Lo que la mente no podía aceptar con tanta facilidad —o al menos la de Rebka no podía— eran los doce mil kilómetros del Umbilical por encima de las nubes, recorriendo toda la distancia entre Ópalo y la turbulenta superficie de Sismo. El observador que se elevaba en una cápsula veía menos de un diezmilésimo de toda la estructura. Con una velocidad máxima de mil kilómetros por hora, los viajeros verían dos amaneceres en Sismo antes de llegar allí.
Y ahora estaban en camino.
La cápsula era tan alta y amplia como los edificios más grandes de Ópalo. Tal como los Constructores lo habían dejado, el interior era un gran espacio vacío. Los humanos le habían agregado plataformas, desde una enorme bodega de carga en el fondo hasta el cuarto de controles y observación en la parte superior.
Los motores del vehículo eran silenciosos. Mientras se elevaban suavemente entre la capa de nubes, sólo podían escuchar el silbido del aire y el murmullo de la turbulencia atmosférica. Al cabo de cinco segundos, Rebka tuvo su primera vista de Sismo. Oyó que Max Perry emitía un gruñido a su lado.
Tal vez Rebka también gruñó. De pronto, la permanente capa de nubes de Ópalo fue como una bendición. Se alegró de que el otro planeta hubiese estado oculto desde la superficie de Ópalo.
Sismo se cernía inmenso en el cielo. Una enorme bola moteada que parecía lista para estrellarse contra ellos. Su metencéfalo le indicaba que ninguna fuerza del universo era capaz de soportar un peso semejante, que uno jamás podría acostumbrarse al espectáculo. Al mismo tiempo, su prosencéfalo realizaba un cálculo de las velocidades orbitales y de las presiones centrífugas y gravitatorias, asegurándole que todo se encontraba en un perfecto equilibrio dinámico. Durante un día o dos la gente se hubiese sentido incómoda con la amenaza de Sismo pendiendo sobre sus cabezas; luego se acostumbrarían y llegarían a no prestarle atención.
Desde esa distancia no eran visibles los detalles, pero resultaba evidente que estaba mirando un mundo sin grandes mares ni océanos. Rebka pensó de inmediato en el terramorfismo, no sólo de Sismo y Ópalo, sino del sistema completo. Era la aplicación perfecta. Sismo poseía los metales y los minerales; Ópalo tenía el agua. Sería una tarea de envergadura, pero no mayor que otras en las cuales se había embarcado. Y los comienzos del sistema de transporte necesario ya estaban en su puesto.
Rebka observó el hilo del Umbilical. La línea ascendente era visible unos cien kilómetros antes de perderse. La Estación Intermedia, cuatro mil kilómetros más arriba, en el centro de la masa que conformaba el sistema Ópalo-Sismo, parecía un diminuto nudo dorado en un hilo invisible. Llegarían allí para cambiar de vehículo en medio día. Había mucho tiempo para pensar. Y muchas cosas en las que pensar.
Rebka cerró los ojos y repasó sus preocupaciones.
Comenzó con Max Perry. Después de un par de días con él era evidente que había dos Max Perry. Uno era un burócrata tranquilo e insípido, alguien a quien no le hubiese extrañado encontrar en cualquier ratonera del Círculo Phemus, en un trabajo sin ninguna perspectiva de progreso. Pero debajo de eso, en alguna parte, había una segunda personalidad, una persona enérgica y sutil con firmes ideas propias. El segundo Max Perry sólo parecía despertar en raras ocasiones.
No, eso no era cierto. El otro Max Perry despertaba cuando se hablaba de Sismo; sólo entonces. Y Max II debía de ser el hombre inteligente y decidido que había sido Perry todo el tiempo, siete años antes…, cuando fue enviado a Dobelle.
Rebka se reclinó en su asiento. Tenía el cuerpo relajado y la mente activa. Sí. Podía aceptar que había un misterio en Max Perry. ¿Pero justificaba ese misterio que un hombre de acción como Hans Rebka fuese apartado del proyecto Paradoja, para convertirse en un psicólogo aficionado en un mundo menor como Ópalo?
