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Julia Quinn: A Sir Phillip Con Amor

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Julia Quinn A Sir Phillip Con Amor

A Sir Phillip Con Amor: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Es posible enamorarse de alguien a quien no has visto nunca? Eloise y Phillip están a punto de descubrirlo. Ella, la pequeña de la familia Bridgerton, acude a casa de él cuando, después de un año de amistad por carta, recibe su sorprendente oferta de matrimonio. Eloise está dispuesta a acabar con su soltería, pero su soñado pretendiente no acaba de encajar con la imagen del hombre que la espera: no sólo es rudo e introvertido, muy distinto de los caballeros londinenses a los que está acostumbrada, sino que -algo que olvidó mencionar en sus cartas- tiene dos niños de ocho años que, desde la muerte de su madre, se han convertido en auténticos diablos. Pero Eloise es una Bridgerton, y no se rinde fácilmente: no se ha criado con siete hermanos para dejarse vencer ahora por dos pequeños malcriados. Phillip, por su parte, tan sólo quería una esposa y una madre para sus hijos, pero la aparición de Eloise le promete mucho más: un futuro lleno de pasión y emociones… y el final de la vida tranquila y sosegada que, hasta hace poco, confundía con la felicidad.

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Genial.

Fue hasta el vestidor para buscar algo que ponerse, pues ya hacía mucho tiempo que había despedido a los sirvientes que se encargaban de hacerlo. No sabría explicar por qué pero, desde la muerte de Marina, no había querido que nadie entrara en la habitación a abrirle las cortinas y decidir qué ropa debía ponerse.

Incluso había despedido a Miles Carter que, después de la muerte de Marina, había hecho lo imposible por convertirse en su amigo. Pero, en cierto modo, el joven secretario sólo conseguía que se sintiera peor y, por lo tanto, lo había echado, junto con el sueldo de seis meses y una excelente carta de recomendación.

Durante los años que estuvo casado con Marina, siempre necesitó a alguien con quien hablar, porque ella estaba casi siempre encerrada en su habitación. Pero, ahora que estaba muerta, lo único que quería era su propia compañía.

Y, seguramente, debió de dejarlo claro en alguna de las muchas cartas que le había escrito a la misteriosa Eloise Bridgerton, porque le había enviado no una propuesta de matrimonio, pero sí de una relación que pudiera llegar a desembocar en boda hacía un mes y el silencio que había recibido por respuesta resultó contundente, más teniendo en cuenta que, normalmente, respondía a sus cartas con una prontitud encantadora.

Frunció el ceño. En realidad, la misteriosa Eloise Bridgerton no lo era tanto. Por las cartas, parecía una persona bastante abierta y sincera y demostraba una predisposición optimista ante la vida que, pensándolo bien, era todo lo que él buscaba en una posible esposa.

Se puso una camisa de trabajo; tenía la intención de pasarse el día en el invernadero con tierra hasta los codos. Le había decepcionado un poco el hecho de que la señorita Bridgerton hubiera decidido que era una especie de lunático con el que no quería tener nada que ver. A él le había parecido la solución perfecta a todos sus problemas. Necesitaba desesperadamente una madre para Amanda y Oliver, pero como eran tan rebeldes, le resultaba difícil imaginar que una mujer accediera a casarse con él voluntariamente y quedar, de esa forma, atada a esos dos demonios de por vida o, al menos, hasta que alcanzaran la mayoría de edad.

Sin embargo, la señorita Bridgerton tenía veintiocho años; una solterona en toda regla. Y se había estado escribiendo con un completo desconocido durante un año. Seguro que debía estar muy desesperada. ¿No agradecería la posibilidad de encontrar marido? Él le ofrecía un hogar, una fortuna considerable y, encima, sólo tenía treinta años. ¿Qué más podría desear una mujer?

Mientras se ponía los roídos pantalones de lana, balbuceó unas palabras, enfadado. Obviamente, esta mujer quería algo más porque, si no, habría tenido la amabilidad de responderle y declinar su invitación.

“¡PUM!”

Phillip miró al techo e hizo una mueca. Romney Hall era una casa antigua y sólida, así que si podía escuchar esos golpes en el techo, es que a los niños se les había caído, o habían tirado, algo realmente voluminoso.

“¡PUM!”

Se estremeció. El segundo golpe había sonado incluso peor que el primero. Pero, en cualquier caso, la niñera estaba con ellos y los sabía manejar mejor que él. Si pudiera ponerse las botas en menos de un minuto, podría estar fuera de la casa antes de que siguieran con los destrozos y, así, podría hacer ver que allí no había pasado nada.

