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Lois Bujold: En caída libre

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Lois Bujold En caída libre

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Leo Graf era tan sólo un competente ingeniero de soldadura: se ocupaba de sus asuntos, hacia bien el trabajo y se ajustaba a las especificaciones. Pero todo cambió cuando fue asonado al Hábitat Cay y conoció a los cuadrúmanos, seres sin piernas y con cuatro brazos adaptados por la ingeniería genética para el trabajo en ausencia de la gravedad. ¿Quién podría permanecer indiferente antela explotación y la esclavitud de un millar de jóvenes tratados como objetos por Galac-Tech. la gran corporación espacial? Fue relativamente fácil adoptar, un tanto ilegalmente, a un millar de cuadrúmanos. Lo difícil fue enseñarles a ser libres. Un retorno de lujo a los temas de la ciencia ficción campbelliana basada en la aventura y la especulación científica inteligente, con personajes de una entrañable «normalidad». Un hito en la moderna literatura de ciencia ficción.

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—No lo he olvidado —murmuró Bannerji.

—Sin embargo —interrumpió la doctora Yei—, al haber pedido autorización a las oficinas centrales para usar esa fuerza, nos vemos obligados a esperar su respuesta. Después de todo, ¿qué pasa si rechazan nuestra petición?

Van Atta frunció el ceño y cerró los ojos.

—Ya sabía que nunca teníamos que haber solicitado autorización. Usted fue la que nos indujo a todo eso, maldita sea. Siempre aceptaron todo hecho consumado que les presentamos y siempre estuvieron satisfechos. Ahora… — sacudió la cabeza con frustración—. De todas maneras, no están teniendo en cuenta otras fuentes de personal. Se podría utilizar al personal del Hábitat para respaldar la entrada de las fuerzas de Seguridad en el Hábitat.

—A esta altura, ya están desparramados por todo Rodeo —comentó la doctora Yei—. La mayoría de ellos ha regresado a sus lugares de permiso en los planetas. —¿Y tiene usted una idea del tipo de situación legal que esos acontecimientos le presentarían a Seguridad? —Bannerji se encogió visiblemente.

La consola del escritorio de Chalopin interrumpió la conversación. El rostro de un técnico de comunicaciones apareció en la pantalla.

—¿Administradora Chalopin? Aquí Centro de Comunicaciones. Usted solicitó que la mantuviéramos informada sobre cualquier cambio en la situación del Hábitat o de la nave D-620. Ellos… aparentemente se están preparando para salir de su órbita. —Transmítelo por aquí —ordenó Chalopin. El técnico de comunicaciones les proporcionó una visión plana del satélite. Aumentó la toma y la remodelación del Hábitat y de la nave D-620 ocupó la mitad de la pantalla. Los dos brazos propulsadores de la D-620 se habían multiplicado, al haberles sido incorporadas las grandes unidades de propulsión que los cuadrúmanos utilizaban para desplazar bultos de carga en órbita. Van Atta observaba la pantalla, horrorizado. Los motores parecían cobrar vida. El enorme vehículo comenzaba a desplazarse.

La doctora Yei miraba la pantalla, boquiabierta. Tenía las manos juntas sobre el pecho y un brillo extraño en los ojos. Van Atta sentía ganas de llorar de furia.

—Observen… —señaló la pantalla; su voz se resquebrajaba—. ¿Ven cuál es el resultado de todas esas vacilaciones? ¡Se están escapando!

—Oh, no. Todavía no —exclamó la doctora Yei—. Pasarán por lo menos un par de días antes de que puedan llegar al agujero de gusano. No hay razón para desesperarse. —Miró a Van Atta, pestañeó y continuó con un tono de voz casi de hastío—. Usted está extremadamente fatigado, por supuesto, como todos nosotros. La fatiga conduce a cometer errores de apreciación. Debería descansar… dormir un poco…

A Van Atta le temblaban las manos. Sentía una necesidad profunda de estrangularla en ese preciso instante. La administradora de la Estación y ese idiota de Bannerji estaban de acuerdo con ella y asentían. La garganta de Van Atta emitió un gruñido entrecortado.

—Cada minuto que esperen va a complicar nuestra logística, aumentar la distancia, incrementar el riesgo…

Todos tenían la misma expresión imperturbable en sus rostros. Van Atta no necesitaba ahondar demasiado. Podía reconocer la falta de cooperación concertada apenas la olía. ¡Maldición, maldición, maldición! Miró con cólera a Yei. Pero tenía las manos atadas. Su autoridad estaba socavada por el amable razonamiento de la mujer. Si Yei y todos los de su especie se salían con la suya, nunca nadie dispararía a nadie y el caos regiría el universo.

