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Cherise Sinclair: Maestro de la Montaña

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Cherise Sinclair Maestro de la Montaña

Maestro de la Montaña: краткое содержание, описание и аннотация

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Cuando el novio de Rebeca le propone ir de vacaciones a un hospedaje en la montaña con su club swing[1], rápidamente se da cuenta de que ella no disfrutaba con el intercambio de parejas. Ahora no tiene donde dormir. Logan, el propietario del hospedaje, la encuentra congelada en el porche. Después de arrastrarla adentro, él la calienta en su propia cama, y allí el experimentado Dom[2] descubre que Rebecca puede no ser una swinger[3]… pero ella es definitivamente una sumisa. Rebeca cree que nadie puede amar su rellenito cuerpo con cicatrices. Para su sorpresa, Logan, el propietario de la posada, no sólo está en desacuerdo, sino que él la amarra y le demuestra lo mucho que disfruta de sus curvas. Bajo sus manos expertas, Rebecca no sólo pierde sus inhibiciones, sino también su corazón. Dañado por la guerra, Logan se considera demasiado peligroso para estar alrededor de la tentadora pequeña sub[4]. Él le permite alejarse por su propia seguridad, sin darse cuenta de que ella cree que ha vuelto a ser rechazada debido a su aspecto. Cuando en las montañas de Logan su voz sigue repercutiendo mucho después de que ella se ha ido, se da cuenta que se ha llevado su corazón con ella. Pero cuando llega a la ciudad para reclamarla, el teléfono de Rebeca ha sido desconectado y su apartamento está vacío…

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– Es un club de swingers.

– Muy gracioso. -Sólo que él no mostraba ninguna sonrisa. No estaba bromeando. -¿En serio? ¿Swingers, del tipo de intercambio de parejas, swingers?

Se encogió de hombros, medio avergonzado y medio presumido. -Eso es todo. Nos reunimos un fin de semana cada dos meses… Uh, me parece que la última vez que nos reunimos, tú estabas en Chicago para un seminario. De todos modos, somos alrededor de veinte en el club y…

– ¿Has estado jodiendo con otras veinte personas y sólo ahora me lo haces saber? Dios, Mattew, ¿cuántas enfermedades me podrías haber contagiado?

Él levantó la mano. -No te enloquezcas, nena. Todos usamos condones y nos hacemos los exámenes de forma rutinaria. No es así.

El puño que apretaba sus entrañas se relajó un poco. -Bueno, eso es bueno.

– Y no es como que tú y yo tengamos una relación exclusiva. ¿No?

– Cierto. -Sólo porque ella no salía y follaba con el vecindario no significaba que él no podía hacerlo. Ellos habían estado de acuerdo en mantenerse sin ataduras. Sin embargo, santo cielo. Seguro, su… libido… no coincidía con la de él, pero ¿quién hubiera pensado que él solucionaría esa pequeña discrepancia de tal manera?

Y aquí ella había creído que él tenía fobia al compromiso debido a que su última relación había salido mal. Se había estado obligando a sí misma a no empujarlo. ¡Bien por ti, Rebecca! -¿Así que vas a marcharte para tener una orgía?

En la penumbra del pasillo de la sala lo vio poner los ojos en blanco. -No es una orgía. Hacemos intercambios, y en algunas ocasiones dos parejas se unen en un cuarteto, pero no más que eso. Por lo general. -Él expresó con una sonrisa.

– Ah, bueno entonces, eso está bien, -ella dijo secamente.

– Puede ser muy divertido. Ven conmigo esta vez, nena. -Le tomó la mano. -Reservaremos un grandioso lugar arriba de las montañas. Hay cabañas rústicas dispersas entre los pinos, y seremos las únicas personas allí. Subimos el viernes, pasamos el fin de semana, el Día de los Caídos y el martes, luego, el miércoles nos volvemos. Personas agradables, sexo increíble. Podrías incluso llevar tus pinturas.

– ¿Cabañas rústicas? -Ella lo miró fijamente con incredulidad. Vacaciones, no es que ella las hubiera tomado desde que terminó la universidad, debería pasar unos días en algún lugar cálido y soleado, con servicio de habitaciones. Pero ella se estaba saliendo de tema. Él estaba hablando sobre sexo. -¿Brincando dentro y fuera de la cama con otras personas? Matt, no estoy en eso.

La sonrisa de su rostro murió. -Rebeca, necesitamos añadir algún condimento a esta relación. Es…

Inadecuada. Insatisfactoria. El eco del portazo detrás de su padre hace veintitantos años parecía reverberar en sus oídos. “Tú eres gorda y aburrida, y así es la chica. Me voy.” Sus costillas parecían apretarse hacia adentro, comprimiendo sus pulmones hasta que no podía respirar. Ella negó con la cabeza hacia él.

– Bueno, -añadió Matt, -esto así no funciona para mí.

Lo que quería decir era que ella no funcionaba para él. ¿Cómo podía no haberse dado cuenta, no haber visto venir esto? -¿Qué pasa con mis gustos y mis planes? ¿Qué pasa con nuestro contrato de arrendamiento? -preguntó ella con los labios entumecidos.

