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Lois Bujold: En caída libre

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Lois Bujold En caída libre

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Leo Graf era tan sólo un competente ingeniero de soldadura: se ocupaba de sus asuntos, hacia bien el trabajo y se ajustaba a las especificaciones. Pero todo cambió cuando fue asonado al Hábitat Cay y conoció a los cuadrúmanos, seres sin piernas y con cuatro brazos adaptados por la ingeniería genética para el trabajo en ausencia de la gravedad. ¿Quién podría permanecer indiferente antela explotación y la esclavitud de un millar de jóvenes tratados como objetos por Galac-Tech. la gran corporación espacial? Fue relativamente fácil adoptar, un tanto ilegalmente, a un millar de cuadrúmanos. Lo difícil fue enseñarles a ser libres. Un retorno de lujo a los temas de la ciencia ficción campbelliana basada en la aventura y la especulación científica inteligente, con personajes de una entrañable «normalidad». Un hito en la moderna literatura de ciencia ficción.

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Van Atta maldijo por el intercomunicador una última vez antes de darle un golpe furioso a la tecla «OFF». Todos sus insultos creativos habían desaparecido hacía ya varias horas y era consciente de repetirlos. Se alejó de la consola de comunicaciones y recorrió con la mirada el compartimento de control de la lanzadera de Seguridad.

El piloto y el copiloto, en el frente, estaban ocupados con su trabajo. Bannerji, que mandaba la fuerza, y la doctora Yei —¿cómo era que la doctora se había metido en esta expedición?— estaban sujetos a sus asientos de aceleración. Yei ocupaba el lugar del ingeniero, mientras que Bannerji ocupaba la consola de armas, al otro lado del pasillo donde se encontraba Van Atta.

—Así son las cosas, al parecer —dijo Van Atta bruscamente—. ¿Ya están a nuestro alcance para utilizar el láser?

Bannerji comprobó una lectura. —Todavía no.

—Por favor —dijo la doctora Yei—, déjeme que hable con ellos una vez más…

—Si están tan cansados de oír su voz como lo estoy yo, no van a responder —murmuró Van Atta—. Usted se pasó horas hablando con ellos. Entienda… No quieren escuchar nada más, Yei. Eso es todo para la psicología.

El sargento de Seguridad Fors asomó la cabeza desde el compartimento posterior, donde viajaba junto con otros veintiséis guardias de Galac-Tech.

—¿Cuáles son las ordenes, capitán Bannerji? ¿Nos vestimos ya para el abordaje?

Bannerji le hizo una seña con la ceja a Van Atta.

—¿Bueno, señor Van Atta? ¿Cuál es el plan? Aparentemente, tendremos que eliminar todas las posibilidades que comenzaban con la rendición de los cuadrúmanos.

—Entienda bien lo que le voy a decir. —Van Atta meditó ante el intercomunicador, que sólo emitía un zumbido vacío en la pantalla—. Tan pronto como los tengamos a nuestro alcance, comiencen a disparar sobre ellos. En primer lugar, dejen fuera de funcionamiento los brazos Necklin y luego los propulsadores espaciales normales, si es que pueden. Posteriormente, hagan una perforación en un costado, entren y acaben con ellos.

El sargento Fors carraspeó.

—Usted dijo que había un millar de esos imitantes a bordo, ¿no es así, señor Van Atta? ¿Qué le parece un plan en el que obviemos la parte del abordaje y transportemos toda la nave a cualquier lugar donde a usted se le ocurra? ¿No le parece que las probabilidades están un tanto en contra del abordaje?

—Las quejas a Chalopin. Ella fue la que se opuso a solicitar ayuda de Seguridad externa. Pero las probabilidades no son tan desfavorables como aparentan. Los cuadrúmanos son unos debiluchos. La mitad de ellos son niños que tienen menos de doce años, por el amor de Dios. Limítense a entrar y disparen a cualquier cosa que se mueva. ¿Cuántas chicas de cinco años supone que se necesitan para equiparar su fuerza, Fors?

—No lo sé, señor —Fors pestañeó—. Nunca me imaginé peleando con niñas de cinco años.

Bannerji tocó con los dedos la consola de armas y echó una mirada a Yei.

—Esa muchacha con el bebé que casi mato aquel día en el depósito, ¿está a bordo, doctora Yei?

—¿Claire? Sí —contestó Yei.

—Ah. —Bannerji esquivó su mirada intensa y cambió de posición en el asiento.

—Esperemos que su puntería mejore en esta ocasión Bannerji —dijo Van Atta.

Bannerji puso un esquema computerizado de una nave de Salto en su pantalla, al mismo tiempo que hacía cálculos.

