“Bueno, de echo debería irme.”
“Solamente será un minuto, ya he encontrado ese libro que te dije. Ven.”
Tras preguntarse porque permitió terminar atrapado en todo aquello, Wayne se hizo camino entre toda aquella porquería, intentando no pisar el gato o cualquier cosa desagradable que viviera en el suelo de aquella habitación. El salón estaba libre de papeles, proporcionando a Wayne la visión de unos cigarrillos que habían terminado en el suelo quemando la madera. Las colillas habían sido retiradas hasta una de las esquinas, donde formaron una especie de pirámide.
Una de las puertas que daban al pasillo estaba entreabierta. La habitación era muy simple. Simples suelos de madera, una cama doble forjada en hierro cuidadosamente acabada, un cartel religioso en la pared que decía “El Señor es mi pastor”. La habitación era una isla de limpieza en el montón de estiércol que era aquella casa. Wayne se preguntó si era la habitación de Rondel, ya que era un hombre muy limpio en lo personal. Pero la habitación estaba vacía, por lo que Wayne siguió andando.
Pudo saber cual era la habitación de la madre antes de entrar en él. El hedor no dejaba apenas dudas. El aire estaba tan cargado con el olor a perfume barato Devon que anulaba el del humo de los cigarros y la orina. Cualquier de los olores serían insoportables, pero la combinación de todo aquello creaba un efecto desagradable. Wayne tuvo que detenerse antes de entrar y hacer un esfuerzo para no vomitar la cena que tomó en la cadena. No quería vomitar allí, delante de Rondel, incluso sabiendo que quizás no notaría el olor.
El dormitorio de la Sra. Rondel no defraudó. La cómoda de nogal rematado con mármol estaba manchado de marcas de café y de restos de cigarrillos, y los lados mostraban profundos arañazos de gatos. Un biombo de Coromandel estaba en una de las esquinas, una vez tuvo que ser muy valioso, pero la mayor parte de su relieve había desaparecido hace mucho tiempo. Ropa, ninguna muy limpia, estaba tirada por el suelo y en sillas. En las paredes habían fotos de mujeres atractivas —pero ninguna se le parecía a la Sra. Rondel.
En el centro de la habitación, junto a la pared que quedaba más lejos, estaba la cama de la Sra. Rondel. Era de tamaño grande, con esquinas de madera que sustentaban lo que quedaba de un viejo baldaquín. Harapos de encaje colgaban como si se tratasen de recuerdos de tiempos gloriosos que no regresaran más. La colcha brocada oriental también recordaba tiempos mejores. Ahora estaba desteñida, rasgada y cubierta de gran cantidad de manchas. Alrededor de la cama, montones de colillas parecían estar ignoradas.
La Sra. Rondel estaba sentada, apoyada por una montaña de cojines. Era una mujer grande con una cara redonda con unos ojos oscuros y voraces. Su piel estaba moteada con muchas manchas, y su pelo blanco estaba lleno de rulos, y su rostro estaba cubierto de una espesa capa de maquillaje, como si fuera un payaso. Había una lóbrega mancha gris sobre su garganta, que Wayne pensó tratarse de otro de sus gatos, y que terminó siendo un collar sucio de marabú, un ornamento que alguna vez debió ser de algún color, pero ahora no se atrevía a saber de cuál se trataba.
“Esta es mi madre” dijo Rondel de una manera decepcionante.
La Sra. Rondel hizo un ruido asqueroso con su garganta y tiró algo de flema sobre un pañuelo de papel, el cual lanzó contra una de las esquinas. Miró a Wayne con una mirada analítica y dijo, “Corrigan, ¿no? ¿Eres irlandés?”
“Soy americano. Desde hace cuatro generaciones.”
“¿Católico?”
“No mucho”. Wayne estaba sin duda bajo un interrogatorio de segundo grado.
La Sra. Rondel miró a su hijo. “¿Ya has mostrado al chico el camino hacia Nuestro Señor?”
Rondel estaba claramente avergonzado. “Mama, casi no lo conozco.”
“Eso no importa. Todos los hombres son hermanos para Dios.” Volvió a dirigirse a Wayne. “¿Quieres ser salvado?”
