– Los rapiñadores están generalmente bajo el control de un demonio más fuerte. No son muy inteligentes ni competentes por sí mismos -explicó Hodge-. ¿Dijo que buscaba a su amo?
Clary recapacitó.
– Dijo algo sobre un Valentine, pero…
Hodge se irguió violentamente, con tal brusquedad que Hugo, que había estado descansando cómodamente en su hombro, alzó el vuelo con un graznido irritado.
– ¿Valentine?
– Sí -dijo Clary-. Oí el mismo nombre en Pandemónium del chico… quiero decir, el demonio…
– Es un nombre que todos conocemos -replicó Hodge en tono cortante.
Su voz era firme, pero ella detectó un leve temblor en sus manos. Hugo, de vuelta en su hombro, erizó las plumas inquieto.
– ¿Un demonio?
– No. Valentine es… era… un cazador de sombras.
– ¿Un cazador de sombras? ¿Por qué dice que era?
– Porque está muerto -dijo Hodge, categórico-. Lleva muerto quince años.
Clary volvió a recostarse contra los cojines del sofá. La cabeza parecía a punto de estallarle. A lo mejor debería haber aceptado aquel té después de todo.
– ¿Podría ser alguien más? ¿Alguien con el mismo nombre?
La risa de Hodge fue un ladrido sin alegría.
– No, pero podría haber sido alguien usando su nombre para enviar un mensaje. -Se puso en pie y fue hacia su escritorio, con las manos entrelazadas a la espalda-. Y éste sería el momento de hacerlo.
– ¿Por qué ahora?
– Debido a los Acuerdos.
– ¿Las negociaciones de paz? Jace las mencionó. ¿Paz con quién?
– Los subterráneos -murmuró Hodge, y bajó la vista hacia Clary con la boca apretada en una fina línea-. Perdóname -dijo-. Esto debe de resultarte confuso.
– ¿Le parece?
El hombre se apoyó en el escritorio, acariciando las plumas de Hugo distraídamente.
– Los subterráneos son los que comparten el Mundo de las Sombras con nosotros. Siempre hemos vivido en una paz precaria con ellos.
– Como vampiros, hombres lobos y…
– Los seres fantásticos -siguió Hodge-. Hadas. Y las criaturas de Lilith, que siendo medio demonios, son brujos.
– Entonces, ¿qué son ustedes, los cazadores de sombras?
– A veces nos llaman los nefilim -respondió Hodge-. En la Biblia eran los vástagos de humanos y ángeles. La leyenda del origen de los Cazadores de sombras dice que fueron creados hace más de mil años cuando los humanos estaban siendo aplastados por invasiones de demonios de otros mundos. Un brujo convocó a su presencia al ángel Raziel, que mezcló parte de su propia sangre con la sangre de hombres en una copa, y se la dio a esos hombres para que la bebieran. Los que bebieron la sangre del Ángel se convirtieron en cazadores de sombras, como lo hicieron sus hijos y los hijos de sus hijos. A partir de entonces, la copa fue conocida como la Copa Mortal. Aunque la leyenda puede no ser un hecho real, lo que es cierto es que a lo largo de los años, cuando se reducían las filas de los cazadores de sombras, siempre era posible crear más usando la Copa.
– ¿Era siempre posible?
– La Copa ya no existe -explicó Hodge-. La destruyó Valentine justo antes de morir. Encendió una gran hoguera y se quemó a sí mismo junto con su familia, su esposa y su hijo. Todos perecieron. Dejó la tierra negra. Nadie quiere construir allí aún. Dicen que la tierra está maldita.
– ¿Lo está?
– Posiblemente. La Clave pronuncia maldiciones de vez en cuando como castigo por contravenir la Ley. Valentine violó la Ley más importante de todas: se alzó en armas contra sus camaradas cazadores de sombras y los mató. Él y su grupo, el Círculo, mataron a docenas de sus hermanos junto con cientos de subterráneos durante los últimos Acuerdos. A duras penas se consiguió derrotarlos.
– ¿Por qué querría él emprenderla contra otros cazadores de sombras?
