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Lois Bujold: Fragmentos de honor

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Lois Bujold Fragmentos de honor

Fragmentos de honor: краткое содержание, описание и аннотация

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Estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado y por las razones equivocadas. Cordelia Naismith, de la Fuerza Expedicionaria Betana, llevaba incluso el uniforme equivocado: sin saberlo había entrado en batalla vistiendo el viejo uniforme pardo del equipo científico de Exploración Astronómica. Su encuentro con Aral Vorkosigan, el poderoso y temido Vor, apodado «el carnicero de Komarr , sólo podía deberse a una de esas complejas intrigas, tan sórdidas y abundantes en la militarizada sociedad de Barrayar. Tras el primer contacto con Aral, Cordelia volverá a la guerra como capitana de una nave suicida en una misión de engaño: transportar a través de las líneas Vor un arma terrible capaz de atrapar y destruir a toda la flota enemiga. Un conjunto de intrigas dentro de intrigas, de traiciones en el seno de más traiciones, de nuevos engaños que se unen a otros conocidos, obligará a Cordelia a establecer una paz personal con su principal oponente: Aral Vorkosigan. Una paz que puede acarrear la ignominia, aunque presagia nuevas posibilidades no sólo entre Cordelia y su enamorado, sino también entre los pueblos de ambos.

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—¿Sabe esos conos amarillos de arena que hemos visto…? —dijo Vorkosigan, desabrochándose los pantalones.

—Sí.

—No pise ninguno para hacer pis.

Cordelia no pudo sofocar una risita.

—¿Qué ha encontrado? ¿O debo decir qué lo ha encontrado a usted?

Vorkosigan dio vuelta a los pantalones y empezó a quitar las pequeñas criaturas redondas y blancas que corrían entre sus pliegues. Cordelia agarró una y la sostuvo en la palma de la mano para mirarla con atención. Era otro modelo de radial, con cilios por patas, una forma subterránea.

—¡Ay! —Se libró rápidamente del bicho.

—Pica, ¿eh? —rugió Vorkosigan.

Un borbotón de risa se acumuló en su interior. Pero evitó perder el control cuando advirtió un rasgo más preocupante en el aspecto de él.

—Eh, ese arañazo no tiene buen aspecto, ¿no?

La marca de la garra del carroñero en el muslo derecho que Vorkosigan había recibido la noche en que enterraron a Rosemont estaba hinchada y azulina, con feas vetas rojas que llegaban hasta la rodilla.

—No pasa nada —dijo él con firmeza, y empezó a ponerse los pantalones libres de radiales.

—No tiene buena pinta. Déjeme ver.

—No hay nada que pueda hacer —protestó él, pero se sometió a un breve reconocimiento—. ¿Satisfecha? —inquirió sarcástico, y terminó de vestirse.

—Ojalá sus microespecialistas hubieran sido un poco más concienzudos cuando crearon ese apósito. —Cordelia se encogió de hombros—. Pero tiene usted razón. No podemos hacer nada.

Continuaron el camino. Cordelia lo observó con más atención a partir de entonces. De vez en cuando él empezaba a cojear, luego advertía que ella lo estaba mirando y avanzaba con paso aún más decidido. Pero al final del día abandonó las pretensiones y cojeó sin disimulo. A pesar de eso, continuaron andando hasta la puesta de sol y también después, hasta que la montaña hacia la que se dirigían se convirtió en una masa negra en el horizonte. Por fin, dando tumbos en la oscuridad, él cedió y detuvo la marcha. Cordelia se alegró, pues Dubauer no podía más, y se apoyaba en ella pesadamente y trataba de tumbarse. Durmieron en el lugar donde se detuvieron, en el suelo de arena rojiza. Vorkosigan rompió una bengala y se encargó de la guardia, mientras Cordelia yacía en tierra y observaba las inalcanzables estrellas girar en el cielo.

Vorkosigan había pedido que lo despertaran antes del amanecer, pero ella lo dejó dormir hasta pasado un buen rato. No le gustaba el aspecto que tenía, alternativamente pálido y enrojecido, ni la forma entrecortada de su respiración.

—¿No cree que sería mejor que se tomara uno de sus analgésicos? —le preguntó ella cuando se despertó, pues él apenas podía apoyar el peso en la pierna, que estaba mucho más hinchada.

—Todavía no. Tengo que guardar un poco para el final.

Cortó en cambio una larga vara, y los tres comenzaron la tarea del día caminando hacia el sol.

—¿Cuánto falta? —preguntó Cordelia.

—Calculo que un día, día y medio, depende del ritmo que podamos seguir. —Hizo una mueca—. No se preocupe. No va a tener que llevarme en brazos. Soy uno de los hombres más en forma de mi regimiento. —Continuó cojeando—. De los de más de cuarenta años.

