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Ursula Le Guin: Un mago de Terramar

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Ursula Le Guin Un mago de Terramar

Un mago de Terramar: краткое содержание, описание и аннотация

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En el mundo de Terramar hay dragones y espectros, talismanes y poderes, y las leyes de la magia son tan inevitables y exactas como las leyes naturales. Un principio fundamental rige en ese mundo: el delicado equilibrio entre la muerte y la vida, que muy pocos hombres pueden alterar, o restaurar. Pues la restauración del orden cósmico corresponde naturalmente al individuo que se gobierna a sí mismo, el héroe completo capaz de dar el paso último, enfrentarse a su propia sombra, que es miedo, odio, inhumanidad.

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Ged suspiraba a veces, pero no se quejaba. Sabía que en aquella insondable y polvorienta tarea de aprender el nombre verdadero de cada lugar, cada cosa y cada criatura, residía el poder ambicionado, como una gema en el fondo de un pozo seco. Porque en eso consistía la magia, conocer el nombre verdadero de cada cosa. Eso les había dicho Kurremkarmerruk una vez, la primera noche que pasaron en la Torre; y nunca más lo había repetido, pero Ged no lo olvidó.

«Más de un mago de gran poder», había dicho, «se ha pasado la vida buscando el nombre de una sola cosa, un nombre único y oculto. Y las listas no están concluidas todavía, ni lo estarán antes del fin del mundo. Escuchadme, y comprenderéis por qué. En el mundo bajo el sol, y en el otro mundo que no tiene sol, hay muchas cosas ajenas al hombre y al habla de los hombres, y hay también poderes inaccesibles para nosotros. Mas la magia, la magia verdadera, es obrada sólo por aquellos, seres que hablan la lengua hárdica de Terramar, o el Habla Antigua de la que ha nacido.

»Es la lengua que hablan los dragones, y la que hablaba Segoy, el hacedor de las islas del mundo, y la lengua de nuestras trovas y cantares, de nuestros sortilegios, encantamientos e invocaciones. En la lengua hárdica todavía hay palabras de esa habla, trucadas y ocultas. A la espuma de las olas la llamamos sukien: esta palabra está hecha con dos palabras del Habla Antigua, suk, pluma, e inien, el mar, Pluma del mar, eso es la espuma. Mas no es llamándola sukien como hechizaréis a la espuma; tendréis que usar el nombre verdadero en el Habla Antigua, essa. Cualquier bruja conoce algunas de estas palabras del Habla Antigua, y un mago conoce muchas. Pero hay muchísimas más, y algunas se han perdido con el correr de las edades, o han permanecido secretas; y otras sólo son conocidas por los dragones y los Poderes Antiguos y no las conoce nadie. Ningún hombre podría aprenderlas todas. Porque esa lengua es infinita. Pero lo que nosotros llamamos el Mar Interior también tiene su propio nombre en el Habla Antigua. Y como nada puede. tener dos nombres verdaderos, iníen significa pues toda la mar excepto el Mar Interior. Y desde luego, ni siquiera es eso lo que significa, porque hay mares y bahías y estrechos incontables y cada uno tiene un nombre que le es propio. De modo que si un Mago Maestro de la Mar estuviese tan loco como para tratar de echar un sortilegio de tempestad o calma sobre todo el océano, el ensalmo tendría que contener no sólo esa palabra, inien, sino el nombre de cada tramo y trecho y parcela de mar a través de todo el Archipiélago y hasta los Confines Lejanos, y aún más allá, donde ya no hay nombres. Así pues, lo que nos da el poder de la magia, limita a la vez ese poder. Un mago sólo puede dominar lo que está cerca, lo que puede nombrar con la palabra exacta. Y es bueno que sea así. Si no fuera así, la maldad de los poderosos o la locura de los sabios habría intentado tiempo atrás cambiar lo que no puede cambiarse, y el Equilibrio se habría roto. Y el mar, perdido el equilibrio, invadiría estas islas en las que habitamos peligrosamente, y el antiguo silencio se llevaría consigo todas las voces y todos los nombres.

Ged meditó largamente estas palabras, hasta que llegó a entenderlas. La majestad de la tarea no bastaba sin embargo para que la labor de aquel largo año en la Torre fuera menos ardua y seca; y al final de ese año Kurremkarmerruk le dijo: «Has comenzado bien». Ni una palabra más. Los hechiceros dicen la verdad, y era verdad que esforzarse en conocer los nombres no era mas que el comienzo de un aprendizaje que duraría toda la vida. Le permitieron marcharse de la Torre Solitaria antes que los demás, pues había aprendido más rápido que ellos; pero esto fue toda la aprobación que recibió.

