– Es un pelín alto para ella, pero no lo veo como un obstáculo insuperable, ¿no crees?
Kate se agarró las manos y se clavó las uñas en la piel. Decía mucho sobre la fuerza de su agarre el hecho de que pudiera sentirlas incluso a través de los guantes de cabritilla.
Mary sonrió. Una sonrisa bastante taimada, pensó Kate. Lanzó una mirada desconfiada a su madrastra.
– ¿Él baila bien, no te parece? -preguntó Mary.
– ¡No va a casarse con Edwina! -estalló Kate.
La sonrisa de Mary se estiró hasta formar una mueca.
– Me estaba preguntando cuánto tardarías en romper tu silencio.
– Mucho más de lo que es mi tendencia natural -replicó Kate, prácticamente mordiendo con cada palabra.
– Sí, eso está claro.
– Mary, sabes que no es el tipo de hombre que queremos para Edwina.
Mary inclinó ligeramente la cabeza a un lado y alzó las cejas.
– Creo que el planteamiento tendría que ser si es el tipo de hombre que Edwina quiere para Edwina.
– ¡Tampoco lo es! – repuso Kate con vehemencia -. Esta misma tarde me dijo que quería casarse con un intelectual. ¡Un intelectual!-Sacudió la cabeza en dirección al cretino moreno que estaba bailando con su hermana-. ¿A ti te parece un intelectual?
– No, pero te digo lo mismo, tú no tienes precisamente aspecto de ser una diestra acuarelista, y no obstante yo sé que lo eres. -Mary puso una sonrisita de suficiencia, lo cual acabó por sacar de quicio a Kate. Esperó su respuesta.
– Admitiré -dijo Kate entre dientes- que no hay que juzgar a una persona sólo por su aspecto externo, pero sin duda estarás de acuerdo conmigo en que, por todo lo que hemos oído decir de él, no parece el tipo de hombre que vaya a pasar las tardes inclinado sobre libros antiguos en una biblioteca.
– Tal vez no -dijo Mary en tono meditativo- pero he tenido una conversación encantadora con su madre esta noche, más temprano.
– ¿Su madre? -Kate se forzó por seguirla conversación-. ¿Qué tiene que ver eso ahora?
Mary se encogió de hombros.
– Me cuesta creer que una dama tan cortés e inteligente haya criado a un hijo que no sea el más perfecto de los caballeros, a pesar de su reputación.
– Pero, Mary…
– Cuando seas madre -dijo con altivez- entenderás a lo que me refiero.
– Pero…
– ¿Te he dicho ya -interrumpió de pronto Mary con un tono de voz intencionado que indicaba que quería cambiar de tema- lo guapa que estás con la gasa verde? Estoy contentísima de que la escogiéramos.
Kate se quedó mirando su vestido sin palabras mientras se preguntaba por qué diablos Mary había cambiado de tema de forma tan repentina.
– Este color te sienta muy bien. ¡Lady Confidencia no te comparará con ninguna brizna chamuscada en su columna del viernes!
Kate se quedó mirando a Mary llena de consternación. Tal vez su madre estaba demasiado acalorada. El salón de baile se encontraba abarrotado y el ambiente estaba cada vez más cargado.
Entonces sintió el dedo de Mary clavándosele justo debajo de su omoplato izquierdo, y supo que el motivo era otra cosa por completo diferente.
– ¡Señor Bridgerton! -exclamó de pronto Mary, sonando tan llena de júbilo como una jovencita.
Kate, horrorizada, volvió la cabeza con brusquedad para ver a un hombre asombrosamente guapo que se acercaba hacia ellas. Un hombre asombrosamente guapo que guardaba un parecido también asombroso con el vizconde que en aquellos instantes estaba bailando con su hermana.
Tragó saliva. O eso o se quedaba boquiabierta del todo.
– ¡Señor Bridgerton! – repitió Mary -. Qué placer verle. Ésta es mi hija Katharine.
El joven tomó la mano inerte y enguantada de Kate y rozó sus nudillos con un beso tan etéreo que Kate sospechó que no la había besado en absoluto.
– Señorita Sheffield -murmuró él.