Alargó el brazo para coger las botas. Sí, una idea excelente. Ojos que no ven, corazón que no siente.

Acabó de vestirse a una velocidad impresionante y salió al pasillo, dando grandes zancadas hacia las escaleras.

– ¡Sir Phillip! ¡Sir Phillip!

Demonios. Ahora lo perseguía el mayordomo.

Phillip hizo como si no lo hubiera oído.

– ¡Sir Phillip!

– ¡Maldita sea! -dijo, entre dientes. A menos que quisiera someterse a la tortura de los empleados acercándosele demasiado, en vista de su aparente pérdida de audición, era imposible ignorarlo-. ¿Qué pasa, Gunning? -preguntó, girándose muy despacio.

– Sir Phillip -dijo Gunning, aclarándose la garganta-. Tenemos una visita.

– ¿Una visita? -repitió Phillip-. ¿Era ése el origen de los, eh…?

– ¿Ruidos? -sugirió servilmente Gunning.

– Sí.

– No -El mayordomo volvió a aclararse la garganta-. Creo que han sido sus hijos, señor.

– Ya -murmuró Phillip-. ¡Ingenuo de mí!

– Me parece que no han roto nada, señor.

– Bueno, eso es tranquilizador y un cambio, para variar.

– Sí, señor, pero la visita lo está esperando.

Phillip gruñó. ¿Quién demonios había venido de visita a esas horas de la mañana? Aunque, claro, tampoco es que estuvieran acostumbrados a recibir visitas a horas más decentes del día.

Gunning intentó sonreír, pero quedó claro que estaba muy desentrenado.

– Solíamos tener visitas, ¿recuerda?

Aquel era el problema de los mayordomos que llevaban trabajando en una casa desde antes que el dueño hubiera nacido. Solían recurrir al sarcasmo con frecuencia.

– ¿De quién se trata?

– No estoy seguro, señor.

– ¿No estás seguro? -preguntó Phillip, incrédulo.

– No le he pedido que se identificara.

– ¿Y no se supone que eso es lo que hacen los mayordomos?

– ¿Pedir identificación, señor?

– Sí -respondió Phillip, enfadado, preguntándose si Gunning estaba intentando comprobar lo rojo de ira que podía ponerse antes de darle un ataque y caerse al suelo.

– He pensado que era mejor que lo hiciera usted, señor.

– Has pensado que era mejor que lo hiciera yo -dijo, después de comprobar que las preguntas eran inútiles.

– Sí, señor. Al fin y al cabo, la señora ha venido a verle a usted.

– Como todas las visitas, y eso nunca te ha impedido pedirles que se identificaran.

– Bueno, en realidad, señor…

– Estoy seguro… -intentó interrumpirle Phillip.

– No tenemos visitas, señor -terminó Gunning, ganando la batalla oratoria.

Phillip abrió la boca para responder que sí que tenían visitas, que había una en la puerta en ese mismo instante pero ¿para qué seguir discutiendo?

– Muy bien -dijo, al final, muy irritado-. Bajaré a recibirla.

Gunning sonrió.

– Excelente, señor.

Phillip se quedó mirando a su mayordomo.

– Gunning, ¿te encuentras bien?

– Perfectamente, señor. ¿Por qué lo pregunta?

A Phillip no le pareció de buena educación decirle que aquella sonrisa le hacía parecer un caballo, así que se limitó a decir:

– Por nada. -Y bajó las escaleras.

¿Una visita? ¿Quién podría ser? Hacía casi un año que no venía nadie, desde que los vecinos habían acabado con las visitas de rigor para darle el pésame. Se dijo que no podía culparlos por alejarse de Romney Hall; la última vez que habían recibido a alguien, Amanda y Oliver habían untado las sillas con mermelada de fresa.

Lady Winslet se había puesto hecha una furia, algo que Phillip consideró que no debía ser bueno para una señora de su edad.

Cuando llegó al recibidor, frunció el ceño. Debía de ser una mujer. Gunning había dicho “la señora”, ¿verdad?

¿Quién diablos…?

Se quedó allí inmóvil; de hecho, casi tropezó.

Porque la mujer que estaba en la puerta era joven, bastante bonita y, cuando lo miró, vio que tenía los ojos grises más grandes y preciosos que había visto en su vida.

Podría ahogarse en esos ojos.

Y Phillip no era de los que usaban el verbo “ahogar” a la ligera, como alguien podría creer.

Capítulo 2

“…y entonces, seguro que no te sorprende, hablé demasiado. Es que no podía parar, pero supongo que es lo que hago cuando estoy nerviosa. Sólo podemos esperar que, en el futuro, tenga menos razones para estar nerviosa.”

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