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Lois Bujold: Inmunidad diplomática

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Lois Bujold Inmunidad diplomática

Inmunidad diplomática: краткое содержание, описание и аннотация

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Miles y su esposa Ekaterin regresan de un viaje de luna de miel largamente postergado. En casa les espera el nacimiento de sus dos primeros hijos (desarrollados como es contumbre, en un utero artificial, pero el nuevo y flamante Auditor Imperial recibe un mensaje del Emperador Gregor Vorbarra: una flota de Barrayar ha sido detenida en la Estación Graf, un miembro de la escolta ha desaparecido, ha sido asesinado o ha desaparecido, y el conflicto diplomatico no ha hecho más que empezar. Miles debe interrumpir su regreso, acudir a la estación Graf: el mundo de los cuadrúmanos, los seres modificados genéticamente para hacer cuatro brazos y trbajar en condiciones de gravedad cero, a quienes Leo graf, un competente ingeniero de soldadura, ayudó a lograr su emancipación de la explotación y esclavitud a los que les tenia sometidos Galac-Tech. Por si ello fuera poco, alli se encontraba tambiém el hermafrodita Bel Thorne, viejo conocido e la época de las muchas aventuras de Miles Vorkosigan como Miles Naismish (el apellido de su madre Cordelia), almirante de los Mercenarios Libres Dendarii.

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—Oh —murmuró Ekaterin, recuperando rápidamente el control de sus rasgos—. Qué, uh… interesante. —Al cabo de un instante, añadió—: Parece práctico para su entorno.

Miles se relajó un poco. Fueran cuales fuesen las reacciones de Ekaterin a las mutaciones que estuviera viendo, serían derrotadas por su férreo control de los buenos modales.

Lo mismo, desgraciadamente, no parecía cumplirse con los otros miembros del Imperio ahora retenidos en el sistema de los cuadris. La diferencia entre mutación perniciosa y modificación benigna o provechosa no era admitida fácilmente por los barrayareses del campo. Teniendo en cuenta que un oficial se refería a ellos como «horribles arañas mutantes» en su informe, estaba claro que Miles podía añadir tensiones raciales a la mezcla de complicaciones hacia las que se dirigían a toda máquina.

—Te acostumbras a ellos rápidamente —la tranquilizó.

—¿Dónde conociste a una, si se mantienen apartados?

—Hum… —Tendría que mentir un poco—. Fue en una misión de SegImp. No puedo hablar de eso. Pero se dedicaba a la música, nada menos. Tocaba percusión con los cuatro brazos. —Intentó remedar el gesto y acabó golpeándose dolorosamente los codos contra la pared del camarote—. Se llamaba Nicol. Te habría gustado. La sacamos de un buen apuro. Me pregunto si llegaría a casa. —Se frotó el codo y añadió, esperanzado—: Apuesto a que las técnicas de jardinería en caída libre de los cuadris te resultarán interesantes.

Ekaterin sonrió.

—Sí, desde luego.

Miles regresó a sus informes con la incómoda certeza de que no iba a ser una misión en la que convenía zambullirse sin preparación. Añadió mentalmente revisar la historia de los cuadris en su lista de estudios para los dos días siguientes.

2

—¿Tengo recto el cuello?

Los fríos dedos de Ekaterin trabajaron con profesionalidad el cuello de la camisa de Miles; él reprimió el escalofrío que le recorrió la espalda.

—Ahora sí.

—El hábito hace al Auditor —murmuró él.

El pequeño camarote carecía de comodidades como un espejo de cuerpo entero; tenía que usar a cambio los ojos de su esposa. Pero no lo consideraba una desventaja. Ella se apartó todo lo que pudo, medio paso hasta la pared, y lo miró de arriba abajo para comprobar el efecto de su uniforme de la Casa Vorkosigan: túnica marrón con el blasón de la familia bordado en plata en el alto cuello, puños bordados de plata, pantalones marrones con una tira de plata, altas botas de montar. En su tiempo, la clase Vor había estado formada por soldados de caballería. Ahora no había caballos en Dios sabía cuántos años luz, eso estaba claro.

Él tocó su comunicador de muñeca, para sincronizarlo con el que ella llevaba, aunque el de Ekaterin era más típico de una dama Vor, con un brazalete ornamental de plata.

—Te haré una señal cuando esté preparado para volver y cambiarme. —Indicó con la cabeza el sencillo traje gris que ella había colocado ya sobre la cama. Un uniforme para las mentes militares, ropa civil para los civiles. Y que el peso de la historia de Barrayar, once generaciones de condes Vorkosigan a su espalda, compensaran su baja estatura, su pose levemente encorvada. No necesitaba mencionar sus defectos menos visibles.

—¿Qué debo ponerme yo?