– Oh, no vayas por aquí, -él dijo a la ligera. -Ven conmigo este fin de semana. Será bueno para ti. Tal vez te ayude a perder algunas de esas inhibiciones.

Se mordió para hacer retroceder su primera respuesta “de ninguna manera” porque, tan contundentemente como lo había expuesto, él tenía un punto. En la vida sexual de ellos faltaba algo… No, para ser honesta, a ella le faltaba algo. ¿Pero divertirse con un grupo? ¿Ir a la cama con extraños? Ella no podía hacer algo así. -Matt…

– Sólo por un fin de semana, nena. Dale una oportunidad.

Una oportunidad. Ella trató de imaginarlo… Es probable que un desconocido entrara en su habitación. Y tal vez ella dudaría, así que él la agarraría, clavándola contra el colchón, obligándola a cooperar. Su clítoris comenzó a palpitar como si estuviera debajo de su vibrador. -Bueno, tal vez…

Él le frotó el hombro. -Realmente he estado esperando que te unas a nosotros.

Y si ella no iba, su relación terminaría. Eso estaba muy claro. No más aburrimiento. -Sexo estupendo ¿eh? ¿Por qué no?

Cuando el coche avanzó hacia adelante por el interminable camino de tierra lleno de baches, Rebeca se sentía como si todos los huesos de su cuerpo se hubieran convertido en astillas. Las luces del automóvil creaban un fino túnel entre los invasores árboles, y luego de repente, lanceaba a través de una superficie más abierta.

Hospedaje Serenidad. Finalmente.

– Por fin. -Matt expresó los pensamientos de ella mientras metía al coche en una pequeña área de aparcamiento bien escondida detrás de arbustos y árboles.

Ella suspiró aliviada de que el viaje haya terminado. Luego la expectación erizó sus nervios. -¿Qué pasa ahora?

Matt le dio unas palmaditas en la pierna. -Nada va a pasar esta noche. Sólo nos registraremos, desempacaremos, y nos acostaremos temprano.

– Buen plan. Estoy agotada. -El único movimiento que quería hacer esta noche era meterse en una cama. Antes de salir, tuvo que acabar con el trabajo sobre su escritorio, reunirse con su equipo contable, y luego con su redactor. No podía permitirse el lujo de atrasarse, no con el gerente observando su trabajo.

Ella se deslizó fuera del BMW convertible y tomó una bocanada de aire tan frío y vivificante que le quemó los pulmones. Mirando hacia arriba más allá de los altísimos pinos en los gruesos puntos blancos dentro de la noche negra, ella parpadeó sorprendida. ¡Caramba! Las estrellas se hacían más grandes fuera de la ciudad, ¿no? ¿El cielo se veía como este antes de que ella y su mamá se mudaran a San Francisco después de que sus padres se divorciaran? -¿Puedes creer estas estrellas?

– ¿Qué, cariño? -Matt le respondió, la cabeza escondida en el maletero.

– Nada.

Después de sacar las dos maletas, cerró el maletero y le entregó su bolso.

Atravesaron el claro hacia un colosal edificio de dos pisos para registrarse. Rebecca acarreó con dificultad su baúl a través del ancho y circular porche, siguiendo a Matt hacia una sala enorme. Varios sofás de cuero, grandes sillones tapizados en color rojo oscuro, y una alfombra rústica de colores brillantes creaban una acogedora sala de estar. En la pared izquierda, un fuego crepitaba en la chimenea de piedra englobada por grandes estanterías llenas de libros. Cuatro hombres jugaban a las cartas en el otro extremo.

Una mujer cerca del fuego le dio la bienvenida a Matt, y de repente la gente parecía emerger de la nada.

Matt estaba radiante, dándose la mano con los hombres e intercambiando abrazos con las mujeres.

– Rebeca, estos son Paul y Amy.

Rebecca asintió y sonrió, tratando de ponerle nombre a las caras. Paul y Amy: un hombre alto y calvo y una morena delgada, con un bronceado oscuro. Ginger y Mel: una pelirroja y un hombre fornido. Serena y Greg: mujer rubia, hombre cerebrito con gafas.

Entonces ella comenzó a perder la pista, pero no lo suficiente como para perder el hecho de que los hombres eran de diferentes tamaños, pero todas las mujeres estaban bronceadas y delgadas. Ella seguramente no era apta para esto si ese era el criterio para su aceptación. Un sentimiento de ahogo tiró de su estómago, siendo la única persona que no tomaba clases de gimnasia tendría que aspirarse. ¿Estos ejercicios de calistenia sexual serían lo mismo?

– Encantada de conocerlos a todos, -dijo, notando los voluminosos suéteres, camisetas y jeans. Muy casuales. ¿Por qué no había mencionado Matt el código de vestimenta? Ella todavía llevaba su traje. Por otra parte, no había tenido muchas opciones. Además de los dos pares de jeans Ralph Lauren, su guardarropa entero sólo contenía ropas de negocios, sudaderas y más sudaderas cubiertas de pintura.

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