Jacquie D’Alessandro - Un Romance Imposible

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Cuando Allie descubre que su marido, muerto en un duelo, había sido un criminal, resuelve intentar reparar los daños que ha causado. Su empeño la lleva de América Inglaterra, donde la esperan extraños accidentes y un romance inesperado…
Al quedar viuda como consecuencia de un escandaloso duelo, lo único que le resta a Alberta Brown es un alijo de objetos mal habidos. Decidida a reparar las ofensas de su inescrupuloso marido, Allie se embarca hacia Inglaterra en busca del dueño de un anillo masculino adornado con un misterioso sello. Una serie de extraños episodios a bordo la convencen de que se encuentra envuelta en un juego peligroso. Sin embargo, nada será más peligroso -y tentador- que el atractivo desconocido que la espera en el muelle.
Lord Robert Jamison deseaba contraer matrimonio con una mujer que despertara en él algo especial, pero nunca imaginó encontrarla en esa americana de belleza peculiar y espíritu independiente que le habían encomendado llevar a una espléndida mansión en la campiña inglesa. Allie, por su parte, se había jurado a sí misma no volver a casarse…

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Mirándola, levantó las caderas y se quitó la ajustada prenda. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para ir despacio y cuando terminó, respiraba pesadamente. Volvió a acomodarse en la silla adoptando de nuevo su postura lánguida e indolente, una postura que ocultaba completamente la tensa expectación que lo poseía y el fuego que lamía su cuerpo.

– Separa las piernas. Bien separadas.

Colin lo hizo; entonces Alex lo miró a los ojos.

– Tócate. Como te gustaría que yo lo hiciera.

Tomando pequeñas bocanadas de aire, se tomó la base de su miembro con dos dedos y los deslizó hacia arriba. Cuando alcanzó la punta, la acarició con pequeños y delicados círculos, para después recorrerlo hacia abajo de nuevo.

– ¿Cómo te sientes? -susurró con la mirada puesta en las delicadas caricias de los dedos de Colin.

– Duro. Caliente. Impaciente. -Las palabras le salieron jadeantes-. Seco.

Alex lo miró a los ojos y en aquella mirada se transmitieron algo, algo más profundo que la mera intimidad y el deseo algo que él no podía nombrar, porque nunca antes lo había sentido.

Sin una palabra, Alex se movió hacia él y se detuvo cuando prácticamente rozaba la silla con sus piernas.

– ¿Seco? -murmuró-. Quizá pueda ayudar.

Se arrodilló y delicadamente le apartó la mano a Colin. Inclinándose, pasó la lengua por su miembro.

El corazón de Colin, que se había quedado en suspenso, volvió a la vida, golpeándole con fuerza las costillas, mientras él jadeaba por un poco de aire. Miró hacia abajo y en un momento de ardiente lujuria vio la lengua de Alexandra girar alrededor de la punta de su pene, capturando la gota perlada de sus fluidos, lamiéndolo con un húmedo roce.

Colin dejó caer la cabeza contra el respaldo de la silla y un largo gemido salió de su garganta. Pasó sus dedos por el cabello de Alexandra, transfigurado por la erótica visión y sensación de los húmedos labios de ella cerrándose a su alrededor. Era el colmo de la intimidad física, pero de algún modo, en aquel momento, no le parecía suficiente.

– Alexandra… -Apretó las manos contra su pelo y le levantó la cabeza delicadamente-. Ven aquí.

Los ojos de Alexandra mostraron vacilación.

– ¿No te he dado placer?

– Sí, Dios mío, sí -logró decir Colin mientras la guiaba para que se pusiese de pie, abriese las piernas y se montase a horcajadas sobre él.

No sabía cómo explicarle la necesidad que había sentido de notar su piel contra la de él, de tocarla profundamente, con todo su cuerpo, así que dijo simplemente:

– Pero quiero sentirte toda.

Cuando Alexandra se posó sobre él, la tomó de las caderas e introdujo la punta de su miembro en su sexo. Sus labios se abrieron y, agarrándolo de los hombros, Alex se deslizó sobre él, una penetración ardiente, húmeda, que le arrancó a Colin un desgarrado gemido. Cuando estuvo dentro hasta el fondo, perdió el último vestigio de control. Le tomó la cabeza con una mano y envolvió la boca de Alex con la suya, mientras con la otra mano acariciaba sus pechos.

