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Orson Card: La memoria de la Tierra

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Orson Card La memoria de la Tierra
  • Название:
    La memoria de la Tierra
  • Автор:
  • Издательство:
    Ediciones B
  • Жанр:
  • Год:
    2000
  • Город:
    Barcelona
  • Язык:
    Испанский
  • ISBN:
    84-663-0082-1
  • Рейтинг книги:
    4 / 5
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La memoria de la Tierra: краткое содержание, описание и аннотация

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Desde hace 40 millones de años la colonia humana del planeta Armonía ha sido regida por un poderoso ordenador conocido como Alma Suprema, que es venerado casi como un dios. Su misión consiste en mantener alejado al hombre de la capacidad destructiva que le obligó a abandonar la Tierra. La tecnología apenas existe en Armonía. Hay ordenadores y placas solares, pero el medio de transporte es el caballo y la única arma, la espada «energética». Alma Suprema, sin embargo, ha detectado fallos en sus propios sistemas y sólo podrá evitar una guerra catastrófica viajando a la Tierra de nuevo. Para ello debe escoger a un hombre íntegro y revelarle el antiguo conocimiento de los viajes a través de las estrellas.

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Issib se volvió hacia el oeste y Nafai lo imitó, para ver un paisaje que era todo lo contrario: la escabrosa y rocosa meseta del Besporyadok, el yermo que se extendía hacia occidente. Mil poetas cantaban que el sol se elevaba del mar, aureolado por astillas de luz que bailaban en las aguas, y se ponía en una roja llamarada en el oeste, perdiéndose en el polvo del desierto. Pero Nafai siempre pensaba que, a juzgar por el clima, el sol debía de ir en sentido contrario. No llevaba agua del océano a la tierra, sino fuego seco del desierto al mar.

Los granjeros que se dirigían al mercado se acercaban, y ya se oían los arrieros y los asnos. Los hermanos reanudaron la marcha hacia Basílica, cuya muralla de roca roja fulguraba con los primeros rayos del sol. Basílica, donde las boscosas montañas del norte se juntaban con el desierto del oeste y el fecundo litoral del este. Los poetas celebraban ese lugar: Basílica, Ciudad de las Mujeres, Puerto de las Brumas, Rojo Jardín del Alma Suprema, el refugio donde todas las aguas del mundo confluían para concebir nuevas nubes, para derramar agua fresca sobre la tierra.

O, como decía Mebbekew, la mejor ciudad del mundo para follar.

El camino que unía la Puerta del Mercado de Basílica con la casa de Wetchik no había cambiado en todos esos años: Nafai notaba hasta el cambio de una piedra. Pero cuando Nafai cumplió los trece, llegó a un punto de inflexión que alteró el significado de ese camino. A los trece años, incluso los niños más promisorios iban a vivir con el padre y abandonaban para siempre su educación. Sólo se quedaban los que se proponían rechazar los oficios viriles para transformarse en sabios. Al cumplir ocho años Nafai rogó que le dejaran vivir con su padre, pero a los trece cambió de parecer. No, no he decidido ser sabio, decía, pero tampoco he decidido lo contrario. ¿Por qué he de decidir ahora? Déjame vivir contigo, Padre, si es necesario… pero también déjame quedarme en la escuela de Madre hasta que las cosas se aclaren. No me necesitas en tu trabajo tal como necesitas a Elemak. Y no quiero ser otro Mebbekew.

Así, aunque el camino que unía la casa de Padre con la ciudad no había cambiado, ahora Nafai lo recorría en dirección contraria. Ahora el trayecto no iba desde la casa de Rasa hasta la campiña, sino desde la casa de campo de Wetchik hasta la ciudad. Aunque tenía más pertenencias en la ciudad —todos sus libros, papeles, herramientas y juguetes— y a menudo dormía allá tres o cuatro de las ocho noches de la semana, su hogar estaba en la casa de Padre.

Lo cual era inevitable. Ningún hombre podía afirmar que en Basílica algo le pertenecía: todo era obsequio de una mujer. Ni siquiera un hombre como Padre, que tenía buenas razones para sentirse seguro de su compañera de muchos años, se sentía a sus anchas en Basílica, debido al lago. El profundo valle en el corazón de la ciudad —la razón de la existencia de la ciudad— ocupaba la mitad de la superficie de Basílica, y nadie podía visitarlo, ningún hombre podía internarse en el bosque circundante lo suficiente para vislumbrar esas aguas brillantes. Si eran brillantes. Por lo que sabía Nafai, el valle era tan profundo que el sol jamás tocaba las aguas del lago de Basílica.

Ningún lugar puede ser tu hogar si alberga un sitio donde está prohibido entrar. Ningún hombre puede ser un verdadero ciudadano de Basílica. Y yo me estoy volviendo un extraño en casa de mi madre.

