Darya apagó la pantalla y permaneció sentada frotándose la frente. No se sentía bien. Parte de ello podía deberse a la gravedad, que era sólo cuatro quintos de la normal allí en Estrellado. Tal vez otra parte fuese desorientación producida por el rápido viaje interestelar. Todas las pruebas insistían en que el Propulsor Bose no producía efectos físicos sobre los humanos, pero ella recordaba a los habitantes del antiguo Ark, quienes sólo permitían los viajes subluminales y afirmaban que el alma humana no podía viajar más rápido que la luz.
Si los moradores de Ark estaban en lo cierto, pasaría mucho tiempo antes de que su alma se adaptase.
Darya fue hasta la ventana y observó el cielo nublado de Ópalo. Se sentía solitaria y muy lejos de casa. Hubiese querido poder ver a Rigel, la supergigante más cercana a Puerta Centinela, pero la capa de nubes era continua. Estaba sola y molesta. Hans Rebka podía ser un sujeto interesante y estar interesado en ella —había visto el brillo en sus ojos—, pero ella no había venido desde tan lejos para que todos sus planes fuesen frustrados por los caprichos de un burócrata nacido en algún mundo atrasado.
Por la forma en que se sentía, le haría más bien caminar un poco por la Eslinga que permanecer encerrada en ese edificio bajo y claustrofóbico. Al salir, Darya descubrió que comenzaba a caer una persistente llovizna. En esas condiciones le resultaría difícil explorar la Eslinga a pie… La superficie estaba formada por parterres desiguales de juncias y helechos, en un suelo desmenuzable unido por una maraña resbalosa de raíces y enredaderas.
Como en casa solía andar todo el tiempo descalza, sus pies desnudos lograrían afirmarse bien sobre las resbaladizas plantas. Darya se inclinó y se quitó los zapatos.
El terreno se volvía más accidentado al abandonar la zona controlada por el espaciopuerto; resultaba difícil caminar. Pero ella necesitaba el ejercicio. Había recorrido todo un kilómetro y estaba dispuesta a continuar caminando cuando frente a ella los helechos emitieron un furioso silbido. Las puntas de las plantas se doblaron y quedaron aplastadas bajo el peso de algún gran cuerpo invisible.
Darya lanzó una exclamación y saltó hacia atrás, cayendo sentada en el suelo húmedo. De pronto, caminar descalza —o de cualquier otra manera— le pareció muy mala idea. Regresó rápidamente al espaciopuerto y solicitó un coche. Éste, aunque tenía un alcance de vuelo limitado, la llevaría fuera de la Eslinga y le permitiría echar un vistazo al océano de Ópalo.
—No tiene por qué preocuparse —dijo el ingeniero que le entregó el coche. Insistía en enseñarle a utilizar sus sencillos controles, aunque ella estaba segura de que hubiese podido hacerlo sola—. Nunca llega nada malo hasta la costa. Y la gente no trajo consigo nada peligroso cuando se estableció aquí. Ni tampoco nada venenoso.
—¿Qué ha sido?
—Una tortuga vieja y grande. —Era un hombre alto y pálido con un mono muy sucio, una sonrisa en la que faltaban algunos dientes y una actitud muy informal—. Pesan como media tonelada y comen sin cesar. Pero sólo helechos, pastos y cosas así. Usted podría subirse a su espalda, y ella ni siquiera lo notaría.
—¿Una forma nativa?
—No. —Ya había terminado con su breve lección sobre cómo utilizar el coche aéreo, pero no tenía prisa por partir—. No hay ningún vertebrado nativo de Ópalo. El bicho más grande de tierra es una especie de cangrejo de cuatro patas.
—¿Hay algo peligroso en el océano?
—No para usted o para mí. Al menos, no con intención. Cuando se aleje un poco de la costa, preste atención por si ve una gran giba verde que aparece en la superficie. Es una Dowser. Cada tanto choca contra algún bote y lo daña, pero es sólo porque no sabe que se encuentran allí.
—¿Y si una se metiera debajo de la Eslinga?
—¿Por qué iba a ser tan tonta como para hacer algo así? —Su voz era risueña—. Emerge para respirar y para recibir el sol, y no hay ninguna de las dos cosas debajo de una Eslinga. Vaya y trate de ver a una Dowser… Es toda una experiencia. Salen mucho en esta época del año. Ha sido afortunada al encontrarse con esa vieja tortuga, ¿sabe? Al cabo de pocos días se habrán ido. Este año parten más temprano.
