Simon Hawke - El desterrado

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Sorak es un mestizo, abandonado en el desierto, que es rescatado por una druida errante y educado después en la Disciplina del Druida y La Senda del Protector. Busca sus orígenes y al misterioso hechicero conocido como "El Sabio", cuya vida corre peligro. En esta aventura épica será acompañado por Ryana, la hermosa sacerdotisa villichi que ha quebrantado sus votos para acompañarlo, y por la encantadora y mimada hija de un rey-hechicero. Juntos desafiarán los peligros del desolador desierto arthesiano, en el mundo del Sol Oscuro. Por primera vez, en un solo volumen, la trilogía "La Tribu de Uno", de Simon Hawke, que en su día se publicó en tres libros: "El Desterrado", "El Peregrino" y "El Nómada".

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– ¡Por la sangre de un gith! -exclamó el capitán de la guardia, mientras los no muertos avanzaban dando bandazos hacia Sorak desde el otro extremo de la sala de juego. Y otros dos entraban en aquellos instantes.

Sorak arremetió contra ellos, y los guardas sacaron sus espadas y se unieron a la lucha. Los zombis iban desarmados y no se movían con rapidez, pero a medida que caían, despedazados por Sorak o por uno de los guardas, otro venía a ocupar su lugar. Y, al poco rato, los que habían caído volvían a levantarse, sus cuerpos putrefactos reconstruidos otra vez. Los guardas y Sorak repartían mandobles a diestro y siniestro con sus espadas, y Tigra saltaba de un cadáver andante a otro, desgarrándolos y haciéndolos pedazos.

El elfling se dio cuenta de que aquellos que él mutilaba y derribaba se retorcían unos instantes para luego quedarse quietos, simple carne podrida y huesos en el suelo. Los que no habían sido despedazados por Galdra siempre se reconstruían y volvían a atacar. Un brazo desmembrado se retorcía y luego empezaba a arrastrarse por el suelo para reunirse con el torso al que pertenecía; un cráneo partido en dos volvía a fusionarse mágicamente. Uno de los guardas atravesó el pecho de un zombi con su espada, pero la hoja atravesó las costillas del cadáver sin un efecto aparente, y la criatura siguió avanzando, empalándose en la espada hasta que los esqueléticos dedos se cerraron alrededor del cuello del guarda y empezaron a apretar. El semielfo chilló, pero los otros no podían perder tiempo en salvarlo, y se desplomó bajo el peso del cadáver.

Krysta bajó la escalera a toda velocidad tras haber echado mano a toda prisa de su espada. Varios zombis más aparecieron en la entrada y Sorak cargó contra ellos, abriéndose paso a mandobles, balanceando a Galdra como si fuera una guadaña. Cuando cayeron, descubrió a otros tres en el jardín frente a la puerta; cayeron bajo su ataque y se convirtieron en simple carne podrida y pedazos de hueso sobre el suelo, pero otro avanzaba ya por el sendero en dirección a él.

– ¡Sorak, cuidado! -gritó la voz de Krysta a su espalda.

El joven giró en redondo y lanzó un tajo con Galdra justo en el instante en que otro zombi abandonaba vacilante la sala de juego para lanzarse sobre él. El acero elfo partió el cuerpo en dos, y las humeantes mitades se derrumbaron sobre el suelo.

Sorak vio cómo Krysta se abría paso a mandobles por entre varios de ellos y corría a su lado. Otros tres zom – bis la siguieron hasta la puerta. Juntos, ella y Sorak los derribaron, pero sólo aquellos que Galdra había tocado permanecieron en el suelo despedazados. Al parecer, a los otros no se los podía detener.

– Atravesarlos con la espada no sirve de nada -se quejó Krysta, jadeante-. Puedes despedazarlos, pero los pedazos vuelven a unirse. Cinco de mis guardas han muerto ya, y los otros están en dificultades. Pero es a ti a quien buscan. Mira, aquí vienen dos más.

Mientras lo decía, otros dos zombis atravesaron la puerta tambaleantes y se dirigieron hacia ellos. Con un rugido, Tigra se lanzó tras ellos y aterrizó sobre ambos en un frenesí de zarpas y dientes. Sin embargo, Sorak sabía que se trataba de un aplazamiento temporal; al parecer únicamente Galdra podía ser efectiva contra ellos. A su espalda, dentro de la casa de juego, los sonidos de la lucha disminuían. Se escuchó un alarido, seguido de otro, y otro más a medida que los guardas de Krysta eran abatidos.

– ¡Sangre de kank! -exclamó la semielfa, mirando detrás de Sorak y señalando con el dedo, los ojos desorbitados por el terror-. ¡Mira!