Pero aun así no era suficiente. Empujó hacia arriba, con todos los músculos en tensión, golpeando con su lengua el interior de la deliciosa boca de Alexandra, al unísono con las embestidas de su cuerpo. Ella se retorcía contra él, y toda la existencia de Colin se redujo a la unión de sus cuerpos. Su miembro se hinchó y rápidamente -no sabía si demasiado rápido o no lo suficientemente rápido- notó cómo Alex se cerraba a su alrededor. Separando sus bocas, se apartó para absorber la visión de ella echando el cuerpo hacia atrás, hundiendo los dedos en sus hombros, el sonido de su largo gemido al alcanzar el clímax. Y cuando sus espasmos se diluyeron, Colin salió con rapidez en un esfuerzo que casi lo mata. Su respiración se entrecortó y la abrazó fuertemente, manteniéndola pegada a él, sus corazones unidos, mientras se dejaba llevar por el orgasmo.

Su corazón no había recuperado todavía el pulso normal cuando ella se removió y levantó la cabeza. Colin abrió los ojos y la vio, sonrojada, con el pelo revuelto, los labios húmedos y separados, una mirada de saciada satisfacción en sus ojos caídos.

Algo se removió en su interior, algo que le decía que aunque por el momento podía ser suficiente, nunca nada sería bastante con aquella mujer.

Capítulo 19

Alexandra miró a través de la ventana de su dormitorio en la mansión Wexhall y suspiró. El cielo plomizo y pesado reflejaba perfectamente su estado de ánimo y aquel remolino de nubes negras casaba con el tumulto de emociones que la embargaba.

Apoyó la frente contra el frío cristal y observó melancólicamente el jardín. Era la última noche que iba a pasar en aquella casa, así que lo contemplaba por última vez. Faltaba apenas una hora para que comenzase la fiesta de lord Wexhall y, pasase lo que pasase aquella noche, tenía la intención de cumplir la promesa que se había hecho a sí misma y regresar al lugar al que pertenecía al día siguiente.

¿Era posible que solo llevara una semana allí? Se dio la vuelta y pasó la mirada por el lujo que la rodeaba. Era aterradora la facilidad con la que se había acostumbrado a todo aquello: a la serena elegancia; a las suntuosas comidas; a los baños calientes sin límite; a la enorme, cálida y cómoda cama; a tener todas sus necesidades cubiertas; a su incipiente amistad con lady Victoria quien, a pesar de su noble posición social, no era nada pretenciosa, sino amable y, a los ojos de Alex, la personificación de lo que una dama debía ser.

Aunque todavía de forma súbita y con bastante frecuencia se sentía incómoda, consciente de que no pertenecía a ese estrato social, no podía negar que había disfrutado de la comodidad de que se ocupasen de sus necesidades. Por primera vez en su vida, había tenido a alguien que la cuidara.

Pero no podía permitirse olvidar de dónde venía, el lugar al que estaba destinada a regresar. Aquel breve período allí, vivir esa vida, no era otra cosa que un sueño mágico y delicado, un sueño de frágil cristal, un regalo que debía apreciar y recordar con cariño, pero que no podía confundir con la realidad. Como el tiempo compartido con Colin.

Colin…

Cerró los ojos. Dios mío, ¿cómo iba a decirle adiós? La sola idea la llenó de un dolor profundo y desgarrador. Se había prohibido pensar en ello durante aquella semana. En lugar de eso, había saboreado cada minuto que habían pasado juntos, guardando los recuerdos de cada preciado día y de cada nueva experiencia como un avaro tesorero. Se negaba a oír las manecillas del reloj que resonaban en lo más profundo de su mente indicando el tiempo que faltaba para que aquel apasionante cuento de hadas tocase a su fin. Y entonces, ambos seguirían con sus vidas, unas vidas que por pertenecer a clases diferentes y tener divergentes ocupaciones no volverían a cruzarse.

A medida que la semana había ido avanzando, su amor por él había ido creciendo exponencialmente y, al mismo tiempo, crecía la desolación que la aguardaba en el horizonte. Había asistido a tres veladas más como madame Larchmont, pero a pesar de haber estado muy atenta, no había vuelto a oír aquella voz ronca. Nadie se había acercado ni a ella ni a Colin de forma sospechosa, y no había habido más accidentes. Sin embargo, las fiestas habían sido una tortura, intentando simular que no se daba cuenta del enjambre de bellas y jóvenes joyas que brillaban alrededor del hombre al que amaba, una de las cuales había de escoger como esposa.

Había visto a Logan en las tres veladas, y en cada una de ellas le había acompañado a dar una vuelta por el salón y al aparador donde se servían las bebidas. Estaba claro que a Colin no le gustaba el tipo y tensaba la mandíbula cada vez que lo veía o mencionaban su nombre. Pero a ella sí le gustaba Logan. Era inteligente, perversamente ingenioso, su compañía le agradaba y sus atenciones la halagaban. De hecho, podía entender por qué les resultaba muy tentador a tantas otras mujeres, y si Colin no le hubiera robado ya el corazón, sospechaba que Logan Jennsen podría haberla conquistado.

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