Anne Rice - Entrevista con el vampiro

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Entrevista con el vampiro: краткое содержание, описание и аннотация

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Nunca un vampiro le había contado su vida a un mortal. Louis de Pointe du Lac, con un cansancio de siglos a sus espaldas, es el primero en hacerlo frente a un periodista de San Francisco, al que le explica cómo ha sido su existencia desde que fuera vampirizado por Lestat de Lioncourt en 1791. Louis y Lestat no son en realidad como la gente se imagina. Viven de la sangre humana y la muerte no les alcanza, es cierto, pero son sensibles e inteligentes, vulnerables, humanos y tal vez tienen más de víctimas que de verdugos...

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»—Tú eres quien se acercó anteriormente a mí —dijo ella como si no hubiera estado segura—. Y eres el amo de Pointe du Lac. ¡Lo eres!

»Yo sabía, cuando ella habló, que debía haber oído las historias más generosas sobre la noche anterior y que no me sería posible convencerla de ninguna mentira. Había utilizado mi aparición sobrenatural en dos ocasiones para presentarme a ella; ahora no podía ocultar ese hecho ni restarle importancia.

»—No quiero hacerte daño —le dije—. Únicamente necesito un carruaje y unos caballos… Anoche dejé los caballos pastando.

»Ella no parecía escuchar mis palabras; se acercó más, decidida a verme en el círculo de su luz.

»Y entonces vi a Lestat detrás de ella. Sus sombras se fundían en una sola sobre la pared de ladrillos; estaba ansioso y era peligroso.

»—¿Me proporcionarás el carruaje? —insistí. Ahora me miraba con la lámpara en alto; y, cuando quise desviar la mirada, vi que su rostro cambiaba. Quedó inmóvil, en blanco, como si estuviera perdiendo la conciencia. Cerró los ojos y sacudió la cabeza. Se me ocurrió que de alguna manera le había producido un trance sin el menor esfuerzo de mi parte.

»—¿Quién eres? —susurró—. Vienes del infierno. ¡Venías de parte del demonio cuando llegaste ante mí!

»—¡El demonio! —le contesté. Esto me afligió más de lo que imaginé que podía hacerlo. Si se lo creía, entonces creería que mis consejos habían sido malos; pondría todo en duda otra vez. Su vida era rica y buena, y yo sabía que ella no debía hacer eso. Como toda la gente fuerte, ella sufría, en cierta medida, de soledad; era una marginada, una secreta infiel de alguna índole. Y el equilibrio en que vivía podía trastocarse si ponía en duda su propia bondad. Me miró con un horror manifiesto.

Fue como si, horrorizada, se hubiera olvidado de su propia vulnerabilidad. Y ahora Lestat, que era atraído a la debilidad como un muerto de sed al agua, la cogió de la muñeca, y ella gritó y dejó escapar la lámpara. Las llamas se esparcieron sobre el petróleo derramado, y Lestat la empujó hacia la puerta abierta.

»—¡Consigue el carruaje! —le dijo—. Lo consigues ahora mismo, y los caballos también. Estás en peligro mortal; ¡no hables de demonios!

»Apagué las llamas con los pies y seguí a Lestat gritándole que la dejara. Él la tenía por las muñecas y ella estaba furiosa.

»—Despertarás a toda la casa si no te callas —me dijo él—. ¡Y yo la mataré! Consigue el carruaje… Llévanos; habla con el chico del establo —le dijo, sacándola por la fuerza al aire libre.

»Nos movimos lentamente por el patio a oscuras; mi disgusto era casi insoportable; Lestat iba adelante y, entre los dos, Babette, que avanzaba de espaldas, con sus ojos escrutando la oscuridad para vernos.

»—¡No os conseguiré nada! —dijo ella.

»Yo cogí a Lestat del brazo y le dije que me dejara hacer las cosas a mí.

»— Ella revelará nuestra identidad a todo el mundo a menos que me dejes hablar con ella —le susurré.

»—Entonces, domínate —dijo disgustado—. Sé fuerte y no te enternezcas.

»—Sigue adelante mientras hablo con ella… Vete a los establos y consigue el carruaje y los caballos. ¡Pero no mates a nadie!

»Yo no sabía si me obedecería o no, pero se alejó rápidamente cuando me acerqué a Babette. Su rostro expresaba una mezcla de furia y resolución.

»Ella dijo:

»— Aléjate de mí, Satán.

»Y entonces me quedé allí ante ella, mudo, mirándola nada más y manteniéndole la mirada tal como ella hacía con la mía. Su odio hacia mí me quemaba como el fuego.

