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Fern Michaels: Huyendo de todo

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Fern Michaels Huyendo de todo

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Cathy Bissette creía haberlo dejado todo atrás: su trabajo de publicista, el glamour de la ciudad de Nueva York y su corazón roto… Lo único que quería era disfrutar de sus tres meses de vacaciones en las maravillosas costas de Carolina del Norte. Pero, nada más ver aparecer a Jared Parsons a bordo de su barco, supo que se había acabado la tranquilidad. No estaba segura de qué la molestaba más de él, si su arrogancia, o la pasión que provocaba en ella… ¿Volvería a huir de todo… o acabaría en los brazos de un hombre al que no quería amar?

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Jared asintió. Sus rasgos decían que estaba resignado ante lo que Lucas le había dicho.

Cathy sonrió con tristeza al ver que Jared miraba a Erica. Parecía avergonzado. Lucas estaba mirando, descarado, la sedosa piel que ella les mostraba a todos, pero no hizo ningún comentario.

– Mira, hijo -prosiguió Lucas, colocándole a Jared las manos llenas de grasa encima del hombro-, ¿por qué no venís la señorita Marshall y tú a cenar esta noche? Cathy puede preparar su guisado de pescado, ¿verdad, hija? -añadió, suplicándole con la mirada-. Para entonces, yo ya tendré noticias. Eso es lo único que puedo hacer por el momento. Comemos a las siete, más o menos, dependiendo del humor de mi hija.

– Estaremos encantados, pero debes llamarme Erica. Todo el mundo me llama así, incluso Jared -dijo la joven, en tono somnoliento, desde la tumbona. Cathy hizo un gesto de desaprobación y Lucas sonrió forzoso al ver la incómoda expresión que se reflejaba en el rostro de Jared.

– Sí, estaremos encantados -replicó él, con frialdad-. ¿De gala o informal?

– Con corbata blanca -le espetó Cathy, muy irritada-. Y después de cenar siempre nos vamos a bañar desnudos al río.

– ¿De verdad? -preguntó Erica.

– De verdad -dijo Cathy mientras miraba furiosa a Jared. Entonces, empezó a descender por la escalerilla.

– ¿Se trata de una promesa eso de bañarse desnudos? -preguntó Jared, con un extraño tono de voz, mirándola atento mientras ella bajaba.

Muy a su pesar, ella se echó a reír. Sus enormes ojos, del color del mar, estaban llenos de picardía.

– Te lo juro. Los chicos en el margen izquierdo y las chicas en el derecho.

Jared soltó una carcajada, riéndose con ganas y con un cierto tono infantil. En ese momento, Cathy sintió que la opinión que tenía de él subió tres puntos.

Cuando padre e hija estuvieron en el bote, Cathy protestó abiertamente por encima del ronroneo del motor.

– Eso no ha estado bien, papá. Ahora voy a tener que pasarme toda la noche en la cocina.

– Ese hombre está hambriento de buena comida y de buenas personas como nosotros -replicó Lucas-. Ten piedad. Unas pocas horas de tu tiempo, empleadas en hacer que un hombre sea feliz, no es mucho pedir. Deberías avergonzarte, Cathy Bissette. ¿Qué clase de hija estoy criando?

– ¡Ya me has criado y lo has hecho lo mejor que has podido! El señor Parsons me molesta y lo mismo me ocurre con esa señorita Marshall. Ojalá no los hubieras invitado. Ellos son diferentes a nosotros, papá. Es rico y ella ella

– Es su mujer -respondió Lucas a voz en grito, para asegurarse de que Cathy lo escuchaba por encima del ruido del motor.

Mientras el padre ayudaba a la hija a salir de la pequeña embarcación, la estrechó con fuerza entre sus brazos.

– Cathy, no tienes por qué tener envidia de ella. Esa mujer es lo que es y tú eres lo que eres. Ella es la cubierta del pastel y tú eres el relleno. Lo que estoy tratando de decir es que eres

– Entiendo lo que quieres decir, papá, y si alguien más me dice que yo soy una persona de verdad y que soy muy hogareña, me voy a poner enferma. Tampoco tienes por qué tratarme como si fuera una niña. Deja de decirme lo buena que soy y deja de comportarte como un padre -concluyó ella mientras tomaba el camino que llevaba a la casa.

