– Alejandro Estuardo es el obispo de St. Andrew.
– Sí, y es sorprendentemente apto para la tarea, pese a su juventud. La reina está celosa del profundo amor que los une. Sabe incluso que, aun dándole un heredero saludable, Alejandro será siempre el preferido del rey. Por lo demás, es el primogénito.
– ¿Cómo te las ingenias para enterarte de tantas historias en tan poco tiempo? Ni siquiera hace una semana que estamos aquí -rió Rosamund.
Bajaron por una callejuela adoquinada donde se alineaban pulcras casas de piedra con techos de pizarra negra. Lord Cambridge se detuvo en la tercera y entró en el edificio, al tiempo que llamaba a la dueña:
– Señora MacHugh, he traído a mi prima. Acabamos de salir de misa y estamos hambrientos.
Una mujer alta y delgada emergió de las profundidades de un oscuro corredor.
– ¿Su prima, milord?
– Rosamund Bolton, dama de Friarsgate e íntima amiga de la reina. Ya le he hablado de ella, señora MacHugh.
Tom se sacó la capa y ayudó a Rosamund a quitarse la suya.
– Desde que alquiló mi casa, usted no ha hecho más que parlotear replicó la anciana con sequedad. Luego se dirigió directamente a Rosamund-: ¿Alguna vez para de hablar su primo, milady?
El tono de su voz era cortante, pero sus ojos resplandecían.
– Me temo que casi nunca, señora MacHugh -respondió con una sonrisa y luego fue presa de un involuntario estremecimiento.
La anciana lo advirtió y la invitó a pasar a la sala, donde ardía un buen fuego.
– Es la habitación más confortable de la casa. Les serviré la comida allí -dijo, y volvió a sumergirse en el corredor.
La sala era, en efecto, cálida y acogedora. Rosamund se sentó junto a la chimenea, en una silla tapizada en gobelino. Tom colocó en su mano una copa de vino, aconsejándole que la bebiera para devolver el calor a su esbelto cuerpo.
– Prometo no hablar del tema hasta que la mesa esté servida. No deseo que me interrumpan y supongo que tú no querrás compartir las noticias con el mundo entero.
Ella asintió y comenzó a beber el vino dulce de a pequeños sorbos.
– Te has puesto uno de mis vestidos favoritos. Las nuevas mangas ribeteadas en piel te van de maravillas y armonizan con tu adorable cabello rojizo, prima.
– Es lindo, ¿verdad? Me complace que te gusten las mangas. La marta es una piel magnífica, tanto en textura como en color.
La señora MacHugh entró en la sala con una enorme bandeja que depositó en el aparador.
– Milord, ayúdeme con la mesa, si es tan amable.
La dueña y lord Cambridge levantaron la pesada mesa de roble y la colocaron frente a la chimenea. Rosamund acercó de inmediato la silla. La anfitriona llenó dos platos de peltre con pequeñas albóndigas de avena, una mousse de huevos, jamón y rebanadas de pan tostado. Luego de poner un recipiente de piedra con un buen trozo de manteca, otro con cerezas en conserva y una generosa porción de queso, se retiró de la sala.
Comieron en silencio hasta vaciar los platos y devorar la mitad del queso. El vino era realmente exquisito. Una vez satisfechos, suspiraron al unísono, se rieron y Tom le dijo a su prima que ya era hora de que le contara absolutamente todo.
– Somos amantes… -comenzó Rosamund.
Él se limitó a asentir, sin demostrar sorpresa alguna. Cualquiera que no pensase lo mismo en la corte no era sino un tonto y un simplón.
– Partiremos dentro de poco a San Lorenzo. Te lo contaré todo, pero debes prometerme guardar el secreto, pues muchas vidas dependen de ello. ¿Mantendrás la boca cerrada, primo?
Lord Cambridge hizo un gesto de asentimiento.
– Tú sabes, Rosamund, que si bien amo a Inglaterra no me involucro en política. ¿Me juras que esto no implicará una traición de tu parte… o de la mía, por el mero hecho de escucharte?
– No significa traición alguna, te lo juro.
– Entonces guardaré el secreto; ¿acaso no lo he hecho siempre, querida niña?
