Fue hacia él entonces y se sentó a su lado sobre el amplio escalón superior. La piedra resultaba fría a través de la tela del vestido. Le tendió la mano, temblorosa.
—Tócame —dijo—. Si quieres.
Él le tomó la mano y la apoyó contra su mejilla por un momento. Luego volvió a dejarla sobre el regazo de la muchacha. Clary se estremeció un poco, recordando las palabras de Aline en el dormitorio de Isabelle. «Quizás ya no está interesado, ahora que no es algo prohibido.» Él había dicho que ella parecía distante, pero la expresión en sus ojos era tan remota como una galaxia lejana.
—¿Qué hay en la caja? —preguntó ella.
Él seguía aferrando con fuerza el rectángulo de plata en una mano. Era un objeto de aspecto caro, delicadamente labrado con un dibujo de pájaros.
—He ido a casa de Amatis hace unas horas, a buscarte —dijo—. Pero no estabas, así que he hablado con ella. Me ha dado esto. —Indicó la caja—. Perteneció a mi padre.
Por un momento ella se limitó a mirarle sin comprender. «¿Esto era de Valentine? —pensó, y luego, con una sacudida—. No, no es eso lo que él quiere decir.»
—Claro —dijo—, Amatis estuvo casada con Stephen Herondale.
—La he estado revisando —indicó él—. Leyendo las cartas, las hojas del diario. Pensaba que si lo hacía podría sentir alguna especie de conexión con él. Algo que saltaría de las páginas ante mí, diciendo: «Sí, éste es tu padre». Pero no siendo nada. Son sólo pedazos de papel. Cualquiera podría haber escrito estas cosas.
—Jace —dijo ella con suavidad.
—Ése es otro tema —dijo él—. Ya no tengo un nombre, ¿verdad? No soy Jonathan Christopher… ése es el nombre de otra persona. Pero es el nombre al que estoy acostumbrado.
—¿A quién se le ocurrió el apodo de Jace? ¿Se te ocurrió a ti?
Jace negó con la cabeza.
—No. Valentine siempre me llamó Jonathan. Y así es como me llamaban cuando llegué por primera vez al Instituto. Jamás tendría que haber pensando que mi nombre era Jonathan Christopher, ¿sabes?… Eso fue una casualidad. Saqué el nombre del diario de mi padre, pero no era de mí de quien hablaba. No eran mis progresos los que anotaba. Eran los de Seb… Los de Jonathan. Así que la primera vez que le dije a Maryse que mi segundo nombre era Christpher, ella se dijo así misma que sin duda lo había recordado mal, y que Christopher había sido el segundo nombre del hijo de Michael. Habían transcurrido diez años, después de todo. Pero fue entonces cuando ella empezó a llamarme Jace: era como si quisiera darme un nombre nuevo, algo que le perteneciera a ella, a mi vida en Nueva York. Y me gustó. Nunca me había gustado Jonathan. —Dio la vuelta a la caja que tenía en las manos—. Me pregunto si tal vez Maryse lo sabía, o lo adivinaría pero simplemente no quería saber. Me quería… y no quería creerlo.
—Por eso se alteró tanto cuando pensó que sí eras el hijo de Valentine —dijo Clary—. Porque pensó que tendría que haberlo sabido. En cierto modo, lo sabía. Pero siempre nos negamos a creer cosas como ésa sobre la gente que amamos. Y, Jace, ella tenía razón respecto a ti. Tenía razón sobre quién eres en realidad. Y sí tienes que un nombre. Tu nombre es Jace. Valentine no te dio ese nombre. Maryse lo hizo. La única cosa que hace que un nombre sea importante, y te pertenezca, es que te lo de alguien que te quiere.
—¿Jace qué? —dijo él—. ¿Jace Herondale?
—Ah, por favor —repuso ella—. Tú eres Jace Lightwood. Y lo sabes.
Él alzó los ojos hacia ella. Las pestañas proyectaban una espesa sombra sobre ellos, oscureciendo el dorado. A Clary le dio la impresión de que parecía menos lejano, aunque tal vez lo estaba imaginando.