—Imagino que se dará cuenta —dijo lentamente— de que la realidad va sufrir el efecto de algunos factores incontrolables… Existe una buena probabilidad de que hagamos otros agujeros en los módulos deshabitados, mientras apuntamos a las varillas Necklin.

—Es cierto —dijo Van Atta—. Mire, Bannerji —agregó Van Atta con impaciencia—, los cuadrúmanos son… se convirtieron en sacrificables al convertirse en criminales. Es igual que disparar a un ladrón que se escapa de algún robo. Además, no se puede hacer una tortilla si no se rompen huevos. La doctora Yei se cubrió el rostro con las manos.

—Dios Krishna —murmuró. La sonrisa que le ofreció Van Atta era un tanto peculiar—. Estaba esperando el momento en que dijera eso. Tendría que haber hecho una apuesta o algo así…

Van Atta se erizó a la defensiva.

—Si usted hubiera efectuado bien su trabajo —volvió a hablar, con la misma agresividad—, en este momento no estaríamos aquí rompiendo huevos.

Por lo menos, los podríamos haber hecho hervir con sus cáscaras en Rodeo. Por cierto, tengo la intención de resaltar este punto ante las autoridades más adelante, créame. Pero no tengo por qué seguir discutiendo con usted. Para cualquier cosa que se me ocurra hacer, tengo la autorización necesaria.

—Que hasta ahora nunca me ha mostrado.

—Chalopin y el capitán Bannerji la han visto. Si me lo permiten, le aseguro que éste será su fin, Yei.

Ella no dijo nada, pero dio por recibido el mensaje con un movimiento irónico de la cabeza. Se reclinó en el asiento y cruzó los brazos. Al parecer, sin ninguna intención de volver a hablar. Gracias a Dios, pensó Van Atta.

—Vístanse, Fors —le dijo al sargento de Seguridad.

La cámara de navegación y comunicaciones en la nave D-620 estaba repleta. Ti dirigía las operaciones desde el asiento de control, coronado por los auriculares. Silver manejaba el comunicador y Leo, al parecer, ocupaba el puesto del ingeniero en jefe. La cadena de mando se confundía a esta altura. Tal vez su título tendría que ser Oficial Encargado de las Preocupaciones. Se le contraían las entrañas y se le cerraba la garganta cuando veía que todas las líneas de acción se acercaban a la intersección de la que no había retorno.

—La lanzadera de Seguridad ha dejado de transmitir —informó Silver.

—Es un alivio —dijo Ti.

—No tanto un alivio —comentó Leo—. Si han dejado de hablar, tal vez se estén preparando para abrir fuego. —Y era demasiado tarde… Estaban demasiado cerca del punto de Salto para colocar un soldador láser en el exterior y responder del ataque.

Ti hizo un gesto con la boca. Su angustia crecía. Cerró los ojos. La nave D-620 parecía moverse y sacudirse bajo el efecto de la aceleración.

—Estamos casi en posición de Salto —dijo Ti.

Leo observó el monitor.

—Están casi en posición de disparar. —Se detuvo un momento—. Ya están en posición de disparar —agregó.

Ti emitió un sonido agudo y bajó los auriculares.

—Aceleración del campo Necklin…

—Con suavidad —murmuró Leo—. Mi espejo vórtice…

La mano de Silver buscó la de Leo. Leo estaba abrumado por un deseo de disculparse ante Silver, ante los cuadrúmanos, ante Dios. No sabía ante quién más… Yo os he llevado a todo esto…Lo siento…

—Si conectas un canal, Silver —dijo Leo desesperadamente, la cabeza inmersa en el pánico… todas esas criaturas…—. Estamos a tiempo de rendirnos…

—Nunca —dijo Silver. Apretó aún más su mano y sus ojos azules se clavaron en los de él—. Y yo estoy decidiendo por todos, no sólo por mí. Seguimos adelante.

Leo apretó los dientes y asintió. Los segundos retumbaban en su cerebro, al mismo ritmo que el martilleo de su corazón. La lanzadera de Seguridad crecía en el monitor.

—¿Por qué no disparan ahora? —preguntó Silver.

—¡Fuego! —ordenó Van Atta. Los esquemas del ordenador de Bannerji se estaban alineando, los números titilaban, las luces convergían. Van Atta vio que la doctora Yei ya no estaba en su asiento. Probablemente estaba escondida en el aseo. Esta dosis de realidad y de consecuencias reales era, sin duda, demasiado para ella. Igual que esos malditos políticos, pensó Van Atta con desprecio, que llevan a la gente al desastre y desaparecen cuando comienzan los disparos…

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