Vernor Vinge - Un fuego sobre el abismo

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Un fuego sobre el abismo: краткое содержание, описание и аннотация

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Vinge ha demostrado ya otras veces su habilidad excepcional para escribir una ciencia ficción que combina ideas científicas que desafían a la imaginación mas atrevida, con una trama sorprendente y rica que atrapa al lector con historias apasionantes y de gran interés. En Un fuego sobre el abismo, Vinge se supera a si mismo y crea algo nuevo: una sugerente visión de un universo en el cual la inteligencia sigue extrañas reglas. En esta épica galáctica de escala cósmica, las especies que han “trascendido” se convierten en Poderes prácticamente omnipotentes; el futuro y el poder no se hallan en el núcleo de la galaxia (la Zona Lenta), sino en su borde (el Allá y el Trascenso); y nuevas especies como los Escondritas o los Púas (grupos de seres parecidos a los perros, que sólo muestran inteligencia por la asociación de sus capacidades), son algunos de los misterios y maravillas que los protagonistas humanos, y no humanos de la novela deberán afrontar en su lucha contra un Poder maligno y perverso, ante el cual están claramente en inferioridad de condiciones. Como no podía ser menos, Un fuego sobre el abismo, obtuvo el premio Hugo de 1993. Era inevitable.

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Treinta metros. Veinticinco. Mamá disparaba para cubrirle, manteniendo a raya a los lobos. Una andanada de flechas llovió sobre Olsndot, que se protegía la cabeza con los brazos. Veinte metros.

Un lobo saltó sobre Johanna, quien tuvo un pantallazo de su pelaje corto y la cicatriz que le cruzaba el trasero. Corrió hacia Olsndot, quien se apartó para que su esposa pudiera disparar, pero el lobo fue demasiado rápido. Maniobró, dando un gran brinco. Algo metálico le relucía en las zarpas. Johanna vio una salpicadura roja en el cuello de papá, y luego ambos cayeron.

Sjana Olsndot dejó de disparar un instante. Eso fue suficiente. La multitud se dividió y un numeroso grupo corrió con empeño hacia la nave. Llevaban tanques sobre el lomo. El cabecilla sostenía una manguera con la boca. Brotó un líquido oscuro, que se desvaneció en una llamarada. La manada de lobos apuntó el tosco lanzallamas hacia el soporte donde estaba Sjana Olsndot, hacia las filas de niños dormidos. Algo se retorció entre las llamas y el humo alquitranado, un reguero de plástico derretido brotó de las cajas.

Johanna volvió el rostro hacia el suelo, se apoyó en el brazo sano y trató de reptar hacia la nave y las llamas. Y entonces la envolvió una piadosa oscuridad.

4

Errabundo y Gramil observaron los preparativos para la emboscada durante toda la tarde: la infantería se desplegó en el declive que estaba al oeste de la zona de aterrizaje, con arqueros detrás y lanzallamas en formación de garra. ¿Los señores del Castillo de Reductor sabrían a qué se enfrentaban? Debatieron el asunto y Jaqueramaphan opinaba que los reductoristas creían saber que en su gran arrogancia esperaban triunfar.

—Atacan antes que el otro bando se entere de lo que ocurre. Ha funcionado antes.

Errabundo no respondió de inmediato. Tal vez Gramil tuviera razón. Hacía cincuenta años que él no visitaba esa región del mundo. En ese entonces, el culto de Reductor era oscuro (y no tan interesante comparado con los que existían en otras partes).

La traición siempre acechaba a los viajeros, pero con menor frecuencia de lo que creían los sedentarios. La mayoría de la gente era hospitalaria y deseaba tener noticias sobre el resto del mundo, especialmente si el visitante no era amenazador. Cuando había una traición, a menudo se presentaba después de una evaluación destinada a terminar cuán poderosos eran los visitantes y cuánto se podía ganar con su muerte. El ataque inmediato, sin conversación previa, era algo raro que sólo ocurría cuando uno se topaba con villanos muy sagaces… y temerarios.

—No sé. Es una formación de emboscada, pero quizá los reductoristas la mantengan en reserva y conversen primero.

Wickwrackrum entornó sus mejores ojos. O bien Gramil se dejaba llevar por sus emociones, o bien su herramienta le daba una visión asombrosamente aguda. El primer caído estaba del otro lado de la nave. Ese miembro había dejado de pensar, pero ello no indicaba una muerte segura. Había un casaca blanca junto a él. Los casacas blancas depositaron a la criatura en una angarilla y se la llevaron hacia el sudoeste. No era el mismo camino que habían seguido los demás.

—¡Esa cosa aún vive! Tiene una flecha en el pecho, pero le veo respirar. —Gramil volvió las cabezas hacia Wickwrackrum—. Creo que deberíamos rescatarla.