Mirándola, Wayne sintió no estar muy seguro de ello. “No es algo por el que esté muy preocupado. Y francamente, Sra. Rondel, no creo que sea de su incumbencia.”
La mujer mostró cierta indignación y volvió a dirigirse a su hijo. “Vaya amigos que tienes en el trabajo. ¿Esta es la alma que me contaste ser el encargado de los Sueños?”
“¡Mama!”
“¡Dios Bendito!”. Los ojos de la Sra. Rondel parecían emitir fuego cuando miraba a Wayne. “Esclavo o Satanás, tentando a hombres hacia el camino de la justicia con tu inmundicia y tu lujuria. Pero llegará el Día del Juicio Final, y será un día de castigo divino. Las entrañas de la tierra se abrirán y se tragarán los pecadores como tú. ¿Cómo disfrutarás de tu lujuria, cuando estés regodeando en el fuego y asfixiándote por el olor de azufre? Cuidado con el veredicto de Nuestro Señor, cuidado con el castigo para los pecadores. Jesús olvida, pero tienes que acudir a Él y confesar tus pecador. Debes suplicarle de rodillas”
“Mama” suplicó Rondel “él es nuestro invitado.”
La Sra. Rondel no le hizo caso. “Reza por tu alma, o prepárate para arder hasta la eternidad.”
Wayne permaneció de pie sin decir nada ante tanta hostilidad desenfrenada, sin saber como reaccionar. Estaba en conmoción, avergonzado y asustado, todo a la vez. Mientras aquella anciana seguía despotricando, Rondel tomó a Wayne por el brazo y lo llevó hasta el salón. Apenas la Sra. Rondel se dio cuenta que se habían ido. Estaba encendida de rabia, y la mera ausencia de un objetivo no la haría detenerse.
“Lo siento mucho, de verdad” dijo Rondel “a veces ocurren estas cosas con ella. Su cabeza ya no es lo que era.”
Wayne tomó aire un par de veces para recuperarse. “Pensé que habías dicho que vine a tu casa porque le ocurría algo malo.”
Rondel se encogió de hombre. “Falsa alarma, supongo. A veces sucede. A su edad, y en su estado, no quiero cometer errores. Mira, ¿puedo ofrecerte una taza de café?”
Tan sólo el recuerdo del olor de su cocina le hizo casi perder el conocimiento, y el estómago de Wayne hizo un rápido giro de ciento ochenta grados. “Eh, no, gracias. Realmente tengo que regresar a casa.”
“Deja al menos que busque el libro para ti.”
“¡No!” dijo, algo a desgana, forzando que las siguientes palabras las dijera más calmadamente. “No hay ningún problema, de verdad. Puedes traerlo a la reunión de equipo. Estaré allí.”
“Solamente me llevará un par de minutos”
“Lo siento, yo... tengo que irme.” Sin más dilación, Wayne tomó el camino de vuelta desde aquella habitación hasta la puerta principal. Bajo las escaleras del porche aliviado por alejarse de la case de Rondel.
Entró a su coche, pero antes se apoyó en él durante unos minutos, aguantando la respiración para tomar con fuerza un poco de aire frío de aquella noche. Le tomó unos instantes hacer que su mano dejara de temblar y poder coger las llaves de su bolsillo. Aunque salió rápidamente, pudo seguir escuchando la voz estridente de la Sra. Rondel hablando largo y tendido con su sermón en aquella extraña noche.
Wayne nunca había considerado a su apartamento como un lugar al que nadie podía interesarle, pero apareció en la páginas de la House Beautiful tras la visita a la casa de Rondel. El apartamento de Wayne tenía un dormitorio amueblado decorado al estilo California, por lo que aquella recomendación resultó algo bueno. Las paredes estaban limpias y blancas, y los muebles eran baratos por útiles. Lo que más le sorprendió fue cuando entró, encendió la luz y todo estaba limpio y libre de malos olores. Wayne no limpiaba a consciencia, había polvo en las estanterías, pero al menos todo estaba en su lugar y nadie la daba grima.
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