– No hasta después de la Noche de Epifanía.
– ¿Qué pasará con Logan Hepburn? ¿Qué le diré si me pide explicaciones? ¿Y si se le ocurre venir a la corte antes de tu huida?
– Me ocuparé de eso cuando llegue el momento. Si me busca en Friarsgate, le dirás que me fui con un amante. No permitiré que un salvaje y prepotente fronterizo pretenda intimidarme.
– Está enamorado de ti, prima.
– Quiere un hijo de mí, que es distinto. Y no seré yo la yegua destinada a darle un potrillo. ¡Qué engendre en otra a su condenado heredero!
– La familia puede obligarlo a casarse, querida niña. ¿Qué ocurrirá cuando tú y lord Leslie se separen y decidas que quieres a Logan Hepburn, después de todo? -le preguntó con franqueza.
– En ese caso, le permitiré ser mi amante -respondió alegremente-. Si me ama por mí misma y no por mi fecundidad, se sentirá más que satisfecho.
– ¡Cómo has cambiado desde la muerte de Owein! Antes eras una dulce paloma inocente y ahora te has convertido en una gata testaruda y belicosa. Pese a todo, te amo y te comprendo.
– Entonces eres, probablemente, el único que lo hace. Gracias, Tom, por ser el mejor amigo que jamás he tenido y que jamás tendré -respondió Rosamund con voz tierna y conmovida.
– Lord Leslie no te hará daño, lo sé. Pero temo que te dañes a ti misma. No pierdas el sentido común, Rosamund. Disfruta de tu idilio y mantén firme la cabeza sobre los hombros, te lo suplico.
– Lo haré, querido Tom. Estoy enamorada, pero no soy tonta. Y Patrick, sospecho, me protegerá de mí misma.
– ¿Pero quién, me pregunto, protegerá al conde de Glenkirk? -murmuró lord Cambridge.
El último día del año, Logan Hepburn llegó al palacio. Le comentó a su primo, el conde de Bothwell, que debería haber llegado un día antes, pero el mal tiempo lo había retrasado.
– Vine a desposar a mi amada -dijo con una sonrisa radiante.
Patrick Hepburn se mostró preocupado.
– ¿Por qué te enamoraste de esa muchacha inglesa? ¿Acaso no hay en Escocia suficientes jóvenes bellas para desposar? Esa mujer no es para ti.
Los ojos azules de Logan no solo evidenciaban curiosidad sino también recelo.
– ¿La has visto últimamente?
– Sí, Logan, y coincido contigo. Es bella y encantadora, pero me temo que no es para ti -respondió con calma el conde de Bothwell.
Logan se movió en la pequeña silla donde estaba sentado.
– ¿Y por qué Rosamund Bolton no es una muchacha para mí, querido primo?
Su tono era decididamente beligerante. Patrick Hepburn suspiró. Le molestaba que su primo tratara de disuadirlo de casarse con la inglesa.
– Dime, Logan, ¿no has pensado que tal vez Rosamund Bolton no desee contraer matrimonio con nadie en este momento?
– Pero la amo -replicó el señor de Claven's Carn.
– No basta con amar a una mujer, Logan.
– ¿Qué ha pasado? -El conde se dio cuenta de que no le quedaba escapatoria. Debía hablarle con absoluta franqueza.
– La verdad, primo, es que la señora tiene un amante. Se trata del conde de Glenkirk y su mutua pasión es pública y notoria. Ya no podrás casarte con ella.
– Mataré al conde de Glenkirk -gritó Logan, saltando de su silla-. Le advertí a Rosamund que destruiría a cualquier hombre que tratara de interponerse entre nosotros. ¿Dónde está ella? ¿Dónde está él?
– Siéntate, Logan -le ordenó su primo con voz firme-. El conde de Glenkirk es un querido amigo del rey, un hombre viudo que tiene un hijo adulto y nietos. No ha pisado el palacio en casi dos décadas, pero el rey lo invitó a Stirling a pasar la Navidad y él aceptó. El conde y Rosamund Bolton se vieron allí por primera vez y, aunque cueste entenderlo, se convirtieron en amantes esa misma noche. Contrajeron una de las más raras enfermedades: el amor. No puedes hacer nada contra esa dolencia, Logan. Sus corazones están comprometidos y eso es definitivo.