No tenía sentido. Si los hombres y mujeres que dirigían el Círculo Phemus servían para algo, era para la preservación de recursos; y los recursos humanos eran los más preciados de todos.
Debía buscar otro motivo, otra razón para que lo hubiesen destinado allí.
Rebka no era tan ingenuo como para creer que sus superiores le contarían toda la historia oculta detrás de sus designaciones. Posiblemente ni siquiera la conocían. El había llegado a descubrir eso en La Estela del Pelícano. Se suponía que un solucionador de problemas debía ser capaz de operar sin conocer todos los detalles, y Rebka funcionaba mejor cuando se veía obligado a resolver las cosas por sí mismo.
¿Terramorfismo de Sismo y Ópalo?
Sus superiores debían de haber sabido que, en cuanto él viera el doblete planetario de Dobelle, evaluaría a ambos mundos como posibles candidatos para el terramorfismo. ¿Sería ése el verdadero motivo por el cual había sido enviado allí? ¿Para poner en marcha ese proyecto?
Sin embargo, algo parecía no encajar.
Por lo tanto, debía considerar algunas de las otras variables. Cuatro grupos solicitaban efectuar una visita a Sismo al mismo tiempo. En uno de los casos podía tratarse de una verdadera coincidencia —el Consejo de la Alianza no tenía fama de embustero—, pero cuatro a la vez no era verosímil.
Y la inminente Marea Estival era la mayor que jamás se hubiese producido. Tal vez allí estaba la clave. Acudían para ver ese fenómeno tan especial.
De nuevo, algo parecía faltar. Darya Lang le había dicho que ella no sabía que se trataba de una Marea Estival particularmente grande hasta que Perry se lo comentó.
Rebka la creía. Pero ese mismo crédito era sospechoso. Había dejado a una compañera en la estación que giraba en órbita alrededor de Paradoja. A pesar de lo que le decía su cerebro, era probable que sus glándulas estuviesen buscando una sustituta. En los primeros dos minutos con Lang, había percibido una atracción entre ambos. Eso debía hacer que fuese más cauteloso en su trato con ella, ya que deseaba creerla.
Lang no sabía que se aguardaba una monstruosa Marea Estival en Ópalo y en Sismo. Bien. Podía creerla. Sin embargo, eso no significaba que ella fuese lo que afirmaba ser. Podía estar jugando un papel distinto y más complejo.
¿Y qué era lo que afirmaba ser? Eso podía verificarse. Antes de abandonar Estrellado, Rebka ya había enviado un mensaje en clave por el sistema de comunicaciones Bose, pidiendo que inteligencia del Círculo le confirmase que Darya Lang era una experta en artefactos de Constructores. La respuesta les estaría aguardando cuando regresasen de Sismo. Hasta entonces, las preguntas concernientes a Darya Lang debían ser puestas a un lado.
Pero quedaban muchas otras preguntas. Hans Rebka fue interrumpido por un roce suave en el brazo. Abrió los ojos.
Max Perry señalaba hacia arriba, hacia la línea del Umbilical. Sismo se alzaba sobre ellos, tan grande como cuando partieran. Pero por el momento sólo reflejaba la luz ocre de Amaranto. Mandel estaba oculta detrás del planeta; con la proximidad de la Marea Estival, su compañera enana se acercaba más y más. Pronto la noche desaparecería por completo en Sismo y Ópalo.
Perry señalaba otra vez. Rebka comprendió que no era Sismo lo que atraía su atención. Casi habían llegado a la Estación Intermedia. Asombrosamente, el Umbilical parecía acabarse allí. Rebka pudo ver una interrupción, una región donde la estructura cilíndrica terminaba en un punto azul deslumbrante. Avanzaban rápidamente hacia él, hasta que el propio Sismo comenzó a desaparecer de la vista detrás de la dorada Estación Intermedia.
—¿Qué está ocurriendo? —preguntó Rebka—. Pensé que el Umbilical recorría todo el camino entre Ópalo y Sismo. —Debía haberse sentido un poco nervioso, porque fuera del vehículo no había más que el vacío, pero Perry tenía una sonrisa en el rostro y ciertamente no actuaba como un hombre que se enfrentaba al desastre.
Читать дальше