Cassandra Clare - Ciudad de cristal

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Para salvar la vida de su madre, Clary debe viajar hasta la Ciudad de Cristal, el hogar ancestral de los cazadores de sombras. Por si fuera poco, Jace no quiere que vaya y Simon ha sido encarcelado por los propios Cazadores de Sombras, que no se fían de un vampiro resistente al sol. Mientras, Clary traba amistad con Sebastián, un misterioso cazador de sombras que se alía con ella. Valentine está dispuesto a acabar con todos los cazadores de sombras: la única opción que les queda a éstos es aliarse con sus mortales enemigos pero ¿podrán hombres lobo, vampiros y otras criaturas del submundo dejar a un lado sus diferencias con los cazadores de sombras?

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El cuervo alcanzó a Malachi con la punta de una garra, abriéndole un sangriento surco en la cara. Con un alarido, el Cónsul soltó a Clary, y alzó los brazos, pero Hugo había vuelto a girar y lo acuchillaba brutalmente con pico y garras. Malachi se tambaleó hacia atrás, agitando los brazos en el aire, hasta que se golpeó contra el borde de un banco con fuerza. Éste se volcó con un gran estrépito; perdió el equilibrio, el hombre cayó cuan largo era tras él con un grito estrangulado… que se interrumpió rápidamente.

Clary corrió hasta donde Malachi yacía hecho un ovillo sobre el suelo de mármol, con un círculo de sangre a su alrededor. Había aterrizado sobre un montón de cristales del techo roto, y uno de los irregulares pedazos le había atravesado la garganta. Hugo seguía revoloteando en el aire, describiendo círculos alrededor del cuerpo de Malachi. Emitió un graznido triunfal mientras Clary lo miraba fijamente; al parecer el ave no le habían gustado las patadas y golpes del Cónsul. Malachi debería haber sabido que no debía atacar a una de las criaturas de Valentine, pensó Clary con amargura. El ave era tan poco indulgente como su amo.

Pero no había tiempo para pensar en Malachi ahora. Alec había dicho que había salvaguardas alrededor del lago, y que si alguien se transportaba allí con un Portal, saltarían las alarmas. Valentine probablemente se encontraba ya en el espejo; no había tiempo que perder. Clary se apartó despacio del cuervo, se dio la vuelta y salió disparada hacia las puertas de entradas del Salón y el tenue resplandor del Portal que había al otro lado.

20

Pesado en la balanza

El agua la golpeó en la cara como un puñetazo. Clary se hundió, dando boqueadas, en una oscuridad helada; lo primero que pensó fue que el Portal se había desvanecido sin posibilidad de arreglo, y que ella estaba atrapada en el arremolinado lugar en tinieblas intermedio, donde se asfixiaría y moriría, tal y como Jace le había advertido que podría suceder la primera vez que ella había usado un Portal.

Lo segundo que pensó fue que ya estaba muerta.

Probablemente sólo estuvo inconsciente unos pocos segundos, aunque pareció como si fuese el fin de todo. Cuando despertó, sufrió un sobresalto que fue como el impacto de abrirse paso a través de una capa de hielo. Había estado inconsciente y ahora, de improviso, no lo estaba; yacía de espaldas sobre tierra fría y húmeda, contemplando un cielo tan repleto de estrellas que parecía como si hubiesen arrojado un puñado de monedas de plata sobre su oscura superficie. Tenía la boca llena de líquido salobre; volvió la cabeza a un lado, tosió y escupió y jadeó hasta que pudo volver a respirar.

Cuando finalizaron los espasmos de su estómago rodó sobre el costado. Tenía las muñecas atadas con una tenue tira de luz refulgente, y sentía las piernas pesadas y raras, como un hormigueo que las recorría de arriba abajo. Se preguntó si habría estado echada sobre ellas en una posición extraña, o quizá era un efecto secundario de haber estado a punto de ahogarse. Le ardía la nuca como si le hubiese picado una avispa. Con un jadeo se incorporó a una posición sentada, con las piernas estiradas incómodamente frene a ella, y miró a su alrededor.

Estaba en la orilla del lago Lyn, donde el agua dejaba paso a una arena pulverulenta. Una negra pared de roca se alzaba tras ella, los precipicios que recordaba de cuando estuvo allí con Luke. La arena misma era oscura, y centelleaba con mica de plata. Aquí y allá en la arena había antorchas de luz mágica, que llenaban el aire con su resplandor plateado, dejando una tracería de líneas refulgentes sobre la superficie del agua.

