Bebió unas gotas de las palmas. Era salobre, no del todo salada. Más bien era como el sabor de su propia sangre.
El complicado equilibrio químico de un planeta como Ópalo hizo que se sentara en cuclillas para pensar. En un mundo sin continentes, los ríos y arroyos no podían efectuar su constante lixiviación de sales y bases desde profundas estructuras solevantadas. La microfiltración del metano primordial y de los hidrocarburos de cadena larga debían ocurrir sobre el lecho del mar, efectuándose la absorción a través de la columna de agua. Todo el sistema tierra-agua debía ser radicalmente distinto al del mundo que ella conocía. ¿Se trataría en verdad de una situación estable? ¿O sería que Ópalo y Sismo todavía evolucionaban de su condición después de aquella hora tan traumática, cuarenta millones de años atrás, cuando fueran arrojados a su nueva órbita alrededor de Mandel?
Darya caminó unos cien metros tierra adentro y se sentó con las piernas cruzadas sobre un montecillo de pastos verdes.
La estrella madre se veía como un remiendo brillante, bien alta en el cielo nublado. Todavía quedarían al menos dos horas de luz. Ahora que había conocido Ópalo un poco mejor, lo veía como un mundo cálido y amistoso, en nada parecido a la furia incontenible de su imaginación. Seguramente los humanos podrían prosperar allí, incluso durante la Marea Estival. Y si Ópalo era tan agradable, su gemelo, Sismo, ¿podía ser tan diferente?
Debía serlo, si sus propias conclusiones tenían alguna validez. Darya observó el horizonte gris, sin rastros de barcos o de otras tierras, y por milésima vez repasó la sucesión de pensamientos que la habían llevado a Dobelle. ¿Cuan persuasivos eran aquellos resultados, los de la correlación mínimo-cuadrática? Para ella, no había forma en que datos tan precisos ocurriesen por pura coincidencia. Pero si los resultados eran tan persuasivos e irrefutables, ¿por qué otros no habían llegado a la misma conclusión?
Darya sólo lograba dar con una respuesta. Su pensamiento había sido ayudado por el hecho de que ella era una persona hogareña, alguien que nunca viajaba entre las estrellas. La humanidad y sus vecinos de otras especies habían sido condicionados para pensar en el espacio y las distancias en términos del Propulsor Bose. Los viajes interestelares empleaban un sistema muy preciso de Nodos Bose. Las antiguas medidas de distancia geodésica ya no significaban demasiado; era el número de Transiciones Bose lo que contaba. Sólo los moradores de Ark, o tal vez los antiguos colonizadores que se desplazaban lentamente por el espacio, verían un cambio en un artefacto de los Constructores como generando un frente de onda, expandiéndose de su punto de origen para moverse por la galaxia a la velocidad de la luz. Y sólo alguien como Lang, fascinada por todo lo relacionado con los Constructores, era capaz de preguntar si había lugares y momentos precisos en los cuales se cruzaban aquellos frentes de onda esféricos.
Aunque cada razonamiento parecía carecer de consistencia, al juntarlos todos Darya se persuadía por completo. Sintió un nuevo arrebato de ira. Ahora estaba en el lugar indicado… O lo estaría, ¡si tan sólo pudiese abandonar Ópalo y llegar hasta Sismo! Pero, en lugar de ello, estaba varada en un adormecido país de ensueños.
Adormecido país de ensueños. En el instante en que aquellas palabras se formaban en su mente hubo un fuerte zumbido a sus espaldas. Una figura emergida de una pesadilla voló por el aire y aterrizó justo frente a ella, con sus seis patas articuladas completamente extendidas.
Si Darya no gritó, fue sólo porque su garganta se negó a funcionar.
