– Tú y mi familia me han forzado a tomarla, Patrick. No es una decisión libre.
– No puedes esperar eternamente que la encantadora dama de Friarsgate se decida a ser tu esposa, Logan. Ella fue franca contigo y te dijo que jamás lo sería.
– No. Lo único que me quedó claro es que piensa que soy un tonto arrogante y que debo atenerme a las consecuencias -respondió angustiado.
– Acepta lo que el destino te ofrece, Logan -le aconsejó el conde-, y trata de vivirlo de la mejor manera posible. De lo contrario, serás un hombre infeliz.
Logan se rió con amargura.
– Hace un rato Rosamund me dio el mismo consejo.
– Yo también empiezo a admirar a esa dama, primo. Es muy sabia para su edad. Entonces, si no piensas hacerme caso a mí, hazle caso a ella.
– No tengo otra opción. No temas, Patrick. No convertiré a Jeannie en una criatura desdichada. Si la tomo por esposa, la trataré con ternura y respeto. No es su culpa que yo sea un tonto ni que la dama de Friarsgate no me ame.
– Bien, bien -dijo el conde aliviado.
Le había pintado a Robert Logan un cuadro idílico de la vida de su única hija como dama de Claven's Carn, y no quería que fuera de otra manera. La muchacha era perfecta para su primo.
Cuando llegó la noche, el conde de Bothwell y Logan Hepburn se dirigieron al gran salón. La galería del juglar estaba colmada de invitados y la música inundaba el lugar, atestado de gente. Sirvientes y doncellas iban y venían con bandejas, fuentes con manjares y cántaros de vino y cerveza. El vestíbulo estaba decorado con acebo y pino. Velas de cera de abeja y candelabros ardían por todas partes. Los hogares, provistos de enormes leños, brillaban en todo su esplendor. El conde y su primo encontraron su mesa y se sentaron. Los comensales saludaron al conde, que les presentó a su acompañante. Las copas de vino estaban sobre la mesa, junto con la vajilla de plata que pronto se colmaría de exquisita comida y de un delicioso pan especiado y caliente.
– Mira, Logan; la mesa de al lado…
El señor de Claven's Carn se volvió y contuvo la respiración mientras contemplaba a Rosamund Bolton y a su amante. Estaban totalmente absortos. Logan nunca la había visto tan bella como en ese momento. Su rostro resplandecía de amor por el hombre que tenía a su lado y la expresión de su amante era también de absoluta adoración.
– ¡Por el amor de Dios! -dijo Logan sin aliento. Luego se dirigió a su Primo-. Arregla la cita con Jean Logan.
Ahora, mira hacia el final de la mesa. ¿Ves a la joven de vestido azul? Esa es Jean Logan. ¿Qué te parece?
Logan se dio vuelta y miró rápidamente porque no quería dar la impresión de que la estaba estudiando. La muchacha tenía un rostro dulce y escuchaba sonriente las palabras del joven caballero sentado a su lado.
– Tiene un admirador -notó Logan-, o sea que es bella. O podrá serlo. Dime, Patrick, que su tierno corazón no pertenece a otro. No quisiera arrebatarla de alguien que la ama.
– Pasó su vida internada en un convento desde los ocho años. Hace muy poco tiempo apareció en el palacio bajo la protección de la reina. Primo, no conozco a nadie que la ame, te lo juro.
– ¿La conoces, Patrick?
– Sí, su padre y yo somos viejos amigos.
– ¿La joven ya sabe de tus planes?
– Le hemos dado algunos indicios. Por ejemplo, que esta noche conocería a un caballero en el palacio que podría resultar un buen candidato.
– ¿Qué habría pasado si Rosamund no se hubiese enamorado de otro y hubiese aceptado casarse conmigo?
– Le habría conseguido otro esposo a la bella Jean. Pero ya no tengo que hacerlo, ¿no es así, primo?
– No, ya no. Es bella, joven y se crió en un convento. Si no puedo poseer a Rosamund, esta muchacha es la mejor opción -se resignó.
– No parece un destino nada desdeñable, primo -insistió el conde.