Protestó en silencio, giró sobre sus talones y se marchó.

Claire se despertó, pero no abrió los ojos de inmediato. Estaba abrigada en su saco de dormir. El cansancio que la había agotado al finalizar su último turno no desaparecía en sus extremidades. Todavía no podía sentir a Andy moverse. Bien, un respiro antes del cambio de pañales. Dentro de diez minutos lo despertaría e intercambiarían servicios. El le aliviaría el pecho absorbiendo la leche. Las mamas necesitan a los bebés, pensó en medio de su somnolencia, tanto como los bebés necesitan a sus mamas. Un diseño entrelazado, dos individuos que comparten un mismo sistema biológico… De la misma manera que los cuadrúmanos compartían el sistema tecnológico del Hábitat, siendo cada uno dependiente de los otros…

Dependiente de su trabajo, también. ¿Qué debía hacer a continuación? Las cajas de germinación, los tubos de cultivo… No, no podía trabajar con los tubos de cultivo hoy. Hoy era el Día de la Aceleración. Sus ojos se abrieron de repente. Aún más por la emoción.

—¡Tony! —exclamó—. ¿Cuánto tiempo hace que estás aquí?

—Te he estado mirando durante quince minutos. Dormías tan bien… ¿Puedo entrar? —Permaneció suspendido en el aire, vestido otra vez con la camiseta y los shorts rojos tan familiares y la observaba en la penumbra de la cámara—. Tenemos que sujetarnos de inmediato. La aceleración está a punto de comenzar.

—¿Ya? —Se apartó a un lado para hacerle sitio a Tony. Se entrelazaron los brazos, le tocó la cara y el vendaje que seguía cubriéndole el torso—. ¿Estás bien?

—Ahora sí —suspiró con felicidad—. Allí abajo, en ese hospital… Bueno, no esperaba que nadie viniera a por mí. Para vosotros era un riesgo terrible. No valía la pena.

—Lo discutimos. Hablamos del riesgo. Pero no podíamos abandonarte. Nosotros, los cuadrúmanos, tenemos que permanecer siempre unidos. —Ahora estaba despierta por completo. Disfrutaba la realidad física de Tony, sus manos musculosas, sus ojos brillantes, sus cejas rubias y tupidas—. Leo dijo que perderte nos habría disminuido, y no sólo genéticamente. Ahora tenemos que ser un pueblo, no sólo Claire y Tony y Silver y Siggy y Andy. Creo que es lo que Leo llama «sinergia». De alguna manera somos sinergísticos.

Una vibración extraña estremeció las paredes de la cámara. Extendió los brazos para desatar a Andy, que estaba junto a ella sujeto a los aparejos para dormir, y lo acurrucó con sus manos superiores, mientras que con las inferiores sostenía a Tony, debajo de la cobertura del saco de dormir. Andy protestó y volvió a quedarse dormido. Lentamente, suavemente, sus omoplatos comenzaron a presionar contra la pared.

—Estamos en camino —murmuró Claire—. Está comenzando…

—Estamos juntos —observó Tony maravillado. Se aferraban el uno al otro—. Quería estar contigo en ese momento…

Ella dejó que la aceleración la dominara. Apoyó la cabeza contra la pared y colocó a Andy sobre su pecho. Algo había sonado en el armario. Lo verificaría más tarde.

—Esta es la manera de viajar —suspiró Tony—. Los latidos viajan de polizón.

—Será extraño, sin Galac-Tech —dijo Claire después de un instante—. Sólo nosotros los cuadrúmanos… ¿Cómo será el mundo de Andy?

—Eso dependerá de nosotros, me imagino —dijo Tony—. Creo que eso me da más miedo que las armas. Libertad. —Meneó la cabeza—. No era como me la había imaginado.

La sugerencia de Yei de que se fuera a dormir era impracticable. Van Atta no regresó a su dormitorio, sino a su propia oficina en el planeta. Hacía un par de semanas que no pasaba por ahí. En ese momento era casi medianoche, según la hora de la Estación número Tres. Su secretaria había terminado su turno. Pero lo que necesitaba su espíritu en este momento era estar solo.

Después de pasar unos veinte minutos hablando consigo mismo en la penumbra, decidió ver la correspondencia electrónica acumulada. La rutina usual de su oficina se había perdido por completo en las últimas semanas y, por supuesto, los acontecimientos de los últimos dos días la habían destrozado. Tal vez una dosis de tediosa rutina le calmaría lo suficiente y podría considerar la idea de dormir.

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