La criatura alzó dos de sus patas oscuras y se elevó sobre ella. Darya pudo ver una parte inferior segmentada y roja oscura y un cuello corto rodeado por franjas de frunces de color escarlata y blanco. Estaba coronado por una cabeza blanca y sin ojos, del doble de tamaño que la suya. No había ninguna boca, pero una delgada trompa prensil crecía en medio del rostro y se enrollaba para introducirse en una bolsa en la base del mentón plegado.
Darya oyó una serie de chillidos agudos. En el medio de la gran cabeza, unos tentáculos amarillos giraron para examinar su cuerpo. Sobre ellos, un par de antenas de color castaño claro, desproporcionadamente largas incluso para aquella cabeza tan grande, se extendieron hasta formar unos abanicos de dos metros que vibraron con delicadeza en el aire húmedo.
Darya gritó y saltó hacia atrás, cayendo sobre el pasto. En ese momento, una segunda figura dio un largo salto y cayó agazapada frente al caparazón de la primera. Era otro artrópodo, casi tan alto como el anterior pero con un cuerpo tan delgado como el brazo de Darya. La estrecha cabeza de la criatura estaba dominada por unos ojos de color limón, sin párpados, que giraron sobre sus cortos pedúnculos para examinarla.
Darya tomó conciencia de un olor almizcleño. Aunque era un aroma extraño y complejo, no resultaba desagradable. Un instante después se abrió la pequeña boca de la segunda criatura.
—Atvar H’sial te saluda —dijo una voz suave en un lenguaje humano, deformado pero reconocible.
La otra criatura no dijo nada. Pasado el primer sobresalto, Darya pudo volver a pensar de forma racional.
Había visto fotografías. En ellas no se notaba el tamaño y el aspecto tan amenazante, pero la primera en llegar era una cecropiana, miembro de la especie dominante de la Federación Cecropia, formada por ochocientos mundos. El segundo animal debía de ser un intérprete, la especie inferior que, según se decía, cada cecropiana necesitaba para interactuar con la humanidad.
—Yo soy Darya Lang —respondió con lentitud. Los otros dos eran tan diferentes a ella que probablemente sus expresiones faciales no tenían ningún significado para ellos. De todos modos sonrió.
Hubo una pausa. Darya volvió a percibir ese olor extraño. Los tentáculos amarillos de la cecropiana giraron hacia ella. Su interior estaba revestido por delicados tubos en espiral.
—Atvar H’sial ofrece disculpas a través del otro. —Un brazo articulado de la silenciosa cecropiana se movió para señalar a la bestia más pequeña que se encontraba a sus pies—. Nos parece que te hemos asustado.
Lo cual podía haber sido la subestimación del año. Resultaba desconcertante escuchar palabras originadas en la mente de un ser y pronunciadas por la boca de otro. Pero Darya sabía que el planeta originario de la cecropiana, su planeta madre tal como la Tierra lo había sido para los humanos, era un globo cubierto de nubes que giraba en torno al resplandor de una estrella enana roja. En ese ambiente estigio, los cecropianos nunca habían desarrollado el sentido de la vista. En lugar de ello, «veían» por medio de eco-sonidos, utilizando pulsaciones sonoras de alta frecuencia emitidas en el resonador que tenían replegado en el mentón. La señal era recibida por los tentáculos amarillos. Como ventaja, un cecropiano no sólo reconocía el tamaño, la forma y la distancia de cada objeto que se encontraba en su campo visual, sino que también podía utilizar el efecto Doppler del retorno sonoro para conocer la velocidad a la cual se movía su blanco.
Pero había desventajas. Al utilizar el oído para reemplazar a la visión, la comunicación entre los cecropianos debía efectuarse de alguna otra manera. Lo hacían químicamente, «hablando» entre ellos mediante la transmisión de feromonas, mensajes químicos cuya composición variable les permitía un lenguaje rico y completo. Un cecropiano no sólo sabía lo que decían sus congéneres; las feromonas también le permitían sentirlo, percibir sus emociones de forma directa. Las antenas desplegadas podían detectar e identificar una sola molécula entre los miles de olores transportados por el aire.
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