– ¿Tres días? -exclamó ella-. Creí oírte decir la próxima semana.
– Dentro de tres días es la próxima semana.
Sophie frunció el ceño.
– Ah, tienes razón. ¿El lunes, entonces?
Él asintió, con expresión muy satisfecha.
– Imagínate, apareceré en Whistledown.
Él se incorporó apoyado en un codo y la miró con desconfianza:
– ¿Te hace ilusión casarte conmigo, o es simplemente la mención en Whistledown lo que te entusiasma tanto?
Ella le dio una traviesa palmada en el hombro.
– En realidad -musitó él, pensativo-, ya has aparecido en Whistledown.
– ¿Sí? ¿Cuándo?
– Después del baile de máscaras. Lady Whistledown comentó que yo parecía muy conquistado por una misteriosa dama de vestido plateado. Y que pese a todos sus intentos no había logrado deducir tu identidad. -Sonrió-. Muy bien podría ser el único secreto de Londres que no ha descubierto.
Al instante Sophie puso la cara seria y se apartó algo más de un palmo de él.
– Ay, Benedict. Tengo que… deseo… es decir… -Desvió la cara un momento y volvió a mirarlo-. Perdona.
Él consideró la posibilidad de atraerla de un tirón a sus brazos, pero ella estaba tan condenadamente seria que no tuvo más remedio que tomarla en serio.
– El no haberte dicho quién era. Fue incorrecto de mi parte. -Se mordió el labio-. Bueno, no incorrecto exactamente.
Él se apartó un poco.
– Si no fue incorrecto, ¿qué fue, entonces?
– No lo sé. No sé explicar exactamente por qué hice lo que hice, pero es que…
Se mordió más el labio. Él ya empezaba a pensar que se haría un daño irremediable en el labio, cuando ella suspiró:
– No te lo dije inmediatamente porque me pareció que no tenía ningún sentido hacerlo. Estaba muy segura de que nos separaríamos tan pronto como nos alejáramos de la propiedad Cavender. Pero entonces tú caíste enfermo, yo tuve que cuidarte y tu no me reconociste y…
Él le puso un dedo sobre los labios.
– No importa.
Ella arqueó las cejas.
– Me parece que la otra noche te importaba muchísimo.
Él no sabía por qué, pero no quería entrar en una conversación seria en ese momento.
– Han cambiado muchas cosas desde entonces.
– ¿No quieres saber por qué no te dije quién era?
– Sé quién eres -repuso él, acariciándole la mejilla.
Ella se mordió el labio.
– ¿Y quieres oír la parte más divertida? -continuó él-. ¿Sabes uno de los motivos de que yo vacilara tanto en entregarte totalmente el corazón? Había estado reservando una parte de él para la dama del baile de máscaras, siempre con la esperanza de que algún día la encontraría.
– Oh, Benedict -suspiró ella, emocionada por sus palabras, y al mismo tiempo triste por haberlo hecho sufrir tanto.
– Decidir casarme contigo significaba abandonar mi sueño de casarme con ella -musitó él-. Irónico, ¿verdad?
– Lamento haberte hecho sufrir al no reverlarte mi identidad -dijo ella, sin mirarlo a los ojos-, pero no sé si lamento haberlo hecho. ¿Tiene algún sentido eso?
Él no dijo nada.
– Creo que lo volvería a hacer.
Él continuó sin decir nada. Ella comenzó a sentir una inmensa inquietud.
– Me pareció que eso era lo correcto en el momento -prosiguió-. Decirte que había estado en el baile de máscaras no habría servido a ninguna finalidad.
– Yo habría sabido la verdad -dijo él dulcemente.
– Sí, ¿y qué habrías hecho con esa verdad? -Se sentó y subió el edredón hasta tenerlo bien cogido bajo los brazos-. Habrías deseado que tu misteriosa mujer fuera tu querida, tal como deseaste que la criada fuera tu querida.
Él guardó silencio, sin dejar de mirarla a la cara.