No podía recordar cuándo se había sentido tan furiosa. No hacía más que golpear un cacharro con otro. Le iba a preparar una cena de la que no se iba a recuperar jamás. Si aquello era para lo que valía, al menos se aseguraría que soñara con aquella cena durante el resto de sus días. Podría tener a la deliciosa Erica, pero aquella noche el plato principal lo serviría ella. Si tenía suerte, se quedaría tan saciado que no le apetecería tomarse como postre a una rubia platino.

Cathy se puso a trabajar, pensando en el plato que estaba a punto de preparar. El secreto era la cazuela de hierro fundido, aunque moriría antes de decírselo a nadie. Las hierbas y las especias estaban muy bien, pero si no se tenía el cacharro adecuado, no era nada especial. Prepararía una ensalada con las verduras de su jardín y galletas de mantequilla y leche para el postre. Además, haría una tarta de fresas para así poder ver cuál de los postres prefería Jared.

Decidió que pondría la mesa como Dios manda, con un mantel de cuadros y servilletas a juego. Un jarrón de margaritas y una botella de vino completarían el conjunto. Era una pena que Erica fuera a ir a cenar también, dado que lo que estaba preparando era una perfecta escena de seducción.

¡Facturas! ¡Se dedica a mandar facturas! Cathy se encogió de hombros y sonrió. Decidió que había trabajos y trabajos.

Cuando todo estuvo en orden en la cocina, se retiró a su dormitorio para prepararse para la cena. Llevaba en las manos la bolsa amarilla. Todavía no había pasado del primer párrafo de las galeradas de Teak Helm. Aquella noche sin falta, en cuanto las visitas se hubieran marchado, se prepararía una taza de té, le echaría un chorrito de ron, como lo hacía Teak Helm, y se metería en su cama con dosel para leer durante toda la noche. Sabía que viviría cada párrafo de la aventura hasta la última coma.

Cuando terminó de bañarse, salió de la bañera, se envolvió en una toalla y se dirigió al armario. Qué ponerse. Recorrió con la mirada un vestido de seda color aguamarina y luego se fijó en unos vaqueros.

– Lo que ves es lo que soy -repitió.

En efecto, aquellas habían sido sus palabras. Si se vestía de manera elegante, Jared Parsons terminaría por sospechar. Además, aquel vestido era el que había llevado puesto la última vez que había visto a Marc. Si se vestía de aquella manera, su padre la convertiría en el blanco de sus bromas, incluso delante de Jared Le gustaba el nombre. Lo pronunciaba con mucha facilidad. Era un nombre con una fuerza especial.

Por fin, seleccionó unos vaqueros de diseño que se le ajustaban justo donde decía el anuncio y una camisa de seda color amarillo claro con el cuello en uve. Iba tan informal que su padre no sospecharía nada. Jared estaría tan ocupado comiendo que no le prestaría ninguna atención. Así que, ¿por qué se estaba molestando? No podía esperar a ver el precioso conjunto que Erica llevaría puesto a aquella pequeña cena familiar. Sin duda, Vogue había publicado algún conjunto que costaría una fortuna y que Erica, así como que no quería la cosa, tendría en su armario.

Tras unos ligeros toques del secador y otros cuantos con el rizador en las sienes, se sintió preparada. Se puso unas sandalias de esparto y salió del dormitorio sin mirarse una segunda vez al espejo. Ella era Cathy Bissette. A su juicio, no era hermosa, pero hacía lo que podía para sacarse partido. «Soy lo que soy», se repitió.

Bismarc estaba levantado y olisqueaba la puerta, esperando que lo dejaran salir. En aquel momento, Cathy oyó el ruido de la lancha que se acercaba al muelle.

– No, Bismarc , tú te vas a quedar aquí. No necesitamos otro incidente como el de esta mañana. Túmbate y sé un buen chico.

El perro lanzó una serie de gemidos y volvió al lado de la chimenea. Allí, se tumbó al lado de las macetas y apoyó la cabeza en las patas, aunque tenía las orejas levantadas, como si estuviera esperando que alguien llamara a la puerta. Cuando la llamada se produjo, volvió a gemir, pero se quedó donde estaba.

Cathy dio un suave silbido al ver a su padre entrar en la cocina, vestido con lo que él llamaba su camisa de golf. Ella sonrió y Lucas soltó una carcajada.

– En mí es un desperdicio, ya que ya sabes que no juego al golf, pero Erica no notará la diferencia. Te apuesto cinco dólares a que dice que es para jugar al tenis.

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