Echó a andar solo, rumbo al sur, a través de la isla, por caminos despoblados. Empezaba el invierno, y llovió al anochecer. Pero Ged no recurrió a ninguna fórmula mágica para alejar la lluvia, pues el clima de Roke dependía del Maestro de los Vientos y estaba prohibido manipularlo. Buscó refugio bajo las ramas de un píndico corpulento, y echado allí, envuelto en la capa, pensó en su viejo maestro Ogión, que acaso no había concluido aún sus andanzas otoñales por las alturas de Gont, durmiendo a cielo abierto con unas ramas sin hojas como techo y unas cortinas de lluvia como paredes. Ged sonrió; cada vez que pensaba en Ogión se sentía más animado. Se durmió con el corazón en paz, en la noche fría y oscura poblada por los murmullos del agua. Al despertarse, al alba, levantó la cabeza; la lluvia había cesado, y de pronto descubrió un animal pequeño que dormitaba acurrucado entre los pliegues de la capa, y que se había cobijado allí en busca de calor. Se sorprendió al verla, pues era una bestezuela de una especie rara y extraña, un otak.

Estas criaturas sólo habitan en cuatro de las islas meridionales del Archipiélago: Roke, Ensmer, Pody y Wazor. Son pequeñas de cuerpo, de cara ancha y grandes ojos brillantes, y de pelaje bruñido, pardusco o leonado. Tienen dientes crueles y un temperamento salvaje y no se adaptan a la vida doméstica. No ladran ni maúllan y en realidad no tienen voz. Ged lo acarició, y el animal se despertó y bostezó, mostrando una pequeña lengua parda y unos dientes blancos; pero no parecía asustado.

—Otak —le dijo, y de pronto, recordando los mil nombres de bestias que aprendiera en la Torre, lo llamó por su nombre verdadero en el Habla Antigua:

—¡Hoeg! ¿Quieres venir conmigo?

El otak se sentó en la palma de la mano de Ged, y empezó a lamerse el pelaje.

Ged se lo puso en el hombro entre los pliegues de la caperuza, y el otak se quedó allí. A veces, durante el día, saltaba al suelo y se escabullía entre la espesura, pero siempre volvía, y una vez se trajo con él una rata de campo que había cazado. Ged se rió y le dijo que se la comiera, pues él estaba ayunando, ya que esa noche era la Fiesta del Retorno del Sol. Llegó el húmedo anochecer, dejó atrás el Collado de Roke, y vio las brillantes luces fatuas que oscilaban en la 1luvia sobre los tejados de la Casa, y entró en el edificio y los Maestros y los compañeros lo recibieron con alegría en el salón iluminado por las antorchas.

Para Ged, que no tenía casa propia a la que alguna vez pudiera volver, fue como un retorno al hogar. Se sintió feliz viendo tantas caras conocidas, y más feliz aún al ver a Algarrobo, que se acercaba a saludarlo con una ancha sonrisa en el rostro oscuro. No se había dado cuenta hasta entonces de cuánto lo había echado de menos. Algarrobo había sido nombrado hechicero ese mismo otoño y ya no era aprendiz, pero ese hecho no levantaba entre ellos ninguna barrera. Pronto se pusieron a charlar y Ged tuvo la impresión de que en esa primera hora le había dicho a Algarrobo más de lo que había dicho durante todo el año en la Torre Solitaria.

El otak seguía aún en el hombro de Ged, acurrucado entre los pliegues de la caperuza, cuando se sentaron a la hora de la cena en las largas mesas preparadas para la fiesta en el Salón del Hogar. Algarrobo miraba maravillado al animalito, y una vez levantó la mano para acariciarlo, pero el otak intentó morderlo con aquellos dientes filosos. Algarrobo se echó a reir.

—Dicen, Gavilán, que un hombre que cuenta con los favores de una bestia es un hombre a quien las Antiguas Potestades de la Piedra y el Manantial le hablarán con una voz humana.

—Dicen que los hechiceros gontescos son aficionados a los animales —dijo Jaspe, que estaba sentado a la izquierda de Algarrobo— Nuestro Archimago Nemmerle tiene un cuervo, y los cantores dicen que el Mago Rojo de Arak llevaba un jabalí sujeto a una cadena de oro. ¡Pero nunca he sabido de ningún hechicero que guardase una rata en la capucha!

Al oír esto todos se rieron, y Ged junto con los demás. Era una noche alegre y se sentía feliz de estar allí en medio del calor y el regocijo, participando de la fiesta con sus compañeros. Sin embargo, la broma maliciosa de Jaspe, como todo cuanto él decía, lo había irritado de veras.

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