Bertrice Small - Indómita

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A principios del siglo XIX, Nueva Inglaterra y Gran Bretaña están en guerra y el conflicto internacional revuelve las aguas del océano Atlántico. La sangre de los lores de Wyndsong fluye con el vigor suficiente para marcar la ruta que conducirá a Nueva Inglaterra a obtener la victoria en esta segunda guerra de independencia aunque para ello tengan que convertir sus lazos familiares en una fortaleza inexpugnable. Pero el deseo de independencia y la fortaleza de carácter son rasgos que se heredan y Miranda Dunham ama demasiado su tierra natal como para permitir que su derecho de sangre sea devorado por la amnesia de las convenciones sociales.

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– Me pregunto si se dan cuenta de la mujer que hay en ti.

– ¿Cómo dice, señora? -preguntó Miranda, perpleja.

– Nada, niña -respondió lady Swynford en tono más amable y dejando a Miranda confusa al acariciarle la mano-. Bueno, veo que ni tú misma te has dado cuenta.

Al día siguiente de la cena, los Dunham se trasladaron en coche de Londres a Portsmouth, y veinticuatro horas más tarde debían zarpar hacia América. Cambiaron cuatro veces los caballos. Pasaron la noche en Portsmouth, en la Fountain, y subieron a bordo a la mañana siguiente para zarpar con la marea de mediodía. Los Dunham salieron a cubierta para contemplar cómo se alejaba la costa de Inglaterra, y luego pasaron a sus camarotes contiguos. Amanda, contemplando el zafiro redondo rodeado de diamantes que Adrián le había regalado, empezó a llorar al darse cuenta de que abandonaba a su amado. A Miranda le tenía sin cuidado porque no se había divertido durante su estancia en Londres y además volvía a casa, a su amado Wyndsong.

El Royal George zarpó con buen tiempo y vientos favorables. El capitán Hardy declaró que no se había encontrado con un tiempo tan bueno en todos sus viajes por el Atlántico. Llegaron a Barbados en un tiempo récord, pasaron del Caribe a Jamaica y por el Atlántico sur hacia Charleston, En cada puerro dejaban y admitían pasajeros, y desembarcaban carga.

Por fin llegaron a Nueva York. El barco pasó la noche descargando, renovando provisiones de agua y comida y almacenando una nueva carga de productos para Inglaterra. A la mañana siguiente, un día azul y dorado de octubre, el Royal George enfiló el East River hacia el estrecho de Long Island. Estarían en casa al día siguiente. Poco antes del alba del día en que verían Wyndsong, Miranda despertó a Amanda.

– Todavía está oscuro -protestó la adormilada hermana menor.

– ¿Acaso no quieres contemplar la salida del sol sobre Orient Point? -dijo Miranda mientras tiraba del cobertor- ¡Arriba, Mandy! ¡Levántate o te haré cosquillas hasta que te mueras de risa!

– Creo que me gustará más Adrián como compañero de cama, querida hermana -masculló Amanda, quien salió a regañadientes de su nido caliente-. ¡Ohhh! ¡El suelo está helado! ¡No tienes corazón, Miranda!

Sorprendida, Miranda alzó una ceja oscura mientras entregaba a Amanda su ropa interior de muselina blanca y encajes.

– ¿Que prefieres a Adrián como compañero de cama? ¡No sé si sorprenderme por tu falca de delicadeza o simplemente escandalizarme, Mandy!

– Puede que sea más joven, más baja y más tonta que tú, hermana, pero mis emociones están bien desarrolladas. Nadie ha tocado aún tu corazón. Pásame el traje, ¿quieres?

Amanda se metió en el traje de cintura alta y mangas abullonadas de tejido rosado y se volvió de espaldas a Miranda para que ésta la abrochara. No vio la mirada perpleja de su hermana. Miranda se sintió rara. No estaba resentida por la felicidad de su hermana, pero la joven Amanda nunca había sido la primera en nada. Se recobró pronto e, inclinándose, recogió su chal de cachemira.

– Mejor que cojas el tuyo, hermana, en cubierta hará frío.

Salieron a cubierta cuando un leve color empezaba a asomar por el este. El agua parecía negra y bruñida como un espejo. Una suave brisa hinchaba las velas y, mientras esperaban en la proa, avistaron la costa de Long Island a su derecha a través de la niebla gris de la mañana. A su izquierda, pero más lejos, la costa de Conneticcut estaba envuelta en niebla.

– Mi casa -suspiró Miranda, envolviéndose los hombros con el chal.