—¿Adonde van?
—Al océano. ¿Adonde si no? Saben que pronto llegará la Marea Estival y quieren estar a buen resguardo para ese entonces. Deben de saber que este año será mayor que de costumbre.
—¿Estarán a salvo allí?
—Seguro. Lo peor que puede pasarles es quedarse en un lugar alto y seco durante una marea muy baja. Un par de horas después estarán nadando de nuevo.
Bajó del estribo del costado izquierdo del coche.
—Si quiere encontrar el camino más rápido al borde de la Eslinga, vuele bajo y observe hacia donde señalan las cabezas de las tortugas. Ellas la guiarán. —Se limpió las manos en un trapo sucio, dejándolas tan negras como antes, y dirigió a Darya una sonrisa seductora—. ¿Alguien le ha dicho que tiene una forma muy atractiva de caminar? Si quiere compañía cuando regrese, estaré aquí. Vivo muy cerca. Mi nombre es Cap.
Darya Lang se alejó pensando en lo extraños que eran los mundos del Círculo Phemus. ¿O tal vez había algo en el aire de Ópalo que hacía que los hombres la mirasen de un modo diferente? En sus doce años adultos vividos en Puerta Centinela sólo había tenido un romance amoroso, recibido unos cuatro cumplidos y notado seis miradas de admiración. Aquí ya habían sido dos en dos días.
Bueno, la delegada Pereira le había dicho que no se sorprendiese por nada de lo que ocurriera fuera del territorio de la Alianza. Y el tío Matra había sido mucho más explícito cuando se enteró de que iba a viajar: «En los mundos del Círculo todos están desesperados por el sexo. Tiene que ser así; de otro modo se morirían.»
Las grandes tortugas no eran visibles desde la altura en que ella decidió volar, pero era sencillo encontrar el camino al borde de la Eslinga. Darya voló sobre el océano durante un rato y fue recompensada con el espectáculo del monstruoso lomo verde de una Dowser, emergiendo de las profundidades. A la distancia podía haber parecido una Eslinga pequeña y perfectamente redonda. Todo el lomo se abría en diez mil bocas que despedían sendos chorros de vapor blanco. Después de diez minutos, las ventosas se cerraron con lentitud, pero la Dowser permaneció flotando en la tibia superficie del agua.
Por primera vez, Darya comprendió el perfecto sentido ecológico que tenían las Eslingas en un mundo cubierto de mares como Ópalo. Las mareas eran una fuerza destructiva en planetas como Puerta Centinela, donde las aguas que subían y bajaban encontraban un impedimento en los límites fijos de la tierra firme. Aquí, por el contrario, todo podía moverse con libertad, y las Eslingas flotaban sobre la cambiante superficie del agua. De hecho, aunque en ese mismo instante la Eslinga que sostenía al espaciopuerto de Estrellado debía estar subiendo o bajando como respuesta a las fuerzas gravitatorias de Mandel y Amaranto, aparecía en completo reposo en relación con la superficie del océano. Cualquier fuerza destructora provenía de los efectos de tercer orden producidos por su gran extensión.
Las formas de vida debían de estar igualmente a salvo. A menos que una Dowser fuese lo bastante infortunada para quedar atrapada en una zona donde las mareas bajas dejasen expuesto el lecho del mar, el animal ni siquiera tenía por qué notar la Marea Estival.
Darya voló hasta un sitio cercano al borde de la Eslinga, lo suficientemente tierra adentro como para sentirse segura, y luego descendió. Allí no estaba lloviendo. Incluso parecía que el disco de Mandel podía llegar a mostrar su rostro entre las nubes. Darya salió del vehículo y miró a su alrededor. Resultaba extraño estar en un mundo con tan poca gente que no había nadie a la vista de horizonte a horizonte. Pero no era una experiencia desagradable. Se acercó al borde de la Eslinga. Junto al océano, las plantas de tallos suaves y hojas largas estaban cargadas de frutos amarillos, cada uno tan grande como su puño. Aunque, si lo que Cap le había dicho era cierto, eran comestibles, a Darya le pareció un riesgo innecesario. Por más que sus capacidades intestinales hubiesen sido reforzadas para adaptarse a los alimentos de Ópalo, era probable que en su interior los microorganismos todavía estuviesen decidiendo qué hacía cada uno. Se acercó aún más al límite irregular de la Eslinga, se quitó los zapatos y se inclinó para recoger un poco de agua marina. Hasta allí estaba dispuesta a arriesgarse.
Читать дальше