Pero una cosa era segura. No podía enfrentar la idea de una vida sin ella.
– Tillie, yo…
Había tantas cosas que quería decir. No sabía dónde empezar, cómo comenzar. Esperaba que ella pudiera verlo en sus ojos, porque las palabras simplemente no estaban. No existían palabras para expresar lo que había en su corazón.
– Te amo -le susurró, e incluso eso no pareció suficiente-. Te amo, y…
– ¡Tillie! -chilló alguien, y ambos giraron para ver a la madre de ella corriendo hacia ellos con más velocidad que nadie -incluyendo a la propia lady Canby- jamás hubiese soñado que poseía-. Tillie, Tillie, Tillie -seguía repitiendo la condesa, una vez que llegó a su lado y asfixió a su hija con abrazos-. Alguien me dijo que estabas en la pagoda. Alguien dijo…
– Estoy bien, mamá -le aseguró Tillie-. Estoy bien.
Lady Canby se detuvo, parpadeó y luego se volvió hacia Peter, asimilando su apariencia cubierta de hollín y despeinada.
– ¿Tú la salvaste? -le preguntó.
– Ella sola se salvó -admitió Peter.
– Pero él lo intentó -dijo Tillie-. Entró a buscarme.
– Yo… -La condesa parecía haberse quedado sin palabras y entonces, al final, simplemente dijo-: Gracias.
– No hice nada -dijo Peter.
– Creo que lo hiciste -replicó lady Canby, sacando un pañuelo de su ridículo y dando golpecitos a sus ojos-. Yo… -Miró nuevamente a Tillie-. No puedo perder otro, Tillie. No puedo perderte.
– Lo sé, mamá -dijo Tillie, con voz tranquilizadora-. Estoy bien. Puedes ver que lo estoy.
– Lo sé, lo sé, yo… -Y entonces algo pareció romperse dentro suyo, porque se apartó rápidamente, agarró a Tillie por los hombros y comenzó a sacudirla-. ¿Qué creíste que estabas haciendo? -gritó-. ¡Escapando sola!
– No sabía que iba a prenderse fuego -jadeó Tillie.
– ¡En los Jardines Vauxhall! ¡Sabes lo que sucede a las jóvenes en lugares como este! Voy a…
– Lady Canby -dijo Peter, apoyando una mano serena en su hombro-. Tal vez ahora no es el momento…
Lady Canby se detuvo y asintió, mirando alrededor de ellos para ver si alguien había presenciado su pérdida de compostura.
Sorprendentemente, no parecían haber atraído un público; la mayoría seguía demasiado ocupada viendo el gran final de la pagoda. Y, de hecho, incluso ellos tres fueron incapaces de apartar los ojos de la estructura cuando finalmente implosionó, colapsando al suelo en un infierno abrasador.
– Buen Dios -susurró Peter, tomando aire.
– Peter -dijo Tillie, ahogándose con su nombre.
Fue una sola palabra, pero él entendió perfectamente.
– Irás a casa -dijo lady Canby severamente, tirando la mano de Tillie-. Nuestro carruaje está al otro lado de esa verja.
– Mamá, necesito hablar con el señor…
– Puedes decir lo que quieras decir mañana. -Lady Canby miró bruscamente a Peter-. ¿Correcto, señor Thompson?
– Por supuesto -dijo él-. Pero las acompañaré a su carruaje.
– Eso no es…
– Es necesario -afirmó Peter.
Lady Canby parpadeó ante su tono firme, y entonces dijo:
– Supongo que lo es.
Su voz era suave, y sólo un poquito pensativa, y Peter se preguntó si acababa de darse cuenta de cuánto quería él a su hija.
Las llevó hasta su carruaje, observó cómo se alejaba rodando de su vista, preguntándose cómo esperaría hasta la mañana. Era absurdo, realmente. Le había pedido a Tillie que lo esperara un año, tal vez incluso dos, y ahora no podía aguantarse por catorce horas.
Se volvió hacia los Jardines y suspiró. No quería regresar allí, aun si significaba tomar el camino largo a donde los coches de alquiler hacían cola para los clientes.
– ¡Señor Thompson! ¡Peter!
