Ursula Le Guin - Un mago de Terramar

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Un mago de Terramar: краткое содержание, описание и аннотация

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En el mundo de Terramar hay dragones y espectros, talismanes y poderes, y las leyes de la magia son tan inevitables y exactas como las leyes naturales.
Un principio fundamental rige en ese mundo: el delicado equilibrio entre la muerte y la vida, que muy pocos hombres pueden alterar, o restaurar. Pues la restauración del orden cósmico corresponde naturalmente al individuo que se gobierna a sí mismo, el héroe completo capaz de dar el paso último, enfrentarse a su propia sombra, que es miedo, odio, inhumanidad.

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—¡Un privilegio para mí, Señor Hechicero, y un honor para mi navío!

Así, Ged dejó atrás las Noventa Islas; pero ni bien la nave hubo zarpado del Puerto Interior de Serd e izado la vela, un fuerte viento del este empezó a castigarla, aunque el cielo invernal estaba claro y la mañana parecía apacible. De Serd a Roke había sólo treinta millas, y continuaron navegando; y cuando el viento arreció, continuaron navegando. El pequeño navío, como casi todos los mercantes del Mar Interior, llevaba la alta vela de cuchillo que se puede cambiar de una banda a otra para capear el viento, y el capitán era un hombre de mar avezado y orgulloso. Así pues, virando ora al norte ora al sur, pudieron mantener el rumbo hacia el este. Las nubes y la lluvia llegaron en alas del viento, un vendaval en rachas, y pareció que la nave iba a zozobrar.

—Señor Gavilán —le dijo el capitán al joven hechicero, que ocupaba el sitio de honor, sentado junto a él en la popa, aunque poca dignidad podía mantener bajo ese viento y esa lluvia que los calaba hasta los huesos a través de los empapados capotes—. Señor Gavilán, ¿podrías por ventura decirle una palabra al viento?

—¿A qué distancia estamos de Roke?

—A más de la mitad del camino. Pero desde hace una hora no hemos avanzado nada, Señor.

Ged le habló al viento. Sopló menos. fuerte y durante un rato navegaron sin problemas. De pronto unas grandes ráfagas llegaron silbando desde el sur, y el navío fue empujado otra vez hacia el este. Las nubes estallaban y hervían en el cielo, y el capitán rugió de furia:

—Esta galerna de locos sopla de todos lados a la vez. Sólo un viento mágico mantendría el rumbo, Señor.

A Ged se le ensombreció el semblante al oír esto; mas, como el navío y sus hombres estaban en peligro por causa de él, levantó el viento de la magia. El navío enfiló en seguida en línea recta hacia el este, y el capitán recobró el buen humor. Pero poco a poco, aunque Ged mantenía el sortilegio, el viento mágico fue amainando y debilitándose. Por último, el navío pareció detenerse un momento sobre las olas, con la vela caída, en medio del tumulto de la lluvia y el vendaval. De pronto, con un restallido atronador, la botavara barrió la cubierta y el navío saltó como un gato asustado y se lanzó rumbo al norte.

Ged se aferró a uno de los puntales, pues la nave iba casi escorada, y gritó:

—¡Regresa a Serd, capitán!

El capitán lanzó un juramento y gritó que no lo haría:

—Un hechicero a bordo, yo el mejor hombre de mar del Gremio, y esta nave la más dócil que he tripulado jamás… ¿volver a puerto?

Pero cuando la nave empezó a girar otra vez como si la quilla hubiese quedado atrapada en un torbellino, también él se aferró a la ro a de popa ara no caer al mar y Ged le dijo:

—Déjame en Serd y ve a donde quieras. No es contra tu barco que sopla el viento, sino contra mí.

—¿Contra ti, un hechicero de Roke?

—¿Nunca has oído hablar del viento de Roke, capitán?

—Algo he oído, sí, el viento que mantiene los poderes maléficos fuera de la Isla de los Sabios, mas ¿qué tiene eso que ver contigo, con un Domador de Dragones?

—Es un asunto entre yo y mi sombra —respondió Ged, lacónico como ha de serlo un hechicero, y no habló más mientras con viento en popa y bajo un cielo que se despejaba, surcaban veloces el mar de regreso a Serd.