—Como tendrás que tragarte todo el paseo, algo práctico. —Sonrió perversamente—. Ese vestido rojo de seda será lo bastante atractivo para nuestros anfitriones de la Estación.

—Sólo para la mitad masculina, amor —señaló ella—. ¿Y si el jefe de seguridad es una cuadrúmana? ¿Se sienten los cuadrúmanos atraídos por los planetarios?

—Una sí, al menos —suspiró él—. De ahí el problema… Partes de la Estación Graf están a cero-ge, así que querrás llevar pantalones o calzas en vez de las faldas al estilo barrayarés. Algo con lo que puedas moverte.

—Oh. Sí, ya veo.

Llamaron a la puerta del camarote, y oyeron la tímida voz del soldado Roic.

—¿Milord?

—Ya voy, Roic.

Miles y Ekaterin intercambiaron sus sitios (al encontrarse a la altura del pecho de ella, Miles le robó al pasar un abrazo agradablemente animado), y él salió al estrecho pasillo de la nave correo.

Roic vestía una versión ligeramente más sencilla del uniforme de la Casa Vorkosigan de Miles, como correspondía a su estatus de vasallo y hombre de armas.

—¿Quiere que empaquete sus cosas para trasladarles a la nave insignia barrayaresa, milord? —preguntó.

—No. Vamos a quedarnos en el correo.

Roic casi consiguió ocultar un respingo. Era un joven de impresionante estatura e intimidante anchura de hombros, y había descrito su camastro encima de la sala de máquinas del correo como más o menos igual que dormir en un ataúd, milord, si no fuera por los ronquidos.

—No quiero entregar el control de mis movimientos —añadió Miles—, por no mencionar mi suministro de aire, a ninguno de los bandos de esta disputa. Los camastros de la nave insignia no son mucho más grandes de todas formas, te lo aseguro, soldado.

Roic sonrió con pesar, y se encogió de hombros.

—Me temo que tendría que haber traído a Jankowski, señor.

—¿Por qué? ¿Porque es más bajito?

—¡No, señor! —Roic parecía levemente indignado—. Porque es un auténtico veterano.

La ley restringía a veinte el número de hombres que formaban el cuerpo de guardia de un conde de Barrayar. Los Vorkosigan, por tradición, reclutaban a la mayoría de sus hombres de armas entre los veteranos retirados tras veinte años en el Servicio Imperial. Por necesidad política, durante las últimas décadas habían sido principalmente antiguos hombres de SegImp. Formaban un grupo eficaz pero maduro. Roic era una interesante excepción nueva.

—¿Desde cuándo es eso un problema?

Los soldados del padre de Miles trataban a Roic como un novato porque lo era, pero si lo hubiesen tratado como a un ciudadano de segunda…

—Eh… —Roic indicó de manera un tanto inarticulada la nave correo, por lo que Miles dedujo que el problema estribaba en encuentros más recientes.

Miles, a punto de echar a andar por el estrecho pasillo, se apoyó en cambio contra la pared y se cruzó de brazos.

—Mira, Roic…, apenas hay un hombre en el Servicio Imperial de tu edad o más joven que se haya enfrentado a más acción al servicio del Emperador que tú en la Guardia Municipal de Hassadar. No dejes que los malditos uniformes verdes te asusten. Es una lucha inútil. La mitad de ellos se caerían desmayados si se les pidiera que se enfrentaran a alguien como ese lunático asesino que disparaba en la plaza de Hassadar.

—Yo ya había cruzado media plaza, milord. Es como terminar de cruzar a nado la mitad de un río, pensando que no lo conseguirás, o nadar de vuelta hasta la orilla. Era más seguro saltar sobre él que dar media vuelta y correr. Habría tenido el mismo tiempo para apuntarme hiciera lo que hiciese.

—Pero no para abatir a otra docena de peatones. Las agujas automáticas son un arma sucia. —Miles se enfurruñó.

—Es verdad, milord.

A pesar de su estatura, Roic tendía a ser tímido cuando se consideraba en inferioridad social, cosa que desgraciadamente parecía ser la mayor parte del tiempo al servicio de los Vorkosigan. Como la timidez aparecía en su rostro principalmente como una especie de sombría estolidez, tendía a pasar desapercibida.

—Eres un soldado Vorkosigan —dijo Miles firmemente—. El fantasma del general Piotr está entretejido en ese marrón y plata. Acabarán por tenerte miedo, te lo prometo.

La breve sonrisa de Roic mostró más gratitud que convicción.

—Ojalá hubiera conocido a su abuelo, señor. A pesar de todo lo que cuentan de él en el Distrito, era un gran tipo. Mi bisabuelo sirvió con él en las montañas durante la Ocupación Cetagandesa, según cuenta mi madre.

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