—A lo mejor eres una persona diferente de la que pensaba que eras —prosiguió ella, deseando con toda esperanza que comprendiera lo que quería decirle—. Pero nadie se convierte en una persona totalmente distinta de la noche a la mañana. El simple hecho de descubrir que Stephen fue tu padre biológico no va a hacer que le ames automáticamente. Y no tienes que hacerlo. Valentine no era tu auténtico padre, pero no porque no tengas su sangre en tus venas. No era tu auténtico padre porque no actuó como un padre. No se ocupó de ti. Siempre han sido los Lightwood los que se han ocupado de ti. Ellos son tu familia, Igual que mi madre y Luke son la mía. —Alargó la mano para tocarle el hombro, luego la retiró—. Lo siento —dijo—. Aquí estoy yo sermoneándote, y tú probablemente has venido aquí arriba para estar solo.
—Tienes razón —dijo él.
Clary sintió que se quedaba sin aliento.
—Muy bien. Entonces me iré.
Se puso en pie, olvidando mantener en alto el vestido, y casi pisó el dobladillo.
—¡Clary! —Depositando la caja en el suelo, Jace se incorporó a toda prisa—. Clary, espera. No quería decir eso. No me refería a que quería estar solo. Me refería a que tenías razón sobre Valentine… sobre los Lightwood…
Ella se volvió y le miró. Jace estaba de pie entre las sombras; las brillantes luces de colores de la fiesta que se celebraba abajo proyectaban extraños dibujos sobre su piel. Recordó la primera vez que le había visto. Había pensando que parecía un león. Hermoso y mortífero. Ahora le parecía distinto. Aquel revestimiento rígido y defensivo que llevaba como armadura había desaparecido, y lucía sus heridas, visibles y con orgullo. Ni siquiera había usado su estela para eliminar las magulladuras del rostro, a lo largo de la línea de la mandíbula, y en la garganta, donde la piel se dejaba ver por encima del cuello de la camiseta. Pero con todo le parecían hermoso, más que antes, porque ahora parecía humano… humano y real.
—¿Sabes? —dijo—, Aline pensaba que tal vez ya no sentirías interés por mí. Ahora que no soy algo prohibido. Ahora que podrías estar conmigo si quisieras. —Tiritó un poco bajo el delgado y fino vestido, agarrándose los codos con las manos—. ¿Es eso cierto? ¿Ya no estás… interesado?
—¿Interesado? ¿Cómo si fueses un libro o una noticia? No, no estoy interesado. Estoy… —Se interrumpió, buscando a tientas la palabra igual que alguien buscaría a tientas un interruptor de la luz en la oscuridad—. ¿Recuerdas lo que te dije en una ocasión sobre mi sensación de que el hecho de que fueras mi hermana fuese una especia de chiste cósmico hecho a mi costa? ¿A costa de ambos?
—Lo recuerdo.
—Jamás lo creí —dijo él—. Quiero decir, lo creí en cierto modo…, dejé que me arrastrara a la desesperación, pero jamás lo sentí. Jamás sentí que fueras mi hermana. Porque no sentía hacia ti un amor fraternal. Pero eso no significaba que no sintiera que eras parte de mí. Siempre lo he sentido. —Al ver su expresión perpleja, se interrumpió emitiendo un ruidito impaciente—. No me estoy explicando bien. Clary, he odiado cada segundo en el que pensabas que eras mi hermana. He odiado cada momento en el que pensaba que lo que sentía por ti significaba que había algo en mí que no estaba bien. Pero…
—Pero ¿qué?
El corazón de Clary latía con tanta fuerza que la estaba haciendo sentir bastante mareada.
—Podía ver cómo gozaba Valentine con lo que yo sentía por ti. Con lo que tú sentías por mí. Lo usó como una arma contra nosotros. Y eso me hizo odiarlo. Más que ninguna otra cosa que me hubiese hecho jamás, eso me hizo odiarlo y consiguió que me volviera en su contra, y quizás eso era lo que necesitaba hacer. Porque había momentos en los que no sabía si quería seguirle o no. Fue una elección ardua…, más ardua de lo que me gusta recordar. —Su voz era tensa.
—En una ocasión te pregunté si yo tenía elección —le recordó Clary—. Y tú dijiste: «Siempre podemos elegir». Tú elegiste en contra de Valentine. Al final fue la elección que hiciste, y no importa lo arduo que fuese tomarla. Lo que importa es que lo hiciste.
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