– Supongo que lo que quiero decir -se apresuró a decir ella-, es que si entonces hubiera sabido lo que sé ahora, habría dicho algo. Pero no lo sabía, y pensé que sólo me pondría en posición para sufrir, y… -se atragantó con las últimas palabras y le miró angustiada la cara, en busca de algún signo que revelara sus sentimientos-. Por favor, di algo.
– Te amo -dijo él.
Eso era todo lo que ella necesitaba oír.
La fiesta del domingo en la casa Bridgerton será sin duda el acontecimiento de la temporada. Se reunirá toda la familia con unos cien de sus mejores amigos para celebrar el cumpleaños de la vizcondeza viuda.
Se considera grosería mencionar la edad de una dama, por lo tanto esta cronista no revelará qué cumpleaños celebra lady Bridgerton.
Pero no temáis, ¡esta Cronista lo sabe!
Ecos de Sociedad de Lady Whistledown, 30 de abril de 1824.
Para! ¡Para!
Desternillándose de risa, Sophie bajó corriendo la escalinata de piedra que llevaba al jardín de atrás de la casa Bridgerton. Después de tres hijos y siete años de matrimonio, Benedict todavía la hacía sonreír, todavía la hacía reír, y seguía persiguiéndola por toda la casa siempre que se le presentaba la oportunidad.
– ¿Dónde están los niños? -preguntó resollante cuando él le dio alcance en el último peldaño.
– Francesca los está vigilando.
– ¿Y tu madre?
Él sonrió de oreja a oreja.
– Yo diría que Francesca la está vigilando también.
– Cualquiera podría sorprendernos aquí -dijo ella, mirando a uno y otro lado.
La sonrisa de él se tornó pícara.
– Tal vez -dijo, cogiéndole la falda de terciopelo verde y enrollándola en ella- deberíamos retirarnos a la terraza privada.
Esas palabras tan conocidas no tardaron más de un segundo en transportarla al baile de máscaras, nueve años atrás.
– ¿La terraza privada, dice? -preguntó, sus ojos bailando traviesos- ¿Y cómo sabe, por favor, de la existencia de una terraza privada?
Él le rozó los labios con los de él.
– Digamos que tengo mis métodos -susurró.
– Y yo tengo mis secretos -repuso ella, sonriendo pícara. Él se apartó un poco.
– ¿Ah, sí? ¿Y me los vas a contar?
– Los cinco -dijo ella, asintiendo- vamos a ser seis.
Él le miró atentamente la cara y luego le miró el vientre.
– ¿Estás segura?
– Tan segura como estaba la última vez.
Él le cogió una mano y se la llevó a los labios.
– Éste será una niña.
– Eso fue lo que dijiste la última vez.
– Lo sé, pero…
– Y la vez anterior.
– Tanta más razón para que las probabilidades estén a mi favor esta vez.
– Me alegra que no seas un jugador -dijo ella moviendo la cabeza.
Él sonrió ante eso.
– No se lo digamos a nadie aún.
– Creo que unas cuantas personas ya lo sospechan -reconoció ella.
– Quiero ver cuánto tarda en descubrirlo esa mujer Whistledown -dijo Benedict.
– ¿Lo dices en serio?
– La maldita mujer descubrió lo de Charles, descubrió lo de Alexander y descubrió lo de William.
Sonriendo, Sophie se dejó llevar hacia las sombras del jardín.
– ¿Te das cuenta de que me han mencionado doscientas treinta y dos veces en Whistledown?
Él paró en seco.
– ¿Has llevado la cuenta?
– Doscientas treinta y tres si contamos la vez después del baile de máscaras.
– No me puedo creer que las hayas contado.
Ella hizo un despreocupado encogimiento de hombros.
– Es emocionante ser mencionada.
Benedict encontraba horriblemente molesto ser mencionado, pero no le iba a aguar el placer diciéndoselo, por lo que simplemente dijo:
– Por lo menos siempre escribe cosas simpáticas de ti. Si no, podría tener que darle caza y expulsarla del país.
Sophie no pudo evitar sonreír.
– Vamos, por favor. No creo que lograras descubrir su identidad; nadie de la alta sociedad lo ha logrado.
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