Cherise Sinclair - Maestro de la Montaña

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Cuando el novio de Rebeca le propone ir de vacaciones a un hospedaje en la montaña con su club swing[1], rápidamente se da cuenta de que ella no disfrutaba con el intercambio de parejas. Ahora no tiene donde dormir. Logan, el propietario del hospedaje, la encuentra congelada en el porche. Después de arrastrarla adentro, él la calienta en su propia cama, y allí el experimentado Dom[2] descubre que Rebecca puede no ser una swinger[3]… pero ella es definitivamente una sumisa.
Rebeca cree que nadie puede amar su rellenito cuerpo con cicatrices. Para su sorpresa, Logan, el propietario de la posada, no sólo está en desacuerdo, sino que él la amarra y le demuestra lo mucho que disfruta de sus curvas. Bajo sus manos expertas, Rebecca no sólo pierde sus inhibiciones, sino también su corazón.
Dañado por la guerra, Logan se considera demasiado peligroso para estar alrededor de la tentadora pequeña sub[4]. Él le permite alejarse por su propia seguridad, sin darse cuenta de que ella cree que ha vuelto a ser rechazada debido a su aspecto. Cuando en las montañas de Logan su voz sigue repercutiendo mucho después de que ella se ha ido, se da cuenta que se ha llevado su corazón con ella. Pero cuando llega a la ciudad para reclamarla, el teléfono de Rebeca ha sido desconectado y su apartamento está vacío…

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De hecho, ella hacía más que seguir el ritmo. Mientras caminaba junto a su novio, sus ojos verdes brillaban de placer, atenta a todo lo que ofrecía el bosque. Logan había visto cuando divisó a un venado congelado en el lugar, a un halcón zambulléndose de cabeza y a un pequeño ratón de ciervos. Cada vez su rostro se había iluminado de asombro. Su abierto disfrute se añadía al suyo, y él se encontró comprobando él lugar con más frecuencia de lo normal sólo para captar sus reacciones.

El sol estaba alto sobre la cabeza y atípicamente caliente para la estación en el momento en que el sendero descendía, dejando a los pinos detrás. Dirigió al grupo a través de hierbas, y flores silvestres, una pradera cubierta hasta el pequeño lago de montaña, claro, azul y condenadamente frío. Los bloques de granito asomaban a través de las flores silvestres, que brillaban en el sol. Con gritos de alegría, la gente dejó caer sus mochilas y se desvistió.

Logan disfrutó del espectáculo de culos y pechos desnudos cuando los swingers se hundieron en el agua como una manada de ratas campestres, gritando por el frío. Mientras se apoyaba en una roca, se dio cuenta de que una persona aún estaba completamente vestida, con los ojos muy grandes y la boca abierta. La muchacha de ciudad. Teniendo en cuenta que ella y Matt dormían juntos, Rebecca no podía ser virgen, a pesar de su reacción, ella era bastante inocente cuando se trataba de mezclarse.

– Vamos, nena, -gritó su novio, ya corcoveando desnudo en el lago. -El agua está grandiosa. -Sin esperar su respuesta, se metió más profundo, en dirección a una rubia que parecía que había sustituido sus pechos hinchables por los pompones de porristas.

Rebecca miró del agua hacia el camino, de nuevo al agua, donde Matt forcejeaba con Ashley, y hacia atrás al camino de nuevo.

Logan pudo ver el momento exacto en que decidió irse. Él se acercó para bloquear su camino.

– Disculpa, -dijo ella amablemente.

– No.

El color rojo apareció en sus mejillas, y tenía los ojos entrecerrados cuando lo miró. Cabello rojo-oro. Pecas. Grandes huesos. Lucía como si tuviera ascendencia irlandesa y su temperamento iba con eso. Dando un paso hacia un lado la bloqueó de nuevo, Logan metió sus pulgares en los bolsillos frontales y esperó la explosión.

– Escucha, Sr. Hunt…

– Es Logan -la interrumpió y trató de no sonreír mientras su boca se comprimía.

– Lo que sea. Voy a regresar a mi cabaña. Por favor mueve tu… Por favor, muévete.

– Lo siento, dulzura, pero nadie vuelve solo. Es una regla de seguridad y me la tomo en serio. -Echó un vistazo a los swingers. -No puedo dejarlos, y no puedes caminar sola, por lo que estamos atrapados aquí.

Cerró los ojos, y él vio el férreo control que ejercía sobre sus emociones.

El Dom en él se preguntaba cuán rápidamente podría romper ese control para liberar a la mujer debajo. Amarrarla, tomarle un poco el pelo, y observarla luchando para no ceder a su necesidad y… Infierno, hablando sobre pensamientos inapropiados.

Tomó un suspiro para refrescarse. Era inútil. Esto era achicharrantemente caliente, y no sólo por sus visiones de sexo húmedo. Nada como el calentamiento global en las montañas. Frunció el ceño cuando observó su rostro húmedo y el sudor empapando las mangas largas de su gruesa camisa. No era bueno. La mujer necesitaba bajar la temperatura.

