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Poul Anderson: Tiempo de fuego

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Anu, la gigante roja, también llamada la Estrella Cruel, El Merodeador, el Sol Demonio, El Vagabundo...se estaba aproximando a Isthar. Como cada mil años, abrasaría la tierra, secaría los ríos, agostaría los cultivos, y mataría. La parte norte del planeta siempre era la más afectada. Sus habitantes, los bárbaros tassui, habían decidido no volver a ser las víctimas del Tiempo de Fuego y en consecuencia se lanzaron a la conquista de mejores territorios, amenazando acabar con la civilización. Los miembros de la Asociación y sus legiones pidieron ayuda a los habitantes terrestres de la ciudad de Primavera. Pero la Federación Terrestre tenía su propia guerra en otro lugar y les prohibió que actuarán.

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—Ve, ya me ha ayudado —rió Dejerine—. Ya he sido advertido de que me aprovisione antes de la partida.

Mientras Dejerine preparaba las bebidas, Conway contempló lo que le rodeaba. Aunque no era la suite de un Almirante la habitación tenía grandes dimensiones y estaba bien amueblada, para estar en la Base Tsiolkovsky. Aunque podía considerarse cómoda en tiempo de paz, lo era más en tiempos de guerra, cuando los hombres se apilaban por millares en espera del transporte rápido que los llevara a los campos de acción. Los barracones debían admitir al doble de personal; las restricciones de energía llegaban al punto de cortar los generadores interiores de gravedad terrestre. Y eso significaba que todo el mundo debía soportar tediosas horas extras de ejercicios; debían hacer cola para lograr la oportunidad de visitar túneles, trepar a las instalaciones, deslizarse por las laderas o coger un tren a Apolo y tener la esperanza de no haber sido estafado… Una transparencia de media pared, oscurecida contra el deslumbramiento, mostraba una majestuosa desolación. Un navío de carga cruzaba la visión, descendiendo a un campo auxiliar excavado trabajosamente en el basalto.

La habitación mostraba pocos detalles personales de su ocupante, que lo único que quería era viajar deprisa por el espacio, con apenas algo más que sus huesos, en tiempo de guerra. Habían algunos libros en una mesa: un tomo sobre Anubelea, una revista de chicas, una novela de misterio, los poemas completos de García Lorca. Al lado había un aparato para mantener el grado adecuado de humedad ambiental.

—Aquí tiene. —Dejerine tendió a Conway su bebida—. ¿Quiere un cigarrillo?… ¿No? Supongo que el tabaco también se vuelve peculiar en Ishtar. ¿No es cierto? Bien, yo encenderé uno. si no le importa. —Se instaló en su asiento y levantó su vaso—. Salud.

—Uh, salud —respondió Conway.

Dejerine rió disimuladamente.

—Eso está bien. Se comporta con fidelidad a sí mismo. Esperaba que lo hiciera.

—¿Me ha investigado, señor?

—Sólo su ficha abierta. No fisgoneo. Lo que hice fue buscar en el banco de datos el personal de Ishtar con el que podía contactar. Su nombre apareció. De acuerdo con los registros, nació allí y no salió del planeta hasta hace poco. Dudo que un cobarde o un incompetente hubiera aguantado tanto tiempo allí, dado el supuesto de que hubiera sobrevivido. Entonces, a despecho de haber crecido entre… ¿Cuál es la cifra?… cerca de quinientos científicos, técnicos y sus hijos, a más de trescientos parsecs del Sol y raramente visitado, se mostró como una gran promesa en el arte visual, tanto que se le ofreció una beca aquí. Y entonces, cuando estalló la guerra, no continuó sus estudios como debiera, sino que se alistó, y en una de las armas más duras. No necesito más información para saber que se comportará usted bien.

Conway se ruborizó, bebió un sorbo considerable y aventuró:

—Obviamente ha sido asignado allí, señor, y deseará oír lo que pueda decirle. ¿No es sorprendente, para un hombre con su historial? El destino, claro está.

Dejerine frunció ligeramente el ceño.

—Tales cosas suceden.

—Quiero decir, bien, después de su mensaje yo también consulté el banco de datos.

