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Julia Quinn: El Duque Y Yo

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Julia Quinn El Duque Y Yo

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Todos parecían divertirse en aquel baile que reunía a lo más selecto de la sociedad londinense. Todos, excepto ellos dos. Daphne, una hermosa joven agobiada por su madre, y Simon, el huraño nuevo duque de Hastings, tenían el mismo problema: la continua presión para que encontraran pareja. Al conocerse, se les ocurrió el plan perfecto: fingir un compromiso que los liberara de más agobios. Pero no sería sencillo, ya que el hermano de Daphne, amigo de Simon, no es fácil de engañar, ni tampoco lo son las avezadas damas de la alta sociedad. Aunque lo que complicará de verdad las cosas será la aparición de un elemento que no estaba previsto en este juego a dos bandas: el amor. Desde que fue presentada en sociedad, Daphne no tiene un momento de respiro. La culpa es de su madre, a la que adora, pero que está obsesionada con encontrarle un marido cuanto antes. Lo peor del caso es que los hombres razonablemente deseables no están interesados, y los que sí lo están son unos incansables pesados de los que tiene que librarse… incluso a golpes. Por eso acepta encantada la idea del duque de Hastings de fingir un noviazgo que ahuyente a los pretendientes. Aunque quizá también tenga algo que ver el hecho de que el joven duque comienza a resultarle cada vez más seductor. Marcado por una infancia llena de soledad y resentimiento, Simon Basset, el nuevo duque de Hastings, no quiere saber nada de la vida social de Londres ni, desde luego, de los intentos de las elegantes damas de “cazarlo” como marido para sus hijas. Cuando conoce a Daphne, cree haber encontrado el plan perfecto: un compromiso ficticio que mantenga alejadas a las pretendientes que lo agobian. Y cuando la atracción fingida comienza a convertirse en algo demasiado real, Simon deberá enfrentarse a los fantasmas del pasado que le impiden disfrutar la felicidad que el destino pone al alcance de su mano.

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– Estoy segura de que la columna de lady Whistledown no va arruinar mis posibilidades de matrimonio.

– ¡Daphne, ya han pasado dos años!

– Y lady Whistledown sólo publica esta ridícula columna desde hace tres meses, así que no creo que podamos echarle toda la culpa a ella.

– Le echaré la culpa a quien quiera -dijo Violet.

Daphne se clavó las uñas en las palmas de las manos para evitar responderle de mala manera a su madre. Sabía que sólo quería lo mejor para ella, y sabía que su madre la quería. Y ella también la quería. En realidad, hasta que Daphne llegó a la edad casadera, Violet había sido la mejor madre del mundo. Y lo seguía siendo, menos cuando se desesperaba ante la realidad que, detrás de Daphne, tenía que casar a tres hijas más.

Violet se colocó una mano encima del pecho.

– Pone en entredicho tu origen noble.

– No -dijo Daphne, lentamente. Siempre era recomendable ir con cautela a la hora de contradecir a su madre-. En realidad, lo que ha dicho es que no cabe ninguna duda de que todos somos hijos legítimos. Y eso mucho más de lo que pude decirse de las demás familias numerosas de la alta sociedad.

– Ni siquiera debería haber sacado el tema -lloriqueó Violet.

– Madre, escribe una columna de cotilleos. Su trabajo es sacar temas como éste.

– Ni siquiera es una persona real -añadió Violet, muy enfadada. Apoyó las manos en las caderas, aunque luego cambió de opinión y empezó a agitar un dedo en el aire-. Whistledown, ¡ja! Nunca he oído hablar de ningún Whistledown. Sea quien sea esta depravada mujer, dudo mucho que sea uno de los nuestros. Nadie con un mínimo de educación escribiría semejantes mentiras.

– Claro que es de los nuestros -dijo Daphne, a quien se le notaba en los ojos que estaba disfrutando con aquella conversación-. Si no fuera de la alta sociedad, sería imposible que supiera todo lo que sabe. ¿Pensabas que era alguna impostora que se dedicaba a espiar por las ventanas y a escuchar detrás de las puertas?

– No me gusta ese tono, Daphne Bridgerton -dijo Violet, entrecerrado los ojos.

Daphne reprimió una sonrisa. La frase «No me gusta tu tono» era la respuesta habitual de Violet cuando uno de sus hijos tenía razón en una discusión.

Sin embargo, se lo estaba pasando demasiado bien para dejarlo allí.

– No me sorprendería que lady Whistledown fuera una de tus amigas -dijo Daphne, inclinando la cabeza.

– Ten cuidado, muchachita. Ninguna de mis amigas caería tan bajo.

– Está bien -dijo Daphne-. Posiblemente no es ninguna de tus amigas, pero estoy segura de que es alguien que conocemos. Ningún intruso podría conseguir la información de la que ella habla.

Violet se cruzó de brazos.

– Me gustaría descubrirla y dejarla sin trabajo.

– Si de verdad es lo que quieres -dijo Daphne, sin poder resistirse al comentario-, no deberías apoyarla comprando su revista.