– Vamos, entonces. Preséntame a mi futura esposa lo antes posible. Si es que nos quieren casados y en la cama para la Noche de Epifanía, debemos darle a la niña un poco de tiempo para que conozca al hombre que la importunará por el resto de sus días.
Los dos hombres se encaminaron hacia el final del salón y Patrick Hepburn se detuvo frente a la joven. Ella lo miró, se levantó inmediatamente y le hizo una reverencia.
– Milord Bothwell -saludó mientras miraba con curiosidad al acompañante del conde. Sus mejillas estaban arreboladas y su corazón latía con rapidez.
– ¿Qué dices, mi pequeña Jean? ¿No me llamabas tío Patrick la última vez que nos vimos? ¿Te tratan bien en la corte de la reina?
– Sí, tío Patrick.
– Bueno, jovencita, no permanecerás aquí mucho más tiempo ya que ha llegado el momento de desposarte. Tu padre ya te lo habrá anunciado, ¿verdad?
– Sí -respondió suavemente y se sonrojó aún más.
– Entonces, permíteme que te presente a mi primo, cuya madre, a quien Dios tiene en su santa gloria, formaba parte de tu clan. Él es Logan Hepburn, el señor de Claven's Carn, Jean. Te casarás con él durante la Noche de Epifanía, en Stirling.
– Señorita Jean -saludó Logan, inclinándose hacia la pequeña mano de la niña con el propósito de besarla. Su manecita tembló dentro de la suya y Logan sintió de inmediato la necesidad de protegerla.
– Milord -le respondió, sonrojándose nuevamente pero mirándolo a los ojos.
Él le sonrió y pensó en lo encantadora que era su timidez. Pobrecita, no tenía derecho a ninguna injerencia en su porvenir. Entonces, de pronto, entendió todo lo que Rosamund había tenido que soportar.
– Disponemos de poco tiempo y lo tenemos que aprovechar para conocernos lo mejor posible, señorita Jean.
– Tenemos toda la vida por delante, señor -respondió, sorprendiendo a Logan-. Por otra parte, muchas mujeres no conocen a sus futuros esposos hasta que están frente al altar.
– Lo que suele ser muy perturbador -agregó Logan.
Ella lanzó una risita y respondió con rapidez:
– Para ambas partes, milord.
En ese instante, se dio cuenta de que su futura mujer iba a gustarle. Ahora sólo esperaba que a ella le gustase él.
– Los dejaré solos para que se conozcan más.
Se produjo un largo e incómodo silencio. Luego, el señor de Claven's Carn tomó la mano de Jeannie y le propuso alejarse de la fiesta para conversar.
– Me encantaría -respondió Jean, caminando a su lado. Ella era muy pequeña y el hecho de estar junto a él acentuaba la considerable estatura de Logan.
– Permítame decirle, señorita Jean, que valoro la honestidad por sobre todas las cosas. Por lo tanto, me veo en la obligación de preguntarle si le satisface la idea de casarse conmigo.
– Sí, milord -respondió la pequeña dama. Su voz era suave, pero firme.
– ¿Su corazón no tiene dueño? Porque de ser así, no la forzaré a comprometerse conmigo.
– Mi corazón será suyo, milord, y de nadie más. -Él se alegró.
– Tengo dos hermanos. Claven's Carn está en la frontera. No somos ricos, pero tenemos un buen pasar. La casa es acogedora y su deber será gobernarla.
– ¿Ya ha estado casado, milord?
– No, señorita Jean.
– ¿Por qué no?
– Es una larga historia.
– Me gustan las historias -respondió la muchacha en voz baja. Él se echó a reír.
– Veo que seré incapaz de ocultarle mis secretos, señorita Jean. Pues bien, durante muchos años soñé con desposar a una dama inglesa. Su tutor no me consideraba un buen partido y tras haberla casado dos veces con otros candidatos -ella era una niña cuando se celebraron sus dos primeras nupcias-, pensé que había llegado mi hora. Pero el rey de Inglaterra la desposó con uno de sus caballeros. Fue un buen matrimonio. Tuvieron hijos y, luego, el marido murió en un accidente. Pasado un tiempo, pedí su mano, pero no me aceptó. Dado que ya pasé los treinta años, mi familia recurrió a lord Bothwell para que me buscara una esposa. Y así lo hizo.
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