– ¿Tanto te importa? -murmuró Mandy en voz baja-. Me temo que papá y mamá se equivocan. Nunca querrás nada ni a nadie tanto como a Wyndsong. Es como si formaras parte de la misma tierra.

– Sabía que me comprenderías -sonrió Miranda-. Siempre nos hemos comprendido. ¡Oh, Mandy! No puedo creer que este primo de papá vaya a heredarlo algún día. ¡Debería ser mío!

Amanda Dunham apretó cariñosamente la mano de su gemela.

No podía hacer nada para modificar la situación y nada podía calmar el espíritu torturado de Miranda.

– Ah, de forma que este par de pícaras se han instalado aquí a semejante hora temprana. -Thomas Dunham echó los brazos sobre sus dos hijas.

– Buenos días, papá -exclamaron.

– ¿ Están mis hijas ansiosas por llegar a casa? ¿Incluso tú, Amanda?

Ambas asintieron con entusiasmo. En aquel momento una brisa ligera empezó a soplar y el resto de niebla desapareció. El sol naciente se volcó sobre las escarpaduras y tiñó de oro las aguas verde azuladas.

El cielo anunció un día precioso y despejado.

– ¡Mira, allí está el faro de Horton Point! -gritó Miranda excitada.

– ¡Entonces casi estamos en casa, cariños! -rió Dorothea Dunham, quien apareció en cubierta-. ¡Buenos días, hijas mías!

– Buenos días, mamá -respondieron al unísono-

– Buenos días, querida. -Thomas le dio un beso cariñoso que su esposa le devolvió.

La tripulación se movía a su alrededor y el capitán Hardy se reunió con los Dunham.

– Entraremos por Orient Point y anclaremos hacia el lado de la bahía, a fin de que su yate pueda maniobrar mejor. ¿Tardará mucho en estar lista su familia? Hay una buena brisa y si se mantiene podríamos llegar a Boston a última hora de la mañana.

– Mi yate debe de estar ahora frente a Orient.

– Bien, señor. Agradezco su cooperación y, si me lo permite, le diré que ha sido un placer tenerles a usted, su esposa y sus hijas a bordo de mi barco, -Después se volvió a Amanda y añadió-: Espero tener el placer de volver a llevarla a Inglaterra el verano que viene, señorita Amanda.

– Gracias, capitán -Amanda se ruborizó deliciosamente-, pero todavía no es oficial -terminó, jugueteando con el anillo.

– Entonces no la felicitaré hasta que lo sea. -Los ojos le brillaron con picardía-. Yo también tengo una esposa y una hija, y sé lo importante que es para las señoras observar las conveniencias.

– ¡Vela a la vista! -gritó el vigía desde la cofa.

– ¿Puede identificarlo? -preguntó el capitán.

– Clíper de Baltimore, señor. Bandera americana.

– ¿Nombre y puerto?

– Se trata del Dream Witch, procedente de Boston.

– Hmmm. -El capitán reflexionó un momento, luego ordenó-Mantenga el rumbo, señor Smythe.

– Sí, señor.

Permanecieron en cubierta observando cómo el clíper se dirigía hacia ellos. De pronto, una bocanada de humo escapó del otro barco, seguida de un estallido apagado que resonó sobre el agua.

– ¡Por Dios! ¡Nos han disparado a la proa! -exclamó incrédulo el capitán.

– ¡Royal George, deténgase y prepárese para ser abordado!

– Pero ¡qué insolencia! -barbotó el capitán.

– ¿Son piratas? -Miranda estaba fascinada, pero Amanda se acurrucó junto a su madre.

– No, señorita, sólo la chusma de la marina yanqui haciendo niñerías -explicó el capitán. Pero al recordar la nacionalidad de sus pasajeros, se sintió incómodo-. Les pido perdón -dijo, pero su mentalidad inglesa estaba rabiando. Dominaba de sobra el elegante barco que ahora se ponía de costado, pero llevaba pasajeros y carga.

Sabía bien que aquello era un ataque de represalia en venganza por alguna idiotez cometida por la Marina Real. Sus armadores le habían dado órdenes tajantes: a menos que vidas y carga estuvieran amenazadas, no debía disparar sus cañones.

La tripulación del clíper izó sus ganchos de abordaje al Royal George.

No opongan resistencia -ordenó el capitán Hardy a su tripulación-. No deben alarmarse, señoras y caballeros -tranquilizó al pasaje, que se había reunido en cubierta.

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