– Kate -continuó Mary-, te presento al señor Colin Bridgerton. Le he conocido antes mientras hablaba con su madre, lady Bridgerton, esta misma noche. -Se volvió a Colin con sonrisa radiante-. Qué dama tan encantadora.
Él le devolvió la sonrisa.
– Eso creemos nosotros.
Mary soltó una risita ahogada. ¡Una risita ahogada! Kate sintió una arcada.
– Kate -repitió Mary-, el señor Bridgerton es el hermano del vizconde. El que baila con Edwina -añadió sin que fuera necesario.
– Eso he deducido -respondió Kate.
Colin Bridgerton le lanzó una mirada de soslayo, y ella supo al instante que no le había pasado por alto el vago sarcasmo en su tono de voz.
– Es un placer conocerla, señorita Sheffield -dijo con amabilidad-. Espero que esta noche me haga el honor de concederme uno de sus bailes.
– Yo… por supuesto. -Se aclaró la garganta-. Será un honor.
– Kate -dijo Mary dándole levemente con el codo-, enséñale tu tarjeta de baile.
– ¡Oh! Sí, por supuesto. -Kate buscó a tientas su tarjeta, que llevaba atada con pulcritud a su muñeca con una cinta verde. Que tuviera que buscar a tientas algo que de hecho llevaba atado a su cuerpo era un poco alarmante, pero Kate decidió atribuir su falta de compostura a la aparición repentina e inesperada de un hermano Bridgerton desconocido hasta entonces.
Eso y el desgraciado hecho de que incluso en las mejores circunstancias nunca había sido la chica con más gracia de un baile.
Colin escribió su nombre para una de las piezas durante aquella velada, luego le preguntó si le apetecía ir con él hasta la mesa de la limonada.
– Ve, ve -dijo Mary antes de que Kate pudiera contestar-. No te preocupes por mí. Estaré muy bien aunque te vayas.
– Puedo traerte un vaso -se ofreció Kate al tiempo que intentaba imaginarse si era posible fulminar con la mirada a su madrastra sin que el señor Bridgerton lo advirtiera.
– No es necesario. La verdad es que debería regresar a mi sitio con todas las acompañantes y madres. -Mary volvió con frenesí la cabeza de un lado a otro hasta que detectó un rostro conocido-. Oh, mira, ahí está la señora Featherington. Tengo que marcharme. ¡Portia! ¡Portia!
Kate observó durante un momento la forma de su madrastra que se retiraba a toda prisa, luego se volvió de nuevo al señor Bridgerton.
– Creo -dijo con sequedad- que no quiere limonada.
Una chispa de humor destellé en los ojos verde esmeralda de él.
– O eso o es que planea ir corriendo hasta España a recoger ella misma los limones.
A su pesar, Kate se rió. Prefería que el señor Colin Bridgerton no le cayera bien. No tenía demasiadas ganas de que nadie de la familia Bridgerton le gustara después de todo lo que había leído sobre el vizconde en el diario. Pero tuvo que admitir que no parecía justo juzgar a un hombre por las fechorías de su hermano, de modo que se obligó así misma a relajarse un poco.
– ¿Y usted tiene sed -le preguntó Kate- o se limitaba a ser amable?
– Siempre soy amable -dijo con una sonrisa maliciosa, pero también tengo sed.
Kate echó una rápida ojeada a esa sonrisa que combinada con aquellos devastadores ojos verdes conseguía un efecto letal, y casi suelta un gemido.
– Usted también es un seductor -dijo con un suspiro.
Colin se atragantó. Con qué, ella no lo sabía, pero de todos modos se atragantó.
– Perdón, ¿cómo ha dicho?
El rostro de Kate se sonrojó al percatarse con horror de que había hablado en voz alta.
– No, soy yo quien le pide perdón. Por favor, discúlpeme. Mi descortesía es imperdonable.
– No, no -se apresuré a decir él, con aspecto de estar terriblemente interesado y también bastante divertido-, por favor, continúe.
Kate tragó saliva. No había manera de salir ahora de esto.
– Simplemente… -se aclaré la garganta-, si quiere que le sea franca…
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