– Un síntoma seguro de defunción y traspaso de propiedades. ¿Entonces podemos anticipar tu inminente boda?
– Primero -dijo Daregate, mirando hacia la casa principal- debo encontrar una heredera apropiada. Queda poco dinero como patrimonio.
Julián siguió la mirada de Daregate y advirtió una esplendorosa cabellera rojiza a través de las ventanas abiertas.
– Sophy me dijo que el padrastro de Anne Silverthome partió rumbo a la Otra vida y, en consecuencia, la señorita Silverthorne heredó absolutamente todo.
– Así me informaron.
Julián rió.
– Buena suerte, amigo mío. Creo que tendrás mucho en qué entretenerte con esa mujer. Después de todo, es la mejor amiga de mi esposa y ya sabes por todo lo que yo he tenido que pasar con Sophy.
– Pareces que has sobrevivido -observó Daregate.
– Casi. -Julián sonrió y palmeó a Daregate en el hombro-. Entremos y te serviré el mejor brandy que tengo.
– ¿Francés?
– Naturalmente. Hace un par de meses compré un cargamento a un contrabandista amigo. Sophy me sermoneó durante días por el riesgo que corrí.
– A juzgar por su actitud hacia ti, es evidente que te ha perdonado.
– He aprendido cómo manejar a mi esposa, Daregate.
– Por favor, dime cuál es el secreto para lograr la felicidad conyugal -preguntó Daregate, mientras su mirada vagaba una vez más en dirección a la ventana junto a la que estaba Anne.
– Eso, amigo mío, deberás descubrirlo por ti mismo. Pero me temo que el camino rumbo a la armonía no es sencillo. Claro que con la mujer apropiada, el esfuerzo bien vale la pena.
Mucho más tarde, esa noche, Julián se acomodó plácidamente junto a Sophy. Tenía el cuerpo aún húmedo, pues apenas habían terminado de hacer el amor. La satisfacción que sentía era una especie de droga poderosa para él.
– Esta noche, Daregate me preguntó cuál era el secreto de la felicidad conyugal -murmuró Julián, atrayendo a Sophy hacia sí.
– ¿De verdad? -le dijo ella, pasándole el dedo sobre el pecho desnudo-. ¿Qué le dijiste?
– Que él mismo tendría que descubrir el camino difícil, como lo había hecho yo.-Se puso de costado y le apartó el cabello de la mejilla. Sonrió, fascinado por todo lo que se relacionaba con ella-. Gracias por consentir en ponerte las esmeraldas esta noche. ¿Te molestó tenerlas alrededor del cuello?
Sophy meneó la cabeza.
– No. Al principio no quería ponérmelas, pero después me di cuenta de que tenías razón. Las piedras combinan perfectamente con tus ojos. Cuando finalmente me adapté a esa idea, supe que sólo pensaría en ti cada vez que las luciera.
– Así debe ser. -La besó lentamente, deteniéndose en cada paso, saboreando la felicidad sin límites que sentía. Deslizaba suavemente la mano sobre la pierna de Sophy cuando escuchó el grito exigente que provenía del cuarto contiguo.
– Tu hijo tiene hambre, milord.
Julián se lamentó.
– Tiene un sentido infalible de la hora, ¿no?
– Es tan exigente como su padre.
– Muy bien, señora. Dejemos dormir a la niñera. Iré a buscarte al futuro conde de Ravenwood. Trata de calmarlo rápidamente así podremos volver a lo nuestro.
El bebé dejó de llorar no bien sintió las manos fuertes y grandes de su padre que lo levantaba. El pequeño de cabellos oscuros y ojos verdes se dispuso a mamar rápidamente, no bien Julián lo colocó en el pecho de Sophy.
Julián se sentó en el borde de la cama y observó a su familia en las sombras. Al verlos juntos, experimentó una sensación de alegría y satisfacción posesiva, idéntica a la que sentía cada vez que hacía el amor con su esposa.
– Sophy, dime que por fin has logrado todo lo que pretendías de este matrimonio -le pidió Julián.
– Todo y mucho más, Julián. -Su sonrisa fue muy brillante en la oscuridad-. Todo y mucho más.