En el pasado Elemak había hablado de ciudades donde los hombres poseían todo, lugares donde los hombres tenían muchas esposas y las esposas no tenían opciones en cuanto a la renovación del contrato de matrimonio, e incluso de una ciudad donde ni siquiera había matrimonio, sino que cualquier hombre podía adueñarse de cualquier mujer y ella no podía rechazarlo a menos que ya estuviera encinta. Nafai se preguntaba si estas historias eran verídicas. ¿Por qué las mujeres iban a resignarse a semejante trato? ¿Era posible que las mujeres de Basílica fueran mucho más fuertes que las de otros lugares? ¿O los hombres de este lugar eran más débiles o más tímidos que los de otras ciudades?

La pregunta cobró un carácter súbitamente apremiante.

—¿Alguna vez has dormido con una mujer, Issya? Issib no respondió.

—Sólo preguntaba —dijo Nafai. Issib guardó silencio.

—Trato de entender qué tienen de maravilloso las mujeres de Basílica para que un hombre como Elya regrese siempre aquí cuando podría vivir en uno de esos sitios donde los hombres actúan siempre a su antojo.

Sólo esta vez Issib respondió.

—En primer lugar, Nafai, no hay ningún sitio donde los hombres actúen siempre a su antojo. Hay sitios donde los hombres fingen que actúan a su antojo y las mujeres fingen que se lo permiten, así como las mujeres fingen que actúan a su antojo y los hombres fingen que se lo permiten.

Era una reflexión interesante. A Nafai nunca se le había ocurrido pensar que quizá las cosas no fueran tan claras y sencillas como parecían. Pero Issib no había concluido y Nafai quiso oír el resto.

—¿Y en segundo lugar?

—En segundo lugar, Nyef, Madre y Padre me encontraron una instructora hace varios años y, para ser franco, no es tan sensacional como dicen.

No era lo que Nafai quería oír.

—Meb opina lo contrario.

—Meb no tiene cerebro —dijo Issib—, sólo va hacia donde lo conduce su parte más protuberante. A veces eso significa que sigue a su nariz, pero habitualmente no.

—¿Cómo fue?

—Agradable. Ella era muy tierna, pero yo no la quería —comentó Issib con cierta tristeza—. Era como dejarse hacer algo, en vez de hacer algo juntos.

—¿Eso fue por…?

—¿Porque soy inválido? En parte, quizás, aunque ella me enseñó cómo brindarle placer y dijo que lo hacía asombrosamente bien. Quizá tú lo disfrutes como Meb.

—Espero que no.

—Madre dijo que los mejores hombres no gozan mucho con su instructora, porque los mejores hombres no quieren recibir el placer como una lección, sino gratuitamente, por amor. Pero también dijo que los peores hombres tampoco gozan con su instructora, porque no soportan que otra persona controle la situación.

—Yo ni siquiera quiero una instructora —dijo Nafai.

—Bien, muy inteligente de tu parte. ¿Entonces cómo aprenderás?

—Quiero aprenderlo con mi compañera.

—Eres un idiota romántico.

—Nadie enseña a las aves ni a los lagartos.

—Nafai ab Wetchik mag Rasa, el famoso amante lagarto.

—Una vez vi un par de lagartos haciéndolo durante una hora.

—¿Aprendiste alguna técnica interesante?

—Claro. Pero sólo puedes usarlas si tienes las proporciones de un lagarto.

—¿En serio?

—Lo tienen tan largo como la mitad del cuerpo. Issib rió.

—Imagínate lo que sería comprarse unos pantalones.

—¡O atarse las sandalias!

—Tendrías que enrollártelo en la cintura.

—O colgártelo del hombro.

Continuaron con esta conversación hasta que llegaron al mercado exterior, donde la gente comenzaba a abrir sus puestos, esperando la llegada inminente de los granjeros de la planicie. Padre tenía un par de puestos en el mercado exterior, aunque ningún granjero de la planicie tenía dinero ni refinamiento suficiente para comprar una planta que requería tantos cuidados y no producía frutos aprovechables. Las únicas ventas del mercado exterior eran para tenderos de Basílica, y en ocasiones para extranjeros ricos que visitaban el mercado camino de la ciudad. Estando Padre de viaje, Rashgallivak supervisaría los escaparates, y en efecto allí estaba, preparando una exhibición de plantas polares. Lo saludaron con la mano, pero él se limitó a mirarlos adustamente. Así era Rash. Acudiría si lo necesitaban en una crisis. Pero en ese momento su tarea consistía en preparar las plantas y a eso consagraba toda su atención. No había prisa, sin embargo. Las mejores ventas se producirían por la tarde, cuando los basilicanos buscaban obsequios atractivos para sus compañeros o amantes, o para conquistar el corazón de alguien a quien cortejaban.

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