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Lois Bujold: Fragmentos de honor

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Lois Bujold Fragmentos de honor

Fragmentos de honor: краткое содержание, описание и аннотация

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Estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado y por las razones equivocadas. Cordelia Naismith, de la Fuerza Expedicionaria Betana, llevaba incluso el uniforme equivocado: sin saberlo había entrado en batalla vistiendo el viejo uniforme pardo del equipo científico de Exploración Astronómica. Su encuentro con Aral Vorkosigan, el poderoso y temido Vor, apodado «el carnicero de Komarr , sólo podía deberse a una de esas complejas intrigas, tan sórdidas y abundantes en la militarizada sociedad de Barrayar. Tras el primer contacto con Aral, Cordelia volverá a la guerra como capitana de una nave suicida en una misión de engaño: transportar a través de las líneas Vor un arma terrible capaz de atrapar y destruir a toda la flota enemiga. Un conjunto de intrigas dentro de intrigas, de traiciones en el seno de más traiciones, de nuevos engaños que se unen a otros conocidos, obligará a Cordelia a establecer una paz personal con su principal oponente: Aral Vorkosigan. Una paz que puede acarrear la ignominia, aunque presagia nuevas posibilidades no sólo entre Cordelia y su enamorado, sino también entre los pueblos de ambos.

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—¡Dios me libre de eso! Dedicar tu vida a tus hijos durante dieciocho o veinte años, y luego permitir que el Gobierno te los quite y los despilfarre para arreglar algún fallo de la política… no, gracias.

—Yo nunca lo he considerado así —concedió Vorkosigan. Guardó silencio unos instantes, mientras continuaba cojeando apoyado en su palo—. ¿Y si son voluntarios? ¿No tiene su gente ningún ideal de servicio?

—¿Nobleza obliga? —Pero ahora le tocó a ella el turno de guardar silencio, un poco cortada—. Supongo que si se ofrecieran voluntarios sería distinto. Sin embargo, no tengo hijos, así que por fortuna no tendré que enfrentarme a esas decisiones.

—¿Se alegra, o lo siente?

—¿Lo de los hijos? —Ella lo miró a la cara. Vorkosigan no parecía ser consciente de haber golpeado un punto flaco—. Supongo que no se han cruzado en mi camino.

El hilo de la conversación se rompió cuando tuvieron que enfrentarse a un tramo rocoso, lleno de súbitos barrancos que se abrían a sus pies. Escalar algunos puntos peligrosos y cuidar de Dubauer requirió toda la atención de Cordelia. Cuando llegaron al otro lado hicieron un descanso de mutuo acuerdo, sin consultarlo siquiera, y se sentaron agotados contra una roca. Vorkosigan se subió la pernera del pantalón y se aflojó la bota para mirar la herida infectada que amenazaba con detenerlo.

—Parece que es buena enfermera. ¿Cree que ayudaría abrirla y drenarla? —le preguntó a Cordelia.

—No lo sé. Temo que si toqueteo acabe por tener peor aspecto.

Dedujo que la herida debía ser mucho peor de lo que él daba a entender, cosa que quedó confirmada cuando Vorkosigan tomó medio analgésico de su precioso y limitado depósito.

Continuaron caminando y Vorkosigan empezó a hablar de nuevo. Contó algunas anécdotas sardónicas de sus días de cadete y describió a su padre, que había sido general en jefe de las fuerzas de infantería en su tiempo, y amigo y contemporáneo del voluntarioso anciano que ahora era emperador. Cordelia captó una leve y distante impresión de un padre frío a quien su joven hijo no podía complacer del todo jamás, ni siquiera con sus mejores esfuerzos, y con quien sin embargo compartía un lazo de subyacente lealtad.

Ella describió a su madre, una dura profesional médica que se resistía a la jubilación, y a su hermano, que acababa de conseguir el permiso para tener un segundo hijo.

—¿Recuerda bien a su madre? —preguntó Cordelia—. Murió cuando era usted muy joven, supongo. ¿Un accidente, como mi padre?

—No, un accidente no. Política. —Su rostro se volvió sombrío y distante—. ¿No ha oído hablar de la Masacre de Yuri Vorbarra?

—Yo… no sé gran cosa sobre Barrayar.

—Ah. Bueno, el emperador Yuri, en los últimos días de su locura, se volvió extremadamente paranoico con sus parientes. Al final se convirtió en una profecía que se cumplió a sí misma. Envió a todos sus pelotones de la muerte una noche. El escuadrón que iba a por el príncipe Xav nunca llegó a pasar de sus lacayos. Y por algún oscuro motivo, no envió a nadie contra mi padre, al parecer porque no era descendiente del emperador Dorca Vorbarra. No puedo imaginar en qué pensaba el viejo Yuri, matar a mi madre y dejar vivo a mi padre. Fue entonces cuando mi padre lanzó a sus comandos contra Ezar Vorbarra, en la guerra civil que siguió.

