Bien, habían atravesado buena parte del prado, y con rapidez suficiente para alcanzar a los casacas blancas que se llevaban al último miembro alienígena. Si querían ver algo más, tendrían que pensar cómo abandonar aquella cáfila sin llamar la atención. Hmm. Había bastantes uniformes reductoristas en torno, y sin dueños vivos. Dos miembros de Errabundo caminaron hacia un guerrero muerto.
—Jaqueramaphan! ¡Aquí!
El fragmento corpulento le clavó los ojos, que recobraron un destello de inteligencia. Salió de la cáfila y se sentó a pocos metros de Wickwrackrum. Su cercanía le incomodaba, pero no era nada después de las que acababa de pasar. Se tendió un momento, jadeando.
—Lo lamento. Nunca pensé que sería así. Perdí parte de mí allá… creí que nunca regresaría.
Errabundo observó el avance de los casacas blancas y sus angarillas. No iba con los demás y pronto se perdería de vista. Con un disfraz, quizá pudieran seguirle y… No, era demasiado arriesgado. Empezaba a pensar como el gran espía. Errabundo le quitó el uniforme de camuflaje a un cadáver. Aún necesitarían disfraces. Quizá pudieran pernoctar en las inmediaciones, y echar un vistazo a la casa volante.
Gramil comprendió qué estaba haciendo y decidió juntar casacas para él. Hurgaron entre los cuerpos apilados, buscando prendas que no estuvieran demasiado manchadas y que tuvieran emblemas coherentes. En torno había muchos garfios y hachas. Terminarían armados hasta los dientes, pero tendrían que dejar algunas de sus mochilas. Sólo necesitaban una casaca más, pero Rum tenía unos hombros tan anchos que nada le sentaba.
Errabundo tardó en comprender lo que sucedía: un gran fragmento un trío, estaba tendido en la pila de muertos. Tal vez estaba llorando a su miembro muerto. En todo caso, parecía totalmente obtuso, hasta que Errabundo empezó a quitarle la casaca al miembro muerto.
—No robarás a los míos —dijo.
Se oyó un zumbido de rabia y Rum sintió un dolor desgarrador en el vientre. Errabundo se contorsionó de dolor, brincó sobre el atacante. Por un instante de furia instintiva, lucharon. Las hachas de Errabundo cortaron una y otra vez, cubriéndole los hocicos de sangre. Cuando recobró el conocimiento, uno de los tres estaba muerto y los demás huían hacia la cáfila de heridos.
Wickwrackrum procuró calmar el dolor de su Rum. El atacante estaba armado de púas. Rum tenía cortes desde las costillas hasta la entrepierna. Wickwrackrum se tambaleó; Rum tenía algunas de sus propias zarpas clavadas en sus tripas. Wickwrackrum usó el hocico para meter los restos en el abdomen de su miembro. El dolor se desvanecía; el cielo se oscurecía en los ojos de Rum. Errabundo ahogó los gritos que crecían en su interior. ¡Soy sólo cuatro y una parte de mí agoniza! Durante años se había dicho que cuatro era un número insuficiente para un peregrino. Ahora pagaría el precio, atrapado y obnubilado en una tierra de tiranos.
El dolor se aplacó, se le aclararon los pensamientos. La lucha no había llamado mucho la atención en medio de tantas lamentaciones, violaciones y otros desmanes. Los casacas blancas de la casa volante habían echado un breve vistazo, pero ahora seguían hurgando en el cargamento de los alienígenas.
Gramil estaba sentado en las cercanías, mirando con espanto. Uno de sus miembros se acercaba y retrocedía. Estaba luchando consigo mismo, tratando de decidir si debía ayudar. Errabundo casi le suplicó, pero el esfuerzo era demasiado grande. Además, Gramil no era peregrino. No entregaría una parte de sí mismo voluntariamente.
