Ursula K. Le Guin
Los cuentos de Terramar
Al final del cuarto libro de Terramar, Tehanu, la historia había llegado a lo que yo sentía era ahora. Y, al igual que en el ahora del supuesto mundo real, no sabía qué sucedería después. Podía adivinar, predecir, temer, esperar, pero no lo sabía.
Incapaz de continuar la historia de Tehanu (porque todavía no había sucedido) y asumiendo tontamente que la historia de Ged y de Tenar había alcanzado su final feliz, le di al libro un subtítulo: «El último libro de Terramar».
Oh, tonta escritora. El ahora, se mueve. Incluso en los cuentos, en los sueños, en los «había una vez», ahora no es entonces.
Siete u ocho años después de que Tehanu fuera publicado, me pidieron que escribiera una historia que tuviera lugar en Terramar. Me bastó con echarle una breve mirada al lugar para darme cuenta de que habían estado sucediendo cosas allí mientras yo no estaba mirando. Ya era hora de regresar y descubrir qué estaba sucediendo ahora.
También quería conseguir información acerca de varias cosas que habían sucedido entonces, antes de que Ged y Tenar nacieran. Muchas cosas sobre Terramar, sobre los magos, sobre la Isla de Roke, sobre los dragones, habían comenzado a intrigarme. Con el fin de entender los acontecimientos actuales, necesitaba realizar ciertas investigaciones históricas, pasar algún tiempo en los Archivos del Archipiélago.
La manera cómo uno investiga una historia inexistente es contar la historia y descubrir qué sucedió. Creo que esto no es muy diferente a lo que hacen los historiadores del supuesto mundo real. Incluso si estamos presentes en un acontecimiento histórico, ¿lo comprendemos —podemos siquiera recordarlo— antes de contarlo como una historia? Y en lo que respecta a acontecimientos que tuvieron lugar en épocas o lugares ajenos a nuestra propia experiencia, no tenemos nada para continuar más que las historias que otra gente nos cuenta. Los acontecimientos pasados existen, después de todo, únicamente en la memoria, que es una forma de imaginación. El acontecimiento es real ahora, pero una vez que es entonces, su continua realidad depende totalmente de nosotros, de nuestra energía y de nuestra honestidad. Si permitimos que se escape de la memoria, únicamente la imaginación puede restablecer un mínimo atisbo de ese acontecimiento. Si mentimos acerca del pasado, obligándolo a que cuente la historia que queremos que cuente, que signifique lo que nosotros queremos que signifique, éste pierde su realidad y se convierte en una falsificación. Traer el pasado con nosotros a través del tiempo, en los bolsos de viaje del mito y de la historia, es una tarea muy dura; pero como dice Lao Tzu, la gente sabia sigue su camino con el equipaje a cuestas.
Cuando se construye o se reconstruye un mundo que nunca existió, una historia enteramente ficticia, las investigaciones son de un orden un tanto diferente, pero el impulso y las técnicas básicas son bastante similares. Se observa lo que sucede y se trata de ver por qué sucede, se escucha lo que la gente de allí tiene que decir y se observa lo que hacen, se piensa seriamente en todo esto y se intenta contarlo honestamente, de modo que la historia tenga peso y sentido.
Los cinco cuentos que contiene este libro exploran o extienden el mundo establecido por las primeras cuatro novelas de Terramar. Cada uno es una historia por sí mismo, pero resultarán más provechosos si se los lee después, no antes, de las novelas.
El descubridor tiene lugar alrededor de trescientos años antes de la época de las novelas, en un tiempo oscuro y turbulento; la historia revela cómo se originaron algunas de las costumbres y de las instituciones del Archipiélago. Los huesos de la Tierra trata sobre los magos que le enseñaron al mago que primero le enseñó a Ged, y demuestra que se necesita más de un mago para detener un terremoto. Rosaoscura y Diamante podría tener lugar en cualquier época durante los últimos doscientos años en Terramar; después de todo, una historia de amor puede suceder en cualquier momento y en cualquier lugar. En el Gran Pantano es una historia que sucedió en los breves pero movidos seis años durante los cuales Ged fue Archimago de Terramar. Y la última historia, Dragónvolador, que tiene lugar algunos años después del final de Tehanu, es el puente entre este libro y el próximo: El otro viento (que será publicado en breve). Un puente dragón.
Para que mi mente pudiera moverse de aquí para allá por los años y los siglos sin desordenarlo todo, y para mantener las contradicciones y las discrepancias en el nivel más bajo posible mientras estaba escribiendo estas historias, me convertí en alguien (un poco) más sistemático y metódico, y reuní mis conocimientos de los pueblos y de su historia en Una descripción de Terramar. Su función es la misma que la de aquel primer mapa que tracé de todo el Archipiélago y de los Confines, cuando comencé a trabajar en Un mago de Terramar hace más de treinta años: necesitaba saber dónde estaban las cosas y cómo llegar desde aquí hasta allí —tanto en tiempo como en espacio.
Debido a que esta clase de información ficticia, como los mapas de reinos imaginarios, les resulta realmente interesante a algunos lectores, he incluido la descripción después de las historias. También tracé nuevamente los mapas geográficos para este libro y, mientras lo hacía, felizmente descubrí uno muy antiguo en los Archivos de Havnor.
Por supuesto que he cambiado a lo largo de los años que han pasado desde que empecé a escribir acerca de Terramar, como también ha cambiado la gente que lee los libros. Todas las épocas son épocas de cambio, pero la nuestra es una de transformaciones masivas, rápidas, morales y mentales. Los arquetipos se convierten en lastres, las grandes simplicidades se complican, el caos se convierte en algo elegante, y lo que todo el mundo sabe que es verdad resulta ser lo que algunas personas solían pensar.
Es inquietante. Para deleitarnos completamente con lo cambiante, con el rayo de esperanza que nos ofrece la electrónica, también anhelamos lo inalterable. Adoramos las viejas historias por su permanencia. Arturo sueña eternamente en Avalon. Bilbo puede «ir hasta allí y volver una y otra vez», y «allí» es siempre la querida y familiar Comarca. Don Quijote se empeña siempre en matar a un molino de viento… Así es que la gente acude a los reinos de fantasía en busca de estabilidad, de antiguas verdades, de simplicidades inmutables.
Y las fábricas del capitalismo se las proporciona. La oferta satisface la demanda. La fantasía se convierte en un producto, en una industria.
La fantasía hecha producto no acarrea riesgo alguno: no inventa nada, sino que imita y trivializa. Comienza por privar a las viejas historias de su complejidad intelectual y ética, convirtiendo su acción en violencia, a sus actores en muñecos, y a la verdad que revelan en un cliché sentimental. Los héroes blanden sus espadas, sus láseres, sus varitas mágicas, tan mecánicamente como cosechadoras, recogiendo las ganancias. Las elecciones morales profundamente perturbadoras son descafeinadas, transformadas en «encantadoras» y seguras. Las ideas apasionadamente concebidas por los grandes contadores de historias son copiadas, estereotipadas, reducidas a juguetes, moldeadas en plásticos de colores llamativos, anunciadas, vendidas, rotas, tiradas a la basura, reemplazables, intercambiables.
Con lo que los productores de fantasía cuentan, y lo que explotan, es la insuperable imaginación del lector, niño o adulto, que da vida incluso a esas cosas muertas —cierto tipo de vida, y sólo durante un rato.
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