– Sí, Tom. Pero esto es diferente. Enrique ha firmado un acuerdo con el Santo Padre en Roma, cuya finalidad es expulsar a los franceses del norte de Italia. Venecia, España y el Sacro Imperio Romano los apoyan y han constituido lo que ellos llaman la Santa Liga. Enrique está presionando al rey Jacobo para que se una a ellos. El rey de Escocia ha mantenido siempre una relación privilegiada con el Papa. Pero Enrique ha puesto en peligro esa relación, insistiendo en que Escocia debe unirse a su causa. Y Patrick me ha contado lo que piensa hacer su rey.
– ¡Ah! -Exclamó lord Cambridge cayendo en la cuenta-. Se trata, desde luego, de la vieja alianza con Francia. El rey Jacobo es un hombre honorable y no tiene motivo alguno para faltar a su palabra.
– Exactamente. Por eso el rey va a mandar a lord Leslie a San Lorenzo, donde una vez sirvió a Escocia como embajador. Allí se reunirá en secreto con los representantes de Venecia y del Imperio y tratará de convencerlos de retirarse de la liga y, de ese modo, debilitar la alianza. Pero para que el plan tenga éxito, lo que es muy improbable, todo debe hacerse de forma encubierta. Cuando lord Leslie desaparezca de la corte, supondrán que ha vuelto a sus tierras. Después de todo, no ha visitado la corte en dieciocho años y nadie lo considera un hombre poderoso o influyente. Me pidió que lo acompañara y acepté, aunque será más difícil explicar mi ausencia, pues fue la reina quien me invitó a Stirling y todos saben que soy su amiga. Tendré que mentirle a Meg. Le diré que acabo de recibir un mensaje donde me comunican que una de mis hijas está muy enferma y que debo regresar a Friarsgate de inmediato, aunque volveré a la corte lo antes posible… que es justamente lo que pienso hacer.
– ¿Quieres que regrese a Friarsgate y hable con Edmund y Richard? ¿Es eso?
– Sí, es eso Tom, pero hay más. Te harás cargo de mis tierras y de mis hijas hasta que vuelva. No permitiré que Henry Bolton robe a mis niñas, lo que supondría despojarme de Friarsgate. Procurará intimidar a Edmund e incluso al párroco Richard, pero no podrá contigo. Tú eres lord Cambridge y él sólo es el plebeyo vulgar Henry Bolton. Sé que te pido demasiado, primo. Pensabas pasar el invierno conmigo, en la corte escocesa, acompañarme a casa y luego regresar a tus posesiones, cerca de Londres.
– Es cierto. Pero lo que más me decepciona es no poder viajar contigo a San Lorenzo. Tengo entendido que es un pequeño ducado bellísimo.
– Le dije a Patrick que si no nos acompañabas, te sentirías defraudado -respondió Rosamund con una sonrisa incómoda. Lord Cambridge soltó la carcajada.
– Y él te contestó que lamentaba enormemente no poder gozar de mi compañía.
– De pronto, y para nuestra mutua sorpresa, nos enamoramos locamente. Es preciso pasar este tiempo juntos antes de separarnos. Perdónanos, Tom.
– ¿No piensas casarte con él, prima? -lord Cambridge la miró perplejo.
– Yo no dejaré Friarsgate y él no dejará Glenkirk. Ambos lo sabemos y agradecemos al destino esta breve felicidad que nos ha concedido. Muy pronto nos reclamarán nuestros deberes. Tom, no comprendo qué nos sucedió ni por qué, pero es la primera vez en la vida que estoy enamorada y que me aman con la misma intensidad con que yo amo. Es la primera vez que no cedo ante la voluntad ajena, sino que hago lo que me place. Y lo que me place es pasar esta breve temporada junto a él. Nada ni nadie podrá impedirlo.
– Guardaré tu secreto y seré tu cómplice. Luego regresaré a Friarsgate y me haré cargo de las niñas. Edmund es quien se ocupa de tus tierras y como compañero es muy entretenido, aunque insista en ganarme al ajedrez. No será exactamente el invierno que había imaginado, pero eres mi bien amada Rosamund y me sacrificaré por ti. ¿Cuándo nos iremos de Stirling?
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