– No aprobaba los Acuerdos. Despreciaba a los subterráneos y consideraba que había que masacrarlos, en masa, para mantener este mundo puro para los seres humanos. Aunque los subterráneos no son demonios ni invasores, consideraba que eran de naturaleza demoníaca, y que eso era suficiente. La Clave no estaba de acuerdo; consideraba que la colaboración de los subterráneos era necesaria si alguna vez queríamos expulsar a la raza de los demonios para siempre. ¿Y quién podría discutir, en realidad, que los seres mágicos no pertenecen a este mundo, cuando han estado aquí desde hace más tiempo que nosotros?
– ¿Llegaron a firmarse los Acuerdos?
– Si, se firmaron. Cuando los subterráneos vieron que la Clave se volvía en contra de Valentine y su Círculo para defenderlos, comprendieron que los cazadores de sombras no eran sus enemigos. Irónicamente, con su insurrección Valentine hizo posibles los Acuerdos. -Hodge volvió a sentarse en la silla-. Te pido disculpas, ésta debe de ser una aburrida lección de historia para ti. Ése era Valentine. Un activista, un visionario, un hombre de gran encanto personal y convicción. Y un asesino. Ahora alguien está invocando su nombre…
– Pero ¿quién? -preguntó Clary-. ¿Y qué tiene que ver mi madre con eso?
Hodge volvió a ponerse en pie.
– No lo sé. Pero haré lo que pueda para averiguarlo. Enviaré mensajes a la Clave y también a los Hermanos Silenciosos. Tal vez deseen hablar contigo.
Clary no preguntó quiénes eran los Hermanos Silenciosos. Estaba cansada de hacer preguntas cuyas respuestas sólo hacían confundirla más. Se levantó.
– ¿Existe alguna posibilidad de que pueda ir a casa?
Hodge pareció preocupado.
– No, no… no considero que eso sea sensato.
– Allí hay cosas que necesito, incluso aunque vaya a quedarme aquí. Ropa…
– Te podemos dar dinero para comprar ropa nueva.
– Por favor -insistió Clary-. Tengo que ver… Tengo que ver lo que queda.
Hodge vaciló, luego le dedicó un corto asentimiento.
– Si Jace acepta, podéis ir los dos. -Se volvió hacia la mesa, rebuscando entre los papeles, luego echó una ojeada por encima del hombro como reparando en que ella seguía allí-. Está en la sala de armas.
– No sé dónde esta eso.
Hodge sonrió torciendo la boca.
– Iglesia te llevará.
Clary dirigió una ojeada a la puerta, donde el gordo gato persa azul estaba enroscado como una pequeña otomana. El felino se alzó cuando ella fue hacia él, con el pelaje ondulando como si fuera líquido. Con un maullido imperioso, la condujo al pasillo. Cuando miró por encima del hombro, Clary vio a Hodge garabateando sobre una hoja de papel. Enviando un mensaje a la misteriosa Clave, supuso. No pensaba que fuera gente muy agradable. Se preguntó cuál sería su respuesta.
* * *
La tinta roja parecía sangre sobre el papel blanco. Frunciendo el entrecejo, Hodge Starkweather enrolló la carta, con cuidado y meticulosidad, en forma de tubo, y silbó a Hugo para que acudiera. El pájaro, graznando quedamente, se le posó en la muñeca. Hodge hizo una mueca de dolor. Años atrás, durante el Levantamiento, había sufrido una herida en aquel hombro, e incluso un peso tan ligero como el de Hugo, o un cambio de estación, un cambio de temperatura, de humedad, o un movimiento demasiado repentino del brazo, despertaba viejas punzadas y el recuerdo de padecimientos que era mejor olvidar.
Existían algunos recuerdos, no obstante, que nunca desaparecían. Cuando cerró los ojos estallaron imágenes, igual que flashes, tras sus parpados. Sangre y cuerpos, tierra pisoteada, un estrado blanco manchado de sangre. Los gritos de los que agonizaban. Los campos verdes y ondulados de Idris y su infinito cielo azul, atravesado por las torres de la Ciudad de Cristal. El dolor de la pérdida le invadió como una ola; cerró con más fuerza el puño, y Hugo, aleteando, le picoteó los dedos furiosamente. Abriendo la mano, Hodge soltó al pájaro, que describió un círculo alrededor de su cabeza, voló a lo alto hasta el tragaluz y luego desapareció.
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