Se dio vuelta para ver al padre de Tillie corriendo a través de la verja.
– Lord Canby -dijo-. Yo…
– ¿Has visto a mi esposa? -lo interrumpió frenéticamente el conde-. ¿O a Tillie?
Peter relató rápidamente los eventos de la noche y le aseguró que estaban a salvo, notando cómo se aflojaba con alivio el hombre mayor.
– Se marcharon hace dos minutos -le dijo al conde.
El padre de Tillie sonrió con ironía.
– Olvidándose completamente de mí -dijo-. Supongo que no tienes un carruaje a la vuelta de la esquina.
Peter sacudió la cabeza con pesar.
– Vine en un coche de alquiler -admitió.
Eso revelaba su espantosa falta de fondos, pero si el conde no estaba ya al tanto del estado de los fondos de Peter, pronto lo estaría. Ningún hombre tomaría en cuenta una proposición matrimonial para su hija sin investigar la situación económica del pretendiente.
El conde suspiró, sacudiendo la cabeza ante la situación.
– Bien -dijo, plantando sus manos en las caderas mientras miraba por la calle-. Supongo que no se puede hacer otra cosa más que caminar.
– ¿Caminar, milord?
Lord Canby lo miró de una manera evaluadora.
– ¿Te animas?
– Claro -dijo Peter rápidamente.
Sería un paseo a Mayfair, donde vivían los Canby, y luego un poco más hasta su apartamento en Portman Square, pero no era nada comparado con lo que había hecho en la península.
– Bien. Te pondré en mi carruaje una vez que lleguemos a Canby House.
Caminaron con rapidez pero en silencio cruzando el puente, deteniéndose sólo para admirar el esporádico fuego artificial que aún explotaba en el aire.
– Uno pensaría que los habrían disparado todos a esta altura -dijo lord Canby, inclinándose de costado.
– O parado totalmente -dijo Peter con aspereza-. Después de lo que sucedió con la pagoda…
– Así es.
Peter pretendía retomar la caminata -estaba bastante seguro de que eso quería-, pero de algún modo, en cambio, dijo sin querer:
– Quiero casarme con Tillie.
El conde giró y lo miró directo a los ojos.
– ¿Perdón?
– Quiero casarme con su hija.
Ahí está, lo había dicho. Incluso dos veces.
Y, por lo menos, el conde no se veía preparado para mandar a que lo mataran.
– Debo decir que esto no es una sorpresa -murmuró el hombre.
– Y quiero que usted se quede con su dote.
– Eso, sin embargo, sí lo es.
– No soy un caza-fortunas -dijo Peter.
Una esquina de los labios del conde se curvó… no era exactamente una sonrisa, pero algo similar, al menos.
– Si estás tan decidido a probarlo, ¿por qué no eliminar la dote totalmente?
– Eso no sería justo para Tillie -dijo Peter, parándose rígidamente-. Mi orgullo no vale su comodidad.
Lord Canby se quedó callado por lo que parecieron los tres segundos más largos de la eternidad, y preguntó:
– ¿La amas?
– Con todo mi ser.
– Bien. -El conde asintió con aprobación-. Ella es tuya. Siempre y cuando tomes la dote entera. Y si ella dice sí. -Peter no podía moverse. Nunca había soñado que podría ser tan sencillo. Se había preparado para una pelea, se había resignado a una posible fuga-. No te veas tan sorprendido -dijo el conde con una carcajada-. ¿Sabes cuántas veces Harry escribió a casa sobre ti? Con todos sus hábitos de sinvergüenza, Harry tenía un ojo perspicaz para las personas, y si él dijo que no había nadie con quien prefiriera ver casado a Tillie, me siento inclinado a creerlo.
– ¿Él escribió eso? -susurró Peter.
Le escocían los ojos, pero esa vez no podía culpar al humo. Sólo al recuerdo de Harry, en uno de sus raros momentos de seriedad. Harry, cuando había pedido a Peter la promesa de cuidar de Tillie. Peter nunca había interpretado que eso significara matrimonio, pero tal vez eso era lo que Harry había tenido en mente todo el tiempo.
– Harry te quería, hijo -dijo lord Canby.
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