»—¿Por qué me dices eso? —le pregunté—. ¿Fueron malos los consejos que te di? ¿Te hice algún daño? Vine a ayudarte, a darte fuerzas. Sólo pensé en ti cuando no tenía la menor necesidad de hacerlo.

»Ella sacudió la cabeza.

»—Pero, ¿por qué, por qué me hablas así? —preguntó ella—. Sé lo que hiciste en Pointe du Lac; ¡allí has vivido como un demonio! ¡Los esclavos están llenos de historias! Durante todo el día, los hombres han estado en el camino del río de Pointe du Lac; mi marido estuvo allí. Él vio la casa en ruinas, los cuerpos de los esclavos diseminados por los huertos, por los campos. ¿Qué eres tú? ¿Por qué me hablas bondadosamente? ¿Qué pretendes de mí?

»Ella se aferró a los pilares del porche y se balanceó para adelante y para atrás en la escalera. Algo se movió arriba en la ventana iluminada.

»— Ahora no te puedo dar las respuestas —le dije—. Créeme cuando te digo que vine a ti con la única intención de hacer el bien. Y que anoche no te habría traído preocupaciones ni problemas de haber podido evitarlo.

El vampiro se detuvo.

El muchacho quedó con el cuerpo hacia adelante y los ojos muy abiertos. El vampiro estaba helado, con la mirada en blanco, hundido en sus propios pensamientos, en sus recuerdos. Y, súbitamente, el joven bajó la mirada, como si fuera el acto respetuoso que le correspondía hacer. Volvió a mirar al vampiro y luego desvió sus ojos, con el rostro tan compungido como el del vampiro; y entonces empezó a decir algo, pero se detuvo.

El vampiro lo miró y estudió; de modo que el chico se ruborizó y volvió a desviar la mirada ansiosamente. Pero levantó sus ojos y miró entonces los del vampiro. Tragó saliva, pero le mantuvo la mirada.

—¿Es esto lo que quieres? —susurró el vampiro— ¿Es esto lo que quieres oír?

Sin hacer ruido, apartó su silla y caminó hasta la ventana. El muchacho se quedó como de piedra, mirando sus anchos hombros y la larga capa.

—No me contestas. No te estoy dando lo que quieres, ¿verdad? Querías una entrevista. Algo para la radio.

—Eso no tiene importancia. ¡Tiraré las cintas si usted así lo quiere! —El muchacho se puso en pie—. No puedo decir que comprendo todo lo que usted me dice. Sabría que estoy mintiendo si lo dijera. Por tanto, ¿cómo le puedo pedir que continúe, salvo para decir que lo que comprendo…, lo que comprendo es diferente de todo lo que haya comprendido antes?

—Dio un paso en dirección al vampiro. Éste parecía estar mirando la calle Divisadero. Entonces giró la cabeza lentamente y miró al joven y sonrió. Su rostro estaba sereno y casi afectuoso. Y el entrevistador, de improviso, se sintió incómodo. Se metió las manos en los bolsillos y volvió a la mesa. Luego miró vacilante al vampiro y dijo:

—¿Podría… continuar, por favor?

El vampiro dio media vuelta con los brazos cruzados y se apoyó en la ventana.

—¿Por qué? —preguntó.

El muchacho no supo qué contestar.

—Porque quiero escucharle. —Se encogió de hombros—. Porque quiero saber lo que sucedió.

—Muy bien —dijo el vampiro con la misma sonrisa bailoteándole en los labios. Regresó a su silla y se sentó frente al muchacho, cambió un poco la posición del magnetófono y dijo—: Un aparato maravilloso, realmente…, pues permite que continúe.

»Debes comprender que lo que entonces sentía por Babette era un deseo de comunicación más fuerte que cualquier otro deseo que sentía…, salvo por el deseo físico de… sangre. Era tan intenso que me podía hacer sentir la profundidad de mi capacidad de soledad. Cuando antes había hablado con ella, había habido una comunicación breve pero directa que era tan simple y satisfactoria como la de dar la mano a una persona, estrechársela, dejándola ir suavemente. Todo eso en un momento de gran necesidad o aflicción. Pero ahora estábamos confundidos. Para Babette, yo era un monstruo y eso me parecía espantoso, y hubiera hecho cualquier cosa para que cambiara de parecer. Le dije que los consejos que le había dado eran correctos, que ningún instrumento del demonio podía hacer algo correcto aunque quisiera.

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