– Ella sabía que yo quería desposarla -se quejó el señor de Claven's Carn, y se desplomó en la silla frente al fuego-. ¡Lo sabía!
– Logan, ¿alguna vez ella te dijo que se casaría contigo? ¿Llegaron a algún acuerdo legal o firmaron un contrato? -Sondeó el conde-. Si lo hicieron, al menos tienes derecho a demandarla por traición.
– Le dije que vendría el Día de San Esteban para casarme con ella.
– ¿Y ella qué respondió?
Los ojos azules de Logan se abrieron mientras trataba de recordar aquel día. El señor de Claven's Carn, junto con los hombres de su clan, habían ayudado a Rosamund a atrapar a los ladrones que le robaban las ovejas. Él le había dicho que, si bien todos lo llamaban por el apellido de su madre, Logan, su nombre de pila era Stephen, en honor al Santo y que, en consecuencia, la desposaría en su día, el 26 de diciembre. Ella, montada en su caballo, le había replicado con franqueza, clavándole sus ojos ambarinos: "No me casaré contigo". Pero no lo había dicho en serio. Solo estaba coqueteando, como suelen hacer todas las mujeres en esas situaciones.
– ¿Qué respondió ella? -repitió el primo.
– Dijo que no. Pero estoy seguro de que se hacía la tímida.
– Es evidente que no -opinó el conde con amargura-. Oye, Logan, yo la estuve observando desde que llegó a Stirling. No es la clase de mujer que disimula o que cambia de opinión fácilmente. Además, la pasión entre Patrick Leslie y Rosamund es de una pureza infinita. Cuando los veas juntos, entenderás.
– ¿Me dijiste que es un hombre de edad avanzada?
– Sí.
– Dos de sus maridos fueron mayores que ella. Del segundo matrimonio, Rosamund tuvo tres hijas, pero son unas niñitas. ¿Es posible, primo, que ella tema casarse con un hombre joven y vigoroso? ¿Será por eso que la sedujo ese amante de barba canosa? Patrick Hepburn rió con ganas.
– Sácate esas ideas de la cabeza, Logan. Aunque el conde de Glenkirk haya vivido medio siglo, no puede considerárselo un viejo. Es atractivo y fuerte. Parece estar en la flor de la vida y su devoción por Rosamund Bolton es innegable. Si creyera en las brujas, juraría que sufrieron algún tipo de hechizo.
– No me rendiré. ¡La amo!
– No tienes ninguna posibilidad, Logan. Ya no puedes hacer nada -exclamó enojado el conde de Bothwell-. Ahora bien, tus hermanos me estuvieron importunando durante meses para que te buscara una esposa. Pero yo no les hice caso debido a tu obsesión enfermiza por esa mujer inglesa. Como cabeza del clan, no puedo seguir postergando mis deberes para con Claven's Carn. Te juro que te encontraré una mujer apropiada, Logan. Y te casarás con ella y tendrás herederos por el bien de tu familia. Sácate a Rosamund de la cabeza.
– No es en mi cabeza donde se ha alojado, Patrick, sino en mi corazón -confesó lord Hepburn con tristeza-. Mis hermanos tienen hijos. Dejemos que alguno de ellos ocupe mi lugar como señor de Claven's Carn. No me casaré con nadie, salvo con Rosamund Bolton. ¿Dónde está ella?
– No permitiré que la hostigues. Si la traigo y te dice que no se quiere casar contigo, ¿darás por terminada esta historia?
– Tráela, por favor.
– ¿Qué locura estás planeando? -preguntó el conde clavándole la mirada.
– Ninguna locura, primo. Incluso puedes quedarte en la habitación para asegurarte de que mis intenciones son decentes.
– Muy bien. Mañana, después de misa. Hasta ese entonces, Logan, permanecerás en mis aposentos. Me parece lo más conveniente. ¿De acuerdo?
– Me encanta estar aquí, primo.
El conde de Bothwell le envió un mensaje al rey comunicándole la llegada de su primo a Stirling y otro a Rosamund diciéndole lo mismo y pidiéndole que fuera a sus aposentos al día siguiente, después de la misa matutina.
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