– ¿Y qué conseguiría con eso? -preguntó Violet-. Todo el mundo la compra. Mi insignificante boicot sólo serviría para hacerme quedar como una ignorante cuando los demás comentaran sus chismes.

En eso tenía razón, pensó Daphne. La alta sociedad de Londres estaba totalmente enganchada a la Revista de sociedad de lady Whistledown . La misteriosa publicación había aparecido en la puerta de las mejores casas de Londres hacía tres meses. Durante dos semanas, se entregó de manera gratuita los lunes, miércoles y viernes. Y entonces, al tercer lunes, los mayordomos de todo Londres esperaron en vano a los chicos del reparto porque para, sorpresa de todo el mundo, la revista se empezó a vender al desorbitado precio de cinco peniques el ejemplar.

Daphne sólo podía admirar la astucia de la ficticia lady Whistledown. Cuando empezó a vendes sus chismes, todo Londres estaba ya tan enganchado a ellos que todos desembolsaban los cinco peniques para leerlos mientras, en algún lugar, alguna señora entrometida se estaba haciendo de oro.

Mientras Violet se paseaba por el salón refunfuñando sobre aquel «terrible desaire» en contra de su familia, Daphne la miró para asegurarse de que no le prestaba atención y aprovechó para seguir leyendo los relatos de lady Whistledown. La publicación era una mezcla de comentarios, noticias sociales, mordaces insultos y algún que otro cumplido. Lo que la diferenciaba de otras revistas similares es que la autora daba los nombres completos de los protagonistas. No ocultaba a las personas detrás de abreviaturas como lord S o lady G. Si lady Whistledown quería escribir sobre alguien, utilizaba el nombre completo. La gente bien puso el grito en el cielo pero, en el fondo, estaban fascinados por aquella mujer.

Este último número era típico de lady Whistledown. Aparte de la breve columna sobre los Bridgerton, que no era más que una descripción de la familia, relataba las fiestas de la noche anterior. Daphne no pudo asistir porque era el cumpleaños de su hermana menor, y los Bridgerton siempre celebraban los cumpleaños en familia. Y siendo ocho hermanos, siempre estaban celebrando algo.

– ¿Estás leyendo esa bazofia? -dijo Violet, en tono acusatorio.

Daphne la miró, sin ningún sentimiento de culpabilidad.

– La columna de hoy no está mal. Al parecer, Cecil Tumbley tiró una torre de copas de champán ayer por la noche.

– ¿De verdad? -preguntó Violet, intentando disimular su interés.

– Mmm-hmm -contestó Daphne-. Da bastante buena cuenta del baile en casa de los Middlethorpe. Quién habló con quién, los vestidos que llevaban las señoras…

– Y supongo que sintió la necesidad de dar su opinión a ese respecto, ¿no es así?

Daphne esbozó una sonrisa maliciosa.

– Venga, mamá. Sabes tan bien como yo que a la señora Middlethorpe nunca le ha favorecido el púrpura.

Violet intentó no sonreír. Daphne vio cómo la comisura de los labios se apretaba mientras su madre intentaba mantener la compostura propia de una vizcondesa y madre. Sin embargo, a los dos segundos estaba sonriendo y sentándose al lado de su hija en el sofá.

– Déjame verlo -dijo, quitándole la revista de las manos a Daphne-. ¿Pasó algo más? ¿Nos perdimos algo importante?

– Mamá, de verdad, con una reportera como lady Whistledown, ya no hace falta acudir a las fiestas -dijo Daphne, agitando la revista-. Esto es casi como haber estado allí. Incluso mejor. Estoy segura que nosotros comimos mejor que ellos. Y devuélveme eso -gritó, quitándole la revista de las manos a su madre.

– ¡Daphne!

Daphne le hizo una mueca.

– Lo estaba leyendo yo.

– ¡Está bien!

Violet se inclinó. Daphne leyó:

– «El vividor antiguamente conocido como conde de Clyvedon ha decidido, al fin, honrar a Londres con su presencia. Aunque todavía no se dignado a hacer su presentación oficial en ninguna fiesta social, han visto al nuevo duque de Hastings en White’s varias veces y en Tattersall’s en una ocasión -hizo una pausa para respirar-. El duque ha vivido en el extranjero los últimos seis años. ¿Será sólo una coincidencia que haya regresado ahora, justo después de la muerte del viejo duque?»

Daphne levantó la mirada.

– Dios mío, no se anda por las ramas, ¿no crees? Este Clyvedon, ¿no es amigo de Anthony?

– Ahora se llama Hastings -dijo Violet, de manera automática-. Y sí, creo que él y Anthony eran amigos en Oxford. Y en Eaton también, creo. -Arrugó una ceja y entrecerró los ojos-. Si no recuerdo mal, era bastante revoltoso. Siempre estaba en desacuerdo con su padre, pero era un chico brillante. Estoy casi segura de que Anthony dijo que sacó nota de honor en matemáticas. Y eso -dijo, con una mira maternal-, es más de lo que puedo decir de ninguno de mis hijos.

– Estoy segura de que, si en Oxford aceptaran mujeres, yo también sacaría notas excelentes -bromeó Daphne.

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