Sin duda el brandy se había subido rápidamente a la cabeza de Conway, poco acostumbrado a la bebida. Sus palabras eran rápidas e innecesarias. No aduladoras, juzgó Dejerine, sino un desmañado intento de responder a las amigables aperturas de su superior. Conway continuaba hablando:

—Usted tenía mi edad cuando fue con el Diamond Star en misión de ayuda a Caliban, con rango de capitán, como jefe de operaciones en la construcción de una base en Gea. Demasiada variedad, incluso en la Marina donde les gusta que sus hombres realicen todo tipo de trabajos; y usted es demasiado joven para su rango. —Se detuvo. Sus mejillas enrojecieron—. Lo siento, señor. No quería ser atrevido.

—No importa. —Dejerine movió su cigarrillo como zanjando el asunto. El descontento seguía reflejado en su boca.

—Si me es lícito hacer conjeturas, señor, Gea tiene nativos que son muy diferentes a nosotros. No encontré ninguna mención de que ellos tuvieran alguna queja contra usted. Lo cual debe significar que los trató correcta, sabia y amablemente. Una conducta muy hábil. Puede que Cincpaz crea que usted puede ser nuestro mejor representante frente a los ishtarianos.

—Entonces, ¿por qué no ha sido usted enviado allí? —Inquirió Dejerine, aspirando una gran bocanada de humo—. Usted ha vivido entre ellos. Su comunidad lo ha hecho durante cien años.

Conway, miró a su alrededor y finalmente dijo en tono bajo:

—Bien, no es un lugar para mi clase de unidad, que no está especializada en combates. Y, no sé si el mando lo pensó o no, pero yo nunca podría ser muy útil en Ishtar. Conflictos emocionales… Verá, mi familia, padres, hermanas, mis viejos amigos… están en contra de la guerra. Muchos están realmente amargados.

Dejerine suavizó su semblante.

—¿Cómo son sus sentimientos al respecto? —preguntó.

Conway lo miró con resolución.

—Me alisté, ¿no? Oh, seguro, ambos bandos cometen errores y tienen aciertos. Pero los humanos han sido atacados. Su presencia ha sido desafiada, sobre un estado real que hicieron suyo con sangre y sudor. Si no detenemos esa clase de cosas en sus inicios, nuestra situación empeorará más tarde. Recuerdo el asunto Alerion.

Dejerine sonrió.

—No, no lo recuerda, hijo —replicó—. Yo mismo estaba ocupado naciendo ese año. —Su humor se desvaneció—. Pero sí, debemos aprender lecciones de la historia. Personalmente hablando, he visto la miseria en la Tierra, he estado allí, la he sentido, la he olido, y he visto a la gente abandonarla para ir a Eleutheria, y también he visto lo que habían hecho y lo que esperaban de allí. Bien, no me van a enviar en su ayuda. ¡Saltaré mil años luz en la dirección opuesta!

Apuró su vaso, se levantó con un solo movimiento y miró hacia el bar. Preguntó en tono bajo:

—¿Está listo para un reabastecimiento?

—No, gracias —Conway buscaba las palabras—. Capitán, Cincpeace debe tener sus razones. Suponga que los Naqsans hicieran un gran ataque por sorpresa y ocuparan Ishtar. Tiene recursos naturales. O suponga que tiene más valor como rehén, no tanto por el escaso número de humanos que están allí como por los años-hombre de alta energía que hemos invertido en el conocimiento científico que por fin comienza a dar frutos. Llegadas las negociaciones, Ishtar podría ser una poderosa pieza de intercambio para los Naqsa.

—¿En verdad lo cree así? —El rostro de Dejerine se iluminó. Mis órdenes son sólo las de establecer una base de reconocimiento contra la posibilidad, remota, pero posibilidad al fin, de que la acción se desplace hacia aquel sector del espacio.

Conway asintió.

—Y a menos que esté bien hecha, es malgastar el esfuerzo. Este es el porqué está usted al mando, señor. Una vez la haya terminado, apostaría mi cromosoma Y a que será designado para permanecer al frente de la base, si no hemos finalizado la guerra para entonces.

Dejerine rió de nuevo.

—Tiens, sabe cómo hacer que un amigo se sienta mejor, ¿no? Gracias. —Volvió a su hamaca—. Esos Naqsans son duros e inteligentes. Espero que la lucha se prolongue durante años.

—Espero que no.

—Bien, naturalmente. Si a alguien le gusta la guerra, cualquier guerra, pasada, presente o futura, se le permite hablar fuerte y así podemos permitirnos disparar contra los hijos de perra y después continuar discutiendo racionalmente. El menor entre dos males no deja de ser un mal, a fin de cuentas. Y yo… he tenido amigos en el lado opuesto, en días más felices.

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