Julia Quinn - Historia de dos hermanas

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Después de años de buscar a la esposa perfecta, Ned Blydon encontró que se estaba enamorando de Charlotte Thornton sólo unos días antes de su boda. ¡El único problema era que se suponía que él tenía que casarse con su hermana!

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“¿Sí?” preguntó él, con las comisuras de los labios ligeramente alzadas.

“Milord,” dijo Charlotte de nuevo, aclarándose la voz. “Usted parece la clase de hombre que apreciaría una argumentación sensata y razonada.”

“Cierto.” Ned cruzó los brazos y se apoyó también contra el borde de la mesa de lectura, a su lado. Cadera con cadera. No contribuya demasiado a su concentración.

“Milord,” dijo ella de nuevo.

“En estas circunstancias,” dijo Ned, sus ojos brillando con diversión, “¿no crees que deberías familiarizarte con mi nombre?”

“Bien,” dijo Charlotte. “Si, por supuesto. Si fuéramos a casarnos, debería, por supuesto…”

“Vamos a casarnos.”

Dios bendito, ciertamente el era obstinado. “Quizás,” dijo Charlotte conciliadoramente. “Pero podría ser…”

Ned rozó su barbilla, alzándola hasta que sus ojos se encontraron. “Di mi nombre. Ned,” pidió suavemente.

“No estoy segura…”

“Yo sí lo estoy.”

“Milord…”

“Ned.”

“Ned,” se rindió ella finalmente.

Sus labios se curvaron. “Bien.”

Le soltó la barbilla y se retiró hacia atrás, y finalmente Charlotte se acordó de cómo respirar de nuevo. “Ned,” dijo, aunque sentía su nombre extraño y pesado en su lengua, “pienso que deberías respirar profundamente y considerar lo que estás diciendo. No estoy segura de que hayas dedicado el tiempo suficiente a pensarlo.”

“¿De verdad?” dijo él cansinamente.

“Apenas intercambiamos unas palabras antes de esta semana,” dijo Charlotte, implorándole con los ojos que la escuchara. “No me conoces.”

El se encogió de hombros. “Te conozco malditamente mejor de lo que conocía a tu hermana e iba a casarme con ella.”

“¿Pero la quería?” susurró Charlotte.

El dio un paso adelante y cogió su mano. “Ni la mitad de lo que te quiero a ti,” murmuró.

Sus labios se entreabrieron pero ninguna palabra salió de ellos, sólo una suave exhalación cuando ella jadeó. El tiraba de ella, acercándola… más cerca…y entonces sus brazos se deslizaron alrededor de su cintura y pudo sentirlo contra ella, en toda su emocionante longitud.

“Ned,” se las arregló para susurrar, pero él le colocó su dedo índice contra los labios, con un “Shhh” seguido por -“He estado deseando hacer esto durante días.”

Sus labios encontraron los de ella, y si todavía sentía alguna cólera contra ella, no estaba en su beso. Fue suave y dulcemente gentil, sus labios rozando los de ella con el más sutil de los toques. Pero Charlotte lo sentía hasta en los dedos de los pies.

“¿Te han besado antes?” susurró él.

Ella negó con la cabeza.

Su sonrisa fue muy satisfecha y muy, muy masculina. “Bien,” dijo, antes de volver a capturar sus labios.

Excepto que este beso era de posesión, de deseo, de necesidad. Su boca reclamaba la suya hambrienta, y sus manos se movían por su espalda, tirando firmemente del cuerpo de ella contra el de él. Charlotte se encontró totalmente pegada a él, derritiéndose contra su cuerpo, estirándose hasta que sus manos encontraron los poderosos músculos de sus hombros a través del fino lino de su camisa.

Esto, comprendió Charlotte a través de la bruma que confundía su cerebro, es deseo. Esto era el deseo, y Lydia era una maldita tonta.

¡Lydia!

¡Dios bendito! ¿Qué estaba haciendo? Charlotte se escapó de sus brazos. “¡No podemos hacer esto!”

Los ojos de Ned brillaban, y su respiración era jadeante, aun así se las arregló para preguntar controladamente “¿Por qué no?”

“¡Estás prometido en matrimonio con mi hermana!”

Ned alzó una ceja ante el comentario.