—¿Cuántos hombres de más de cuarenta hay en su regimiento?

—Cuatro.

Cordelia hizo una mueca.

—De todas formas, si es necesario, tengo un estimulante en mi equipo médico que animaría a un cadáver. Pero quiero guardarlo también para el final.

—¿Qué clase de problemas espera?

—Depende de quién atienda a mi llamada. Sé que Radnov, mi oficial político, tiene al menos a dos agentes en mi sección de comunicaciones. —Frunció los labios, midiéndola de nuevo— Verá, no creo que hubiera un motín general. Creo que fue un intento de asesinato improvisado en el acto por parte de Radnov y unos cuantos. Usaron a los betanos, pensando que podrían deshacerse de mí sin implicarse. Si tengo razón, todo el mundo a bordo de la nave cree que estoy muerto. Todos menos uno.

—¿Quién?

—Bien que me gustaría saberlo. El que me golpeó en la cabeza y me ocultó entre los helechos, en vez de cortarme la garganta y arrojarme al agujero más cercano. El teniente Radnov parece tener un topo en su grupo. Y sin embargo… si ese topo me fuera leal, lo único que tendría que hacer es decírselo a Gottyan, mi primer oficial, y éste haría que una patrulla leal bajara a recogerme en un santiamén. ¿Quién de mis hombres está tan confuso como para traicionar a ambos bandos a la vez? ¿O me estoy pasando por alto algún detalle?

—Tal vez todavía están persiguiendo mi nave —sugirió Cordelia.

—¿Dónde está su nave?

Cordelia calculó que la sinceridad debería ser ya segura.

—Camino de la Colonia Beta.

—A menos que los hayan capturado.

—No. Estaban fuera de su alcance cuando hablé con ellos. Puede que no estén armados, pero son más veloces que su crucero de batalla.

—Mmm. Bueno, es posible.

No parece sorprendido, advirtió Cordelia. Apuesto a que sus informes de inteligencia sobre nuestro material producirían espasmos a nuestros agentes de contrainteligencia.

—¿Hasta dónde los perseguirán?

—Eso es cosa de Gottyan. Si considera que no puede alcanzarlos, regresará a la estación de contacto. Si piensa que sí, hará todos los esfuerzos.

—¿Porqué?

Él la miró de reojo.

—No puedo hablar de eso.

—No veo por qué no. No voy a ir a ninguna parte que no sea una prisión barrayaresa, durante una temporada. Es curioso cómo cambian los parámetros. Después de este viaje, me parecerá el súmmum del lujo.

—Intentaré que no se llegue a eso —sonrió él.

Sus ojos la molestaban, y su sonrisa. Podía enfrentarse a su rudeza y equipararla con su propio orgullo, protegiéndose como si fuera el florete de un espadachín. Pero su amabilidad era como luchar contra el mar, y los golpes de ella se volvían suaves y perdían toda voluntad. Cordelia no respondió a la sonrisa, y el rostro de él se ensombreció y se volvió de nuevo hosco y grave.

3

Después de desayunar, caminaron un rato en silencio. Vorkosigan fue el primero en romperlo. La fiebre parecía estar disolviendo su natural humor taciturno.

—Charle conmigo. Me distraerá de la pierna.

—¿Sobre qué?

—Sobre cualquier cosa.

Ella reflexionó, sin dejar de caminar.

—¿Encuentra muy distinto comandar una nave de guerra que una nave corriente?

Él se lo pensó.

—No es la nave lo que es distinto. Son los hombres. El liderazgo es sobre todo un poder sobre la imaginación, especialmente en combate. El hombre más valiente, solo, puede ser tan sólo un lunático armado. La verdadera fuerza yace en la habilidad de conseguir que otros hagan tu trabajo. ¿No es así incluso en las flotas de la Colonia Beta?

Cordelia sonrió.

—Más bien. Si alguna vez tuviera que ejercer el poder por la fuerza, eso significaría que ya lo he perdido. Prefiero ser suave. Así tengo la ventaja, porque siempre puedo mantener mi temperamento, o lo que sea, un poco más que cualquier hijo de vecino. —Contempló el desierto—. Creo que la civilización debe de haberse inventado para el beneficio de las mujeres, sobre todo de las madres. No puedo imaginar cómo mis antepasadas cavernícolas cuidaban de sus familias en condiciones primitivas.

—Sospecho que trabajaban juntas, en grupos —dijo Vorkosigan—. Apuesto a que usted podría habérselas apañado, si hubiera nacido en esos tiempos. Tiene la competencia que se suele buscar en una madre de guerreros.

Cordelia se preguntó si Vorkosigan le estaba tomando el pelo. Parecía tener tendencia al humor seco.

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