Ahora se agolpaban los recuerdos, en los esfuerzos de Rum para ordenar sus ideas y dejar que el resto de sí conociera todo lo que había sido antes. Por momentos bogaba en un doblecasco por los Mares del Sur, un novicio donde Rum era cachorro; recuerdos de la Persona isleña que había sido Rum al nacer, y de las manadas anteriores. Una vez habían viajado alrededor del mundo, sobreviviendo en las barriadas de una entidad colectiva tropical, y a la guerra de los Rebaños de las Planicies. Ah, las historias que habían oído, las estratagemas que habían aprendido, la gente que habían conocido. Wic Kwk Rae Rum había sido una magnífica combinación, alerta, bien-humorada, con una extraña capacidad para mantener todos los recuerdos en su sitio. Por eso había permanecido tanto tiempo sin crecer a cinco o a seis. Ahora pagaría un alto precio.
Rum suspiró, y ya no pudo ver el cielo. La mente de Wickwrackrum se perdió; no como en el calor de la batalla, cuando se apaga el sonido del pensamiento, ni como en el cordial murmullo del sueño. De pronto no hubo una cuarta presencia, sólo tres, tratando de configurar una persona. El trío se irguió y se palmeó nerviosamente. Había peligro por doquier, pero más allá de su comprensión. Se acercó esperanzadamente a un sexteto que se hallaba cerca —Jaqueramaphan?— pero el otro le ahuyentó. Miró nerviosamente la cáfila de heridos. Allí había integración, pero también locura.
En el linde de la cáfila había un macho corpulento, con profundas cicatrices en las ancas. Sorprendió la mirada del trío y se arrastró lentamente hacia ellos. Wic, Kwk y Rac retrocedieron, erizando la pelambre de miedo y fascinación. Ese macho con cicatrices pesaba el doble de cualquiera de ellos.
¿Dónde estoy…? ¿Puedo formar parte de ti… por favor? Su lamento albergaba recuerdos caóticos, casi inaccesibles; sangre y lucha, entrenamiento militar. La criatura temía esos recuerdos tempranos. Apoyó el hocico, manchado de sangre seca, en el suelo y se aproximó. Los otros tres casi echaron a correr, pues el apareo al azar les asustaba. Retrocedieron hacia el prado despejado. El otro les siguió, pero despacio, siempre arrastrándose. Kwk se lamió los labios y caminó hacia el extraño. Extendió el pescuezo y olisqueó la garganta del otro. Wic y Rac se aproximaron desde los flancos.
Por un instante hubo una unión parcial. Sudorosos, ensangrentados, heridos… una fusión realizada en el infierno. Este pensamiento surgió de golpe, unió a los cuatro en un momento de cínico humor. Luego la unidad se perdió y fueron sólo tres animales lamiendo el rostro de un cuarto.
Errabundo miró el prado con nuevos ojos. Se había desintegrado por unos minutos. Los heridos de la Décima Infantería de Ataque estaban igual que antes. Los Servidores de Reductor aún estaban ocupados con el cargamento alienígena. Jaqueramaphan reculaba despacio, con fascinación y horror. Errabundo agachó una cabeza y le susurró.
—No te traicionare, Gramil.
El espía se quedó inmóvil.
—¿Eres tú, Errabundo?
—Más o menos.
Aún era Errabundo, pero ya no era Wickwrackum.
—¿Cómo puedes hacerlo…? Acabas de perder…
—Soy un peregrino, ¿recuerdas? Convivimos con ello toda nuestra vida —dijo con sarcasmo. Éste era el cliché que Jaqueramaphan había dicho antes, pero había cierta verdad en ello. Errabundo Wickwrackrum había perdido a Rum y había incorporado a Triz, el miembro de la cicatriz. Ya se sentía como una persona. Quizás esta nueva combinación funcionara.
—Bien, sí. ¿Qué hacemos ahora?
El espía miraba nerviosamente hacia todas partes, pero los ojos que fijaba en Errabundo eran los más preocupados.
Ahora era Wickwracktriz quien estaba asombrado. ¿Qué estaba haciendo allí? Matando al extraño enemigo… No. Eso hacía la Infantería de Ataque. Él no tendría nada que ver con ello, a pesar de los recuerdos de Triz. Él y Gramil habían ido allí para rescatar a la criatura alienígena, si era posible. Errabundo aprehendió ese recuerdo y lo examinó acríticamente: era algo real, procedente de la identidad pasada que debía preservar. Miró hacia donde había visto por última vez al miembro alienígena. El casacas blancas y sus angarillas ya no estaban a la vista, pero seguían un rumbo evidente.
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