La puerta principal de la casa de los Lightwood estaba abierta, y varios de los miembros de la familia estaban ya de pie en la acera. Maryse y Robert Lightwood estaban allí, conversando con otros dos adultos; cuando éstos se volvieron. Clary vio con una leve sorpresa que se trataba de los Penhallow, los padres de Aline. Maryse le dedicó una sonrisa; estaba muy elegante con su vestido de seda azul oscuro, el pelo sujeto tras el severo rostro por una gruesa cinta plateada. Se parecía a Isabelle… Tanto que Clary quiso alargar el brazo y posarle la mano sobre el hombro. Maryse todavía parecía muy triste, incluso mientras sonreía, y Clary pensó: «Está recordando a Max, tal y como lo hacía Isabelle, y pensando en lo mucho que le habría gustado todo esto».
—¡Clary!
Isabelle descendió a saltos los peldaños de la entrada, con los oscuros cabellos flotando tras ella. No llevaba puesto ninguno de los conjuntos que le había enseñado a Clary horas antes, sino un increíble vestido de raso dorado que se pegaba a su cuerpo como los pétalos cerrados de una flor. Calzaba unas sandalias con tacón de aguja, y Clary recordó lo que Isabelle le había dicho en una ocasión sobre cómo le gustaban sus zapatos de tacón, y rió para sí.
—Tienes un aspecto fantástico —comentó la joven.
—Gracias —dijo Clary, y tiró con cierta timidez del diáfano material del vestido plateado.
Probablemente era la cosa más femenina que había llevado jamás. Le dejaba los hombros al descubierto, y cada vez que sentía cómo las puntas del cabello le cosquilleaban sobre la piel desnuda, tenía que sofocar el impulso de sir en busca de una rebeca o un suéter con capucha para envolverse en él.
—Tú también.
Isabelle se inclinó hacia ella para susurrarle al oído:
—Jace no está aquí.
Clary se apartó.
—Entonces ¿dónde…?
—Alec dice que podría estar en la plaza, donde va a haber los fuegos artificiales. Lo siento… no tengo ni idea de qué le pasa.
Clary se encogió de hombros, intentando ocultar su desilusión.
—No pasa nada.
Alec y Aline salieron a toda prisa de la casa tras Isabelle; Aline llevaba un vestido en un rojo intenso que hacía que sus cabellos resultaran increíblemente negros. Alec se había vestido como acostumbraba, con un suéter y pantalones oscuros, aunque Clary tuvo que admitir que al menos el suéter no parecía tener agujeros. El chico le sonrió y ella pensó, con sorpresa, que realmente parecía distinto. Menos serio, como si se hubiese quitado un peso de encima.
—Nunca he estado en una celebración en la que participen subterráneos —dijo Aline, mirando nerviosamente calle abajo, donde una muchacha hada que llevaba los largos cabellos trenzados con flores (no, se dijo Clary, los cabellos eran flores, conectadas por delicados zarcillos verdes) arrancaba algunas de las flores blancas de un cesto colgante, las contemplaba pensativa, y se las comía.
—Te encantará —dijo Isabelle—. Saben cómo celebrar una fiesta.
Se despidió con la mano de sus padres y se pusieron en marcha en dirección a la plaza; Clary luchaba aún contra el impulso de cubrirse la mitad superior del cuerpo cruzando los brazos sobre el lecho. El vestido se arremolinaba alrededor de sus pies igual que humo que formara espirales en el viento. Pensó en el humo que se había alzado sobre Alacante a primera hora del día, y tiritó.
—¡Hola! —saludó Isabelle, y, al alzar la vista, Clary vio a Simon y a Maia, que avanzaban hacia ellos por la calle.
No había visto a Simon durante la mayor parte del día; éste había bajado al Salón para observar la reunión preliminar del Consejo por que, dijo, sentía curiosidad sobre a quién elegirían para ocupar el escaño de los vampiros en el Consejo. Clary no podía imaginar a Maia luciendo nada tan femenino como un vestido, y desde luego ésta iba ataviada con unos pantalones de camuflaje de cintura baja y una camiseta negra en la que se leía: «ELIGE TU ARMA» y que tenía el dibujo de unos dados bajo las palabras. Era una camiseta de jugador de rol, pensó Clary, preguntándose si Maia realmente jugaba o llevaba la camiseta para impresionar a Simon. De ser así, era una buena elección.