Errabundo miró al otro boquiabierto. El centro de la secta mundial de Reductor estaba a poca distancia, al noroeste. El poder reductorista era indisputado en la región y en ese momento estaban rodeados por un ejército. Gramil quedó un poco abatido ante el mutismo de Errabundo, pero era evidente que no estaba bromeando.

—Sé que es arriesgado. Pero para eso se vive, ¿verdad? Tú eres un peregrino. Tú lo entiendes.

—Hmm —los peregrinos tenían esa fama, por cierto. Pero ningún alma puede sobrevivir a la muerte total, y en una peregrinación abundaban las oportunidades para semejante aniquilación. Los peregrinos sabían ser cautos.

Aun así, éste era el episodio más prodigioso en todos sus siglos de peregrinaje. Conocer a esos alienígenas, transformarse en ellos… era una tentación que superaba toda sensatez.

—Mira —dijo Gramil—, podríamos bajar y mezclarnos con los heridos. Si atravesamos el campo, podremos echar un vistazo a ese último miembro alienígena sin arriesgarnos demasiado —Jaqueramaphan ya abandonaba su puesto de observación y giraba en círculos para hallar un sendero que no le hiciera muy visible. Wickwrackrum vacilaba. Una parte de él quería seguirle y otra parte titubeaba. Demonios, Jaqueramaphan había admitido que era un espía; llevaba un invento que tal vez perteneciera a los expertos en inteligencia más brillantes de los Lagos Largos. Ese tipo debía ser un profesional…

Errabundo echó una rápida ojeada al valle. No había indicios de Tyrathect ni de nadie más. Abandonó los diversos agujeros donde se había refugiado y siguió al espía.

En la medida de lo posible, permanecieron bajo las profundas sombras que arrojaba el sol que se ponía en el norte, y se deslizaron de loma en loma cuando no había sombra. Antes de llegar adonde estaban los heridos, Jaqueramaphan dijo algo más, las palabras más escalofriantes de la tarde.

—Oye, no te preocupes. ¡He leído muchísimo sobre cómo se hacen estas cosas!

Una cáfila de fragmentos y heridos es algo aterrador, pasmoso. Singulares, dúos, tríos y algunos cuartetos vagaban sin rumbo, gimiendo sin control. En la mayoría de las situaciones, tanta gente apiñada en tan poca superficie habría formado un coro instantáneo. De hecho, Errabundo notó alguna actividad sexual y algunos contactos organizados, pero en general había demasiado dolor para que hubiese reacciones normales. Wickwrackrum se preguntó si los reductoristas —a pesar de su glorificación del racionalismo— dejarían que los fragmentos se reorganizaran solos. En tal caso tendrían algunas manadas extrañas y tullidas.

Al internarse en la cáfila Errabundo Wickwrackrum sintió que perdía la consciencia. Necesitaba concentrarse para recordar quién era y su propósito de ir al otro lado del prado sin llamar la atención.

Le acuciaban pensamientos desnudos y atronadores:

… Sangre y destrucción…

… Metal reluciente en la mano del alienígena… dolor en su pecho… tos, sangre, caída…

… En la base de entrenamiento y antes, mi hermano de fusión fue bueno conmigo… El señor Acero declaró que somos un grandioso experimento… Correr por los matorrales hacia el monstruo de patas largas. Brincar, con las púas en la zarpa. Cortarle la garganta. Mucha sangre. ¿Dónde estoy? ¿Puedo formar parte de ti, por favor? Errabundo se volvió ante esa última pregunta. Estaba dirigida desde cerca. Un singular le olisqueaba. Ahuyentó al fragmento con un chistido y corrió hacia un espacio abierto. Ladera arriba, Jaqueramaphan no estaba en mejor situación. Era improbable que les localizaran allí, pero empezaba a dudar que pudiera seguir adelante. Errabundo era sólo cuatro y había singulares por doquier. A su derecha un cuarteto estaba violando y adueñándose de los dúos y singulares que pasaban. Wic y Kwk y Rac y Rum trataban de recordar por qué estaban allí y adonde iban. Concéntrate en sensaciones directas, en lo que está realmente aquí: el olor hollinoso del fuego líquido del lanzallamas, los mosquitos que merodean por doquier, ennegreciendo los charcos de sangre.

Pasó un tiempo terriblemente largo. Minutos.

Wic-Kwk-Rac-Rum miró hacia delante. Casi había pasado el linde sur de la ruina. Se arrastró hacia un paraje despejado. Partes de él vomitaron y se derrumbó. La cordura regresó lentamente. Wickwrackrum miró hacia arriba, vio a Jaqueramaphan dentro de la cáfila, Gramil era un tipo grandote, un sexteto, pero lo pasaba tan mal como Errabundo. Se tambaleaba con ojos desorbitados, lanzando dentelladas hacia miembros propios y ajenos.

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