Sentía un peso y un temor en el corazón mientras subía alejándose de. los muelles de Serd. Los días se.acortaban con la proximidad del invierno, y pronto cayó la tarde. La desazón de Ged siempre se agravaba con el crepúsculo, cada bocacalle le parecía una amenaza y tenía que esforzarse para no volver la cabeza por encima del hombro a espiar si algo lo seguía. Fue a la Taberna del Mar de Serd, donde ,viajeros y mercaderes comían juntos, y donde podían dormir en la larga galería encabriada: así son de hospitalarias las prósperas islas del Mar Interior.

Apartó un trozo de carne de la cena, y luego, junto al hogar, animó al otak a que saliera del pliegue de la capucha, donde había estado acurrucado el día entero, trató de hacerle comer, mientras lo acariciaba y le susurraba: — Hoeg, Hoeg, pequeño mío, el silencioso… —Pero el animal no quiso comer y fue a esconderse en el bolsillo. Por esa señal, por su propia incertidumbre, por el aspecto mismo de la oscuridad en los rincones de la gran sala, supo que la sombra no estaba muy lejos.

Nadie lo conocía en ese lugar: eran todos viajeros, gente de otras islas, que no habían oído la Canción del Gavilán Nadie le habló. Eligió al fin un jergón y se echó en él, pero allí, en la gran sala encabriada, en medio de desconocidos que dormían, permaneció toda la noche con los ojos abiertos. Y mientras velaba trataba de elegir un camino, de decidir a dónde iría y qué haría; pero cada elección, cada plan tropezaba con un presentimiento fatídico. En cualquiera de los caminos que pudiera tomar allí lo esperaría la Sombra. Sólo Roke estaba libre de ella: pero no podía ir a Roke, pues unos sortilegios altos e intrincados guardaban la isla. Que el viento de Roke se hubiese levantado contra él probaba que aquella cosa estaba quizá muy cerca.

Y la cosa era incorporea, y ciega a la luz del sol, una criatura venida de un reino sin luz, sin lugar ni tiempo Lo seguía a tientas a través de los días y los mares del mundo luminoso, y sólo cobraba forma en sueños y en la sombra.

No tenía aún sustancia ni ser que la luz pudiera iluminar; así canta la Gesta de Hode: «La luz del alba hace la tierra y los océanos, de la oscuridad saca las formas y empuja los sueños al reino de las tinieblas». Pero si la sombra llegaba a alcanzarlo, podría absorber ese poder que él tenía, quitarle el eso y el calor y la vida del cuerpo, y la voluntad que lo anima.

Ése era el destino que él veía esperándolo en cada senda. Y sabía que la sombra podía arrastrarlo con algún ardid a ese terrible destino, pues se fortalecía a medida que se acercaba, y acaso tuviera ya fuerzas suficientes para servirse de potestades y hombres malignos, mostrarle a Ged falsos portentos o hablarle con la voz de un extraño. Era posible que en uno de esos hombres que dormían ahora en la Casa del Mar, en este o aquel rincón de la larga galería, acechara la criatura tenebrosa, encontrando apoyo en un alma oscura, y esperando y vigilando y alimentándose ya de la debilidad, la incertidumbre y el miedo de Ged.

No, no podía soportarlo. Tenía que confiar en la buena fortuna, huir a donde la suerte quisiera llevarlo. Se levantó poco antes del alba, y a la luz ya mortecina de las estrellas echó a andar de prisa hacia los muelles de Serd, resuelto a embarcar en el primer navío preparado para partir y que quisiera llevarlo. Una galera estaba cargando aceite de turbifia y zarparía a la salida del sol hacia el Gran Puerto de Havnor. Ged le habló al capitán. Una vara de hechicero sirve de pasaporte y paga a la vez en la mayoría de las naves. Lo aceptaron a bordo complacidos y antes de una hora la nave se echó a la mar.

Cuando los cuarenta largos remos se levantaron para iniciar la travesía, Ged sintió que también se le levantaba el ánimo, y en los golpes de tambor que acompañaban a los remos creyó oír una música vivaz y alentadora.

Ignoraba aún, sin embargo, qué haría cuando llegase a Havnor, a dónde podría huir desde allí. El norte era una dirección tan buena como cualquier tra. Al fin y al cabo él era del norte; y quizá encontrase en Havnor una nave que lo llevara a Gont, donde vería a Ogión. O quizá encontrase un navío que partiera hacia los Confines, tan lejos que la sombra no podría seguirlo. Más allá de esas confusas ideas no tenía planes, y no veía alternativa posible. Sólo huir, huir.

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