El joven se volvió para mirar en la dirección que le indicaba. Miró al exterior a través de la verja abierta junto a la que yacía el cuerpo estrangulado del portero, y vio que toda la calle que se extendía tras ella estaba repleta de muertos vivientes. Había docenas de ellos que avanzaban por la calle como espectros arrastrando los pies, algunos fallecidos recientemente y reconocibles aún como humanos, otros simples esqueletos. Y, mientras él miraba, los sonidos de lucha en la casa de juego a su espalda se apagaron por completo: el último de los guardas de Krysta había caído. L, ¿ os cadáveres empezaron a regresar al exterior hacia ellos.

– Vamos a morir -dijo Krysta.

«No si despierto a la Sombra», se dijo Sorak, y se preguntó si siquiera él, con toda su osadía, podría enfrentarse a tal superioridad numérica.

– No -respondió el joven en voz alta-, tú no. Es a mí a quien buscan.

– Mataron a todos mis guardas -protestó ella.

– Sólo porque les estorbaban -replicó Sorak-. ¡Apártate de mí, huye y estarás a salvo!

– No te dejaré -afirmó Krysta, alzando su espada al ver que los zombis se iban acercando en ambas direcciones. Tigra derribó a dos de ellos, pero se acercaban más.

– No tengo tiempo para discutir contigo -repuso Sorak; traspasó a Galdra rápidamente a su mano izquierda y, con la derecha, asestó un violento puñetazo a Krysta en la barbilla. La sostuvo para que no cayera al suelo, la arrastró fuera del sendero y la dejó caer detrás de unas rocas del jardín.

– Si tú no lo hubieras hecho, lo habría hecho yo -dijo una voz conocida.

Sorak giró en redondo y se quedó boquiabierto al ver a una joven sacerdotisa villichi detrás de él, vestida para el combate, la blanca melena sujeta a la espalda, la espada en una mano, una daga en la otra.

– ¡Ryana! ¿Cómo…, qué haces aquí?

La mujer lanzó una cuchillada con la espada y deca -. pitó un cadáver ambulante; luego, de una patada, arrojó el cuerpo que seguía andando de vuelta al estanque del que había salido.

– Alguien tenía que cuidar de ti -respondió ella.

– ¡A tu espalda!

Pero, con los bien afilados instintos de una luchadora villichi, ella giraba ya en redondo, blandiendo la espada, y otro zombi se desplomó cuando le rebanó la podrida cintura de un fuerte tajo. -Ya había abatido a éste antes -observó-. No se quedan en el suelo, ¿verdad?

– Lo hacen si es Galdra quien los golpea -explicó él, preguntándose por qué la Sombra no se manifestaba. Se acercaban muchos más, demasiados, incluso para la Sombra.

¿Galdra}?

En ese momento Sorak percibió una curiosa y cálida sensación de flotar que se apoderaba de él y lo recubría por completo. Una voz melodiosa que parecía un eco procedente de algún lejano desfiladero llegó hasta él mentalmente y le dijo:

Sorak…, déjate ir.

– Kether -murmuró.

– Sorak…, tenemos mucha compañía -dijo Ryana, y su voz traicionaba su ansiedad a pesar de su bravata exterior.

Déjate ir, Sorak. Déjate ir.

– ¡Ryana! -la llamó el joven-. ¡Utiliza esto!

La joven enfundó rápidamente su daga y agarró la espada que él le lanzaba, y, en cuanto lo hubo hecho, Sorak sintió que se desvanecía poco a poco en una adormecedora y sedante sensación de afecto. Comprendió entonces por qué la Sombra no había respondido a la amenaza. Existía en su interior un poder mayor aún, algo que parecía formar parte de él, y que sin embargo no era parte de él, una entidad que parecía manifestarse por voluntad propia, no proviniente proveniente desde su interior, sino de… alguna otra parte. Mientras su visión se desvanecía en una total pero a la vez reconfortante neblina blanca, pudo oír vagamente cómo Ryana lo llamaba, pero enseguida su voz se desvaneció también.

– ¡Sorak! -chilló la joven.

Lo vio allí parado, totalmente inmóvil, con los ojos cerrados y sin una sola arma en las manos. Y no había tiempo para hacer otra cosa excepto defenderse ella misma y defenderlo a él, mientras cuatro cadáveres avanzaban hacia ellos por el sendero, y otros seis surgían de la casa de juego detrás de ellos. El que había arrojado al estanque se incorporó, chorreando y todavía sin cabeza, y empezó a avanzar por el agua hacia ella. Tigra rugió y saltó sobre el que había en el estanque, pero los otros siguieron aproximándose. Eran demasiados, se dijo Ryana, sujetando su espada en una mano y la de Sorak en la otra. No podía luchar y utilizar a la vez sus poderes paranorma paranormales í es. No había esperanza.

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