—¿Vais a volver a bajar a la plaza del Ángel?
Maia y Simon reconocieron que sí, por lo que se dirigieron todos juntos al Salón constituyendo un amigable grupo. Simon se rezagó para colocarse junto a Clary, y anduvieron juntos en silencio. Era agradable simplemente volver a estar cerca de Simon; él había sido la primera persona a la que ella había querido ver una vez que estuvo de vuelta en Alacante. Lo había abrazado muy fuerte, contenta de que estuviese vivo, y había tocado la Marca de su frente.
—¿Te salvó? —preguntó, desesperada por oír que no había hecho lo que había hecho para nada.
—Me salvó —fue todo lo que él había dicho en respuesta.
—Ojalá pudiese quitártela —había dicho ella—. Ojalá supiese qué podría sucederte debido a ella.
Él se había sujetado la muñeca y había vuelto a bajar su mano con suavidad hacia el costado de la joven.
—Aguardaremos —había dicho—. Ya veremos.
Ella le había estado observando con atención, pero tenía que admitir que la Marca no parecía estar afectándole de ningún modo visible. Parecía tal y como había sido siempre. Simon. Únicamente que había adoptado la costumbre de peinarse el pelo de un modo un poco distinto, para cubrir la Marca; si uno no supiese que estaba allí, jamás lo adivinaría.
—¿Cómo ha ido la reunión? —preguntó Clary, echándole un vistazo de reojo para ver si se había engalanado para la celebración.
No era así, pero ella apenas le culpó; los vaqueos y la camiseta que llevaba puestos eran todo lo que tenía para ponerse.
—¿A quién han elegido?
—A Raphael no —respondió Simon, como si ello le complaciera—. A otro vampiro. Tiene un nombre pretencioso. Nightshade o algo parecido.
—¿Sabes?, me ha pedido si quería dibujar el símbolo del Nuevo Consejo —dijo Clary—. Es un honor. He dicho que lo haría. Va a ser la runa del Consejo rodeada por los símbolos de las cuatro familias de subterráneos. Una luna para los hombres lobo, y estaba pensando en un trébol de cuatro hojas para las hagas. Un libro de conjuros para los brujos. Pero no se me ocurre nada para los vampiros.
—¿Qué tal un colmillo? —sugirió Simon—. Tal vez goteando sangre. —Le mostró los dientes.
—Gracias —dijo Clary—. Eso resulta muy útil.
—Me alegro de que te lo pidieran —repuso Simon, en un tono más serio —. Mereces ese honor. Mereces una medalla, en realidad, por lo que hiciste. La runa de la alianza y todo lo demás.
—No sé. —Clary se encogió de hombros—. Quiero decir, la batalla apenas duró diez minutos, después de todo. No sé cuánto ayudé.
—Yo estuve en la batalla, Clary —dijo Simon—. Puede que durara diez minutos, pero fueron los peores diez minutos de mi vida. Y en realidad no quiero hablar sobre ello. Pero te diré que, incluso en aquellos diez minutos, habría habido mucha más muerte de no haber sido por ti. Además, la batalla fue sólo parte de un todo. Si no hubieses hecho lo que hiciste, no habría Nuevo Consejo. Seríamos cazadores de sombras y subterráneos odiándonos unos a otros, en lugar de cazadores de sombras y subterráneos yendo juntos a una fiesta.
Clary sintió que se le hacía un nudo en la garganta y miró directamente al frente, deseando no empezar a llorar.
—Gracias, Simon.
Vaciló, tan brevemente que nadie que no fuese Simon lo habría advertido. Pero él lo hizo.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
—Sólo me estaba preguntando qué vamos a hacer cuando regresemos a casa —dijo—. Quiero decir, sé que Magnus se ocupó de tu madre de modo que no le diera ningún ataque pensando que habías desaparecido, pero… la escuela. Nos hemos perdido una tonelada de clases. Y ni siquiera sé…
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