando la noche en casa de los Christian, en Holloman. La familia le brindó una cálida bienvenida y hablaron libremente de Joshua con él, con menos emoción que el doctor Chasen. Le contaron lo que pensaban hacer con todos los años que le quedaban para recordar a Joshua.
– Miriam y yo vamos a viajar a Asia dentro de muy poco tiempo -dijo James-. Siento que tenemos mucho trabajo por hacer, antes de que Joshua adquiera la debida importancia en Asia.
– Y yo volveré a Sudamérica -dijo Andrew, sin indicar si su esposa le acompañaría.
Al doctor Chasen le pareció que Martha no gozaba de una perfecta salud mental. Vagabundeaba sin molestar, cantaba y se recostaba para todo en Mary, que la cuidaba con enorme ternura y paciencia.
Mary dijo que ella y Martha se quedarían en casa, con su madre, mientras los otros tres viajaban por la causa del hermano muerto.
– Yo solía pensar que me moriría si no me daban la oportunidad de viajar -continuó Mary, con un estremecimiento-. Pero usted ya sabe, Moshe, que Washington está muy lejos.
Después de la excelente cena que preparó la madre, se sentaron en la sala de estar, entre las plantas que seguían creciendo y floreciendo lujuriosamente. La charla siguió girando en torno a los proyectos de la familia.
– Le diré una cosa -dijo la madre, mientras servía el café-. James, Miriam y Andrew no pueden irse todavía de Holloman. Aún no han pasado cuarenta días de la muerte de Joshua.
– ¿Cuarenta días? -preguntó tontamente el doctor Chasen.
– Eso es. Joshua aún no se nos ha aparecido. ¡Pero lo hará! Cuarenta días después de su muerte. Por lo menos, eso es lo que pensamos, aunque no podemos estar seguros. Podrían ser tres veces cuarenta o dos veces. Son dos mil años, pero como estamos en el tercer milenio no lo sabemos. Si tarda más de cuarenta días, por supuesto, James, Miriam y Andrew no esperarán, porque no pretenden estar aquí cuando Joshua venga. Me imagino que solamente se mostrará a las mujeres, las dos Mary y Martha, pero puedo estar equivocada.
Su voz sonaba tan feliz, tan segura y tan serena. Era una persona sana. Miró a los otros, tratando en vano de descubrir lo que pensaban sobre la teoría de su madre, pero no pudo imaginar lo que había detrás de esos rostros plácidos.
Читать дальше