“Muy bien,” replicó ella, desesperada. “Supongo que no seguiréis comprometidos mucho más tiempo.”

“Es difícil estar comprometido con una mujer casada.”

“Bien.” Tragó. “Por supuesto, ella aun no está casada, pero…”

Ned la miró fijamente, alzando de nuevo una ceja. Era, pensó Charlotte, infinitamente más efectivo que cualquier palabra.

“Bien,” murmuró ella, de nuevo. “Por supuesto. Puede que ya esté casada.”

“Charlotte.”

“Y sería demasiado esperar…”

“Charlotte,” dijo Ned, de nuevo, en un tono un poco más alto.

“…que conservaras alguna lealtad hacia ella en este momento…”

“¡¡Charlotte!!”

Cerró la boca.

Los ojos de Ned se clavaban en los suyos con tal intensidad que habría sido incapaz de desviar la mirada, aunque cinco hombres bailaran desnudos en el jardín tras la ventana.

“Hay tres cosas que deberías saber esta noche,” dijo Ned. “Primero, estoy a solas contigo, y es más de medianoche. Segundo, voy a casarme contigo por la mañana…“

“No estoy segura…”

“Yo estoy seguro.”

“Pues yo no,” murmuró Charlotte, en un patético intento de tener la ultima palabra.

Ned se inclino hacia ella con sonrisa lobuna. “Y tercero, he pasado los últimos días carcomiéndome de culpabilidad, porque cuando me iba a la cama por las noche, nunca, ni una sola vez, pensé en Lydia.”

“¿No?” susurró ella.

Ned negó con la cabeza lentamente. “No en Lydia.”

Los labios de Charlotte se entreabrieron por voluntad propia, y ella continuaba sin poder apartar la mirada de la de Ned, ya que él se inclinaba aun más cerca, su respiración susurrando a través de su piel.

“Sólo en ti,” dijo Ned.

Su corazón, que era claramente un traidor, comenzó a cantar de alegría.

“Todos mis sueños. Sólo en ti.”

“¿De verdad?” preguntó Charlotte, sin aliento.

Las manos de Ned se ahuecaron sobre su trasero, y se encontró íntimamente presionada contra él. “Oh, sí, de verdad,” dijo Ned, apretándola contra él aun más firmemente.

“Y como puedes ver,” continuó, con su boca dando suaves mordiscos a la de ella, “que finalmente estemos juntos, es más que agradable, por lo que ” -su lengua trazó el contorno de su boca-“no hay ninguna razón en la que pueda pensar, para no besar a la mujer con la que planeo casarme en menos de diez horas, especialmente si he sido lo suficientemente afortunado para encontrarme a solas con ella,” -suspiró feliz contra sus labios-“en medio de la noche.”

La besó de nuevo, su lengua resbalando entre los labios de Charlotte, en una deliberada tentativa de seducirla sensualmente. “Especialmente,” murmuró Ned -sus palabras acariciando su piel-“cuando he estado soñando con ella durante días.”

Ned enmarcó sus mejillas con sus manos, sosteniendo su rostro con algo cercano a la reverencia, mientras volvía a clavar sus ojos en los de ella. “Pienso,” dijo suavemente, “que debes ser mía.”

Charlotte entreabrió los labios y sacó la lengua para humedecérselos, con un movimiento extremadamente seductor e inconsciente. Estaba preciosa a la luz de la luna, preciosa de una forma que Lydia nunca podría esperar estar. Los ojos de Charlotte brillaban con inteligencia, con fuego y con una pasión de la que todas las demás mujeres carecían. Su sonrisa era contagiosa y su risa, pura música.

Sería una maravillosa esposa. A su lado, en su corazón, en su cama. No sabía porque no se había dado cuenta de ello antes.

Infiernos, pensó con risa burlona, posiblemente debería enviar una caja del más fino brandy francés de contrabando a Rupert Marchbanks. El cielo sabía que debía al maldito tonto su eterno agradecimiento. Si no se hubiera fugado con Lydia, Ned se habría casado con la hermana equivocada.

Y se hubiese pasado el resto de su vida lamentándose por haber perdido a Charlotte.

Pero ahora ella estaba en sus brazos, y sería suya -no, ella era suya. Puede que Charlotte no hubiese aceptado la idea aún, pero era suya.

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