Junto a la orilla del lago, a unos pocos metros de donde estaba sentada, había una mesa baja hecha con piedras planas apiladas una sobre otra. Estaba claro que la habían montado a toda prisa; aunque las brechas entre las piedras estaban rellenas con arena húmeda, algunas de las rocas empezaban a resbalar y a torcerse. Depositado sobre la superficie de las piedras había algo que hizo que Clary contuviese el aliento: La Copa Mortal, y colocada atravesada sobre ella, la Espada Mortal, una lengua de llama negra bajo la luz mágica. Alrededor del altar observó las líneas de runas grabadas en la arena. Las contempló con atención, pero estaban embarulladas, sin sentido…

Una sombra pasó por la arena, moviéndose veloz: la larga sobra de un hombre, convertida en oscilante y vaga por la luz parpadeante de las antorchas. Cuando Clary alzó por fin la cabeza, él estaba de pie junto a ella, observándola.

Valentine.

El impacto de verle fue tan enorme que casi no le ocasionó ni siquiera impresión. No sintió nada mientras alzaba la vista hacia su padre, cuyo rostro flotaba recortado en el negro firmamento como la luna: blanco, austero, horadado por ojos negros que eran como cráteres de meteoritos.

Por encima de la camisa llevaba sujetas una cantidad de correas de cuero que sujetaban una docena o más de armas que se erizaban a su espalda como las espinas de un erizo. Presentaba un aspecto increíblemente fornido; aparentaba la aterradora estatua de algún dios guerrero dedicado a la destrucción.

—Clarissa —dijo—. Has corrido un buen riesgo llegando hasta aquí en un Portal. Tienes suerte de que te viera aparecer en el agua casi en cuanto has llegado. Estabas inconsciente; de no ser por mí, te habrías ahogado. —Un músculo junto a su boca se movió levemente—. Y yo no me preocuparía excesivamente por las salvaguardas de alarma que la Clave ha colocado alrededor del lago. Las he suprimido en cuanto he llegado. Nadie sabe que estás aquí.

«¡No te creo!» Clary abrió la boca para arrojarle las palabras al rostro. No salió ningún sonido. Era como en una de esas pesadillas en las que intentaba chillar y chillar y nada sucedía. Únicamente una seca bocanada de aire brotó de la boca, el jadeo de alguien que intentaba chillar con la garganta seccionada.

Valentine meneó la cabeza.

—No te molestes en intentar hablar. He usado una runa de silencio, una de esas que usaban los Hermanos Silenciosos, en tu nuca. Hay una runa de sujeción en tus muñecas, y otra que te inutiliza las piernas. Yo no intentaría ponerme en pie… Las piernas no te sostendrán, y sólo te provocará dolor.

Clary le contempló iracunda, intentando taladrarle con la mirada, herirle con su odio. Pero él no le prestó la menor atención,

—Podría haber sido peor, ¿sabes? Para cuanto te he arrastrado a la orilla, el veneno del lago ya había empezado a hacer su efecto. Te he curado de él, por cierto. Aunque no espero tu agradecimiento. —Sonrió fugazmente—. Tú y yo no hemos tenido nunca una conversación, ¿verdad? Al menos no una auténtica conservación. Debes de preguntarte por qué nunca parecí tener un interés paternal por ti. Lo siento si eso te lastimó.

Ahora la mirada fija de la muchacha pasó del odio a la incredulidad. ¿Cómo podían tener una conversación si ella ni siquiera podía hablar? Intentó obligar a las palabras a salir, pero nada surgió de la garganta salvo un débil jadeo.

Valentine se volvió de nuevo hacia su altar y posó la mano sobre la Espada Mortal. El arma despidió una luz negra, una especie de resplandor invertido, como si absorbiera la iluminación del aire que la rodeaba.

—No sabía que tu madre estaba embarazada de ti cuando me abandonó —dijo.

Clary se dijo que le hablaba como nunca lo había hecho antes. Su tono era sosegado, incluso coloquial, pero no se trataba de una conversación.

—Yo sabía que algo no iba bien. Ella pensaba que ocultaba su infelicidad. Tomé un poco de sangre de Ithuriel, la deshidraté hasta convertirla en polvo, y la mezclé con su comida, pensaba que podría curar su infelicidad. De haber sabido que estaba embarazada, no lo habría hecho. Ya había decidido no volver a experimentar con un hijo de mi propia sangre.

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