—Oh.

La garganta de Cordelia parecía seca y pastosa con el polvo de la tarde. Había provocado una reacción de frialdad en él, de modo que la película de sudor que bañaba su frente pareció de pronto condensación.

—He estado pensando… Hablaba usted antes de las cosas que hace la gente cuando se deja llevar por el pánico, y lo recordé. No pensaba en ello desde hacía años. Cuando los hombres de Yuri volaron la puerta…

—Dios mío, ¿no estaría usted presente?

—Oh, sí. Yo también estaba en la lista, por supuesto. Cada asesino tenía asignado un blanco concreto. El asignado a mi madre… agarré un cuchillo, un cuchillo de mesa que tenía junto al plato, y lo golpeé con él. Pero justo delante de mí, en la mesa, había un buen cuchillo para trinchar. Si lo hubiera tomado en cambio… bien podría haberlo golpeado con una cuchara. Él me agarró y me lanzó al otro lado de la habitación…

—¿Qué edad tenía usted?

—Once años. Pequeño para mi edad. Siempre fui pequeño para mi edad. Me acorraló contra la pared. Disparó un… —Se mordió el labio inferior y a punto estuvo de hacerse sangre—. Es curioso cuántos detalles vuelven cuando uno habla de algo. Creí que había olvidado más cosas.

La miró, con la cara blanca, y de repente se entristeció.

—La he molestado, con toda esta cháchara. Lo siento. Fue hace mucho tiempo. No sé por qué estoy hablando tanto.

Yo sí, pensó Cordelia. Estaba pálido y ya no sudaba, a pesar del calor. Medio inconscientemente, se abrochó la parte superior de la camisa. Tiene frío, pensó ella; le está subiendo la fiebre. ¿Cuánto más le subirá? Aparte del efecto que tengan esas píldoras. Esto podría ponerse muy feo.

Un oscuro impulso la hizo decir:

—Sé lo que quiere decir, cuando habla de recuerdos. Primero estaba la lanzadera subiendo, como una bala, igual que de costumbre, y mi hermano saludando, lo cual era una tontería, porque él no podía vernos… y entonces esa mancha de luz en el cielo, como un segundo sol, y una lluvia de fuego. Y esa estúpida sensación de absoluta comprensión. Esperas a que llegue la conmoción y te alivie… y nunca lo hace. Entonces la visión en blanco. No en negro, sino ese brillo púrpura y plateado, durante días. Casi había olvidado lo que es quedarte cegada, hasta ahora.

Él la miró.

—Eso es exactamente… iba a decirle que él le disparó una granada sónica al estómago. No pude oír nada durante algún tiempo. Como si todo el sonido hubiera rebasado la escala de la percepción humana. Ruido total, más vacío de significado que el silencio.

—Sí…

Qué extraño, que él supiera exactamente lo que sentí. Sin embargo, lo dice mejor…

—Supongo que mi decisión de ser soldado deriva de esa fecha. Me refiero a la de verdad, no a los desfiles y los uniformes y el glamour. A la logística, la ventaja ofensiva, la velocidad y la sorpresa… el poder. Convertirme en un hijo de puta mejor preparado, más fuerte, más duro, más rápido que nadie que pudiera atravesar mi puerta. Mi primera experiencia de combate. No tuve mucho éxito.

Estaba temblando. Pero ella también. Siguieron caminando, y Cordelia intentó cambiar de tema.

—Nunca he estado en combate. ¿Cómo es?

Él hizo una pausa, reflexivo. Midiéndome otra vez, pensó Cordelia. Y sudando; la fiebre debe estar remitiendo, por el momento, gracias al cielo.

—A distancia, en el espacio, existe la ilusión de una lucha limpia y gloriosa. Casi abstracta. Podría ser una simulación, o un juego. La realidad no hace mella hasta que alcanzan tu nave.

Contempló el terreno que tenía delante, como si fuera a elegir su camino, pero era llano y sin problemas.

—El asesinato… El asesinato es diferente. Aquel día en Komarr, cuando maté a mi oficial político… Estaba más furioso que el día en que… que la otra vez. Pero de cerca, al ver que la vida se apaga entre tus manos, al ver ese cadáver vacío, ves tu propia muerte en la cara de tu enemigo. Sin embargo, había traicionado mi honor.

—No estoy segura de comprender eso.

—Sí. La furia parece hacerla más fuerte, no más débil como a mí. Ojalá comprendiera cómo lo hace.

Era otro de sus extraños cumplidos incomprensibles. Ella guardó silencio, mirándose los pies, mirando la montaña que tenían delante, el cielo, a cualquier parte menos a su ilegible rostro. Por eso ella fue la primera en advertir el brillo a poniente.

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