En el otro extremo de la pradera, el bosque tendría sombra. Podía enviarla allí a sentarse y refrescarse, pero estaría fuera de su vista, y dado la obstinada mueca de esa bonita boca, de color rosado, ella se dirigiría derecho a bajar por el camino a pesar de sus órdenes.

Hombros rectos, barbilla arriba, pies firmes. Definitivamente una rebelde, el tipo que sacaba su naturaleza dominante a la superficie. A él le encantaría darle una orden y que ella desobedezca, para poder disfrutar el infierno azotando ese suave culo. Pero ella no era suya para disciplinar, era una lástima, que una mujer como esta se perdiera con ese muchacho bonito.

Y él había conseguido que siga a su lado.

Con un suspiro, volvió al problema en cuestión. Tenía que quedarse aquí donde pudiera mantener un ojo sobre ella, y ella necesitaba refrescarse.

– Incluso si no te desvistes por completo, al menos quítate algunas prendas y métete en el agua, -dijo. -Te estás muriendo de calor.

– Gracias, pero estoy bien, -dijo ella con frialdad.

– No, no lo estás. -Cuando él se acercó, sintió el calor que irradiaba de su cuerpo. Siendo de San Francisco, ella no estaba acostumbrada a la sequedad o al calor. -O te quitas algo de ropa, pequeña rebelde, o te voy a tirar con la ropa puesta.

Su boca se abrió.

Él no lo haría, ¿no? Rebecca se quedó mirando los implacables y fríos ojos, viendo la absoluta confianza en sí mismo del hombre. Definitivamente no era un farol.

Bueno, él podría ser tan fuerte como quisiera. Estaría maldita si ella se quitaría la ropa y mostrara sus macizas y rugosas piernas. Ella negó con la cabeza, retrocediendo. Si lo necesitaba, correría.

Más rápido de lo que pudiera parpadear, él la agarró del brazo.

Ella tiró, pero no logró nada. -Oye, no puedes…

Con una mano, él desabrochó su gruesa camisa, en absoluto obstaculizado por sus esfuerzos para apartar su mano. Después de un minuto, su camisa se abrió, mostrando su sujetador y su estómago regordete. -¡Maldito seas!

Echó un vistazo al lago, con la esperanza de que Matt la rescate, y se congeló. Él estaba besando a la oh-qué-descarada Ashley, y no era sólo un pico en los labios, sino un abrazo completo con lenguas profundas-hasta-la-garganta. Rebecca se quedó mirando cuando la sorpresa la embargó, seguida por una ola de humillación. Él… Cuando su respiración se entrecortó, apartó la mirada, parpadeando contra las lágrimas. ¿Por qué había venido aquí?

– Oh, dulzura, no hagas eso ahora. -Logan la atrajo contra su pecho, haciendo caso omiso de su débil protesta. Sus brazos la sostuvieron contra los músculos de su pecho duro como el granito, y se volvió para que ella no pudiera ver el lago. En silencio, él suavizó una mano hacia debajo de su espalda mientras ella trataba de recuperarse.

Matthew y Ashley tendrían sexo. Pronto. De alguna manera ella no había comprendido bien el concepto del intercambio de parejas y el nivel de su reacción visceral. Pero podía hacerlo ahora que se daba cuenta… lo que iba a pasar. Después de tomar un suspiro tembloroso, afirmó sus labios. Bien.

Y si Logan insistía en que se quitara el sujetador y las bragas, eso estaba muy bien también. Y qué si estas personas veían sus muslos gigantes y feas cicatrices. Ella no volvería a ver a ninguno de ellos. Nunca.

Por un segundo, se permitió disfrutar de la sorprendente comodidad de los brazos de Logan. Luego se apartó.

Él le permitió dar un paso atrás y entonces la agarró de sus antebrazos, manteniéndola en su lugar mientras estudiaba su rostro.

Ella se sonrojó y apartó la mirada. Dios, qué vergüenza. Ella se había derretido delante de un desconocido, mostrándole exactamente cuán insegura era. Pero él había estado bien, y ella se lo debía. -Gracias por… eh… el hombro.

Con un dedo él giró su rostro hacia él. -Me gusta sostenerte, Rebecca. Ven a mí en cualquier momento que necesites un hombro. -Un pliegue apareció en su mejilla. Pasó el dedo por la piel sobre la parte superior de su sostén de encaje, su dedo ligeramente rugoso, enviando inesperados hormigueos a través de ella. -¿Crees que puedo disuadirte de esto también?

El pensamiento de quedarse sin sostén la llevó a imaginar sus grandes manos tocando sus pechos, cómo toda esa fuerza podía mantenerla en su lugar, y… Dios, cálmate, Rebecca. Ella sacudió la cabeza y dio un paso atrás a toda prisa.

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